Este descenso acabó por quebrar la lealtad de Sanjurjo a la República y este se unió presto a los conspiradores. El grueso del contubernio lo formaban militares retirados, jóvenes soldados, aristócratas, políticos y banqueros. Una ‘’fauna de pistoleritos flamencos y señoritos reaccionarios de rifle y flor de lis’’ como los definió el cronista Chaves Nogales, que no conseguían ponerse de acuerdo ni en lo que querían ni en quien mandaba, ya que los soldados jóvenes cuestionaban la autoridad de los retirados.
Como explica la historiadora Pilar Mera Costas aunque el fichaje de Sanjurjo, uno de los generales mejor valorados entre las filas castrenses, aportó autoridad moral al golpe, ello no revirtió la falta de efectivos, método y cohesión de la que adolecía la conspiración. El plan consistía en realizar un pronunciamiento a la antigua usanza, después de haber comprobado las simpatías de una serie de generales que debían sublevarse una vez los líderes hubieran triunfado en sus cometidos.
Al frente de la conspiración junto a Sanjurjo estaba el general Emilio Barrera, presidente de la junta golpista por ser el teniente general con mayor antigüedad. Así pues, primero el general Barrera asaltaría el Ministerio de la Guerra y la Casa de Correos en Madrid y, cuando hubiesen controlado estos puntos estratégicos, los generales que habían prometido sublevarse en el resto de ciudades harían el resto: Sanjurjo en Sevilla, José Enrique Varela en Cádiz, Manuel González Carrasco en Granada y Miguel Ponte en Valladolid.
Asimismo, buscaron apoyo fuera de las fronteras españolas. Por aquel entonces, Adolf Hitler aún no había llegado al poder, aunque no tardaría en lograrlo, pero sí Benito Mussolini que llevaba ya más de diez años gobernando Italia después de que el rey Victor Manuel III le cediese el poder del Estado en 1922 tras la Marcha sobre Roma de las «camisas negras», las milicias del Partido Nacional Fascista. Primero, Barrera se entrevistó con el embajador italiano en Madrid y le comunicó su objetivo de llevar al gobierno a hombres que ‘’se opongan al bolchevismo y restauren el orden’’.
Ya con la conspiración más avanzada, el aviador monárquico Juan Ansaldo fue enviado a Italia a entrevistarse con el mariscal fascista y ministro del aire Italo Balbo. Ansaldo regresó a España con el compromiso de los italianos de aportar armas, pero finalmente estas promesas no se materializaron. A pesar de ello, la principal carencia de los conspiradores no era ni de método ni de armas, sino de efectivos.
Más allá de los generales comprometidos, no contaban con grandes apoyos asegurados en el ejército, por lo que dependían de que se produjese una reacción en cascada entre los militares. Por lo que respecta al lado civil, tan solo contaban con el apoyo de una fuerza menor como las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), con Onésimo Redondo al frente, y con la simpatía de los carlistas que finalmente no se unieron al golpe.
Un rápido desenlace
Llegado el mes de agosto, los conspiradores decidieron que ya habían esperado bastante y que había llegado el momento de sublevarse. Sin embargo, el gobierno republicano seguía sus pasos de cerca y consiguieron averiguar la hora y el día del golpe gracias a la amante de un oficial que, arrepentido, deseaba salvar el cuello y lo confesó todo a cambio de proteger a su amado. Azaña decidió que la mejor forma de aprovechar la ventaja que la filtración les había brindado era dejarles actuar y sorprenderlos con las manos en la masa, para no dejarles tiempo de reaccionar.
El día elegido para «la Sanjurjada», el 10 de agosto, parte de los conspiradores madrileños fueron detenidos cuando llegaban a medianoche a su cuartel secreto. Barrera ajeno a ello, marchó hacia el Ministerio de la Guerra con un escuadrón del distrito de Tetuán de las Victorias, el único realmente comprometido con el golpe, al que se sumaron militares retirados y militantes monárquicos que no sumaban entre todos más de doscientos hombres.
Allí en el ministerio fueron recibidos por cuatro compañías de guardias de asalto dirigidas por el Director General de Seguridad Arturo Menéndez, hombre de confianza de Azaña. Los golpistas se vieron obligados a huir hacia su otro objetivo, la Casa de Correos, donde finalmente fueron apresados. Barrera huyó en avioneta a Pamplona, con la intención de sublevar la ciudad con el apoyo carlista, pero nadie lo quiso seguir y se exilió a Francia.
Por su parte, Sanjurjo, recién llegado a Sevilla, fue el único general junto a Barrera que se atrevió a salir con sus tropas. El pamplonica quería emular a Primo de Rivera, quien había proclamado su golpe de estado en 1923 en Barcelona, la ciudad más conflictiva del momento, mérito que en 1932 se le otorgaba a la capital andaluza. Su intención no era la de generar terror, explica el historiador Joaquín Gil Honduvilla, sino ocupar la ciudad y no granjearse la enemistad de la población.
Inicialmente el golpe triunfó en Sevilla, consiguiendo el apoyo de la Guardia Civil y de una buena parte del ejército y controlando las telecomunicaciones y vías de acceso de la ciudad. Pero tras enterarse del fracaso de la sublevación en Madrid, las tropas sublevadas volvieron a los cuarteles y la Guardia Civil se quedó sola. Como respuesta, las organizaciones obreras convocaron una huelga general y marcharon desde los barrios hacia el centro, mientras que el Gobierno enviaba a tierras andaluzas dos batallones de artillería y dos grupos de artillería en tren.
Pronto los golpistas sevillanos fueron conocedores del fracaso del golpe en el resto de ciudades andaluzas y los oficiales de las guarniciones sevillanas le comunicaron a Sanjurjo que no lucharían contra las tropas gubernamentales. La cascada de sublevaciones se había quedado en riachuelo y Sanjurjo se vio obligado a escapar a Portugal, pero fue detenido en Huelva cerca de la frontera.
Las enseñanzas de la Sanjurjada
Para la historiadora Pilar Mera Costas, el golpe del 10 de agosto de 1932 fracasó por su planteamiento anticuado de pronunciamiento y porque no contó con apoyos ni medios suficientes, ni militares ni civiles. Limitarse a tomar unas cuantas ciudades y supeditarlo todo a que el resto de generales se les unieran era muy arriesgado y, en efecto, llevó a Sanjurjo y a sus seguidores al desastre.
Asimismo, buena parte de la derecha todavía veía posible conseguir sus objetivos políticos en el marco republicano, que acababa de echar a andar, y el ejército por su lado, aunque adolecía de un antirrepublicanismo manifiesto, no se vio ni siquiera tentado a arriesgarse a echar por tierra su carrera por un plan que no ofrecía garantías de éxito.
Paradójicamente, el aplastamiento de la Sanjurjada fortaleció al gobierno y a la propia República. Las reformas del ejecutivo se encauzaron y el Estatuto de Catalunya que pretendía dar solución a las reclamaciones autonomistas del pueblo catalán acabó por aprobarse en Cortes el 9 de septiembre con una amplia mayoría.
No obstante, la Sanjurjada acabó por ser más útil para las intenciones golpistas contra la República que para su consolidación. Los dirigentes republicanos dieron por erradicados los intentos de subvertir el orden democrático instaurado, cuando solamente se encontraban ante la punta del iceberg, lo que les llevaría más adelante a subestimar el golpe de estado de 1936 y que desencadenaría la Guerra Civil.
Así pues, el fracaso de Sanjurjo sirvió de enseñanza para los conspiradores que no se habían atrevido a dar el paso en agosto de 1932. La próxima vez que los militares reaccionarios intentasen llegar al poder necesitarían de un movimiento militar planificado, del compromiso de una mayoría de oficiales, de fondos suficientes y de apoyo internacional garantizado.
En definitiva, el fracaso de los golpistas del 32 fue condición necesaria para el éxito de los golpistas del 36. El gobierno republicano pretendía actuar con ellos del mismo modo, dejándoles actuar y luego deteniéndolos en plena faena, pero el cambio de estrategia que consiguió una adhesión mucho mayor en las filas castrenses, el apoyo de las potencias fascistas y el menosprecio de la envergadura de la conspiración por parte del gobierno consiguieron acabar de una vez, quien sabe si por todas, con la República.
Fuente → aldescubierto.org
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