
Azaña en Barcelona hace 90 años
Arturo del Villar
Nunca se entusiasmó tanto Barcelona ante un político, como lo hizo el domingo 25 de setiembre de 1932, con motivo de la visita de Manuel Azaña, jefe del Gobierno del República Española y ministro de la Guerra. Ciertamente Azaña era entonces el político de moda, porque acababa de desintegrar un golpe de Estado militar el 10 de agosto anterior, con la detención de los conjurados en Madrid y Sevilla sin necesidad de disparar un tiro, demostrando en todo momento una templanza admirable.
Además Catalunya debía agradecerle que hubiera sido el principal valedor en la defensa del Estatut garante de su autonomía. El texto aprobado no cumplía todas las aspiraciones de los catalanes, pero representaba un sustancial avance en la defensa de su identidad nacional, negada por los monárquicos. Puede decirse que fue todo lo nacionalista posible en aquel momento, gracias de manera sobresaliente al empuje animoso proporcionado por la vibrante oratoria de Azaña.
Elaborado por una comisión integrada por seis ponentes reunidos en el
idílico Santuario de la Virgen de Núria, aprobado en referéndum en
agosto de 1931 por el 99 por ciento de los votos emitidos, fue discutido
en las Cortes Constituyentes entre enero y abril de 1932, y finalmente
aceptado el 9 de setiembre por 314 votos a favor y 24 en contra. De modo
que si no lograba satisfacer plenamente las esperanzas de los
catalanes, se acercaba al cumplimiento de sus deseos. Fue derogado
ilegalmente el 5 de abril de 1938 por los militares monárquicos
rebeldes, y durante la larga y criminal dictadura no se pudo ni mentar
siquiera su existencia. Sobrevivió en el ánimo de los catalanes, así
como el agradecimiento a Manuel Azaña por su empeño personal en sacarlo
adelante contra todos los opositores.
EL JÚBILO POPULAR
Aquel
25 de setiembre de 1932 el pueblo catalán tuvo la oportunidad de
mostrarle su gratitud personal, así como su adhesión a la República
Española, que reparaba los desprecios acumulados durante la continuada
monarquía hacia el sentimiento nacionalista de algunas regiones con
caracteres propios, incorporadas a la nación española por la voluntad
real.
Junto con el presidente del Gobierno y su esposa viajaron en el mismo tren los ministros de Hacienda, Jaume Carner; de Gobernación, Santiago Casares Quiroga; de Agricultura, Marcelino Domingo, y de Marina, José Giral, así como el presidente de la Comisión del Estatuto, Luis Bello, y otras personalidades.
A las 10 de la mañana llegó a la estación el general Domènec Batet, capitán general de Catalunya y general en jefe de la IV División Orgánica, quien pasó revista a la tropa que debía rendir honores al jefe del Gobierno, y veinte minutos después apareció el Comité Ejecutivo de la Generalitat, presidido por Francesc Macià, cariñosamente apodado L’Avi, así como integrantes de todas las instituciones catalanas. El andén se hallaba adornado con banderas de la República Española y de Catalunya. Un enorme gentío llenaba la estación y sus alrededores.
La crónica periodística de aquella visita histórica la leemos en el
diario barcelonés La Vanguardia del día 27, páginas 8 a 13, bajo el
título general de “El viaje del jefe del Gobierno”. Comienza de esta
manera entusiasta:
Con pocos actos semejantes puede compararse la
grandiosa manifestación popular de júbilo y de solidaridad ciudadana
ofrecida el domingo por el pueblo barcelonés, con motivo de la llegada
del jefe del Gobierno, señor Azaña, de sus ilustres compañeros de
Gabinete y de las representaciones parlamentarias. Grandiosidad y
magnitud superiores a toda previsión y todo cálculo, y que además tuvo
la virtud de no ser sólo una gran demostración aparatosa, un espectáculo
soberbio, sino también una conmovida efusión del alma ciudadana
prendida por la emoción del momento hasta en sus capas más profundas.
El cronista quiso reproducir con la precisión de una
fotografía el ambiente que rodeó en todo momento la estancia de Azaña en
la capital catalana, acompañado por un entusiasmo popular superior a
cualquier comparación. Se sucedieron unas escenas inéditas,
demostrativas del fervor con que era acogido el político que demostró
ser un sagaz parlamentario, además de un fiel republicano, y un profundo
conocer de la problemática catalana, secularmente ignorada, cuando no
combatida por los intereses centralistas de la monarquía, siempre
inclinada al absolutismo para aplicarlo en su propio beneficio y
enriquecerse fácilmente.
Un aire nuevo inundaba España, y el jefe del Gobierno de la República
Española deseaba que Catalunya lo respirase. Por eso resultaba tan
profunda la identificación entre el político madrileño y el pueblo
barcelonés, animados por la misma devoción republicana. Después de
tantos siglos de sumisión a la tiranía monárquica, el encuentro con el
político que mejor representaba los ideales de la libertad, la igualdad y
la fraternidad llenaba al pueblo barcelonés y a toda Catalunya de
entusiasmo republicano.
LA UNANIMIDAD CATALANA
Sin duda la
crónica se ajusta a la realidad de aquellos momentos únicos, ya que
iban a leerla sus protagonistas. Encontramos en ella el aprecio
generalizado por la figura de Azaña, llevado en triunfo por aquella
Barcelona rendida ante su presencia y engalanada con las banderas de la
República Española y de Catalunya. Así lo fue anotando el periodista:
El
paso de la comitiva desde la estación hasta el Palacio de la
Generalidad fue una muestra apoteósica, de éxito inigualado, triunfal.
Desfile entre aclamaciones ensordecedoras de la multitud entre un clamor
ininterrumpido de aclamaciones bajo la sombra de centenares de banderas
y estandartes que se inclinaban reverenciales para saludar a los recién
llegados. […]
Desde los balcones millares de señoras se unían, entusiasmadas, con sus aplausos al público de la calle. […]
El
señor Azaña, visiblemente emocionado y complacido a la par, se puso
repetidas veces en pie para corresponder desde su coche al desbordado
entusiasmo popular.
Era tanta la multitud reunida alrededor del
Palacio de la Generalitat que se hizo aconsejable suprimir el desfile de
las tropas presentes para rendir honores al insigne visitante, porque
resultaba imposible mover a tanta gente. Los vítores y aplausos
arrecieron cuando los políticos aparecieron en el balcón. Conseguido a
duras penas el silencio de la muchedumbre entusiasmada, el presidente
Macià pronunció un discurso de bienvenida a los visitantes, y entre
otras palabras de satisfacción por contar con el Estatut y de
agradecimiento a quienes lo habían promocionado dijo también:
La
unanimidad de Cataluña para obtener sus libertades ha sido absoluta.
Para los que hemos despertado al alma dormida de algunos de nuestros
conciudadanos, la libertad de Cataluña tenía que triunfar, porque no hay
poder humano que pueda oponerse a la petición de libertad colectiva de
un pueblo cuando se expresa de un modo tan unánime.
Es la acertada declaración de un sentimiento común a los pueblos sometidos a una tiranía, como en el caso de Catalunya bajo la monarquía. Una familia no puede ejercer autoridad sobre todo un pueblo nada más que por motivos de herencia, despreciando la opinión general contraria de la inmensa mayoría del pueblo. El poder ejercido por la fuerza de las armas, y no por la convicción de las urnas, acaba resultando vencido más tarde o más temprano por la voluntad popular.
Es algo evidente que se repite inevitablemente, y que continuará
imponiéndose sobre todas las formas de violencia ejercida por los
tiranos. El pueblo sometido contra su voluntad consigue siempre
liberarse de las cadenas, porque el sentimiento de libertad es superior a
cualquier otra consideración. Por muchos siglos que pasara Catalunya
dominada por la monarquía, el ansia de libertad permanece intacto, hasta
que consigue alcanzar sus propósitos y se libra de los reyes tiránicos.
Así ha sido siempre porque no puede ser de otra manera.
UN HECHO HISTÓRICO
Al
comenzar a hablar Manuel Azaña se recrudecieron los vítores y aplausos
de la muchedumbre enardecida. Comenzó su discurso agradeciendo las
muestras de entusiasmo comprobadas en el recibimiento jubiloso, y
después pronunció unas palabras que inflamaron más todavía el ánimo de
los congregados, al escuchar la referencia al himno de Els segadors que
nunca deja de resonar en el espíritu de los catalanes, aunque haya
ocasiones en las que se les impide cantarlo en su nación, pero no es
posible silenciarlo en su corazón. Así habló Manuel Azaña:
Ésta
es, catalanes, la revolución triunfante. Ya no hay en España reyes que
puedan declarar la guerra a Cataluña. (Aplausos.) Vuestro himno
histórico se queda sin enemigo a quien motejar: ya no hay reyes que te
declaren la guerra, Cataluña, hay una República que instaura la paz, que
restablece el derecho, que funda la nueva España en la justicia, la
igualad y la libertad. (Grandes aplausos.) Por eso, catalanes, el hecho
que nosotros celebramos hoy aquí, no es sólo un hecho catalán, sino un
hecho español, y más diré, un hecho de la historia universal, porque
estando planteadas en el seno de muchos Estados europeos cuestiones que
guardan íntima semejanza con lo que representa Cataluña en relación al
resto de España, es probable que sea España y la República Española, con
las soluciones autonomistas dadas a este género de problema, la que se
adelanta y da la muestra de los caminos que hayan de seguir otros muchos
europeos colocados en situación más o menos semejante a la nuestra.
(Aplausos.)
El discurso improvisado continuó en este
mismo tono, capaz de apasionar a la multitud por la contundencia de los
argumentos expuestos, y por tocar las fibras más sensibles de la
identidad catalana. Al terminar Manuel Azaña su intervención se
repitieron las muestras de entusiasmo popular, con vítores a Azaña, a la
República Española y a Catalunya, unidos los tres en la estimativa del
pueblo catalán allí representado por los barceloneses.
Cerró el acto Luis Bello, con unas breves palabras para declarar su
emoción ante el magno recibimiento hecho a los viajeros de la libertad.
Después tuvo lugar una recepción en el despacho del presidente, al que
la gran mayoría de los reunidos allí no pudo entrar. Por ultimo se
trasladaron los presidentes y sus acompañantes al Hotel Colón, en donde
al fin consiguieron presenciar el desfile de las tropas que les rendían
honores, al ser menor el número de personas que seguía demostrando su
adhesión a los ilustres visitantes, y a continuación tuvo lugar el
almuerzo con mucho retraso sobre el horario previsto, por imponerlo el
gentío incansable.
LA MISIÓN DEL EJÉRCITO
Por la tarde el
presidente del Gobierno, como ministro de la Guerra, visitó el Cuartel
General del Ejército, en donde fue cumplimentado por el general Batet.
En sus palabras de saludo manifestó cuál es la misión de los militares
en la sociedad, algo muy sabido, pero que en la historia de España ha
sufrido interrupciones. En la mente de todos permanecía viva la reciente
rebelión sofocada el 10 de agosto anterior, y ahora añadimos la que
triunfaría en 1936, que le costó el fusilamiento a él mismo por
mantenerse fiel a su deber. Entre otras cosas importantes declaró:
La
principal misión del Ejército es la obediencia y respeto al régimen, al
Gobierno legalmente constituido que lo representa, y a las Cortes,
representación genuina de la voluntad nacional.
Muy
cierto, pero no siempre cumplido. Le respondió Azaña con una alusión a
los acontecimientos del 10 de agosto, un golpe de Estado militar
organizado por los elementos monárquicos deseosos de recuperar al rey
huido, abortado gracias a la serenidad del ministro de la Guerra, que
acertó a tomar las medidas pertinentes. Resulta útil tener en cuenta
esta confidencia:
Yo no he dudado jamás de vuestra lealtad, ni de
la de ningún militar. Si en un momento de ofuscación, debido, tal vez, a
insensatas propagandas, alguno cometió un delito, sinceramente declaro
que al verme obligado a reprimirlo, tuve que hacer un esfuerzo doloroso,
después de convencerme de la deslealtad de su proceder.
Había
sido Azaña quien puso mayor énfasis en lograr que no se aplicase la
sentencia de muerte dictada por el Tribunal por el delito de rebelión
militar. Alegó que la República no debía comportarse igual que la
monarquía, que poco antes había hecho fusilar a los capitanes Fermín
Galán y Ángel García Hernández, en 1930. Puede discutirse si, en el caso
de aplicar la sentencia en 1932, hubiera disuadido a los militares
monárquicos sublevados en 1936 de poner en práctica su traición, y se
habrían evitado los tres años de guerra y los 36 de dictadura militar,
un millón de muertos, medio millón de exiliados y un número incalculable
de presos políticos. Pero es una discusión inútil a estas alturas de la
historia.
La recepción concluyó con el desfile de las tropas, contemplado desde
el balcón por el ministro y sus acompañantes. Por la noche en la Casa
Lonja del Mar tuvo lugar un banquete al que asistieron 350 invitados,
sin que se pronunciaran discursos.
El lunes 26 Manuel Azaña se
trasladó a la sede del Partit Català d’Acció Republicana, y presidió la
reunión de su Consejo. Después hizo una excursión a Montserrat, y por la
noche visitó el Ajuntament, acompañado por Macià. El martes los
viajeros pasaron el día en Lleida, y por fin regresaron a Madrid por
Reus.
Fuente → extremaduraprogresista.com
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