Cuando los fusilados hablan, los vivos se abrazan
Primeras exhumaciones de la Comunidad de Madrid en una fosa común de Colmenar Viejo en la que se enterró a 108 fusilados en 1939

Cuando los fusilados hablan, los vivos se abrazan
Ritama Muñoz-Rojas

 

Los fusilaban a las cinco de la mañana, casi siempre en la tapia del cementerio, hoy conocido como cementerio viejo. Después les metían en una fosa común, que quedaba fuera del camposanto, junto a otra de las tapias. A los que se confesaban antes del tiro de gracia, les colocaban en una fosa abierta bajo un pasillo del cementerio, entre las tumbas cristianas. A Facundo Navacerrada, vecino de San Sebastián de los Reyes asesinado en Colmenar Viejo el 24 de mayo de 1939, le dio tiempo a escribir desde la cárcel una carta de despedida para su familia; la escondió en la goma de un calzoncillo que sacó su hermana. Benita, su hija que hoy tiene 90 años, se la sabe de memoria. A su mujer y sus hijos: “Que vayáis con la cabeza muy alta; que no he matado ni robado; que tengáis muy claro que me matan los del pueblo”. A sus hermanos mayores: “Ya sabéis lo que tenéis que hacer”. Y a su hija Benita, la que ahora contempla los trabajos para exhumar a su padre y a los otros 107 fusilados después de la guerra le dice: “Benita, tú tan chiquita y ya sin padre”. Benita tenía seis años entonces y diez cuando tuvo que ponerse a servir para una familia de vencedores.

Los nombres de los 108 asesinados en Colmenar Viejo entre el 15 de abril y el 1 de diciembre de 1939 presiden la exhumación de sus cuerpos que, desde el pasado 22 de agosto, lleva a cabo un equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Bajo sus propios nombres van asomando los cráneos, las extremidades, los pies y las manos de esos hombres que han permanecido ocultos en la tierra materna durante más de ochenta años, y que ahora nos hablan, como en su día dijo Azaña, en uno de los discursos más bellos del siglo XX: “Hombres que ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna…”. Al mirarlos, nos miran, y entonces uno desea escucharlos, saber su verdad, que es esa parte del relato que nos falta para completar la historia de este país; lo que realmente pasó a partir del golpe de Estado de julio de 1936. Ellos, una mujer y 107 hombres, nos la van a contar; por eso es importante sacarles de las fosas; por eso, por sus familias, por la Verdad de las víctimas, por la Justicia y la Reparación. Es la manera de que haya garantía de no repetir las salvajadas que van saliendo de la fosa de Colmenar y de la boca de sus familiares.

Esta vez ha habido acuerdo para sacar a sus muertos y enterrarles como decidan sus familias. Ha habido también subvención de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática

Esta vez ha habido acuerdo para sacar a sus muertos y enterrarles como decidan sus familias. Ha habido también subvención de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática, aunque no la suficiente para terminar de sacar a todos los que están en la fosa. Se pidieron 50.000 euros. Se han concedido algo más de 22.000. Carmen Carreras, de la Asociación Comisión de la Verdad de Sanse, conoce todos los datos; lleva mucho, mucho tiempo esperando este momento sin parar de moverse por donde hiciera falta, y lo tiene clarísimo. Los asesinados son personas comprometidas, casi siempre formalmente, con la UGT, la CNT, el PCE o el PSOE. Y luego, la gran mayoría son personas jóvenes, de clase obrera.

Que los huesos hablan, que ellos nos van a contar muchas cosas, lo sabe bien Almudena García-Rubio, de la sociedad Aranzadi y coordinadora de las exhumaciones. “Los huesos nos aportan datos concretos con un nivel de detalle al que quizá no llegan los documentos escritos. Pero, sobre todo, son la evidencia física de que todo eso pasó. Con las exhumaciones, se acabó el negacionismo, creo que eso es algo importantísimo. Parece mentira que haga falta ver los cadáveres, pero de vez en cuando hace falta pegar este tipo de palmada encima de la mesa y decir: ¡hasta aquí! Estamos en esta época de la imagen, así que nosotros ponemos la imagen que necesitan algunos. Y, por supuesto, las familias; es por ellas, principalmente, por las que estamos aquí en esta fosa; se lo debemos”, comenta a pie de fosa esta arqueóloga y antropóloga forense con una extensa experiencia en exhumaciones de víctimas del franquismo. “A partir de ahora, todo son sorpresas”, dice mirando la trinchera en la que van apareciendo los individuos que fueron fusilados hace 84 años.

Almudena García-Rubio sigue explicando que de las fosas salen las historias personales de cada uno de los individuos; que ella y su equipo investigarán quién es la víctima y cómo murió. Pero luego, el conjunto de individuos nos contará otra historia, la historia colectiva, y entonces, el trabajo del equipo de antropólogos y forenses que está exhumando en este pueblo de la sierra de Madrid, consistirá en recomponer la historia del grupo. “Claro que hablan los huesos”, añade Jaume Cervera, otro arqueólogo del equipo, “como se ha dicho ya muchas veces, los huesos hablan y no mienten. En el contexto en que los vamos encontrando, no tiene cabida la mentira. Hasta ahora, había un relato predominante, que era el heredado del franquismo y que en cierto modo ocultaba estos hechos o los suavizaba si es que se pueden suavizar, pero al excavar las fosas no hay lugar para la mentira”.

Dice también García-Rubio que son días de muchísima emoción, de una mezcla de alegría y tristeza. Y sí, abrazos, muchos, muchos abrazos, de llantos y encuentros o reencuentros de familiares que son descendientes de camaradas que murieron juntos; mucho que contar.

“¡Pero si es Olga!, madre mía”. Abrazos, lágrimas, besos. “¡Es Olga, la hija de Tomás el que cruzó los Pirineos y se metió en la resistencia francesa!” “Tu madre estuvo en la cárcel con la mía”.

Olga es Olga Pereiro Esteban; nació en Francia porque sus padres consiguieron exiliarse. Ella es una Esteban, de San Sebastián de los Reyes, una de las familias con las que más se ensañaron los franquistas en ese pueblo madrileño al acabar la guerra. Tres hermanos fusilados, madres y abuelas encarceladas, la madre de Olga estuvo ocho años presa, parte de ellos en las Ventas, con las Trece Rosas. Vino desde Francia, cuando se enteró de que se exhumaban a los fusilados en Colmenar Viejo en el 39. Su relato es estremecedor, aunque ella lo cuenta sin el menor dramatismo, y casi con el orgullo con el que dice: “Mi padre, ¡comunista siempre!, y mi madre también”.

Sus padres se casaron antes de la guerra. El padre se alistó para luchar contra los fascistas y, cuando terminó la guerra, cruzó los Pirineos. Su madre se había quedado en el pueblo; la cogieron y la condenaron a muerte; al final fueron ocho años de cárcel. Primero, la de Ventas; luego, se la llevaron a Santander. Allí coincidió con Margarita, la madre de Benita, que con 90 años acude cada día a las exhumaciones para ver si sale su padre, es decir, el hijo de Margarita, que es Facundo con el que ha comenzado este reportaje. Facundo fundó la UGT en San Sebastián de los Reyes y colectivizó las tierras cuando los señoritos salieron huyendo para unirse a los sublevados. Y le mataron por eso.

“¡Sí, sí claro, madre estuvo con casi todas las del pueblo presas en Santander!”, le dice Olga a Benita. Y es que la represión en San Sebastián de los Reyes fue enorme, y de eso hablan los números, tan incontestables como los huesos de los fusilados. Nada más terminar la guerra, hubo en la localidad madrileña 147 consejos de guerra. Lo escalofriante es que su población era de tan solo 1.400 habitantes. Es decir, que uno de cada diez vecinos estuvo en la cárcel o fue asesinado tras un consejo de guerra. Normal que un grupo de mujeres coincidieran como presas en Santander.

Uno de cada diez vecinos de San Sebastián de los Reyes estuvo en la cárcel o fue asesinado tras un consejo de guerra

Olga Pereira Esteban continúa el relato. Su padre cruzó la frontera, se incorporó a la resistencia francesa, le detuvo la Gestapo, pasó a un campo de exterminio y, finalmente, fue liberado en 1945, para gran sorpresa de su madre, María Esteban Jusdado, que permanecía en San Sebastián de los Reyes convencida de que era viuda; viuda sin documentación de ningún tipo, y obligada a presentarse en el cuartel de la Guardia Civil todas las semanas. Tomás Pereira, que era agricultor y miembro del Partido Comunista, consiguió sacar de manera clandestina a María, que también era comunista, y se reencontraron cerca de Toulouse.

Falta hablar de la abuela de Olga, de María Jusdado, madre de tres asesinados por los franquistas cuando acabó la guerra; una heroína que, en cuanto se enteró de que habían fusilado a dos hijos suyos, se plantó en el cementerio y les sacó de la fosa común para darles enterramiento bajo una lápida en la que no constaba el nombre de sus hijos fusilados, pero, por lo menos, podía llevarles flores. Llevar flores a los muertos. Mejor dicho, no poder hacerlo, es otro de los traumas que más repiten los familiares de los asesinados por los franquistas. Igual que no poder llorarlos, como le pasó a la abuela de Olga.

El equipo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, trabajando en las exhumaciones. Foto: Álvaro Minguito.

“Mi abuela iba todos los días a llevar a sus hijos encarcelados la comida. Un día oyó a unos chiquillos decir: ‘Hoy han matado en el cementerio’. Y mi abuela, que iba con la mulita, supo que eran sus hijos. Vino al cementerio corriendo, estaban recién fusilados, y les reconoció por la ropa de lo deformada que tenían la cara”. Y no solo sacó a sus hijos, Sixto y Mauricio Esteban, también libró de la fosa común a otros fusilados de ese día. “A Sandoval, seguro”, le dice alguien que la está escuchando. Un año más tarde, fusilaron al tercer hijo de María Jusdado, a Félix, esta vez en la tapia del cementerio del Este, en Madrid. Y a ella, a la madre de los tres asesinados, se le hizo un consejo de guerra, en 1940, “por mala madre”. Se le condenó a 12 años de cárcel.

Llega Gema al cementerio. Es la hija de Benita, es decir, la nieta de Facundo y Margarita, a los que les robaron un último abrazo, porque los vencedores le asesinaron a él cuando ella estaba presa en un convento de monjas en Santander. El verdadero delito de Margarita fue ser la mujer de Facundo Navacerrada, el fundador de la UGT en San Sebastián de los Reyes, que decidió colectivizar las tierras que abandonaban los terratenientes de la zona (porque se iban a luchar con los sublevados) para que los vecinos del pueblo tuvieran abasto. Ese abrazo que no se dieron Margarita y Facundo en 1939, se lo van dando ahora sus descendientes junto a otros hijos, sobrinos o nietos de otros asesinados en Colmenar Viejo hace más de ochenta años. Junto al abrazo, el relato espeluznante de familias que han tenido que convivir con la crueldad extrema que se ejerció con sus seres más queridos.

Benita sostiene una fotografía de su padre, Facundo Navacerrada. Foto: Willy Veleta.

A Margarita se la llevaron presa unos meses antes de fusilar a su marido, Facundo, que por entonces estaba en el frente. Cuando Facundo llega a San Sebastián de los Reyes para encontrarse con su familia, se entera de que su mujer está presa en Santander. Le someten a un consejo de guerra, va a la cárcel, y el 24 de mayo de 1939 le fusilan en las eras de Navalaosa de Colmenar Viejo junto al camarada Mauricio Esteban, tío de Olga Pereira. Esa es la versión oficial. A su hija Benita, que es parte activísima de la Asociación Comisión de la verdad de Sanse y está yendo cada día a apoyar los trabajos de exhumación, se le corta la voz, toma aire y cuenta su verdad. “Yo sé que mi padre no va a aparecer aquí'”, cuenta mirando la fosa, “ellos dicen que le fusilaron, pero esto no fue así, porque cuando vinieron a recoger su cadáver, no estaba porque le quemaron vivo. Le ataron con una soga y le rociaron con gasolina. Dicen que le fusilaron, pero no”.

Ese abrazo que no se dieron Margarita y Facundo en 1939, se lo van dando ahora sus descendientes junto a otros hijos, sobrinos o nietos de otros asesinados

Y mientras se suceden estos relatos entre lágrimas o escalofríos, el equipo de Aranzadi, bajo un sol de lo más ingrato, sigue moviendo la tierra, aspirando tierra, apartando tierra en la trinchera en la que están enterrados republicanos a los que no se puso nombre al abandonarlos en una fosa común. El trabajo de historiadores de la zona, como Roberto Fernández y Fernando Colmenarejo, ha conseguido volver a nombrar a personas que perdieron la vida con un tiro en la nuca (a veces debajo de la mandíbula) y perdieron también su nombre y su apellido. En 2015 les devolvieron el nombre, en un espectacular trabajo de investigación recogido en el libro La sierra convulsa, y se consiguió el memorial con todos los nombres de los 107 fusilados y una fusilada; esos son los nombres escritos sobre el mármol que estos días observan cómo van saliendo sus cuerpos para ser enterrados después de 84 años.

“Esto que pasó en mi familia, pasó en muchísimas. Todas las que están aquí tienen historias trágicas. La carga emocional, el trauma que llevamos es bestial”, y lo dice Gema López Navacerrada, hija de Benita –la que se sienta cada día a pleno sol por si aparece su padre, Facundo– y madre de Alba.


Fuente → ctxt.es

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