Memoria obrera y antifranquista del Baix Llobregat. Algo más que ‘historia local’
En los años finales de la dictadura e inicios de la transición la comarca del Baix Llobregat fue uno de los centros del activismo antifranquista, sobre todo en los frentes de la lucha obrera y vecinal. Años después, la asociación “Memoria histórica y democrática del Baix Llobregat” enlazará el recuerdo de esa época con la memoria histórica de la generación anterior, que sufrió la represión fascista en la Guerra civil y la posguerra y que más tarde se vio forzada a emigrar para escapar de la miseria. Fruto de esa pulsión memorial es la publicación de una revista cuyos últimos números son monográficos acerca de cada una de las comunidades autónomas. (La versión digital es de libre acceso en http://www.memoria-antifranquista.com/biblioteca/, con versiones en castellano y en catalán). El artículo trata de contextualizar los antecedentes y actividades de la asociación y de sus impulsores, con mención especial a su fundador, el líder obrero Francisco Ruiz Acevedo.Luis Castro
El Baix, una comarca conflictiva y luchadora
En los años del desarrollismo, en plena dictadura franquista, Cataluña y, más concretamente, los núcleos industriales cercanos a Barcelona –lo que se llamó su “cinturón rojo”–, acusaron la llegada masiva de inmigrantes de toda España, que fueron poco a poco adaptándose a nuevos modos de vida y trabajo y a un clima cultural y político distinto. Entre finales de los años cincuenta y mediados de los setenta alrededor de un millón de emigrantes se trasladaron a Cataluña, buena parte de ellos procedentes de Andalucía, de modo que municipios como los del Baix Llobregat (Sant Feliu, Cornellá, El Prat, Sant Vicenç, etc.), multiplicaron su censo y los nacidos fuera de Cataluña llegaron a ser la mayoría del vecindario. Concretamente, en el periodo 1950-1980 la población de esa comarca pasó de 96.000 a 462.000 personas (hoy pasa de 800.000)[1].
Los inmigrantes se alojaron en bloques de viviendas de escasa calidad, situados en polígonos con urbanización y servicios muy deficientes, lo que algunos denominaron “chabolismo vertical”, por diferenciarlo del chabolismo de barracas o chabolas que aún tenía amplia presencia en distintas zonas de la ciudad y sus extrarradios: Can Tunis (en la Zona Franca, no lejos del Baix), El Carmelo, el Camp de la Bota, Poble Nou, La Perona[2], etc. De ahí que uno de los flancos de la lucha vecinal –que se articuló en torno a las “comisiones de barrio”– fuera la reivindicación de unas condiciones dignas en cuanto a vivienda y urbanismo. Paralelamente se desarrolló la lucha obrera, pues buena parte de los recién llegados fueron a emplearse en las empresas industriales de la zona, muy diversas: Siemens, Roca, Ciments Samsón, etc.
Las diferencias de origen no dificultaron la organización política, sindical y vecinal, ni las movilizaciones correspondientes; sin problemas, por otra parte, a la hora de asumir que en Cataluña se debía reivindicar también la lengua y la cultura autóctonas, reprimidas por el franquismo. De ahí que Francisco Candel, el escritor quizá más identificado con estos ambientes urbanos, denominara “Els altres catalans” a los inmigrantes que, como él, habían llegado recientemente a la gran urbe. Como indicó Francisco Ruiz Acevedo, fundador de la asociación “Memoria histórica y democrática del Baix Llobregat” en uno de los números de su revista, el Baix Llobregat, “gràcies al seu esperit de lluita unitària, pluralista i solidària, es va convertir en un dels moviments socials antifranquistas més importants de Catalunya, en el combat contra la dictadura franquista i a favor de les llibertats sindicals, democràtiques i nacionals de Catalunya”.
Esta movilización política alcanzó su apogeo en los años 1974-1976, cuando la crisis política del final de la dictadura coincide con el inicio de una depresión económica de larga duración. La implantación de los sindicatos de clase –CC.OO. fundamentalmente– fue muy fuerte en el Baix y llegó a haber tres huelgas generales en esos años, con unos 80.000 trabajadores en la calle, que recibieron la solidaridad del barrio a través de cajas de resistencia. Así mismo fue muy vigoroso el asociacionismo vecinal en la reivindicación de servicios públicos y equipamientos urbanos dignos. La actividad política y sindical de la época se movía en la semiclandestinidad, combinando las prácticas ilegales (propaganda antifranquista, manifestaciones, huelgas) con el uso de los resquicios legales del régimen, como el sindicato vertical. La iglesia de base apoyó las movilizaciones del vecindario, hasta el punto de que algunos líderes importantes salieron de ella, como el sacerdote García Nieto o Alfonso Carlos Comín, fundador de “Cristianos por el socialismo”[3].
Esa lucha en varios frentes hizo que el Baix Llobregat fuera una de las zonas más castigadas por la represión franquista, de modo que, entre otras cosas, 57 trabajadores acabaron en la cárcel durante los años mencionados. Uno de ellos fue Francisco Ruiz Acevedo, del que hablaremos más adelante.
La conciencia histórica del movimiento obrero
Para la generación de los militantes obreros de esos años, nada más natural que mantener la memoria de ese contexto histórico y ligarla con la de las generaciones anteriores, puesto que, como señala Ruiz Acevedo en la presentación del monográfico sobre Andalucía, “en la comarca del Baix Llobregat pocas son las familias de procedencia andaluza que no tienen un familiar represaliado durante el periodo 1936-1939 y también posteriormente (…), en el largo periodo de la dictadura franquista”. (Sabe de qué habla, pues su origen es sevillano y de padres republicanos). Y algo parecido se puede decir en otros lugares donde la pobreza y la explotación han empujado a la emigración masiva. Si la transición política oficial fue amnésica respecto del pasado del movimiento obrero y republicano –y aun hoy no hemos salido del todo de ese estado mental–, los trabajadores organizados y activos de esa época tenían muy clara su vinculación familiar y de clase con los de cuarenta años antes, al menos en los ámbitos geográficos que estamos comentando.
Por suerte, ese hilo memorial se ha mantenido hasta hoy, gracias a asociaciones como “Memoria antifranquista del Baix Llobregat”, que tiene una variada y ya larga ejecutoria. Según su actual presidenta, Tina Merino Tena, sus objetivos son “recoger la memoria histórica y democrática de la represión franquista y las luchas obreras y vecinales del Baix Llobregat, y proyectar los valores democráticos a las nuevas generaciones”. Entre sus actividades están la investigación, exposiciones, actos de homenaje, publicaciones, etc. Así mismo la asociación ha reclamado a los municipios de la zona la depuración del nomenclátor de las vías públicas, eliminando denominacions franquistas, algo que ha logrado en Esplugues, Cornellá, Sant Feliu y Sant Vicenç. Entre los libros publicados por la asociación están Peatones de la historia, Batallones disciplinarios, Traumas. Niños de la guerra y del exilio y Memorias para no olvidar, de Serafin Garrigós, un republicano sobreviviente del exilio y de los campos de concentración franquistas. (Todos ellos son accesibles en la web de la asociación en versión digital, lo mismo que la revista que a continuación reseñamos. (La página web de la asociación es: http://www.memoria-antifranquista.com/biblioteca/).
La revista de la asociación inició su andadura en 2005 con monográficos sobre temas como el papel de la iglesia en la época de las luchas obreras, el concejal republicano de Cornellà Numen Mestre, asesinado por el franquismo, la Segunda República, los asesinatos de Atocha, los presidentes Lluis Companys y Manuel Azaña, etc.
Monografías sobre la represión franquista por comunidades autónomas
A partir de 2011 la asociación decide dedicar su revista a monografías sobre la represión en cada una de las Comunidades autónomas del estado español. Por su alcance y su ambición divulgativa nos interesa especialmente reseñar aquí este apartado, pues refleja una fina sensibilidad respecto a los asuntos de la memoria democrática, con especial atención al testimonio de las víctimas de la violencia política, debidamente contextualizada en su momento histórico.
La serie de monografías sobre la represión franquista empieza por Andalucía (nº 11 de la revista, año 2011) al ser la región más represaliada y tener esa vinculación con los emigrantes a Cataluña que hemos mencionado. Luego siguieron los números dedicados a Extremadura, Galicia, Pais Valencià, Illes Balears, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Cataluña, Madrid y Navarra. (Tras Illes Balears se intercaló un número dedicado a las “luchas y resistencias después de 1939 en Francia y España”). Como decíamos, la atención editorial se centra no sólo en la violencia política en todas sus formas (cada número se puede considerar un estado de la cuestión al respecto), sino en su contextualización histórica y, por otra parte, en las actividades de reivindicación de la memoria democrática y republicana.
Desde el número dedicado a Castilla la Mancha la revista aparece en versión castellana y catalana.
Paco Ruiz Acevedo en la cárcel Modelo de Barcelona
Puesto que estamos hablando de memoria histórica democrática y dado que conocí a Paco Ruiz Acevedo en unas circunstancias muy especiales, se me permitirá acudir al recuerdo personal, que puede aportar alguna luz sobre la persona y la encrucijada histórica que nos tocó vivir. Le conocí en la cárcel Modelo de Barcelona, donde compartimos celda durante unas semanas a finales de 1973. Él llevaba allí casi dos meses, siendo uno de los 113 que “cayeron” en la reunión de la Asamblea de Cataluña celebrada en la Iglesia de Santa María Medianera el 28 de octubre de 1973. Un chivatazo hizo que en poco rato se presentaran los furgones de la Policía armada (las “lecheras”), que de inmediato los trasladaron a la muy cercana cárcel.
Cómo se recordará, la Assemblea de Catalunya era una plataforma unitaria antifranquista que resumía su programa en el lema «libertad, amnistía y estatut de autonomía”. Si bien conviene matizar y completar su sentido político añadiendo que: 1) había un cuarto punto referente a la unidad de acción de la Asamblea con movimientos democráticos de otros pueblos del Estado español. 2) La amnistía se predicaba para los presos políticos de la dictadura, no para los responsables de esta o sus aparatos represivos y 3) la reivindicación del Estatuto se consideraba solo un paso previo a la autodeterminación nacional de Cataluña. Que líderes obreros como Ruiz Acevedo estuvieran entre los detenidos no es de extrañar; como hemos apuntado, la experiencia de la lucha diaria por el puesto de trabajo y los problemas vecinales de inmediato evidenció la necesidad de ligarla con la lucha por las libertades políticas y sindicales dentro de plataformas amplias. Y la Assemblea de Catalunya era buena herramienta para alcanzar ese objetivo estratégico, a su vez relacionado con la reivindicación del derecho de autodeterminación.
Recuerdo cómo Paco Ruiz se quejaba del trato discriminatorio de las autoridades penitenciarias, pues los presos más moderados o conocidos, como Agustí de Semir, fueron liberados pronto, mientras que obreros como él, menos conocidos (salvo para la BPS), eran retenidos durante meses. Paco se hallaba en un estado anímico bastante agitado, pues su compañera estaba próxima a dar a luz y él temía no poder estar a su lado en ese trance. La represión fue también especialmente dura, incluyendo malos tratos y torturas, con aquellos catalanistas que decidieron contestar en catalán al interrogatorio policial, como fue el caso del sacerdote Josep Maria Xirinacs o de Joan Ramón Colomines, que fue de los últimos en salir de la prisión. Su hermano Lluís, menor de edad, fue multado con 200.000 pts. por su asistencia a la asamblea.
El proceso 1.001 del Tribunal de Orden Público
Mi detención, en cambio, tuvo que ver con la campaña en torno al proceso 1001, en el que el Tribunal de Orden Público iba a castigar a la dirección de Comisiones Obreras, encabezada por Marcelino Camacho junto con otros nueve compañeros. Este caso se reivindicaba su liberación (llevaban ya casi un año y medio en la cárcel de Carabanchel), ligándola con la exigencia de libertades sindicales y políticas. La unidad de acción política que en caso de Ruiz Acevedo le llevó a sintonizar con la Asamblea de Cataluña, a los universitarios nos impulsó a apoyar una campaña sindical y ello es muestra del ambiente de lucha democrática unitaria característico del final del franquismo.
Precisamente el 20 de diciembre de 1973, cuando iba a comenzar la vista del 1001 en Madrid, ETA asesinó al almirante Carrero Blanco, al que Franco había nombrado presidente del gobierno unos meses antes. Detenido a mediados de diciembre en la facultad de Filosofía y Letras –de donde salí a punta de pistola–, tras pasar unos días en la comisaría de Vía Laietana fui a parar a la Modelo, de donde salí de incomunicación justamente ese mismo día. Los detenidos en la campaña del 1001 nos sumamos así a los presos políticos de la Asamblea de Catalunya y a algunos otros. Más o menos a la vez que yo entraron algunos universitarios, como Xavier Vidal Folch, entonces militante de Bandera Roja y hoy distinguida pluma periodística en El País, donde muestra un taranná de liberal ilustrado. Y más tarde me enteré de que en otra galería estaba Salvador Puig Antich, que sería ejecutado por garrote vil pocos meses después. Tampoco sabía yo que en aquella época mi piso de estudiantes estaba cercano a algún local del Movimiento Ibérico de Liberación, grupo al que pertenecía Salvador. Poco tiempo después de salir la cárcel me volvieron a detener por unas horas, en este caso la Policía Local, seguramente porque estaban vigilando la zona y además no llevaba documentación.
No quiero cansar a mis hipotéticos lectores con más batallitas, que ahora se van difuminando en la memoria. Mantengo, eso sí, la imagen de Paco Ruiz Acevedo como ejemplo de luchador sindical y antifranquista y la de unas navidades un poco atípicas, en las que la ausencia del ambiente familiar era casi compensado por la fraternal convivencia de los presos y las muestras de solidaridad (y los regalos navideños) que llegaban del exterior.
(Agradezco a Tina Merino la información aportada sobre la asociación).
[1] Dato del documental Cinturó roix, de Luis Campo Vidal (2016).
[2] La Perona debía su nombre a la visita que hizo a España Eva Perón en 1947. Durante su estancia en Barcelona corrió el rumor de que iba a construir viviendas para los pobres. Entonces proliferaron las chabolas paralelas a la vía del tren Barcelona-Mataró, en su lado este. En los años ochenta la Perona llegó a albergar varios miles de personas, la mayoría de etnia gitana. El ayuntamiento las fue desplazando en los años previos a las Olimpiadas de 1992.
[3] Campo Vidal, que vivía en Cornellá entonces y se afilió al PSUC, recuerda la gran impronta de la palabra de Comín, que llevaba a muchos a hacerse “coministas”.
Fuente: Conversación sobre la historia
Portada: manifestación durante la huelga de Roca Radiadores, que se prolongó durante 95 días entre noviembre de 1976 y febrero de 1977 (foto: archivo de La Directa)
Fuente → conversacionsobrehistoria.info
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