
Un mal ejemplo real
Arturo del Villar
La monarquía es una institución obsoleta, retrógrada, absurda, que para justificarse pretende mantener tradiciones anacrónicas, con carrozas preautomovilísticas, trajes incómodos de épocas pasadas, uniformes ridículos en nuestro tiempo, y una etiqueta cortesana oficiada a la mayor honra y gloria del monarca reinante. Así se ha demostrado una vez más este 14 de junio de 2022, en el real monasterio de san Lorenzo de El Escorial, con la celebración del capítulo ordinario de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo presidido por su soberano, el rey católico Felipe VI de Borbón.
Esta orden fue fundada por el más criminal de los reyes borbónicos,
el genocida Fernando VII, el 28 de noviembre de 1814, a su regreso del
voluntario exilio en la Francia imperial napoleónica, en donde consiguió
apartar del trono español a su padre, el estúpido cornudo Carlos IV,
para quedárselo él de una manera contraria a la tradición y desde luego a
la Constitución aprobada por las Cortes en 1812, aunque él no la
reconocía.
La fotografía de la procesión con la reliquia del
supuesto rey santo, distribuida por la Casa Irreal, nos permite
comprobar que los frailes agustinos guardianes del real sitio han debido
recurrir a importar mano de obra extranjera para continuar manteniendo
abierto el local, porque se distinguen unos religiosos con el color de
la piel tan negro como el hábito que visten. Hasta el siglo XX los
misioneros españoles se trasladaban a tierras de África y América para
convertir a los indígenas a su fe, y en cambio ahora vienen los
misioneros de allá para intentar convertirnos a nosotros, que nos hemos
hecho mayores y ya no creemos lo que nos cuentan.
MUERTOS EN FAMILIA
Se comprende que al gran canalla de Fernando VII le gustase la figura de su predecesor Hermenegildo. La verdad es que la historia de los reyes godos resulta detestable. En la posguerra los torpes educadores nos imponían como castigo aprender de memoria la lista de los reyes godos, cosa que resultaba divertidísima, dados los sonoros nombres que gastan. Todavía los recuerdo. El rey tenía que ser o muy ignorante, que lo era, o muy infame, que también lo era, para dar el nombre de Hermenegildo a una orden militar. Pero de Fernando VII no podía esperarse nada positivo.
Tampoco de su modelo escogido. Era hijo del menos nefasto de los reyes godos, Leovigildo, lo que no es mucho decir en su favor, porque los reges gottorum dejaron muy ensangrentada su dinastía: los hijos asesinaban a los padres para hacerse con el trono, cuando no eran los padres los que mataban a los hijos, como le sucedió a Hermenegildo, y los hermanos seguían el mal ejemplo entre ellos con una fiereza sin semejanza en la historia. Que un aspirante a rey matase a un hermano que le hacía sombra era habitual en esa dinastía, un mal ejemplo que se continuó.
Verdaderamente no es un caso excepcional en las monarquías, incluso en las de nuestro tiempo. Dado que por tratarse de gentes inviolables es sabido que los jueces no investigarán los casos de muertes violentas por sospechosos que sean, cualquiera con la supuesta sangre azul se puede sentir impulsado a matar a un hermano para comprobar de qué color es su sangre. Esos casos se consideran accidentes, se entierra al muerto y se archiva el expediente, y ahí no ha pasado nada.
En aquella corte de la Hispania goda Leovigildo fue un buen rey para su tiempo, que no era una época pacífica. Lo mismo que tantos otros monarcas deseosos de ampliar la extensión de sus dominios heredados, se propuso conseguir la unidad de la Hispania, para lo que debió combatir a los independentistas y luchar contra los insurrectos. El independentismo es una permanente aspiración de los pueblos sometidos contra su voluntad a una dinastía por la fuerza. Debe de ser connatural a los pueblos el deseo de independencia, y así continuamos comprobando que en nuestros días da lugar a enfrentamientos.
Además le gustaba el boato, lo que le animó a intentar imitar en la
tradicional Toledo el esplendor de la corte bizantina, con más
imaginación que medios. Sus vasallos eran mayoritariamente arrianos, que
convivían pacíficamente con los católicos. Por eso los historiadores no
aceptan la teoría de una guerra religiosa promovida por Hermenegildo,
como causa de su muerte, lo que sí defienden los catolicorromanos, que
por eso le proclamaron santo. Los mismos historiadores godos y romanos
lo menospreciaron, sin decir de él apenas más que fue un rebelde contra
su padre.
LA RELIGIÓN COMO DISCORDIA
En cualquier caso, lo
que parece confirmado históricamente es que Hermenegildo llevó la
discordia al reino, mayoritariamente seguidor de la doctrina de Arrio
sobre la creación de Jesucristo por el Padre, de manera que no son
coexistentes desde la eternidad. Casó en el año 579 con Ingunda, hermana
de Childeberto II, rey de Austrasia, todos ellos fanáticos católicos.
Según era previsible, la mujer convenció al marido para que abjurase del
arrianismo y se convirtiera al catolicismo. En aquella lejana época no
se estilaba que las elegidas como esposas de los reyes y los príncipes
se pasaran a la religión de su real esposo, como hicieron en tiempos
recientes la anglicana Victoria Eugenia y la ortodoxa griega Sofía,
capaces de cambiar sus nada firmes convicciones religiosas para ser
reinas de España, según requerimiento obligado en sus respectivas
épocas, ya que entonces se valoraba el sentimiento doctrinal. Quizá
algunos creyentes opinen que, debido a su frivolidad al cambiar de
religión por una cuestión de Estado, han sido castigadas las dos,
igualmente despreciadas por sus inconstantes maridos.
Entre los reges gottorum el acceso al trono era electivo, lo que significa un gran avance en la época. Fue intención de Leovigildo asegurar la sucesión a sus dos hijos Hermenegildo y Recaredo, para lo que le pareció un buen método asociarlos a él en el trono. Y al mayor, Hermenegildo, lo distinguió confiándole lo que podríamos denominar el virreinato de la actual Andalucía, con sede en Sevilla. El propósito era bueno, pero Hermenegildo era malo, y decidió no conformarse con la parte en la herencia que le correspondía. La solución de sus ambiciones le impulsó a organizar en 581 un ejército para enfrentarse a su padre, con la intención nada cristiana de matarle y sucederle en el trono, según costumbre goda arraigada.
De modo que el traidor Hermenegildo se proclamó rey en Sevilla, y no
reconoció la autoridad de su padre. Naturalmente, Leovigildo se vio
obligado a enviar a sus tropas fieles para sofocar la insurrección y
luchar contra su hijo rebelde y desagradecido. Una guerra dinástica más
que civil, muy vulgar en la dinastía goda, ensangrentada con luchas
familiares, aunque les sirvió a algunos comentaristas católicos para
presentarla como una guerra religiosa, entre los arrianos y los
católicos. De esa manera podían convertir a Hermenegildo en un mártir de
la doctrina católica sin ningún fundamento. Lo cierto es que sus tropas
eran escasas, estaban descontentas, no les preocupaban las creencias
religiosas, y desertaban al no tener asegurada la paga, por lo que
Leovigildo reconquistó sin esfuerzo los lugares sublevados por su hijo.
LA SANTIDAD FANÁTICA
Durante
más de un año Hermenegildo resistió el asedio de su padre, refugiado en
un castillo sevillano. Esperaba que le llegaran refuerzos de un
ejército invasor reclutado por su cuñado, que empezaba a penetrar en
Hispania por la frontera del norte. No tuvo paciencia para aguardar
tanto tiempo, y en 584 huyó del castillo para ir a reunirse con los
invasores de su patria, un error derivado de una traición. Porque parece
indiscutible que el único calificativo aplicable a estos hechos es el
de alta traición, con la circunstancia agravante de de ser una rebelión
contra el padre. Estos calificativos no podían asustar a Fernando VII,
el mayor traidor de la historia de España, en la que es calificado con
el nombre de El Rey Felón.
Hermenegildo fue detenido en Tarragona por los leales a Leovigildo, y decapitado el 13 de abril de 585, sin que ni siquiera los obispos católicos le rezasen un responso. A nadie le interesó estudiar los motivos de su traición, indudablemente originada por el afán de poder dominante en Hermenegildo, que le impidió esperar la muerte natural de su padre para sucederle pacíficamente, y trató de acelerar su acceso al trono godo. Los historiadores rechazan la posibilidad de una guerra religiosa entre arrianos y católicos, porque no se dieron las circunstancias precisas. La intencionalidad de Hermenegildo para la rebelión contra su padre no fue religiosa, sino ambiciosa.
Sin embargo, transcurridos exactamente mil años en los que se fue asentando la historia ya de España, el monarca entonces reinante, el ultrafanático Felipe II, siempre refugiado en sus ideas religiosas por las que promovía guerras y condenas a la hoguera, solicitó al papa Sixto V, lo que en su caso equivalía a una orden, que lo canonizara. La ignorancia del rey le permitía suponer que su antecesor era un mártir de la fe, y el papa no estaba mejor informado. Así lo hizo obedientemente: por algo el rey católico Felipe II era el monarca reinante más poderoso del mundo entero en su época.
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