El exilio de los 466 niños españoles que arribaron en 1937 al puerto de Veracruz, en México, que viajaban en el barco Mexique desde Francia, fue un éxodo muy distinto al del resto de niños que fueron refugiados en Inglaterra, Francia, Bélgica y la antigua URSS durante la Guerra Civil española. No solo el periplo al continente americano implicó una distancia de nueve mil kilómetros y muchos días de mar de por medio, sino que fue una hazaña vital que marcó el destino de cada uno de aquellos infantes, ya que ninguno podría volver al país de su nacimiento tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
La mayoría de los padres y madres de aquellos niños republicanos, que partieron de sus hogares bajo la idea de una gran expedición, es decir, con la creencia de que saldrían de España para vacacionar durante el verano de 1937, prefirieron que, ante el clima bélico que provocó hambre y pobreza, sus hijos, cuyas edades oscilaban entre los 5 y 17 años, permanecieran en las lejanas tierras mexicanas. No obstante, su deseo habría sido que volviesen pocos meses después, una vez que terminara la guerra y resultaran victoriosos. Aquella decisión de ponerlos a salvo con la intención de librarlos de los horrores del combate, de la amenaza de los bombardeos, fue una situación dolorosa y muy difícil. Los padres, que pertenecían a la clase obrera trabajadora, nunca imaginaron que el retorno de los infantes se dilatara, a tal punto que algunos no regresarían nunca, ya que a la Guerra Civil le sucedió la mundial.
Este 2022 se han cumplido 85 años de aquel acontecimiento, el cual entraña una lección que no debemos olvidar, aunque el capítulo mexicano resulta un tanto desconocido en esta dramática historia. Aquellos 466 niños y niñas que llegaron a Veracruz, tendrían como destino final la Escuela Industrial España-México, ubicada en la ciudad de Morelia, en el estado de Michoacán. En dicha entidad había nacido el General Lázaro Cárdenas del Río, quien, en calidad de Presidente del Gobierno de la República Mexicana, decidió que aquella ciudad sería el terruño idóneo para dar refugio al entrañable grupo, al cual se le conoció, y todavía así se le recuerda en México, como el de Los niños españoles de Morelia.
Es en esta ciudad mexicana, en la que también vivió parte de su exilio la filósofa María Zambrano, donde permanecen los restos de algunos infantes que, a su llegada, murieron en infortunados accidentes. Sus tumbas se encuentran en el panteón municipal y se erigen en forma de evocadores monumentos: con el puño izquierdo levantado, en recuerdo de la lucha antifascista y republicana. Igualmente, en el corazón del centro histórico moreliano se encuentra, in memoriam de aquel suceso, una escultura que representa a una pareja de infantes, así como una placa conmemorativa que recuerda el arribo de los niños víctimas de la Guerra Civil de España. El monumento fue erigido en el octogésimo aniversario de la llegada de los niños españoles a Morelia, aunque hace pocas semanas ha sido vandalizado junto a otros monumentos históricos de dicha ciudad.
Sin embargo, la historia y algunos testimonios individuales del grupo conformado por los infantes que procedían de Barcelona, Madrid, Valencia y la región de Andalucía, se encuentran reunidos en el libro intitulado Un capítulo de la memoria oral del exilio. Los niños de Morelia, en el cual participó Graciela Sánchez Almanza, profesora en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMNSH), con quien converso acerca de las anécdotas y recuerdos colectivos que fueron narrados por los propios testigos de aquel duro exilio. A esos que habían sido niños, los pudo conocer hace veinte años, cuando ya eran unos adultos y habían hecho su vida en el México que los acogió.
“Hay muchas historias –me dice la profesora–. Emeterio Payá es uno de los primeros testimonios que dedicó un libro completo para contar lo que vivieron. Por ejemplo, él decía que ellos no conocían la piña, esta fruta se la daban junto a otras comidas que nunca habían probado. Pero, especialmente, recuerda que estaban reunidos los 450 y tantos niños en el comedor enorme del internado cuando les dijeron que les darían de comer tortilla, y ellos pensaban que era, obviamente, de patata. Después del largo viaje que hicieron para llegar hasta Morelia, esperaban muy emocionados y ansiosos por su tortilla española. Pero lo cierto es que les dieron tortilla de maíz, y cuando vieron las tortillas mexicanas, y ante el desconcierto, empezaron a aventarlas como platillos voladores. Es un recuerdo que todos tenían, el de las tortillas voladoras”.
Esperaban muy emocionados por su tortilla española. Pero lo cierto es que les dieron tortillas de maíz, y ante el desconcierto, las aventaron como platillos voladores
Aurora Correa fue otra de las integrantes de aquel grupo de niñas y niños españoles de Morelia, y quien le contó a la profesora Graciela Sánchez (durante su encuentro en la Ciudad de México hace aproximadamente dos décadas) cómo durante su vida de refugiada en el internado se había escapado siete veces y las siete veces la habían atrapado, recibiendo reprimendas, por salirse sin permiso. Ella fue una testigo que despertó cierto encanto entre quienes la conocieron, pues le gustaba narrar cómo en aquella escuela, donde participaban de distintas actividades, había hecho varias veces la primera comunión porque, aunque no tenía convicción ni devoción religiosas, le gustaba que le compraran vestidos para cada ceremonia: era, pues, por el simple hecho de estrenar un atuendo y participar de la fiesta.
Pero un recuerdo que trascendió en los anales de aquel capítulo mexicano fue el de la temprana intervención por parte de miembros del ejército mexicano ante la destrucción de una iglesia que estaba ubicada junto a la Escuela Industrial. Romper los vidrios y apedrear el templo de al lado de su internado les pareció un gesto que, a lo lejos, reivindicaba la causa contra el nacionalcatolicismo español. Este acontecimiento, que ha quedado en evidencia a través de telegramas resguardados hoy en archivo histórico, terminó siendo un suceso gracioso, pues: “¿¡A quién se le ocurre poner a niños republicanos junto a una iglesia, si estos venían de presenciar cómo sus padres destruían iglesias durante la Guerra Civil!?”. Así me transmite la profesora Graciela el recuerdo de Aurora, aquella niña española que de joven participó en el Movimiento Estudiantil de 1968 durante el gobierno del expresidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz.
La historia va urdiendo memorables momentos vividos por aquel grupo de niños españoles, ya que desde el primer día que desembarcaron en el puerto de Veracruz hasta su paso por la Ciudad de México y su llegada a Morelia, el recibimiento que les dio el pueblo mexicano, estuvo repleto de euforia y movilizaciones estimuladas por el Gobierno de Lázaro Cárdenas. En ese trayecto, distintas publicaciones y recortes de prensa nos cuentan que fueron 80.000 personas las que dieron una cálida bienvenida a los pequeños de España. Durante su llegada, según narran los testimonios de Antonio Aranda y José Ortiz, los habitantes de cada pueblo por el que iban pasando, aunque fueran tempranas horas de la mañana, los despertaban con tambores, música y flores: “Y en los pueblos más insignificantes, la gente nos estaba recibiendo y nos daban, pues, piñas, plátanos y mangos y fruta y lo que tenía la gente. Era una cosa muy bonita, muy espontánea. El pueblo sentía la causa de España, y en nosotros veía, como si les hubiera pasado a ellos mismos, a sus hijos. Sí, fue una cosa maravillosa”.
Había hecho varias veces la primera comunión porque, aunque no tenía convicción ni devoción religiosas, le gustaba que le compraran vestidos para cada ceremonia
De este modo, es posible imaginarse la impresión que dejó en la memoria de aquellos niños su histórico arribo a México, aunque cada uno de ellos vivió episodios únicos, como le sucede a toda vida singular. Mientras que unos fallecieron por accidente, recién llegados a Morelia; la mayoría, en cambio, pudo salir adelante al haber aprendido un oficio en la Escuela Industrial España-México. El apoyo que recibieron los niños españoles se prolongó durante once años, aproximadamente, desde el día que pisaron tierras mexicanas y hasta el cierre de otras Casas-Hogar, las cuales habían sido instaladas en la Ciudad de México para darles cobijo, una vez que Lázaro Cárdenas había concluido su período presidencial y con ello la ayuda oficial en Morelia. Pese a las circunstancias de crecer en otra patria y tras agotarse también los fondos de ayuda del Gobierno Republicano español, en apoyo a todos los que habían sido exiliados, Los niños españoles de Morelia finalmente se habían convertido en adolescentes con edad suficiente para seguir adelante. La mayoría de ellos había devenido buenos ciudadanos y un día se convirtieron también en padres de familia, como da cuenta el libro Los niños españoles de Morelia. El exilio infantil en México, escrito por Emeterio Payá, publicado en 1985.
Por su parte, la historiadora Dolores Pla Brugat recoge en su obra, Los niños de Morelia. Un estudio sobre los primeros refugiados españoles en México, el testimonio de un señor de apellido González Aramburu, quien apuntaba: “Mucha gente piensa: ¿cómo pudieron deshacerse de sus hijos? A mí siempre me pareció que obraron bien, no solo por el resultado final, porque nos libraron de horrores, sino porque además dentro de su moral válida y correcta, de su clase social, tomaron una decisión muy buena. Claro que no pudieron prever la continuación de la guerra, pero si la guerra civil española se hubiese terminado sin más y nosotros hubiésemos podido volver hubiera sido fantástico. Nos habrían librado de las peores consecuencias de la guerra, se habría reconstituido la familia, no habríamos perdido la escolaridad, vendríamos gorditos. Y luego, haber vivido en América, cruzado el mar. Hubiera sido una maravilla”.
Nos habrían librado de las peores consecuencias de la guerra, se habría reconstituido la familia, no habríamos perdido la escolaridad, vendríamos gorditos
Los padres de ese grupo de niños exiliados con destino a tierras mexicanas creyeron que aquella estancia sería transitoria, apenas un paréntesis mientras el bando republicano lograba derrotar a los sublevados del general Franco. Pero la cruel contienda civil se prolongó en el tiempo y acabó destruyendo a la joven democracia republicana. Comenzaba la larga dictadura franquista, que duraría casi cuarenta años. Así, no solo el regreso fue imposible, sino que además a aquellos niños se les sumaron muchos más españoles, en un exilio que cambió por completo sus vidas, y durante el cual México abrió generosamente sus puertas, en un gesto prácticamente único, pues muchos de los exiliados habían sido rechazados casi por todo el mundo. Sin duda, un acto de solidaridad que hermanaría entonces a dos pueblos y que no ha vuelto a repetirse; mientras, el error y horror de otra guerra sí ha vuelto a nuestra historia mundial.
Fuente → ctxt.es
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