Se investigan los asesinatos en el campo de concentración de Albatera
El gobierno valenciano lo ha declarado espacio de memoria y hará un centro de interpretación

Se investigan los asesinatos en el campo de concentración de Albatera / Sílvia Marimon Molas

El campo de concentración de Albatera (en el término municipal de Sant Isidre, Baix Segura) era hasta hace poco invisible. Y, si no fuera por todo aquello que esconde su subsuelo, quizás Franco habría ganado la batalla de la memoria. La arqueología, sin embargo, es terca. En este campo, que estuvo en manos franquistas de abril a noviembre de 1939, encerraron a entre 12.000 y 15.000 prisioneros republicanos, que pasaron mucha sed y hambre y sufrieron torturas, enfermedades y todo tipo de vejaciones. Lo peor, sin embargo, debió de ser la angustia. En el patio hubo muy a menudo fusilamientos sin juicio. Y todo esto no solo lo explican algunos de los prisioneros, sino que se han encontrado pruebas.

Un equipo de arqueólogos liderado por Felipe Mejías López empezó a excavar este campo de unas 12 hectáreas en 2020. La única pista que tenían eran unas fotografías aéreas que había hecho el ejército norteamericano en 1946, que mostraban restos de barracones y de alambradas, porque el campo había sido desmantelado y completamente derribado a principios de 1940. "Las fotografías fueron como el mapa del tesoro, y a partir de aquí empezamos a buscar", dice Mejías, que este verano continuará con su campaña para encontrar bajo tierra los restos de los barracones, la fosa séptica y las fosas donde se supone que están los prisioneros que no sobrevivieron.

Mejías explica que la primera vez que impartió una charla en Albatera, algunos de los profesores del instituto ni siquiera sabían que allí, cuando acabó la guerra, estuvieron miles de republicanos que habían sido capturados en el puerto de Alicante cuando intentaban huir por mar de los franquistas. Los separaron de sus familias, les hicieron subir en vagones de ganado y los encerraron en este campo rodeado de tierras baldías y humedales. En 1939 eran tantos los prisioneros que muchos dormían al raso y los primeros días no les daban ni agua ni comida. Cuando finalmente se repartieron alimentos, la dieta prácticamente no variaba: "En el campo había muchas latas de sardinas y algunas de lentejas, pero básicamente la dieta consistía en una lata de sardinas para dos personas y un pan de munición a repartir entre cinco", dice el arqueólogo.

Los muertos los trasladábamos a una barraca que era como una especie de almacén. Por la mañana venía un camión y se los llevaba ”

Lluís Marco i Dachs

Sin suficiente agua y con una alimentación muy deficitaria, las enfermedades se extendieron rápidamente: paludismo, sarna, tifus, pulmonías, tuberculosis... "Los muertos los trasladábamos a una barraca que era como una especie de almacén. Por la mañana venía un camión y se los llevaba. Al cargarlos, veíamos que los cadáveres no tenían nariz ni orejas. ¡Por la noche las ratas se las habían comido!", explicaba Lluís Marco i Dachs en Llaurant la tristessa (Labrando la tristeza - Editorial Mediterránea). Marco i Dachs, que había sido responsable de los servicios de farmacia del ejército republicano, fue prisionero del campo y dejó testimonio, también de su lucha por encontrar algo que sirviera para ayudar a los enfermos. Mejías está convencido de que cerca del campo están las fosas porque quienes las décadas siguientes labraron estas tierras explican que habían encontrado restos humanos en la superficie. En estas fosas no solo enterraron a los prisioneros que no sobrevivieron a las enfermedades y al hambre.

Balas de máuser y de fusiles de las guerras carlistas

 

Diferentes testimonios relatan que les hacían formar y cantar el Cara al sol mientras fusilaban a otros prisioneros. "Hemos encontrado más de un centenar de balas de máuser, que era el armamento del bando sublevado, y también las iniciales PS, que corresponden a Pirotécnica Sevillana, la empresa que suministraba munición al ejército franquista –detalla Mejías–. La mayoría de balas se concentraban en el patio, y lo más curioso es que también hemos encontrado munición que se utilizaba en las armas de las guerras carlistas, es decir, de 1870, y que no eran las reglamentarias del ejército".

No hay muchas interpretaciones posibles, según el arqueólogo: "Hubo algunos fusilamientos hechos por militares y otros por voluntarios falangistas. Los testigos relatan que había "sacas" prácticamente cada día: venían simpatizantes del bando franquista, reconocían a algún prisionero, se lo llevaban y desaparecía", añade. Según explicó Josep Almúdever Mateu, un prisionero, se llevaban a quien querían: "Venían incluso las mujeres de los fascistas y nos hacían pasar delante de la gente que venía: quiero a este, este otro... Se llevaban a los que querían y estos ya sabían que no llegarían a casa. Dejaban que la gente cogiera a quien le diera la gana. Entraban, señalaban... En formación, nos hacían pasar uno por uno".

Mejías no tiene muchas esperanzas de que se identifique a los que no sobrevivieron en el supuesto de que se puedan excavar las fosas, porque no hay ningún listado ni de prisioneros ni de muertos. En el Registro Civil, explica el arqueólogo, solo apuntaron ocho muertes. Uno consta que murió por enfermedad y los otros siete por arma de fuego, pero en otros casos alguien los borró típex. "Sin embargo, hay muchos más muertos, no sabemos por qué estos sí que los apuntaron", dice Mejías. Los ocho cuerpos que sí que constan oficialmente no podrán ser exhumados porque están enterrados en el antiguo cementerio, que desapareció bajo el asfalto de un parque.

El equipo que trabaja en el campo encontró en un antiguo barracón, en una taza de wáter, dos pequeñas joyas: un colgante dorado con brillantes y un anillo que solo cabe en un dedo infantil. "¿Si allí no hubo nunca niños, qué hacía una joya como esta?", se pregunta el arqueólogo. La hipótesis más creíble, según explica, es que alguien se tragara estas joyas: "Muchos de quienes acabaron en este campo querían huir por mar y llevaban encima lo que más valoraban. Sabemos por un testigo que, al segundo o tercer día, pasaba un cura con una manta para recoger los objetos de valor. Quizás se lo tragaron con la intención de poderlo recuperar".

Antes de ser franquista, el campo de Albatera tuvo otra vida. "Fue un campo de trabajo republicano, pero las condiciones de vida no tenían nada que ver y así lo constatan los diferentes testimonios. Los barracones se hicieron de madera con techo de uralita, se abrió en octubre de 1937 y quería ser un lugar modélico: se daba un trato digno a los prisioneros, que tenían derecho a un juicio. Recibían un pequeño salario y trabajaban en el campo, hacían talleres de carpintería, elaboraban sombreros, jabón... Y hay testimonios gráficos porque dejaban entrar a la prensa". En cambio, no hay ninguna fotografía del periodo franquista y tampoco documentación. El gobierno valenciano ha declarado Albatera espacio de memoria y creará un espacio de interpretación para que no se olvide lo que pasó. Hay objetos que relatan muchas historias.


Fuente → es.ara.cat

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