La extrema derecha fue mucho más activa y sangrienta de lo que nos han querido contar y basta con echar un vistazo a los periódicos de la época para comprobar que los restos del aparato militar franquista causaron estragos durante años.
El terrorismo de extrema derecha que está dejando su zarpazo brutal en toda Europa (como el último atentado ocurrido a manos de un extremista en Hanau, cerca de la ciudad alemana de Fráncfort, que ha dejado 11 muertos) es bien conocido en España. Durante la Transición nuestro país no fue ese remanso de paz y tranquilidad que algunos se empeñaron en describir tras la muerte de Franco en 1975. La extrema derecha fue mucho más activa y sangrienta de lo que nos han querido contar y basta con echar un vistazo a los periódicos de la época para comprobar que los restos del aparato militar franquista causaron estragos durante años.
Así, desde el 13 de septiembre de 1979 hasta febrero de 1980, en la provincia de Barcelona un comando estable de extrema derecha formado por activistas de Fuerza Nueva y agentes de la Policía Municipal y de la Guardia Civil llevó a cabo atentados, incendios y robos que fueron reivindicados primero por la Triple A y después, de manera permanente, por el Ejército Español de Liberación (EEL), tal como cuenta Mariano Sánchez Soler, escritor y periodista, en su libro de referencia La Transición sangrienta. Una historia violenta del proceso democrático en España (1975-1983).
La Triple A o Alianza Apostólica Anticomunista fue una organización terrorista surgida en los estertores del franquismo presuntamente vinculada a los aparatos represivos del Estado español. Generalmente actuó en el País Vasco y en el País Vasco francés entre 1977 y 1982, durante los años más duros y convulsos de la Transición española. Un informe de la Oficina de Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco de 2010 le atribuye hasta 8 asesinatos de las 66 víctimas mortales del terrorismo parapolicial y de extrema derecha desarrollado entre 1975 y 1990. Una vez disuelta la organización, algunos de sus integrantes pasaron a formar parte de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), que surgieron poco después.
“A finales de los años 70, Manuel Reinero Banda, hijo y hermano de guardias civiles y al que llamaban El Comandante, organizó un pequeño ejército y actuó en la frontera entre la delincuencia común y la política. Una actividad emprendida también por otros grupos violentos de extrema derecha en la etapa final de la Transición española, una vez aprobada la Constitución, culminado el pacto político y el consenso, y con la sombra del golpismo como último recurso involucionista”, asegura Sánchez Soler.
En el extraño ejército de Reinero actuaron un sargento y un número de la Policía Municipal de Ripollet, al menos dos guardias civiles –uno de ellos expulsado del Cuerpo antes de su detención− y un guardia jurado. Cuando el 16 de febrero de 1980 la Policía barcelonesa desarticuló el Ejército Español de Liberación encontró, junto al armamento (que incluía una granada reglamentaria) capuchones con las siglas de la Triple A. Según la nota policial, “el grupo se hallaba en fase organizativa incipiente o en período de formación y pretendía, desde una perspectiva radical antimarxista, dar respuesta mediante la lucha armada a organizaciones violentas de signo ideológico contrapuesto”. Tras la desarticulación de la banda, sus miembros acabaron en la cárcel y Manuel Reinero, industrial, fue condenado a 47 años de cárcel por tenencia de armas y robo en edificio o establecimiento.
Según explica Sánchez Soler, las actividades del Ejército Español de Liberación comenzaron en los últimos meses de 1979, cuando Manuel Reinero Banda, delegado local de Fuerza Nueva en Polinyà, decidió formar un grupo de acción violenta, sujeto a una jerarquía, disciplinado y con empleo de armas, primeramente designado por conocimiento de la prensa diaria como Triple A y después con la denominación de Ejército Español de Liberación.
El historial de la banda ultra no es demasiado conocido hoy por hoy. El 13 de septiembre de 1979, a una hora no determinada, Reinero y otros dispararon repetidamente contra la sede del Partido Socialista de Sentmenat y causaron daños valorados en 50.000 pesetas. Fue el primero de una larga serie de atentados. También tirotearon otra casa socialista en Santa Perpètua de Mogoda e impregnaron de gasolina el coche del alcalde de Ripollet, Carlos Ferré. El 11 de octubre prendieron fuego al coche de otro militante de izquierda, Julio Regulado, al que consideraban que “profesaba ideas políticas contrarias a las suyas”. El 19 de octubre, Reinero y un compañero, Julio González, dispararon sus armas ilegales contra el Ayuntamiento de Ripollet, por no ondear en él la bandera nacional. Después, el comando perpetró una serie de atracos a entidades bancarias de la zona para recaudar fondos.
Dos días más tarde, el Ejército Español de Liberación decidió llevar a cabo otras acciones de tipo político, como el tiroteo contra la sede de la Sociedad Amigos del Arte de Terrassa. El 9 de marzo del 81, apenas dos semanas después del 23F, Reinero entregó a la Audiencia Nacional una minuciosa confesión sobre la trama ultra que había actuado en la comarca del Vallès (Barcelona) durante 1979 y 1980. “Trataba así de acogerse a los posibles beneficios de una nueva ley todavía no aprobada y que estaba en trámites de discusión: la del terrorista arrepentido”, asegura Sánchez Soler. En su declaración, Reinero implicaba a cinco guardias civiles como integrantes de la célula. Las cloacas del Estado, en complicidad con los residuos de la extrema derecha, empezaban a funcionar a pleno rendimiento. Y la espiral de violencia iba a ser imparable.
Fuente → nuevarevolucion.es
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