La espada de Bolívar y el monarca displicente
Primer acto: el rey Felipe VI de España condecora a Iván Duque con la Gran Cruz de Isabel la Católica. Segundo acto: el rey Felipe VI de España se niega a saludar la espada de Bolívar en el acto de posesión de Petro. ¿Cómo se llama la obra?
 
La espada de Bolívar y el monarca displicente
Eduardo Giordano 
 
En su primer encuentro con el expresidente Iván Duque tras su victoria electoral, un mes y medio antes de tomar posesión, Gustavo Petro mantuvo una conversación bastante fría con su adversario político, hasta que éste tuvo un gesto inesperado: lo invitó a ver la espada de Bolívar, cuyo robo en 1974 fue un acto fundacional del M-19, el grupo guerrillero urbano que se desmovilizó en 1990 y dio paso a la formación del espacio político electoral que llevó a Petro a la presidencia. 
 
Petro interpretó ese gesto como un acto de generosidad de quien todavía era el primer mandatario del país hacia su sucesor. Era la primera vez en su vida que veía con sus propios ojos esa espada, tan emblemática para el M-19, que el grupo guerrillero robó de la Quinta de Bolívar en 1974 en rechazo al «robo» de las elecciones presidenciales del 19 de abril de 1970, unos comicios fraudulentos que dieron la presidencia al conservador Misael Pastrana —oficialista— sobre el candidato opositor Gustavo Rojas Pinilla. 
 
Los organizadores de la toma de posesión presidencial de Petro acordaron con el gobierno de Duque que se dispusiera el traslado de la espada a la Plaza de Bolívar para que el símbolo estuviera presente durante el juramento del nuevo presidente. Se fabricó una urna especial para transportar la espada y se asignó esta misión a militares del Batallón Guardia Presidencial con uniformes de Papagayo, evocando la guardia de honor del libertador.  
 
Todo estaba acordado hasta que, dos días antes de la ceremonia, el presidente Iván Duque empezó a poner toda clase de obstáculos por supuestas razones de seguridad. Una vez superados por medio de la contratación de un seguro a todo riesgo concertado en tiempo récord, cuando todo parecía encarrilado, sobrevino la negativa caprichosa de Duque, quien argumentó que él era el presidente en ejercicio hasta las tres de la tarde. Pero ello no era cierto, porque el titular del Senado, Roy Barreras, ya había tomado el juramento de posesión e impuesto la banda presidencial al nuevo presidente. 
 
El rey sentado 
 
Antes de continuar la ceremonia con la prevista toma de juramento a la vicepresidenta Francia Márquez, Petro hizo valer su autoridad como nuevo comandante de las Fuerzas Armadas: «Como presidente de Colombia le solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar. Es una orden del mandato popular y de este mandatario». Diez minutos más tarde, cuando la guardia de honor llegó a la Plaza Bolívar con la urna que contenía la espada, todas las autoridades y diplomáticos presentes se pusieron en pie para recibirla. La mayoría aplaudió. El único que permaneció sentado, impasible, inexpugnable en su trono, fue el rey de España, Felipe VI. 
 
Minutos más tarde, en su discurso de investidura, Gustavo Petro saludó en primer lugar al rey de España, pero no pudo impedir que Felipe VI fuera el único jefe de Estado abucheado por el público. Pero el descontento de la gente allí reunida no respondía únicamente al desplante del rey hacia la espada de Bolívar. En septiembre de 2021, cuando en Colombia arreciaba la violencia, luego de la brutal represión contra la juventud durante el Paro Nacional, Felipe VI impuso a Iván Duque la Gran Cruz de Isabel la Católica, una de las principales condecoraciones que otorga el Estado español (concesión aprobada previamente por el Consejo de Ministros del gobierno de Pedro Sánchez). 
 
Tres meses más tarde, en Barranquilla, el rey volvió a adjudicar un galardón internacional al entonces presidente colombiano: el Word Peace & Liberty Award, concedido a Colombia por la Asociación Mundial de Juristas como reconocimiento a la defensa de los valores democráticos, la paz y el Estado de Derecho. La operación de lavado de imagen del mandatario por parte de la monarquía española era cada vez más evidente.

Lo que emerge de todo esto es una confrontación de símbolos de alto voltaje ideológico en dos actos. Primer acto: el rey Felipe VI se puso bien firme para homenajear a Duque, el presidente derechista y neoliberal que llevó a Colombia al abismo. La orden con la que lo condecoró en 2021 fue creada en 1815 por Fernando VII, el rey que derogó la Constitución de Cádiz y que reinstauró el absolutismo en España, con la finalidad de «premiar la lealtad» de los territorios americanos a la Corona en medio de las luchas por la independencia. Difícil encontrar un gesto simbólico que revele de manera más clara que aquel la postura de la Corona española sobre la situación colombiana.

Segundo acto: Felipe VI permanece sentado y con una actitud visiblemente desdeñosa ante el símbolo que evoca las luchas por la independencia de los criollos americanos frente a la Corona  a comienzos del siglo XIX. El rey reaccionó como si considerase una afrenta al orgullo patrio rendir homenaje a quien más contribuyó a desbaratar el antiguo imperio español, al artífice del proceso de independencia de América Latina: Simón Bolívar fue el libertador de seis países latinoamericanos (Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá, Perú y Bolivia) y su espada representa esa gesta histórica que acabó con el yugo del colonialismo español.

Pablo Echenique, portavoz del grupo parlamentario de Unidas-Podemos (UP), subrayó esta dimensión del problema con un comentario en redes sociales: «El rey Felipe VI es el único que permanece sentado ante la espada de Bolívar, que representa la independencia y la soberanía de tantos pueblos latinoamericanos que ya no son vasallos. Menuda falta de respeto. Luego que por qué gusta tanto este rey a los ultraderechistas de VOX».

No es la primera vez que Felipe VI actúa de manera displicente con gobernantes de la izquierda latinoamericana. Esta conducta siempre ha recibido el aplauso de los líderes de VOX y del PP, que también lo han felicitado en esta ocasión. Y los medios de comunicación más conservadores, como ABC y El Mundo, respaldaron sin complejos la actitud de Felipe VI. Otros periódicos, a los que pudo incomodarles más la actitud displicente del rey, intentaron disimularla de diversas maneras: algunos ilustrando la noticia con una foto en la que aparecían otras personas también sentadas pero que no correspondía a ese momento (como hizo El Periódico) o bien negando la evidencia y asegurando —como hizo La Vanguardia en su edición digital— que el rey sí se había puesto de pie al paso de la espada, ilustrándolo con imágenes que correspondían al final del discurso de Petro, cuando todos los asistentes se incorporaron para aplaudirlo. 

Con la excepción de UP y de los grupos independentistas de Catalunya y Euskadi, la conducta de la monarquía es avalada por todos los partidos políticos con representación parlamentaria. Hay un consenso mayoritario entre los partidos de la derecha, extrema derecha y centroderecha (PP, VOX, Ciudadanos) y el PSOE sobre la libertad de acción del Jefe de Estado en el cumplimiento de sus misiones en el exterior. 

¿Por qué no te callas? 

La actitud soberbia de Felipe VI frente a un símbolo de la independencia latinoamericana recordó la falta de compostura de su padre, Juan Carlos I, en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado celebrada en Santiago de Chile en 2007. En aquella ocasión, en medio de un debate entre los presidentes de Venezuela y España, el rey no pudo contener la reprimenda autoritaria («¿Por qué no te callas?») que espetó al presidente venezolano Hugo Chávez. El líder de la Revolución Bolivariana había calificado de fascista al expresidente del PP, José María Aznar, por su intervención en el golpe de Estado contra su gobierno de 2002. El presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero pidió respeto por el expresidente español durante su intervención y fue interrumpido varias veces por Chávez. El exabrupto del monarca español provocó un prolongado incidente diplomático entre los dos países. 

La Constitución española otorga al rey, en tanto jefe de Estado, las funciones de representación de España en el exterior. Según el Título II (De la Corona), el rey «asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica». Esta precisión no es intrascendente, ya que le da al rey una prerrogativa inexistente para las autoridades electas. Aunque su actuación debería estar siempre concertada con el ministro de Relaciones Exteriores, en la práctica esto no ocurre, porque toma iniciativas inconsultas y no está obligado a rendir cuentas. Por otra parte, la exigencia de ser neutral es consustancial al cargo que desempeña: el rey debe quedar al margen de la lucha política. Esto a veces no ocurre en la lucha política en el interior de España, como bien muestra el caso del independentismo catalán, del que es acérrimo enemigo. 

En América Latina, el rey Felipe VI aparece claramente alineado con los discursos y símbolos de la conquista que enaltecen las derechas del continente en su afán restaurador del orden tradicional. En su discurso de celebración del V Centenario de la fundación  San Juan de Puerto Rico, en enero de este año, afirmó: «España trajo consigo su lengua, su cultura, su credo, y con todo ello aportó valores y principios como las bases del Derecho Internacional o la concepción de los derechos humanos universales». Dijo también que «en el modelo de presencia de España en América […] los nuevos territorios se incorporaban en situación de igualdad». Ni siquiera los ideólogos de VOX llegan tan lejos en su reivindicación del colonialismo. 

Razón de Estado y partidos políticos 

Los extremismos de derecha refuerzan su visión anacrónica de la historia de España con algunas actuaciones del rey. Si quedase alguna duda de que la actitud de Felipe VI no fue un despiste sino una decisión deliberada, basta con ver el aplauso que recibió de la derecha para entender la intencionalidad de su gesto. El portavoz adjunto del PP en el Congreso, Jaime de Olano, defendió la actuación del rey y lamentó que el gobierno de Sánchez «consienta que la mitad del Gobierno insulte a la Jefatura del Estado». Otro dirigente del partido, el senador Rafael Hernando, afirmó en redes sociales: «España fue la mejor potencia colonizadora de la historia mundial, y reivindicar eso frente a la corriente populista y la leyenda negra en Iberoamérica debería ser obra esencial del Gobierno». 

Ciudadanos —partido liderado por Inés Arrimadas— también se sumó a las alabanzas al rey manifestando un maniqueo apoyo incondicional: «Basta con ver la reacción de los enemigos de España para saber que Felipe VI vuelve a hacer lo correcto en su defensa de España». Y un diputado de VOX por Madrid, Juan Luis Steegmann, justificó su apoyo al rey porque la espada «estaría todavía manchada de sangre de españoles». La idea de la grandeza de España que promueve la derecha ultraconservadora conecta perfectamente con el imaginario de la gesta colonizadora que defiende Felipe VI. 

El gobierno bifronte del PSOE y UP no pudo esquivar la confrontación interna, como en tantos otros temas en política exterior que han ido ahondando las diferencias entre los socios de coalición. Algunos ministros socialistas minimizaron los hechos, exasperando a sus colegas de Unidas-Podemos. El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, pidió que no se hablara de «temas intrascendentes», mientras que el ministro de Cultura, Miquel Iceta, dijo que se trataba de una «polémica veraniega para que algunos marquen posición política». Otro alto cargo socialista, el presidente de la comunidad de Aragón, Javier Lambán, declaró que Felipe VI «estuvo a la altura e hizo lo correcto». 

Por el ala izquierda del gobierno, la ministra de Derechos Sociales y líder de Podemos, Ione Belarra, afirmó que era «inexplicable» el gesto del monarca y que su actitud «merece una disculpa». A lo cual Iceta contestó que exigir disculpas al rey le parecía «disparatado». Por su parte, Pablo Iglesias, ex vicepresidente y líder de Podemos, solicitó que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, llame al orden a Felipe VI para «exigirle respeto institucional»: «Felipe VI ha querido humillar la dignidad democrática de España y el honor de las naciones latinoamericanas», aseguró Iglesias. La controversia se prolongó durante algunos días. El portavoz de UP en el Congreso, Jaume Assens, insistió en exigir disculpas al rey asegurando que su gesto «compromete diplomáticamente» a España y le sitúa como «el rey de la derecha y de la extrema derecha». Además, Assens entró de lleno en el debate ideológico sobre memoria histórica de la conquista: «Estaría bien que pidiera disculpas, pero sobre todo estaría bien que pidiera disculpas en nombre de España por lo que sucedió en América Latina». 

La correlación de fuerzas al interior del gobierno de coalición, favorable al presidente del Ejecutivo, parece condenar a estos reclamos de UP a convertirse en un mero derecho al pataleo. Con ocasión del envío de buques a Ucrania, cuando Podemos desempolvó el lema «No a la guerra», el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, sentenció: «La acción exterior de España la marca el presidente del Gobierno». En general hay una gran sintonía entre las decisiones políticas del gobierno de Pedro Sánchez y las misiones encomendadas al rey. Y esta sintonía suele pesar más que los compromisos que mantiene el presidente con sus socios de coalición. 

Existe una visión compartida de los intereses del Estado (la clásica razón de Estado) que con frecuencia motiva el respaldo de los sucesivos gobiernos del PSOE a la monarquía en el ejercicio de sus funciones de representación en el exterior. En esto hay una trayectoria bien definida a lo largo de cuatro décadas, desde el primer gobierno de Felipe González. Dependiendo del signo político del gobierno de turno, puede darse una mayor afinidad ideológica con la Casa Real en la interpretación del pasado, como sucede en el caso de las derechas, o un mayor distanciamiento, conservando cada institución su propia perspectiva histórica, como sucede en los gobiernos del PSOE. En ambos casos, el punto clave de la política exterior es la confluencia entre gobierno y monarquía para articular la defensa de los intereses de las empresas españolas y ampliar sus oportunidades de inversión en América Latina. 

Ninguna de las decisiones trascendentes de política internacional adoptadas por el presidente Pedro Sánchez fue consensuada con sus aliados de UP. Las medidas tomadas unilateralmente por el PSOE —con el rechazo de Podemos casi siempre a posteriori, por desconocimiento previo— incluyen cuestiones de gran calado: el intento de derrocar al presidente de Venezuela reconociendo como legítimo mandatario al autoproclamado Juan Guaidó (siguiendo los planes de Washington), el envío de armamento a la guerra de Ucrania y el incremento del presupuesto militar de la OTAN y el histórico vuelco de la política exterior española respecto al Sahara, aliándose con Marruecos y su tesis de la autonomía en lugar de la autodeterminación para la antigua colonia. 

Antes incluso de iniciarse la guerra de Ucrania, en enero de 2022, el presidente Pedro Sánchez enfrentó la oposición de UP al envío de una fragata y otros buques al Mar Negro a petición de la OTAN. El entonces líder del PP, Pablo Casado, brindó «todo el apoyo» de su partido a la actuación del Gobierno y pidió ser informado de futuros planes al respecto, pero también añadió: «Y esperamos que sus socios, contrarios a la Alianza Atlántica, apoyen esta posición». La convergencia de intereses del PSOE con la derecha en los asuntos más sensibles de la política exterior deja a UP en un lugar minoritario, acotando el alcance de sus críticas a la protesta testimonial. 

¿Tiene razón entonces Miquel Iceta cuando dice que la discusión sobre la conducta del monarca es una polémica veraniega? No necesariamente. Aunque el margen de maniobra de UP para modificar la política exterior del gobierno de Sánchez o influir en las actuaciones del jefe de Estado es nulo, el ala izquierda del gobierno siempre promueve un necesario debate denunciando los estragos de la monarquía con vistas a modificar la percepción de los ciudadanos sobre el papel antidemocrático de la institución. En este sentido, UP actúa como una suerte de «conciencia republicana» del gobierno de coalición. No tiene ninguna influencia en las decisiones fundamentales sobre el papel de España en el mundo, pero ejerce una pedagogía del republicanismo muy saludable para la sociedad española. El hecho de formar parte del gobierno le da una mayor visibilidad a esta función didáctica. 

Ahora bien, vista desde el otro lado del Atlántico, desde la mirada de aquellas repúblicas liberadas de la dominación de la Corona por la espada que empuñó Bolívar, la forma de gobierno del Reino de España, con la preeminencia de la figura del rey como Jefe de Estado, resulta dudosamente homologable en términos de representatividad democrática.


Fuente → jacobinlat.com

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