La historia radical del republicanismo británico

Desde los niveladores hasta los cartistas, pasando por Tom Paine y Tony Benn, una veta de republicanismo recorre gran parte de la historia de Gran Bretaña. Se trata de una tradición tan importante para la identidad nacional como la familia real.
 
La historia radical del republicanismo británico
Martyn Rush 
 
En la Gran Bretaña moderna, el movimiento republicano es en gran medida una causa olvidada. Ese olvido se produce a expensas de una orgullosa historia de la que dan fe escritores como Clive Bloom en su libro Restless Revolutionaries. David Norbrook ha argumentado que es intencional, que se pasa por alto a propósito en las clases de Historia de las escuelas por un desfile interminable de reyes y reinas. 
 
La extensa historia del movimiento republicano puede verse en varias fases: la fase medieval, ejemplificada por la Revuelta de los Campesinos, en la que la monarquía debía ser refundada como salvadora de los pobres; la fase de la Guerra Civil, cuando el republicanismo tenía una base social real en los niveladores; la secuela de la Restauración de conspiraciones y panfletos; y la fase más reciente, cuando el movimiento obrero, que podría haber heredado el manto de los niveladores, declinó la cuestión por completo. 
 
La Revuelta Campesina no se entiende tradicionalmente como antimonárquica. A menudo se considera que los campesinos buscan rescatar al «buen rey» de sus corruptos consejeros: en 1381, la Gran Revuelta tenía Londres en sus manos y toda la casa real a su merced, pero su lema revolucionario era para «el rey Ricardo y los verdaderos comunes». Sin embargo, John Ball predicaba una visión radical y sin clases, sin «villanos ni caballeros», y Jack Straw planeaba utilizar al rey cautivo para legitimar la destrucción del poder aristocrático y eclesiástico. Esto puede haber sido, como escribió Engels, un caso de «comunismo alimentado por la fantasía». La Revuelta de los Campesinos prometía tener un rey totalmente capturado e instrumentalizado por el pueblo armado, en cuyo caso es poco probable que la monarquía hubiera podido durar. 
 
La Guerra Civil, por supuesto, dio lugar a una verdadera república inglesa, que duró once años, entre 1649 y 1660. En lugar de proyectar esperanzas radicales en el monarca, una expectativa milenaria de guía divina había hecho prescindir de los reyes terrenales. No solo los militantes de la Quinta Monarquía, sino también personas como John Milton, creían que la Segunda Venida «acabaría con todas las tiranías terrenales». 
 
Como escribió Christopher Hill, el movimiento nivelador de esta época proporcionó la base popular para la república de Inglaterra. Mientras el victorioso ejército parlamentario vacilaba sobre el modo de gobierno que debía suceder a Carlos I, los niveladores argumentaron en «An Agreement of the People» de 1647 a favor del fin de la monarquía, con una sola cámara del Parlamento y un electorado más amplio. John Rees ha señalado que fue esta agitación la que finalmente cerró la puerta a un retorno del rey. 
 
El reciente libro de Anna Keay sobre el periodo republicano de Gran Bretaña nos recuerda que «no era una conclusión previsible que la república británica cayera». De hecho, en su momento se reconoció que el republicanismo había abierto la puerta a un radicalismo más amplio. Harold Laski señaló que la Restauración —la reimposición de la monarquía en Inglaterra, bajo cuya sombra aún vivimos— fue llevada a cabo por «una combinación de hombres de propiedad de todas las clases» por temor a «una revolución social que sentían vagamente como una amenaza». 
 
Cuando las colonias americanas eligieron una forma de gobierno republicana, se basaron en la tradición de la Guerra Civil inglesa. Ésta, a su vez, fue sintetizada por el panfletista Thomas Paine con los discursos de la Ilustración sobre los derechos y la ciudadanía surgidos en Francia. Paine no tenía ninguna duda de que la monarquía de Hannover no podría sobrevivir a la Edad de la Razón. Si las guerras napoleónicas hubieran terminado de otra manera, una república británica podría haberse impuesto desde fuera en cualquier caso. Si la causa de los irlandeses unidos hubiera tenido éxito, podría haberse establecido una república en las costas británicas. Tal como fue, las clases industriales en ascenso y la aristocracia en decadencia hicieron su gran pacto, que sobrevive hasta hoy, y una nueva forma de monarquía popular sobrevivió para adornar la City de Londres. 
 
Siguiendo la estela de Thomas Paine, varias conspiraciones y sociedades correspondientes tenían planes para la monarquía. Thomas Spence abogó por una «República de Inglaterra» en 1803, que incluía demandas materiales como la redistribución de la tierra y una democracia republicana. William Linton, en 1850, abogó por una república socialista en el efímero boletín Red Republican. Pero ninguna de las dos propuestas encontró una base masiva ni fue asumida por un movimiento político organizado. De hecho, las organizaciones reformistas se han detenido en el republicanismo desde entonces. Desde los cartistas hasta la Carta 88, las propuestas de reforma se han abstenido incluso de hacer la demanda. Se dice que los cartistas creían que la familia real estaba secretamente de su lado. 
 
Christopher Hill señaló que el movimiento obrero de Inglaterra abandonó en gran medida el republicanismo. El actual grupo de campaña Labour for a Republic se sitúa en la tradición de los niveladores y de Thomas Paine, pero no aboga por una ruptura abierta con el monarquismo; en cambio, sugiere algunas demandas transitorias —como la revisión del juramento parlamentario y la eliminación de los vestigios de la prerrogativa real— que espera que preparen el terreno para mayores esfuerzos en el futuro. 
 
Sin embargo, algunas personas concretas han roto con este modelo. El gran diputado laborista Tony Benn, como parte de su campaña más amplia a favor del socialismo democrático, propuso en 1991 el proyecto de ley de la Commonwealth de Gran Bretaña, una propuesta totalmente elaborada para establecer una república democrática. Pero a pesar de haber sido secundado por Jeremy Corbyn, el caso de una república no fue tomado por los laboristas incluso cuando la izquierda tenía el liderazgo del partido. La sabiduría convencional siempre insiste en que el tema es irrelevante, o que no es el momento adecuado, y se deja la fuente del privilegio, el poder de clase y la corrupción política. 
 
Lo que va más allá del alcance de este breve estudio es la influencia del republicanismo en Irlanda, donde tiene una rica tradición, como en Escocia y Gales, especialmente en lo que respecta a la posibilidad de polinización cruzada de ideas radicales y republicanas. Podría ser necesaria una República irlandesa unida al oeste y una nueva República escocesa al norte para que Inglaterra se cuestione su propio futuro constitucional. 
 
Para la izquierda inglesa, sin embargo, ésta debería ser una cuestión que no se niegue ni se ignore. El sistema monárquico esconde una gran cantidad de poderes prerrogativos de reserva, que un día serán utilizados en nuestra contra. También contiene un poder cultural y simbólico que sostiene la jerarquía y el sistema de clases en detrimento de cualquier proyecto liberador. La fundación de una república inglesa exigiría reformular los derechos y deberes de los ciudadanos, y es algo que la izquierda podría configurar de manera que proteja los derechos económicos y sociales. 
 
Está claro que un esfuerzo por abolir la monarquía y establecer una república democrática con derechos económicos y sociales requeriría un movimiento de masas con base en la clase trabajadora y los desposeídos del país. Por lo tanto, es tentador argumentar que la construcción de este movimiento debe ser necesariamente lo primero. Los posibles acuerdos constitucionales pueden discutirse más tarde, una vez conquistado el poder. Pero esto niega los efectos catalizadores que pueden tener los grandes argumentos y acontecimientos. La traición del rey Carlos en 1649 y su deposición abrieron la puerta a reivindicaciones igualitarias más radicales; en términos actuales, si la gente puede cuestionar el derecho incluso de los monarcas a gobernar, también puede cuestionar los poderes de sus jefes y de las grandes empresas. 
 
La derecha fue capaz de tomar un tema aparentemente marginal —la relación del Reino Unido con la Unión Europea— y llevarlo a las tapas de los periódicos de todo el mundo, vinculándolo a otros temas destacados y, en el proceso, radicalizando a la mitad del electorado. No hay razón para que la izquierda no pueda convertir un argumento a favor de la república en un movimiento más amplio contra los privilegios, el terrateniente, el poder corporativo y el propio sistema de clases. 
 
Con los nuevos escándalos de la realeza que sin duda vendrán, con herederos inciertos, y con más repúblicas de la Commonwealth en camino, la cuestión de la monarquía se abordará en cualquier caso. La única cuestión es si la izquierda estará preparada, y si el movimiento obrero estará listo, por fin, para asumir la buena vieja causa.
 

Fuente → jacobinlat.com

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