En la anterior entrega de esta serie de notas, hemos hablado sobre el programa político que propone el municipalismo libertario. Aquí queremos abordar su concepción de “partido municipalista” y la idea de “milicia ciudadana” o “guardia ciudadana” .
¿Partido municipalista o partido revolucionario?
En este sentido, de manera progresiva Bookchin en su libro “La próxima revolución” critica acertadamente el espontaneísmo reivindicando la importancia de la vanguardia militante en los procesos revolucionarios: “Pocas insurrecciones se expanden más allá de los límites de una revuelta si no están guiadas por un liderazgo sabio. El mito de la revolución puramente espontánea es fácilmente desestimable [...]. Al contrario de lo afirmado por los mitos anarquistas, ninguno de los soviets, consejos ni comités que surgieron en Rusia en 1917, Alemania en 1918 y España en 1936, se formaron únicamente por iniciativa propia. Todas y cada una de las veces, militantes específicos (un eufemismo para líderes) tomaron la iniciativa para formarlos y para guiar a las inexpertas masas para que adoptasen una dirección radical en sus acciones”. Y añadirá que: “Sin una organización de militantes formados a nivel teórico, que haya desarrollado una visión social amplia de sus tareas y que pueda ofrecer a los trabajadores programas prácticos para completar las revoluciones, éstas se desmoronarán rápidamente por falta de acción continuada”.
Por ello, estamos de acuerdo con Bookchin en que “no puede ser un partido convencional que busque lograr un lugar cómodo en el Estado parlamentario”. Pero el partido municipalista que quiere construir precisamente no se diferencia en nada de los convencionales partidos socialdemócratas y neorreformistas de la actualidad como hemos visto hasta ahora por su estrategia y su programa, que no se propone atentar contra la propiedad burguesa, y además con la desventaja añadida de que se niega a organizar a la clase obrera.
Por otro lado, como su programa tiene como único objetivo “democratizar la República” esto abre la puerta a todo tipo de acuerdos, coaliciones y prácticas políticas de la mano de los partidos de la burguesía “progre”, los liberales y de todo tipo de aparatos reformistas que se proponen gestionar el capitalismo. En ese sentido, por mucho que Bookchin quiere diferenciarse del resto de partidos burgueses progresistas y eco-reformistas, su apuesta por construir partidos ciudadanistas y un movimiento ciudadano, es la vía para convivir pacíficamente con esos partidos en un “movimiento ciudadano” (más bien, un partido-movimiento) que esconde su política frentepopulista con discursos “asamblearios”. Y también, es una vía perfecta para compartir estrategias comunes con los reformistas, más allá de construir partidos “independientes”.
Por otro lado, como el programa para Bookchin no sirve para desarrollar las luchas de las masas y unirlas a la conquista del poder político, el programa solo tiene una utilidad electoralista. Si el objetivo es conquistar espacios de la democracia burguesa, el programa se acabará adaptando a la “opinión pública” (generada por los aparatos hegemónicos de la burguesía) y rebajando poco a poco para hacerlo cada vez más “ciudadano”. Cuando en realidad es imposible conquistar la hegemonía política en forma de opinión pública, ya que sólo se pueden conquistar aliados en la lucha de clases. Es decir, como vemos, el partido municipalista tiene todos los ingredientes para el oportunismo en política.
Un ejemplo de esta lógica es que cuando Bookchin habla de la “dualidad de poderes”, entenderá que el papel del partido municipalista es “fomentar la tensión” con el Estado. Que para Bookchin y Biehl se traduce “sin pelos en la lengua” en fomentar las campañas electorales en las instituciones municipales: “Todos los cargos más allá del nivel municipal son, por lo tanto, instrumentos del Estado, y hacer campaña para obtenerlos relajaría y ocultaría la propia tensión con el Estado que el movimiento está intentando fomentar. Difuminando la diferencia entre la municipalidad y el Estado, este tipo de campañas serian contraproducentes para los esfuerzos educativos del movimiento y obstaculizaría sus objetivos radicales”. La única delimitación para construir partidos municipalistas prácticamente sería éste, la entrada en elecciones en los Länders, provincias o autonomías, mientras que la estrategia política, el tipo de programa y el carácter de clase de dichos partidos no resultaría ningún problema.
Justamente éste será el balance de Biehl y Bookchin de la funesta experiencia de “Los Verdes” en Europa. Ni siquiera después de la política en Francia y del gobierno “rojiverde” en Alemania, Bookchin se quiere hacer una autocrítica sincera. El problema no fue la participación en cargos federales, sino que la estrategia de democratizar la república con un programa que se limita a gestionar el capitalismo tarde o temprano te lleva a la política de “los verdes” alemanes. Con ello, y con una política centrada en “fomentar la tensión” desde las instituciones burguesas, lo único que puede hacer es acelerar los procesos de degeneración política.
Como luego veremos, la demostración del balance interesado de Bookchin se desmonta echando un vistazo a las experiencias electorales ciudadanistas y municipalistas que recorrieron el Estado español al calor de la popularidad de Podemos en 2014. Candidaturas que se limitaron a presentarse a las alcaldías, y que no supusieron un problema para firmar acuerdos con la burguesía progre del PSOE y acabar gestionando el capitalismo en Madrid, Zaragoza, Barcelona y otras ciudades, y dirigiendo ataques contra los colectivos de la clase obrera y otros sectores.
En Alemania, donde llegaron más lejos los “verdes”, esto se tradujo en que además de hablar en nombre de la ecología y sus discursos contra el mercado fueron los responsables (como parte del gobierno de entonces) de la guerra aérea contra Serbia, con el uso de munición de uranio empobrecido (10 toneladas que son causas de cáncer en la zona, y más de 9.160 toneladas de bombas que liberaron químicos mortales), la primera guerra librada por Alemania desde Hitler. Su gestión “ecologista” no reemplazó ni el carbón ni la energía nuclear cuando gobernaron, pero lo que sí hicieron fue introducir la reforma laboral de la mano de la ley Hartz IV que fue un ataque brutal contra la clase obrera. A esto se le añade la política de desprecio de los Verdes hacia los jóvenes inmigrantes, y su política agresiva contra la solidaridad con los palestinos, fetichizando al Estado y a la supuesta “integración”, que en realidad significa asimilación.
En realidad, el partido municipalista del que hablan Bookchin y Biehl no tiene absolutamente nada que ver con un partido de militantes que se proponga “completar las revoluciones”, sino lo contrario. En lugar de un partido “municipalista”, es necesario luchar por construir un partido revolucionario que, como venimos planteando, pelee por un programa revolucionario que desarrolle los órganos de lucha de la clase obrera, en contra de las ilusiones democráticas de la burocracia sindical y los aparatos reformistas. Que permita, a la vez, soldar una alianza revolucionaria con las clases medias explotadas para sustituir el estado burgués, por la democracia de los Consejos. Sin un partido revolucionario no se pueden “expandir los límites de la revuelta”.
Los bloqueos para una milicia obrera y los límites de clase de la “milicia ciudadana”
Como discutíamos antes, el problema estratégico de Bookchin es que es incapaz de generar las condiciones para “crear situaciones revolucionarias” ni tampoco para desarrollar las milicias armadas que se propongan defenderse del estado o ser el eslabón clave de la insurrección.
Con el debate de las “milicias armadas”, llegamos a un punto central para pensar las condiciones de destrucción del estado burgués, que en verdad se relaciona y concatena con todos los elementos de discusión que hemos ido polemizando con Bookchin y Biehl. A primera vista nos encontramos con distintos niveles de problemas en la fraseología municipalista. El municipalismo sería una política “a largo plazo” que llevaría a esperar pasivamente a que un día “caído del cielo” provoque “algo parecido a una situación revolucionaria”. Bookchin planteará que no tendrá claro qué hacer en esa situación, pero dejará planteado la idea de una “milicia ciudadana” para defenderse de un Estado que le pueda atacar. En ese sentido decíamos que a pesar de la fraseología “radical”, Bookchin no dejaba claro o por lo menos no hablaba de la insurrección abierta contra el Estado burgués conscientemente coordinada y preparada para asestar un golpe mortal al Estado. Más bien hablaba de defender con una “milicia ciudadana” una simple reforma municipal en los marcos de la democracia burguesa. A tenor de esta lógica planteamos que en realidad esta estrategia localista y que no termine de romper con la legalidad burguesa supuso un auténtico fracaso para la Comuna de París, que de todos modos fue muchísimo más lejos con su programa democrático radical y social que lo que plantea el reformismo Bookchin. Otro ejemplo es el fracaso (aunque no tan sangriento) en el levantamiento cantonal de 1873 durante la I República española.
Pero más allá de las experiencias del proudhonismo y el bakuninismo, cuyas corrientes Bookchin cuestiona en distintos niveles, lo que decíamos es que el Municipalismo no sólo es incapaz de “crear algo así como una situación revolucionaria”, sino que bloquea las posibilidades de que se desarrolle un tipo de milicia armada, que además sea independiente del Estado burgués.
En primer lugar, por un lado, es incierto definir que un programa reformista de democratizar la democracia burguesa lleve a una escalada o enfrentamiento tal con el Estado burgués que dé lugar a una situación revolucionaria. Más bien lo contrario, pues para Bookchin se trata de institucionalizarlo todo. Por otro lado, como el estado burgués se “vaciaría” a costa del aumento paulatino de la “democracia popular”, en los hechos lo que se viene a decir es sería innecesario cualquier enfrentamiento, y abstracta la consigna del armamento popular y las milicias. Pero esta idea de un Estado “vaciado” hace que el municipalismo sea impotente para hacer frente a los agentes y aparatos que hacen posible la hegemonía política de la burguesía (la burocracia sindical y los aparatos políticos).
Bookchin niega la lucha de clases y borra a la clase obrera, lo que impide paralizar el estado capitalista y abrir situaciones revolucionarias, y como consecuencia se niega el papel que ejerce la burocracia sindical dividiendo a las capas obreras y bloqueando ese potencial.
El problema es que sin el frente único para aglutinar a esa clase obrera que la burocracia divide no sólo no se pueden desarrollar los órganos de autoorganización de masas (soviets, consejos, comités...) sino que ni mucho menos se pueden desarrollar las milicias armadas. Es precisamente al calor de la agudización de la lucha de clases (y no por un burocrático decreto municipal) que aparecen las milicias obreras para defenderse de la represión policial y las bandas paramilitares y fascistas, naciendo primero como piquetes durante las huelgas que se desarrollan en comités de autodefensa, y que, con la lucha de clases, se pueden transformar en milicias obreras armadas. El municipalismo tiene de base un enorme problema estratégico, y es que manda a paseo el sujeto social que puede desarrollar milicias antagónicas al capital.
El municipalismo libertario, por el tipo de partido sin delimitación de clase que propone, por su tipo de programa reformista, y por su estrategia (que se propone legitimizar y reivindicar los desvíos institucionales de la burguesía), es completamente impotente para desarrollar unas milicias armadas y menos aún, unas que se propongan enfrentar el estado burgués.
Sin un partido revolucionario que pelee contra la burocracia no es posible desarrollar los consejos y las milicias en lugar de esperar pasivamente a ser destruidos por el estado burgués o a ser bloqueados por sus agentes, como propone Bookchin. Por otro lado, sin un partido independiente de la burguesía y los desvíos institucionales, que realmente defienda un “programa transicional” (para que las medidas sociales sean cargadas a costa de la propiedad privada), será imposible crear una alianza con las clases medias oprimidas. Es decir, será imposible atraer “a una mayoría de la gente a sus nuevas estructuras” para “sustituir al Estado con sus propias estructuras”. Pero para eso es necesario una pelea despiadada contra las direcciones tradicionales y los aparatos conciliadores de las clases populares. Porque mientras no exista un poder autónomo de la burguesía es imposible articular las milicias obreras como fuerza armada para llevar adelante la insurrección abierta y violenta contra el Estado burgués. Sin esta pelea consciente, como demuestra la historia, las clases medias desesperadas, se pasan al campo del fascismo como paso en Alemania en el año ’33.
En segundo lugar, el problema que nos encontraremos en el marco de la discusión de cómo enfrentar al estado, es que estas milicias que propone Bookchin, no sólo carecen de límites de clase, sino que en los hechos están “a expensas del estado” burgués, igual que las “asambleas ciudadanas”.
Una cosa es defender el “armamento general del pueblo” en contra de la lógica de la depuración de las fuerzas armadas que en muchos casos exige la izquierda. Pero otra bien distinta es considerar que las “milicias ciudadanas” son de por sí el instrumento de una revolución contra la burguesía. Nada más lejos de la historia. El mejor ejemplo de esta diferencia la encontramos en la revolución rusa y española. En 1917, tras la revolución de febrero, el Gobierno provisional decretó el reemplazo de la policía por una milicia popular con una administración electa, y lógicamente, “subordinada a los órganos del autogobierno local” []. Pero inmediatamente el decreto fue tomado de maneras muy diferentes, planteándose dos concepciones diferentes sobre la milicia: el “democrático europeo” y la de la orientación de clase. Divergencias que se dieron históricamente en las revoluciones.
La concepción de la “milicias ciudadanas” era heterogéneas desde el punto de vista de clase. Y aunque estas podían contener compañías obreras, las “milicias obreras” tenían un carácter totalmente diferente. Éstas últimas eran las compañías formadas para la autodefensa obrera y respondían ante los organismos democráticos del proletariado, que eran los comités de fábrica. Es decir, eran la fuerza armada de la clase objetivamente antagonista de la burguesía. Lo que significaba que el hecho de que los obreros poseyeran armas cambiaba radicalmente las relaciones de fuerza.
En ese sentido, el carácter contrapuesto entre estos dos tipos de milicias se va agudizando en el curso de las revoluciones. Y si en la Revolución rusa formaron las bases de apoyo de los gobiernos burgueses y conciliadores hasta la Revolución de Octubre, en la revolución española las milicias ciudadanas del gobierno republicano las formaron la Guardia de Asalto republicana que jugó un rol clave en la represión contra el movimiento obrero, que además se combinaba con una institucionalización de las Patrullas de Control, que bajo la lógica del frente popular con la burguesía, y la entrada de los partidos burgueses a las mismas, permitía “cambiar la naturaleza de clase” de estos organismos como cuenta Agustín Guillamón en su estudio sobre los comités revolucionarios y los comités de defensa.
Por otro lado, y en relación con el carácter de clase de las milicias populares, el otro problema fundamental de la lógica de Bookchin, es que las “milicias ciudadanas” de las que habla, al igual que con la lógica de las “asambleas ciudadanas”, serían órganos formados a “expensas del Estado” burgués. Es decir, como no podía ser de otro modo, las milicias ciudadanas acaban subordinadas a los gobiernos locales. Por estas razones, que el municipalismo no es capaz no solo de crear las condiciones desarrollar milicias armadas, sino que tampoco lo es para formar milicias que sean verdaderamente antagónicos y totalmente independientes del estado burgués. Su estrategia se demuestra particularmente reaccionaria en los periodos revolucionarios. Por ejemplo, cuando Bookchin plantea que el “control obrero” y por tanto la organización democrática de los trabajadores es un elemento “subversivo” para el ciudadanismo, la consecuencia lógica es considerar el armamento del proletariado una amenaza aún mayor. Lo que significa desarmar completamente la revolución contra el capitalismo y su estado.
Contra esta lógica, la articulación entre las instituciones de autoorganización, las milicias obreras y un partido revolucionario son claves para no contentarse con “crear algo así como una situación revolucionaria” e ir más allá, pasando a la insurrección abierta y consciente contra el Estado burgués, que termine de destruirlo y sustituirlo por la democracia obrera y revolucionaria de los Consejos.
En la próxima y última entrega de esta extensa serie de notas, terminaremos abordando la Revolución española de 1936, como un ejemplo valioso desde el que discutir con el municipalismo libertario. Veremos cómo la estrategia municipalista acaba siendo consustancial a las maniobras de la burguesía por intentar integrar en su “Estado Ampliado” a los organismos de autodeterminación de masas y así poder bloquear su potencial revolucionario, institucionalizándolos. Y también veremos que la municipalista presenta una imagen prácticamente igual que las fracasadas experiencias de Democracia Participativa que se han dado en Brasil. Es decir, que se trata de una estrategia que no se aleja muchos del resto de partidos reformistas o liberales que han actuado como verdaderos desvíos de los procesos de revuelta y luchas de clases de estos últimos años.
Fuente → izquierdadiario.es
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