Morir en Guernika
Entre 1938-1940, fallecieron 269 prisioneros republicanos en condiciones lamentables, casi tantos, como los causados por el bombardeo por el cual ha pasado Gernika a la historia

 Morir en Guernika
José Ramón Villanueva Herrero

 

Es bien conocido por la historia aquel fatídico 26 de abril de 1937 en el cual fue brutalmente bombardeada la villa foral vasca de Gernika por la Legión Cóndor nazi y la Aviazzione Legionaria italiana que, en varias oleadas, destrozaron dicha población con bombas rompedoras e incendiarias (el 71% de sus edificios fueron totalmente destruidos) y causando en torno tres centenares de fallecidos.

Eclipsado por el bombardeo, existe otro capítulo trágico de la historia de Gernika que ha estado desconocido hasta hace pocos años. Se trata de la existencia del Hospital Militar de Prisioneros de Guerra de Gernika (en lo sucesivo, HMPGG) en el cual, entre 1938-1940, fallecieron 269 prisioneros republicanos en condiciones lamentables, casi tantos, como los causados por el bombardeo por el cual ha pasado Gernika a la historia. La primera aproximación a este tema se debe al trabajo de José Ángel Etxániz y Vicente del Palacio, miembros del Grupo de Historia Gernikazarra, titulado Morir en Gernika (2003), así como la investigación posterior llevada a cabo por Amagoia López de Larruzea e Iñaki Uribarrena Ibarguengoitia, ambos miembros de la asociación Pipergorri Kultur Alkartea, sobre los datos biográficos de esas 269 víctimas, fruto del cual ha sido la edición del libro Hospital Militar de Prisioneros de Guerra de Gernika, 1938-1940 (2022). Gracias a esta obra sabemos que el HMPGG se estableció en el Colegio de los PP. Agustinos, en un edificio que posteriormente alojaría a un Destacamento Penal de presos (1940-1946) que, adscritos a Regiones Devastadas, redimían penas en trabajos relacionados con la reconstrucción de la arrasada villa de Gernika. El Hospital comenzó a funcionar el 2 de junio de 1938 con prisioneros republicanos enfermos procedentes de los campos de prisioneros y hospitales militares de Santander y Asturias. Más tarde, llegarían otros desde los campos de concentración de Aragón, soldados apresados en los frentes de Belchite y de Teruel y, meses después, otros prisioneros heridos procedentes de los combates habidos en la batalla del Ebro. A partir de abril de 1939, tras el final de la guerra, los prisioneros provinieron de los campos de concentración de todos los lugares de la mitad norte de España.

Al HMPGG fueron trasladados los prisioneros procedentes de diversos campos de concentración franquistas (llegó a haber 303 en toda España), prisiones militares y colonias penitenciarias que eran considerados y diagnosticados como portadores de enfermedades graves y terminales, los cuales llegaban a Gernika en un estado lamentable, como señalaban los citados Etxániz y De Palacio: “mal vestidos y calzados, sucios, deteriorados físicamente, consumidos por las enfermedades, imposibilitados, llenos de vendajes”. Es por ello que, los presos enfermos hospitalizados eran “los desahuciados de los campos y cárceles, enfermos contagiosos, graves y terminales” y, por ello, el hospital “resultó ser un destino de muerte segura”.

El edificio era “un lugar inapropiado para combatir la plaga de enfermedades infecciosas (tuberculosis y fiebres tifoideas), con carencias graves de profilaxis y asepsia, sin una alimentación adecuada” para poder sanar a los prisioneros, “en su mayoría enfermos de patologías infecciosas”. En el supuesto de que el preso se recuperase de su enfermedad, era trasladado de nuevo a un centro penitenciario para seguir cumpliendo la pena dictada por los tribunales franquistas.

Durante los dos años de funcionamiento de este Hospital, fallecieron 269 prisioneros. Este elevado número de muertes se debió a enfermedades, pues a ninguno se le diagnosticó que el motivo de la muerte fuera “por herida de guerra” o como consecuencia de ella. Y todos ellos aún tuvieron que sufrir una última humillación: tras su muerte, el féretro del difunto era trasladado en el carro de recogida de la basura y el lugar de su enterramiento quedaba marcado con una varilla con un número en la ampliación del Cementerio de Gernika-Zallo.

Entre las 269 víctimas, había 13 prisioneros republicanos aragoneses y es de justicia recuperar sus nombres y sus lugares de procedencia. De este modo, había 8 zaragozanos: José del Campo Mendoza (de Ambel, el único que fue enterrado en su municipio de origen), José Bea Vidal (de Caspe, y que las investigaciones de Amadeo Barceló lo identifican como el hermano de Manuel Bea, el último alcalde republicano de la ciudad del Compromiso), Ciprián Plano Serrano (de Lobera de Onsella), Ángel Gascón Bernal (de Fuendetodos), Faustino Pinós Palacio (de La Almolda) y Gerardo Bona, Manuel Julio Corral Fuentes y Mariano Moreno Lacuerda, estos tres últimos procedentes de la ciudad de Zaragoza. Había también tres oscenses: Valero Villagrasa Duaso (de Fraga), José del Río Huguet (de Grañén) y Manuel Bueno Tolosana (de Almudévar) y dos turolenses: Francisco López Martín (de Urrea de Gaén, maestro y capitán de milicias) y Gregorio Fortea Gracia (de Orrios).

Como señalaba Joseba Eceolaza en el prólogo del libro antes citado, recuperar la memoria de las víctimas “es una obligación democrática”. Y, por ello, el pasado 3 de junio tuvo lugar un emotivo acto en el Cementerio de Gernika-Zallo en el cual se erigió un Memorial con los nombres de los 269 fallecidos, acto que contó con la presencia de familiares de las víctimas junto con autoridades de diversas comunidades autónomas, entre ellas, también de Aragón. Ciertamente, como decía Joseba Eceolaza, de este modo, pieza a pieza, se ha reconstruido “el puzzle de la memoria”, de lo que significó el Hospital Militar de Prisioneros de Guerra de Gernika, por lo que es de justicia felicitar a todos los que lo han hecho posible.


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