Ante el auge del neofascismo y su progresiva “normalización”
por una parte de la sociedad, debemos actuar. Desde todos los ámbitos,
antes de que se expanda aún más esta peste, como diría Camus, esta
enfermedad que cuenta con la capacidad de destruir la democracia en
nombre de la democracia.
Desde la educación también. De ahí el último libro que he publicado titulado Pedagogía Antifascista,
una reflexión de urgencia y compromiso para combatir desde la
educación esa enfermedad política que corroe una democracia vulnerable y
frágil y que nunca se podrá erradicar por completo sin la superación
del sistema capitalista, como argumentaban Walter Benjamin o Bertolt
Brecht, pero que debemos, mientras tanto, contener de forma constante y
tenaz. La educación puede ser un antídoto que permite la comprensión
de los valores y los derechos humanos, más allá del egoísmo, el miedo y
el odio que siembra y expande esa peste.
La
comunidad educativa no puede permanecer ajena. Hay que educar en la
igualdad, en la inclusión, en la justicia social y en los derechos
humanos desde una pedagogía claramente antifascista. Sin concesiones ni
medias tintas. Debemos implicarnos de una forma clara y sin ambages en
combatir el neofascismo. No se puede ser demócrata sin ser
antifascista.
En la primera parte de este libro se analizan las estrategias de penetración de la ideología que sustenta el neofascismo en la educación, revisando su agenda profundamente reaccionaria y radicalmente neoliberal, así como sus principales mecanismos de infiltración en las aulas y el sistema educativo. La segunda parte del libro plantea alternativas, estrategias y propuestas para avanzar en un modelo de pedagogía antifascista inclusiva y democrática al servicio del bien común, que nos ayude a construir colectivamente un discurso y una práctica sólidamente fundamentados que se contrapongan y cuestionen el modelo capitalista, neofascista y neoliberal defendido por la ultraderecha. De ahí el subtítulo del libro: cómo “Construir una pedagogía inclusiva, democrática y del bien común frente al auge del fascismo y la xenofobia”.
En el marco discursivo del neofascismo no existen los grandes problemas de nuestro tiempo (la emergencia climática, las desigualdades sociales o la crisis de las democracias representativas), sino enemigos de la patria a los que hay que combatir
Actualmente el neofascismo ha declarado una guerra judicial (lawfare)
contra el sistema educativo, con el denominado “pin parental” para
perseguir y denunciar al profesorado y los centros que educan en
derechos humanos, en valores democráticos o en igualdad, que combaten
la homofobia, el racismo o la desigualdad social. Para el neofascismo
actual todo lo que no es su ideología es adoctrinamiento; todo lo que
no sea adoctrinar en su “credo”, lo tacha de tal: acusar a los demás de
lo que ellos practican. No admiten una sociedad democrática plural y
tolerante. Su estrategia es utilizar la educación para imponer una
mentalidad única, para volver al blanco y negro del nodo franquista. Es
su discurso del odio trasladado a la educación.
En
pleno siglo XXI trata también de reinstaurar en el sistema educativo
el patrioterismo militar, en el que exigen educar a las futuras
generaciones. Vinculado a la exaltación de los símbolos de la “nación”
(que se apropian en exclusividad) y a una imagen profundamente
patriarcal e hipermasculinizada, recuperando la figura paródica del
“macho ibérico” como referente ancestral de ese modelo. En el marco
discursivo del neofascismo no existen los grandes problemas de nuestro
tiempo (la emergencia climática, las desigualdades sociales o la crisis
de las democracias representativas), sino enemigos de la patria a los
que hay que combatir “con orgullo y gallardía” y rearmarse para ello,
como si la guerra fuera un juego para lucirse y mostrar lo que es un
“hombre de verdad”.
Otra de las obsesiones
recurrentes del neofascismo es utilizar el sistema educativo para
educar en la insensibilidad ante el maltrato animal impulsando valores
ligados a la caza y la tauromaquia, vinculadas a la representación
mítica de un pasado tradicional donde se “formaba” a los “hombres de
verdad” mediante prácticas ligadas a la violencia con los animales o
con otros seres humanos (mili, guerra). Justamente cuando la
sociedad está mostrando una oposición mayoritaria al maltrato animal,
es cuando proponen FPs de Tauromaquia, con campus taurinos y “encierros
didácticos” para menores y donde los criterios de evaluación
incluirían la “eficacia y pureza en la suerte de matar“.
Una
cuarta obsesión del neofascismo es enterrar y ocultar el pasado
tratando de borrar la memoria colectiva de la devastación humana y los
genocidios que sufrió el mundo con la aparición del fascismo. Vox ha
denunciado, junto al grupo de los Conservadores del Parlamento Europeo,
que la memoria histórica es una amenaza para la paz en Europa y ”un
atropello a las libertades“ y que no llegará a las aulas. De hecho,
afirman que “no tiene sentido condenar el franquismo porque somos
herederos”. Mientras que otras democracias, como la italiana o la
francesa, se fundaron sobre el paradigma del antifascismo tras el
genocidio nazi, la española lo ha hecho sobre el de la “superación” y
el “olvido” del pasado franquista, lo cual ha permitido blanquear el
fascismo y que ahora resurja con toda su fuerza.
Una quinta obsesión del neofascismo es la “ideología de género” y las “feminazis” como denominan a las mujeres y jóvenes que luchan por la igualdad entre hombres y mujeres. La Vicesecretaria de VOX pedía recientemente que la costura fuera una asignatura alegando que “empodera mucho coser un botón”, mientras que denunciaba que “el feminismo es cáncer”, y aseguraba estar preocupada por lo que denomina el “lesboterrorismo” feminista. Era su respuesta ante la propuesta de medidas para combatir los estereotipos sexistas en la escuela, que calificó de “tontadas” y “majaderías ideológicas”.
Pedagogía Antifascista. Imagen de la cubierta del libro.
Neoliberalismo y neofascismo
Pero
también es necesario abordar el “neoliberalismo autoritario”, ideología
que está en la raíz del nuevo neofascismo, uniendo fascismo y
neoliberalismo, y que penetra de una forma constante, sutil y difusa en
la educación, consolidando una racionalidad dominante individualista,
consumista y competitiva donde el deseo que se anhela es ser parte del
sistema capitalista y las víctimas son culpabilizadas de su fracaso.
Como plantea el filósofo coreano Byung-Chul Han, aludiendo al análisis del teórico marxista Antonio Gramsci (Cuadernos de la cárcel,
1981), la eficiencia del actual sistema reposa fundamentalmente en el
proceso de interiorización colectiva que asume ampliamente la lógica
del mismo, que se adhiere “libremente” a lo que se le induce a creer.
Lo que el capitalismo se dio cuenta en la era neoliberal, argumenta Han
(Psicopolítica, 2014), es que no necesitaba ser duro, sino
seductor. La explotación ya no se tiene que imponer, nos la
autoimponemos y la defendemos sintiéndonos libres.
Este
modelo corroe el carácter, nos educa en la pedagogía del egoísmo y la
insolidaridad radical. Es más, la ideología del éxito, de la persona
“que no le debe nada a nadie”, genera la desconfianza, incluso el
resentimiento o el odio hacia los pobres que son perezosos, hacia los
viejos que son improductivos y una carga, los inmigrantes que quitan el
trabajo o quienes fracasan en la escuela que no se han esforzado lo
suficiente. Cuanto más nos concebimos como seres hechos a sí mismos y
autosuficientes, más difícil nos resulta aprender solidaridad y
generosidad. Y, sin estos dos sentimientos, cuesta mucho preocuparse
por el bien común. Pero esto también tiene un efecto boomerang, dado que cada cual siente la amenaza de volverse algún día ineficaz e inútil como “ellos”.
Como bálsamo frente a este darwinismo competitivo se promociona la “psicología positiva”, el coaching
y los libros de autoayuda. Nos animan a “salir de nuestra zona de
confort” (expresión tópica donde las haya) e interpretar nuestras
dificultades como una oportunidad de realización personal, porque “si
lo crees, lo creas”. Como si el paro, la enfermedad o la exclusión
pudieran esfumarse haciendo un pequeño esfuerzo de reelaboración
emocional y gestión personal. Porque “el problema de fondo es de
actitud personal ante los problemas”.
En un
panorama laboral y social fragmentado y competitivo, con una
precariedad que mantiene a buena parte de la población al borde del
precipicio, la industria de la automotivación junto con el consumo de
psicofármacos, hace hoy la función de lo que ayer era el capataz que
vigilaba el destajo en la fábrica. Estamos ante la revolución de una
nueva moral que asegura que “el problema está en ti y no en el
sistema”.
Dentro de esta segunda parte del análisis sobre cómo el neofascismo está penetrando en la educación, en el libro desarrollo un capítulo entero dedicado al cuestionamiento de la educación meritocrática, siguiendo los análisis y reflexiones de La tiranía del mérito de Michael Sandel o Contra la igualdad de oportunidades de César Rendueles. Ese ideal de la meritocracia que anima en escapar y escalar, manteniendo el sistema injusto, pero buscando estar colocados en la parte de arriba y que ha convertido a buena parte de la sociedad en esa “clase aspiracional” siempre insatisfecha y anhelante, en constante competición y búsqueda de mayores rendimientos.
Este nuevo ecofascismo une medio ambiente y xenofobia, argumentando que la sociedad funciona con leyes, como la naturaleza, y enferma cuando se ve atacada por la entrada de agentes externos
Sin olvidar el discurso de odio y la exacerbación
del racismo que impulsa el neofascismo buscando enfrentar a la
población entre un “nosotros” y un “otro”. De tal forma que se
polaricen emocionalmente las tensiones, en las que ellos se suben a la
cresta de la ola porque saben que entonces ya no hay debate ni
argumentos, sino la confrontación primitiva y elemental en la que
tienen abonado el terreno.
Y el ecofascismo:
Marine Le Pen, líder de la ultraderecha francesa, no dice, como hacía
su padre, que gracias al calentamiento global “no nos congelaremos”.
Ella habla de proteger el entorno… de los inmigrantes. Este nuevo
ecofascismo une medio ambiente y xenofobia, argumentando que la
sociedad funciona con leyes, como la naturaleza, y enferma cuando se ve
atacada por la entrada de agentes externos. Por lo que hay que
defenderla de los inmigrantes, que ella considera microorganismos
patógenos que atacan la salud de las sociedades occidentales, mediante
las fronteras que serían las vacunas contra esa “enfermedad”. Esta
ideología invade en buena parte el “currículum” que sigue promoviendo
modelos de productividad y éxito social ligados a un desarrollismo y a
un crecimiento sin límites.
También se extiende en educación el greenwashing
o lavado de cara de organizaciones supuestamente “verdes” y
fundaciones y empresas se introducen en colegios, institutos o
universidades con iniciativas “medioambientales” enfocadas en conductas
de reciclaje individual, pero obviando la responsabilidad de las
grandes industrias y los intereses multinacionales que provocan el
grueso del colapso climático. Pero actualmente el ecofascismo ha dado
una vuelta de tuerca más y abandera una especie de “patriotismo verde”,
que exige enérgicamente la conservación ambiental mediante la
“solución” del control de la población, para garantizar a los más ricos
el ritmo de vida y privilegios que han llevado hasta ahora.
Pedagogía antifascista
Frente
a todo ello se desarrollan propuestas y estrategias para combatir el
neofascismo en las aulas, en el centro, en la comunidad, pero también
en las políticas educativas. Como sociedad, como comunidad educativa y
como personas y ciudadanía consciente debemos implicarnos de una forma
clara y sin ambages en combatir el neofascismo, porque no se puede ser
demócrata sin ser antifascista.
Para ello recojo
la experiencia de las comunidades educativas, del profesorado, de los
movimientos de renovación pedagógica, de las mareas verdes, la
experiencia práctica que se está desarrollando en muchos sitios y en
muchos centros, que proviene, a su vez, de grandes pedagogos y
pedagogas que a lo largo de nuestra historia han propuesto las
auténticas revoluciones en educación: Freire, Rosa Sensat, Freinet,
Dewey, Montessori y tantos otros y otras que nos permiten decir en
educación, como dijo Newton, “caminamos a hombros de gigantes”.
Una
Pedagogía Crítica frente al adoctrinamiento, que potencie una escuela
pública y una educación crítica que faciliten la autonomía progresiva
del pensamiento de nuestro alumnado, para que sea capaz de afrontar con
éxito cualquier adoctrinamiento y, sobre todo, el proveniente de quien
controla el poder y que se afana por mantener un sistema educativo
“monoideológico”. La escuela pública es la única que garantiza esta
pluralidad. La pedagogía crítica entiende que la educación es una forma
de intervención política en el mundo y es capaz de crear las
posibilidades para la transformación social con el fin de ampliar y
profundizar los imperativos de la democracia económica, social y
política que vaya más allá de la lógica economicista de la
competitividad de la OCDE y avance hacia la lógica del bien común y la
liberación de Paulo Freire.
Planteo una
Pedagogía de los Derechos Humanos y del cuidado de todos los seres
vivos, una Pedagogía Laica que respete la libertad de conciencia y una
Pedagogía de la Memoria que garantice el derecho a la verdad.
Propongo
impulsar una Pedagogía Feminista que también eduque a los chicos en
masculinidades igualitarias; una Pedagogía del Apoyo Mutuo que permita
repensar la vida desde la cooperación y la solidaridad; una Pedagogía
de la Inclusión que vaya más allá de la integración y se pueda
desarrollar con medios y recursos (reducción de ratios, nuevos
profesionales en colaboración con las escuelas, etc.); o una Pedagogía
de lo esencial que priorice un currículum de saberes fundamentales y
vinculados con la vida.
Abogo igualmente por una
Pedagogía de la evaluación democrática que trabaje desde la Pedagogía
del Error y enfoque la evaluación como forma de mejora de todo el
sistema educativo, saliendo del “régimen PISA” de las pruebas
estandarizadas. Planteo la necesidad de una Pedagogía digital crítica
que recupere nuestra soberanía digital en manos de las GAFAM (Google,
Appel, Facebook, Amazon, Microsoft), los nuevos terratenientes
neofeudales de la economía digital, y de una Pedagogía Lenta que
permita una enseñanza pausada que desacelere los ritmos escolares y
vitales estresados en que vivimos. Pido avanzar en una Pedagogía
Intercultural y Antirracista que eduque para una ciudadanía mundial sin
exclusiones y que considere la diferencia cultural como un valor.
Creo
que todas las propuestas que planteo son radicales, en el sentido de
que van a las raíces de lo que sería un modelo de educación realmente
antifascista y antineoliberal, un modelo coherente con los derechos
humanos y el bien común.
Por eso trato de
explicar cómo desarrollar igualmente una Pedagogía Decolonial, una
educación otra que descolonice el saber; una Pedagogía para educar en
la igualdad y la justicia social; una Pedagogía Ecosocial del
decrecimiento, de la sobriedad voluntaria que descolonice el imaginario
dominante del crecimiento ilimitado en la edad del colapso; una
Pedagogía Democrática que convierta nuestros centros en auténticas
escuelas democráticas.
Incluso una Pedagogía de
la Desobediencia que eduque en el derecho a la desobediencia crítica y
cívica frente al sistema injusto que promueve el neofascismo, el
neoliberalismo y el capitalismo.
La comunidad
educativa no puede permanecer ajena a la barbarie. Ni a la barbarie
planetaria del cambio climático, ni a la barbarie económica de la
explotación social, la injusticia estructural y el saqueo
internacional, pero tampoco a la barbarie social e ideológica que
supone el neofascismo. La verdadera munición de este modelo no son solo
las balas de goma o el gas lacrimógeno; es nuestro silencio y nuestra
indiferencia cómplice.
Lucio Anneo Séneca, en el siglo IV antes de nuestra era, afirmaba: “no nos atrevemos a hacer muchas cosas porque aseguramos que son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas”. Tenemos que atrevernos a soñar. Nos jugamos el futuro de nuestros hijos e hijas, y el de la sociedad en su conjunto.
Fuente → elsaltodiario.com
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