El cementerio de la Almudena, el tuning y la nostalgia franquistas
El estómago me ruje, no sé si por el ayuno intermitente o por el exceso de franquismo. El cuerpo me pide otra cosa no tan gris. Abro el plano y veo que no muy lejos de allí hay una placa en memoria a las Treces Rosas

El cementerio de la Almudena, el tuning y la nostalgia franquistas
Álex Blasco Gamero

 

El tuning tiene un arraigo particular. Tendemos a pensar que a partir de la cuarta película de Fast & Furious (2009) la moda pasó y la gente que en su día compró los Ford Escort RS de los 90 para modificarlos hasta hacerlos parecer de NASCAR se replantearían sus principios, o por lo menos sus gustos. Pero aquí estamos, al este de la ciudad en una de las mañanas más “frías” de lo que llevamos de verano junto a un hombre de unos 40 años que abrillanta la puerta de su Rayo McQueen a la entrada de la necrópolis más grande de Europa: el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena. Ocho metros de un portón de forja dejan ver 120 hectáreas de un lugar al que generalmente nadie se alegra de visitar, pero que sin embargo resume bien la historia de la ciudad-Comunidad de Madrid.

Tras cruzar la puerta una tos seca –síntoma de una salud regular– resuena desde una pequeña caseta de seguridad con un gran cartel desde el que descargar el plano del cementerio mediante un código QR al que me acerco. “¿Es para el mapa?”, me pregunta el hombre de seguridad desde dentro del puesto. “Pasa, te doy uno en papel”. Entro pensando si después de la muestra de tos estoy haciendo bien, pero tengo poca batería y prefiero no perderme en un cementerio. “Mira, toda esta zona es la parte antigua y aquí está la civil, que seguro que te interesa. En principio se hizo sobre todo para protestantes, pero ahora hay gente no creyente”. En ese momento me percato de que me mira con una sonrisilla y me hace dudar de si me ha calado como ateo o quiere algo más. “Aunque ahora te entierran donde quieras, o donde haya sitio”. Cojo el plano y tras analizarlo brevemente pongo dirección a la capilla. Después de dar un pequeño rodeo y ver los conocimientos técnicos que puede llegar a tener un cura en una prueba de sonido dentro de la capilla me percato de los “monumentos”, así los denomina el mapa, que hay tras ella. Las tumbas de los alcaldes de Madrid Alberto Aguilera y Enrique Tierno Galván y los iconos de la España más castiza: flamencos, toreros y fascistas.

Alberto Aguilera, miembro del Partido Liberal –ese gran desconocido en nuestro país– y alcalde de Madrid en varias ocasiones desde 1901 a 1910, y Enrique Tierno Galván, cargo primero del Partido Socialista Popular (PSP) y más tarde del PSOE y alcalde de la capital de 1979 a 1986, año en el que murió en extrañas circunstancias. Un comunicado del ayuntamiento señaló que esta se debió a la metástasis de un cáncer de hígado. Un comunicado médico anterior decía que se debió a una caída durante un baño en su domicilio. Para los no residentes de Madrid este fue el primer alcalde elegido de forma democrática tras la muerte de Franco. Gobernó en coalición junto al PCE –sorpresa– y alcanzó una gran popularidad gracias a sus políticas de saneamiento de las aguas residuales, la reedificación de los barrios, entonces chabolistas, de Orcasitas, Usera, Villaverde y Vallecas, su apoyo a la cultura y su sentido del humor. Un señor que en los 80 hablaba de reformar la Constitución, sustituir el modelo capitalista o socializar la riqueza. Y autor del célebre “el que no esté colocao, que se coloque”.

A la izquierda del monumento a Alberto Aguilera, el mausoleo de la familia Flores. Una estatua de La Faraona vigila el lugar de descanso de su hijo Antonio Flores, su pareja Antonio González Batista, conocido como El Pescaílla, y ella misma. “Torbellino de colores, no hay en el mundo una flor que el viento mueva mejor que se mueve Lola Flores” es solo uno de los mensajes pintados en la entrada del panteón. Una muestra de amor más de 25 años después de su marcha. Para algunos millennials Antonio Flores, junto a sus hermanas, representa el final de una época. Uno de los últimos, y por edad de los pocos, artistas de flamenco y gitanos que pudimos llegar a disfrutar en medios masivos. Un retroceso en la diversidad musical de España que, por lo que sea, coincidió con el inicio de OT y la producción en cadena de artistas pop.

A la derecha del monumento a Alberto Aguilera, la tumba y estatua del torero José Cubero Sánchez El Yiyo vestido de gala y con un interés particular del escultor en remarcar la zona en la que más aprieta el traje. Y unos metros más cerca, el monumento tributo a los caídos de la División Azul. Dos cruces cristianas y una bandera fascista de acero en recuerdo de una unidad militar franquista que se unió –¡voluntariamente!– al Heer, infantería del ejército nazi, para luchar contra la URSS durante la Segunda Guerra Mundial. Un punto de encuentro que hoy la derecha, extrema y no, insiste en destacar únicamente como anticomunista, pero… ¿recuerdan a la joven portavoz neonazi de mandíbula ligera y su “el judío es el culpable” durante un homenaje a esta milicia? Pues fue justo ahí. Un tributo de viejas glorias que, si no fuese por la cruz todavía más grande del espacio dedicado a los fallecidos en el Cuartel de la Montaña, uno de los primeros centros militares en sublevarse contra la República en 1936 en Madrid, podría ser anecdótico. Un relato al que hay que añadir el memorial a la legión Cóndor, responsables del bombardeo de Guernica, derribado en 2017, muy a pesar de Gallardón, por exigencia de la embajada de Alemania. Si el arraigo del tuning es particular, el del fascismo en España lo es aún más. Y como “Madrid es una España dentro de España” tiene un fascismo particular dentro del fascismo.

Si el arraigo del tuning es particular, el del fascismo en España lo es aún más. Y como “Madrid es una España dentro de España” tiene un fascismo particular dentro del fascismo

El estómago me ruje, no sé si por el ayuno intermitente o por el exceso de franquismo. El cuerpo me pide otra cosa no tan gris. Abro el plano y veo que no muy lejos de allí hay una placa en memoria a las Treces Rosas. Y tras perderme un par de veces, ser casi atropellado por un autobús –el cementerio tiene cinco paradas de la línea 110– y encontrarme con un jardinero/guía/salvador, la encuentro. Sobre uno de los muros laterales del cementerio una placa de piedra desgastada y otra de mármol blanco por el aniversario del 70 aniversario del asesinato de estas mujeres que “dieron aquí su vida por la libertad y la democracia el día 5 agosto de 1939” con sus nombres y edades. Un pequeño recuerdo adornado con banderas republicanas corroídas por el sol y unos pequeños setos, que empiezan a taparlo. Nada más.

“¡Detrás tienes también un memorial a las víctimas de la Guerra Civil!”, me grita el jardinero/guía/salvador mientras se sube a la cortacésped. En 2017, unas lluvias torrenciales provocan un movimiento de tierra en las zonas aún no cementadas de la necrópolis, y miles de cadáveres brotan al exterior. 2.934 cuerpos de personas fusiladas en el mismo cementerio de 1939 a 1944. Tras el descubrimiento, el gobierno de Carmena decidió iniciar un proyecto de memorial con un mural en el que leer sus nombres. En 2019, el alcalde Almeida decide que el memorial es “sectario e injusto” y manda arrancar la placas con los nombres de estas personas. Hoy en el mural hay un grabado que dice: “El pueblo de Madrid. A todos los madrileños que, entre 1936 y 1944, sufrieron la violencia por razones políticas, ideológicas o por sus creencias religiosas. Paz, piedad y perdón”. Pero, ¿por qué de 1936 a 1944? ¿Por qué llamar violencia a los fusilamientos? ¿Por qué este monumento y no otros? Varias preguntas que hacer a un Almeida que bajo su famoso “seremos fascistas, pero sabemos gobernar”, al menos, una verdad decía.

El estómago me vuelve a rugir. No es intolerancia al franquismo, es hambre. A unos 150 metros veo unos baños. Me acerco para hacer una parada de hidratación y sentado junto a la tumba de un tal sr. Hernández saco el plano para ubicarme mientras miro desde lejos el memorial a “el pueblo de Madrid”. Después de todo, puede que el tuning no sea tan malo.


Fuente → ctxt.es

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