Aviones precipitándose a tierra humeantes o envueltos en llamas, pilotos saltando en paracaídas y por todas partes la acrobática fulguración mortal de los aeroplanos en lucha y la terrible cacofonía de las ametralladoras. En medio de la batalla, el joven sargento del Arma de Aviación barcelonés Francesc Viñals, nacido en noviembre de 1914 en el número 44 de la calle de Sant Gervasi de Cassoles, toma altura tras atacar a uno de los biplanos enemigos y entonces nota una brutal sacudida: ha chocado su Chato contra otro Fiat CR-32 que le pasa por encima, casi decapitándolo; lo ve caer en barrena delante y le dispara. Entonces no lo sabe, pero acaba de abatir (con ayuda de la suerte) a uno de los más destacados pilotos de la aviación franquista -a la sazón agregado a la escuadrilla italiana-, Carlos de Haya González de Ubieta, habilísimo aviador y cuñado del as Joaquín García Morato. Como resultado de la jornada, Vinyals fue ascendido a teniente “por su heroico comportamiento en los combates aéreos librados en las proximidades de Teruel”.
En todo eso pensaba yo, reconstruyendo en mi cabeza la monumental pelea celeste, pilotos, aventuras, vuelo, riesgo, mientras me dirigía el otro día hacia el número 8 de la calle de Guifré, en el Raval, donde se encuentra desde 1993 la sede de la delegación Catalana Norte-Balear de la Asociación de Aviadores de la Republica (ADAR) y centro de historia aeronáutica. En el lugar iba a desarrollarse una insólita y sorprendente ceremonia de entrega de premio. Tan insólita y sorprendente como que el galardonado era yo.
Efectivamente, es inaudito que la asociación de aviadores republicanos decida distinguir a alguien que no sólo ha padecido contumaz miedo a volar (incluso aferrándose a una desconocida en un vuelo Roma-Barcelona con turbulencias, cosa que sin duda no haría Viñals y ni digamos José María Bravo, as con 23 derribos), sino que proviene de una familia de marinos de guerra -e incluso un abuelo piloto de la aviación naval- en el espectro ideológico opuesto al que representa ADAR: y muy opuesto si tenemos en cuenta a mi tío abuelo, agente franquista infiltrado en el SIM y alférez de la División Azul. Y mira que tiene cosas que hacer y gente a la que premiar la asociación. En los últimos tiempos, sólo por mencionar algunas iniciativas de la entidad que preside en la actualidad Aquilino Mata, hijo del célebre piloto de bombarderos Katiuska Jaume Mata, fundador en 1976 y primer presidente de ADAR, la asociación ha organizado o co-organizado una jornada sobre Rómulo Negrín y la cuarta escuadrilla de Chatos, la X Diada Conmemorativa del campo de aviación de la Sénia (aeródromo republicano ocupado luego por la Cóndor, hoy con un activo Centre d’Aviació Històrica), y un homenaje al aviador Joan Comas, último jefe de la 2ª de Chatos, en el centro de interpretación de la aviación republicana y la guerra aérea (Ciarga) en Santa Margarida i els Monjos, en el que se ha inaugurado un monolito dedicado al piloto con una escultura en relieve obra de la artista Mar H. Pongiluppi. También colaboraron en la notable exposición de Francesc Torres en el MNAC en la que un Katiuska colgaba del techo de la sala oval.
Pese a su empecinado compromiso para estudiar y preservar la memoria de los aviadores de la República, de divulgar y de socializar el conocimiento, ADAR no recibe los apoyos suficientes que merece en una ciudad cuyos gobernantes arrugan la nariz ante todo lo que huela a militar y parecen haber olvidado que a los bombarderos fascistas durante la Guerra Civil no se los hubiera podido enfrentar con bicicletas. La asociación quisiera tener, además de más ayudas, mejores y más saneadas instalaciones, con más metros cuadrados, para poder guardar sus archivos, colecciones y biblioteca y dar servicio a los investigadores que los consultan. Les gustaría al menos recuperar el segundo local, anexo al de ahora, que ocupan almacenes municipales.
Llegué expectante a la sede, unos bajos en los que a la entrada te encuentras con el maniquí de un piloto (ante el que por si acaso me cuadré) y dentro, bastante apiñada, una abigarrada colección de maquetas, libros, fotos, carteles y objetos relacionados con la guerra aérea, incluida una ametralladora original recuperada de un aparato republicano. Me recibieron varios miembros de ADAR, entre ellos su vicepresidente Antonio Valldeperes (Mata no estaba presente por motivos de salud) y su secretario Antoni Vilella, hijo del añorado ex mecánico de la Gloriosa (la aviación de la República), Antonio Vilella, que fue presidente de la asociación y falleció en 2016 a los 99 años. Hablamos distendidamente de diversos temas aeronáuticos. Del gran Antonio Nieto Sandoval, al que tuve el privilegio de entrevistar hace justo veinte años. Valldeperes recordó el 83 aniversario el 4 de agosto de la caída de un Junkers Ju-52 en la sierra de Llaveria, accidente en el que murió el primer jefe de la Legión Cóndor, el coronel Alexander Von Scheele; el propio Valldeperes e Isaac Montoya localizaron los restos en 2003, y conservan piezas que encontraron como un trozo del motor central del avión y las llaves de un Mercedes.
Y luego, en un momento determinado, se pusieron muy serios como si fueran a fusilarme, sacaron un vino y algo de picar y me hicieron entrega de un diploma. Encabezado por el emblema de los pilotos republicanos, una hélice con alas bajo una estrella roja, el documento reza que la junta general ordinaria de la asociación acuerda por unanimidad “otorgar Mención especial y reconocimiento” al premiado “por su aportación como periodista a la memoria histórica de todos aquellos aviadores republicanos que defendieron la libertad y la democracia en los cielos de España (1936-1939)”. Lamenté no llevar puestas las antiparras, las gafas de vuelo, para disimular que se me humedecían los ojos. En aquel pequeño espacio constreñido sobrevolado por la maqueta de un Chato y rodeado de afecto me sentí por un momento, inmerecidamente, uno de aquellos cuya memoria preservaban. Un aventurero y un valiente de verdad. Un piloto. Cuando ya se me pasaba, Valldeperes me dio una cajita. Dentro, en plata de ley, una pequeña insignia de la aviación republicana. No sé qué pensarán mis ancestros de mis alas rojas, pero me sentí más orgulloso que si hubiera abatido yo al Stuka de Coma-ruga. Regresé a casa caminando muy erguido y más emocionado que el soldado Ryan en el cementerio de Colleville-sur-mer. Ser dignos merecedores de cuanto se hizo por nosotros.
Le he preguntado a David Íñguez, uno de los dos davids historiadores emblemáticos de ADAR (con David Gesalí), cuál es para él la hazaña mayor de los aviadores republicanos. “La defensa nocturna de la ciudad de Barcelona contra los bombarderos fascistas. La organizó el piloto Walter Katz, judío alemán nacionalizado español que cayó en 1938 y está enterrado en el cementerio hebreo de Les Corts. Tomó su relevo José Falcó. Siempre he pensado que cada noche esos hombres salvaban a mis abuelos”. ¿Había alguna diferencia entre los pilotos republicanos y los del otro bando? Muy deportivamente, Íñiguez ha empezado contestándome que no, pero ha acabado destacando la extrema juventud de los republicanos, y reflexionado que posiblemente eran más idealistas: provenían muchos de las clases populares, y creían que combatían por cambiar las cosas y por la justicia social. “Sin convicciones muy firmes no se entiende que aguantaran tanto volando, en condiciones tan desfavorables”, concluyó. “Estaban hechos de una pasta especial”. Como los amigos de ADAR; gracias y buen vuelo.
Fuente → elpais.com
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