Hacia una definición del servicio en el Antiguo Régimen
Hacia una definición del servicio en el Antiguo Régimen  
Eduardo Montagut

El principal problema que se presenta a la hora de conceptualizar el servicio en el Antiguo Régimen es el de la heterogeneidad social y sexual de aquellos/as que servían.

Criado podía ser un noble, un grande de España y también lo era un galopín de las cocinas regias o el mancebo de un mercader de paños. A diferentes funciones, distintos niveles sociales y económicos.

A esta dificultad que atiende a cuestiones funcionales se añade una segunda, pero no menos importante, la derivada del factor sexual. Es este uno de los pocos sectores de ocupación en el que la presencia de la mujer es tan evidente como la del hombre, aunque ocupando un nivel menos importante en cuanto a la valoración de su trabajo a excepción de aquellas mujeres nobles que servían cerca de las personas reales de su mismo sexo, siempre menores en cuanto al número que sus iguales masculinos.

Estos problemas nos llevan a intentar definir que se entendía por criado/a en el Antiguo Régimen, concepto que no equivale exactamente al actual. Criado o criada es aquel o aquella que trabaja para un amo/a al que debe fidelidad y del que recibe protección en un amplio sentido de la palabra. Pertenecían a su familia en sentido amplio, no exclusivamente sanguíneo sino clientelar.

En nuestra actual sociedad este concepto de criado/a o sirviente/a va inherentemente unido a tareas puramente domésticas y manuales y, en un alto porcentaje, desempañadas por mujeres. Realmente hoy en día ha evolucionado tanto el concepto que no son propiamente criados ni criadas, sino empleados/as sujetos al régimen general de la seguridad social y a la legislación laboral vigente en su momento, aunque ha costado mucho esfuerzo y tiempo del movimiento obrero alcanzar esto. Este proceso evolutivo se inició en el siglo pasado con el lento pero evidente cambio en las estructuras sociales. Este cambio se refiere a la funcionalidad, pero existe otro que se viene dando claramente desde el siglo XVIII. Nos referimos a la mercantilización de las relaciones entre amos y criados, éstos cada vez más van a ser asalariados en un mercado de oferta y demanda (una prueba de ello son los anuncios en la naciente prensa) y de ahí la preocupación ilustrada y del poder en debatir esta cuestión. Las casi invisibles relaciones de obligación, de fidelidad y clientelares del pasado se fueron resquebrajando de forma paralela a lo que ocurría con la sociedad estamental. De todas las maneras, es este un proceso más lento de lo que se piensa a primera vista. Lo prueba el hecho de la escasa legislación sobre estas tareas en el siglo XIX. El servicio siguió circunscrito al ámbito de lo privado con toda la carga de paternalismo y, también, de abusos de toda índole, que se podían dar en una zona donde aún el poder no se inmiscuía con tanta fuerza como en el futuro. Ni contratos ni ordenanzas laborales, solamente estímulos a través de premios a la virtud a aquellos criados/as que fuesen fieles y abnegados en sus tareas, lo que prueba, por otro lado, el evidente resquebrajamiento de la deseada docilidad de aquellos con relación a los amos, término éste cuyas connotaciones terminaron por ser consideradas peyorativas, aunque en épocas muy recientes si hablamos en tiempo histórico. No se olvide que en las Cortes de Cádiz se discutía si los sirvientes tenían posibilidad o no de ser ciudadanos activos por la relación de dependencia de sus empleos.

Pero volvamos al Antiguo Régimen. En el mismo, los criados y criadas podían desempeñar funciones de tipo administrativo, religioso, intelectual-artístico o de compañía personal que en nuestro mundo contemporáneo no se ejercen ya dentro de los parámetros del servicio o no existen. Pero, las mujeres no pudieron, como es sabido y esta es una salvedad que hay que tener en cuenta, más que desempeñar tareas manuales o de compañía en ambas épocas. La única diferencia es que en el Antiguo Régimen algunas de estas tareas de compañía o representación podían ejercerlas miembros de la nobleza y cerca de Reinas e Infantas. Por otro lado, en aquella época proliferó un tipo de criadas que perduró en el XIX (más como empleadas de inclusas y cada vez menos como domésticas de particulares) pero que desaparecieron completamente en los inicios de nuestro siglo, nos referimos a las nodrizas o amas de cría.

Poco a poco el servicio se fue circunscribiendo al mundo de las tareas estrictamente domésticas y al estar vinculadas estas labores a las mujeres en nuestra sociedad occidental, se explica su mayor peso numérico en este sector ya completamente evidente a mediados del siglo XIX. Así, el servicio terminó por verse acompañado de un adjetivo, esto es, doméstico, adquiriendo este término un sentido manual que tampoco tenía anteriormente, ya que el doméstico era el que vivía con el señor.

Las casas del Antiguo Régimen también contaban con una pléyade de oficios puramente manuales de toda índole que, por otro lado, dado el desarrollo tecnológico posterior ya no existen o se han transformado radicalmente, por ejemplo, las tareas relacionadas con el transporte personal que ocupaban a multitud de sujetos: cocheros, sotacocheros, palafreneros, lacayos, mozos de sillas y de mulas, etc..., llegando a ser una verdadera dependencia con sus miembros administrativos y sanitarios en las Reales Caballerizas. Otras faenas domésticas no han desaparecido, pero sí, y por la misma causa, se han transformado. En este ámbito estarían las relacionadas con la limpieza o la alimentación.

Como acabamos de decir, en el servicio trabajaban personas que administraban las cuentas de los estados de la nobleza o del patrimonio del Rey (tesoreros, contadores, escribanos, oficiales, papelistas, cajeros...), capellanes dedicados al cuidado de las almas de sus amos y de sus familiares tanto en el sentido sanguíneo como clientelar, secretarios personales, ayudas de Cámara, gentileshombres, damas y dueñas de compañía, artistas en las diversas artes (una parte considerable de los músicos hispanos o extranjeros en España dependían de las reales capillas, sin olvidar la importancia de los pintores), médicos, cirujanos y boticarios dedicados a la salud de la Casa Real, etc... Estos dependientes o criados contaban con un nivel socioeconómico superior a aquellos que estaban destinados a tareas manuales. Estamos en una sociedad, y ya es sabido, de escasa valoración de este tipo de trabajo a excepción del agropecuario. Pero también está dentro de la clásica división social del trabajo considerar en niveles superiores aquellas tareas sobre éstas. Ni nobleza ni la hidalguía estaban reñidas con el servicio. El duque de Alburquerque, además de desempeñar cargos gubernativos y militares, fue mayordomo mayor de Carlos II y no es difícil encontrar hidalgos, familiares del Santo Oficio, etc.. entre servidores del Rey o de la alta nobleza.

A medida que bajamos en la escala social de los amos/as la heterogeneidad disminuye considerablemente reduciéndose las tareas a lo puramente doméstico-manual con escasa especialización de sus miembros. Las razones son muy claras y atañen al menor nivel económico de los amos.


Fuente → elobrero.es

banner distribuidora