Los rojos ya están aquí

 El 16 de agosto de 1936, todas las campanas de Mallorca repicaron al grito de “Els rojos ja són aquí!”. Todas las iglesias sonaron llamando al combate contra los milicianos antifascistas desembarcados en las calas de Manacor y Sant Llorenç des Cardassar.

Los rojos ya están aquí M
Manuel Aguilera Povedano
 

Portada del libro de Rafel Perelló con entrevistas a mallorquines de Manacor, Sant Llorenç des Cardassar y Son Servera que vivieron la Batalla de Mallorca como civiles. Editorial Purpurina.

El 16 de agosto de 1936, todas las campanas de Mallorca repicaron al grito de “Els rojos ja són aquí!”. Todas las iglesias sonaron llamando al combate contra los milicianos antifascistas desembarcados en las calas de Manacor y Sant Llorenç des Cardassar. Los voluntarios de organizaciones de derecha se reunieron en las plazas sobrecogidos por un terror absoluto porque no sabían qué se iban a encontrar. Se montaron en vehículos y marcharon hacia el frente. Había comenzado la Batalla de Mallorca.

Mallorca era un objetivo muy asequible porque no tenía armada ni aviación. Los antifascistas controlaban las demás islas y los golpistas llevaban días enviando telegramas desesperados a Franco: “Amenazada Mallorca por tres desembarcos simultáneos procedentes de Barcelona, Valencia y Mahón, considera urgentísimo envío aviación para evitarlos”. La respuesta era que no podían ayudarles: “Empleen cuantas bocas de fuego tengan porque con seguridad no se les acercarán. Movilicen elementos afectos para vigilar las principales calas”.

Los golpistas obedecieron y pusieron puestos de vigilancia en todas las calas salvo las de la Serra. Así fue como dieron el aviso del primer desembarco en Cala Anguila (Manacor) a las 4.30 de la madrugada. Los falangistas Bartolomé Ramis y Damián Truyols, y el requeté Bernardo Galmés alertaron desde aquel puesto a la Guardia Civil. Explicaron “que por la mucha niebla no habían podido avisar antes y que con su fuego no habían podido contener al enemigo por su mucho número”.

El aviso llegó a Manacor a las 5.15 horas. El teniente Ángel Pagés llegó con diez hombres a Cala Anguila y comprobó que cientos de milicianos se dirigían andando hacia Porto Cristo, unos tres kilómetros al norte, donde estaba desembarcando el grueso de sus compañeros. Recibió orden de adelantarles corriendo y organizar una defensa en el pueblo. Junto al teniente Miguel Bonet y un centenar de voluntarios “resguardados en los bancos de los paseos”, dispararon a las barcazas e hicieron mucho daño en el cuello de botella que forma el Port de Manacor. A pesar de ello, se enfrentaban a más de mil enemigos, así que acabaron retirándose.

El capitán Ignacio Despujols, jefe de las milicias de Manacor, dice en su informe: “Esta tropa bisoña no profesional y de la que más de la mitad no había servido, algunos de los cuales contaba con solo cinco días de instrucción, resistió cinco horas con denuedo sin igual a un enemigo que atacaba con nutrido fuego de fusilería, cuatro ametralladoras y cinco aviones”.

El comandante de las milicias antifascistas, Alberto Bayo, asegura que él nunca quiso desembarcar allí porque Porto Cristo tenía una carretera de fácil acceso para que los golpistas recibieran refuerzos, como así ocurrió. El resto de sus milicianos desembarcó en Punta Amer, una zona aislada más al norte que les permitió crear una cabeza de puente de varios kilómetros.

Los defensores de Porto Cristo retrocedieron y sobre las once de la mañana crearon una línea de defensa en las Cuevas dels Hams con nuevas unidades llegadas de toda la isla. Ellos mismos reconocen en sus diarios de operaciones que, si los antifascistas hubieran seguido avanzando aquella mañana, hubieran cazado como a conejos a los refuerzos que iban llegando por la carretera. Así comenzó un día clave en la Historia de España.


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