Memorias sin memoria

Memorias sin memoria
Iñaki Egaña

A pesar de los avances realizados sobre el reconocimiento de las víctimas de 1936-1945, la tendencia es desalentadora.

El Gobierno de Sánchez comenzó la legislatura anunciando una nueva Ley de Memoria Histórica. Para ello creó en 2020 un equipo interdisciplinar, bajo la dirección de Fernando Martínez López, nada menos que con el cargo de secretario de Estado. En su equipo dos paisanos, los dos Paco, Etxeberria y Ferrándiz.

Aunque parezca apenas razonable, el proyecto de ley hace referencia a la sublevación fascista de 1936 y a las terribles consecuencias que produjo. Su tardanza se debe a los problemas que su puesta en marcha generará. El sustrato sociológico franquista es aún notorio entre buena parte de la clase política hispana. Incluidos sectores de la llamada izquierda. Acabamos de asistir atónitos a la pataleta de Eneko Andueza cuando su partido en el Gobierno del Estado ha pedido disculpas institucionales por el bombardeo que otro gobierno, de signo diferente, ordenó sobre Gernika en 1937.

Si con esas andamos en lo que se refiere a la sublevación de 1936 que condujo a una guerra civil, sobre la que la derecha sigue reivindicando un único relato, aquel que dio lugar a la llamada Causa General, imagínense el relato referido a las últimas décadas, ese conflicto que provocó, en su conjunto, 1.400 víctimas mortales, 40.000 detenciones y miles de torturados, así como un estado de excepción permanente que llevó a criminalizar, perseguir e ilegalizar al bloque independentista ahora hace 20 años.

No solo el relato compartido, sino, y como mínimo, el relato múltiple sigue pareciendo una quimera. Estamos ante una nueva Causa General, con tintes distintos, como no podía ser de otra manera, a los franquistas. Pero con un sustrato común, el del no reconocimiento de otra realidad que no sea la impuesta por un sentimiento atávico, el de la españolidad natural e indisoluble.

Un espectador ajeno a la construcción del relato hispano que atribuye las disidencias a una leyenda negra, a los enemigos seculares, incluso a comunistas según las épocas, adversarios naturales del concepto unitario, tiene que flipar. Y seguro que lo hace porque en Europa los recorridos han sido muy diversos. Hace ya 25 años que el Bundestag pidió oficialmente perdón por el bombardeo de Gernika.

En nuestro vecino al norte, Francia, las instituciones, sin ser abanderadas de la defensa de los derechos humanos, han proclamado hasta cuatro leyes memorialísticas. La Gayssot de 1990, penalizando la negación del Holocausto, la Taubira de 2001 reconociendo la esclavitud como crimen contra la humanidad, la del mismo año reconociendo el genocidio del pueblo armenio, y la Mekachera de 2005, en la que se mostraba la aportación de los pieds noirs a la identidad francesa.

Polonia condensa otras cuatro leyes memorialistas en las últimas décadas. La primera de ellas, como la mayoría de los países que sufrieron el Holocausto, condenando el negacionismo. Pero la última, de 2018, reprocha «los crímenes cometidos por los nacionalistas ucranianos o los miembros de formaciones ucranianas que colaboraron con el III Reich alemán». Kiev, como es sabido, había rehabilitado a diversos grupos que habían combatido «por la independencia de Ucrania» y que enfrentaron a la URSS durante la Segunda Guerra Mundial en las filas de Hitler. Gran paradoja en 2022, cuando Kiev y Varsovia han compartido objetivos. Recordar, también, que Polonia está presidida por Andrzej Duda, líder de extrema derecha.

Sería sencillo recordar las leyes supremacistas de Erdogan en Turquía, donde los parlamentarios incluso tienen prohibido bajo pena de prisión, citar palabras como «genocidio armenio» o Kurdistán, o la India de Narendra Modi, también de relato único hinduista para gran parte de Asia. Quizás el más extraordinario proyecto supremacista fue el invento de la Tierra Santa como refugio del «pueblo de Israel». La política expansionista de Netanyahu se asienta en aquella ficción.

En este somero cuadro, ¿en qué posición se encuentra España? No hay dos escenarios iguales, pero a pesar de los avances realizados sobre el reconocimiento de las víctimas de 1936-1945, la tendencia es desalentadora. Sobre todo, en lo referente al conflicto de las últimas décadas donde leyes y normas diversas, configuran un escenario de relato único.

Y a riesgo de parecer ligero me atrevería a señalar que la línea hispana tiene más que ver con la de Washington que con una propia, previamente diseñada, al margen de ese foco ideado como una pica en Flandes que es el Memorial de Gasteiz. ¿Por qué Washington? Porque en EEUU, donde no existe un ministerio de Educación, la historia la rescribe Hollywood. Los 3.000 westerns realizados desde 1910 hasta nuestros días han idealizado al cow boy, ocultando un auténtico genocidio, el de los pueblos originarios.

De la misma manera, aunque obviamente desde un prisma más modesto, aunque no menos inactivo, la «inteligencia hispana» se ha lanzado a una piscina «creativa» que no tiene nada de original. Vilipendiar al sector independentista con decenas de productos visuales, libros y series de baja estopa. Si alguien quiere ser significativamente ensalzado, como fue aquella "Patria" del escritor hispano-alemán, debe de hacer su aportación al tema.

Este ejercicio al que cada semana se suma un nuevo subproducto tiene una serie de claves comunes con aquellas que conformaron la construcción del enemigo hace 80 años. Ridiculizar al extremo al disidente hasta rozar lo grotesco, alejando sus razones de la normalidad y humanizar únicamente a una parte de las víctimas del conflicto, por cierto, no reconocido.

La tendencia viene soportada por una negación notoria. Los relatos posconstitucionales que no se encuadren en esa línea (1978 en adelante) son reos de un destino insalvable. Intentar entender las causas, llorar a los muertos propios, discriminar positivamente para equilibrar relatos, mantener actitudes críticas contra los pilares históricos de la naturaleza hispana son apologéticos. Un término que únicamente pueden usar los del relato único.


Fuente → naiz.eus

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