Un espléndido ejercicio de memoria democrática, que comienza con el golpe de Casado en marzo de 1939 y acaba bajo un estado de sitio en 1976, con un grupo de ancianas irreductibles celebrando la vida.
Más allá de lo que debe usted a su madre, ¿qué le debemos como sociedad a todas estas mujeres que pasaron tantos años en la cárcel y lucharon tanto por la democracia y la libertad?
La sociedad debe reconocimiento. Ello depende mucho de los poderes públicos, que no han tenido la capacidad de dar a conocer la historia de la gente que luchó contra el franquismo y por la democracia en España. Es especialmente sangrante en el caso de las mujeres, cuya historia no se conoce. Más allá de ello, incluso se ignora y se oculta. Sin embargo, en muchas familias, en muchos grupos, ahora las nietas están interesadas e inquietas por recuperar las historias de sus abuelas. No se puede vivir sin memoria, la memoria es garantía de nuestro presente, de lo que queremos construir.
¿Qué opinión tiene del uso de la palabra libertad, ahora que se usa de manera tan gratuita?
Libertad es, en mi opinión, sobre todo la capacidad de optar. Para ejercer esa capacidad en cada vida, necesitamos contar con las condiciones básicas que nos lo permitan: condiciones de estabilidad económica, de vigor social, de cuidado emocional. Libertad, en este sentido, resulta un «mínimo antropológico», aquel que nos hace personas en la medida que nos estimula para sentir, analizar y tomar decisiones. Libertad no es tomarse una caña a deshoras, sino pensar alto, sentir hondo, hablar claro.
‘Memoria del frío’ habla de recuerdos. Muchos de ellos le vienen de documentos y testimonios directos de su madre y otras mujeres. Pero, ¿qué recuerda usted de ese tiempo?
Nací justo después de que mi madre y mi padre, tras 19 años de cautiverio y de relación a distancia, se encontraran por fin. Luego mi padre fue nuevamente detenido y encarcelado durante otros 8 años en el penal de Burgos. Fue entonces cuando conocí la prisión directamente, en las tres visitas presenciales al año que el sistema permitía entonces para ver a nuestros familiares. Las niñas y los niños fuimos en muchos casos el eslabón más débil de la cadena de represión franquista: no sabíamos, no entendíamos, nos convertimos en víctimas involuntarias y especialmente frágiles para el sistema, que se aprovechaba de ello para chantajear a nuestras madres y padres. Sobre todo en las generaciones muy anteriores a la mía en los años 40 y 50, que sufrieron ausencia, hambre, tristeza, represión, abandono, o el propio secuestro o la desaparición aún tan poco investigada. Creo, sin embargo, que pese a la dureza, mi infancia fue una escuela de vida y también estuvo llena de descubrimientos, de momentos radiantes y de aventuras.
En cualquier caso, usted reconoce que, pese a la dureza de la historia, esos tiempos no fueron del todo tristes. ¿Cómo es esto posible?
Por lo que decía anteriormente: por el ejercicio luminoso de la resistencia. Esas mujeres, nuestras abuelas, nuestras madres, sus amigas y compañeras construyeron en medio del oprobio de la dictadura un marco alternativo de vida. Una manera distinta de entender su medio, de ejercer la solidaridad de manera consciente, de intentar hacer de la cotidianidad un espacio habitable. La construcción socioafectiva, además de su indudable valor emocional, es también una apuesta política de futuro. Términos ahora reconocibles como la sororidad y los cuidados fueron recreados por estas mujeres y sus entornos, también reivindicando el valor inmenso de la alegría.
Como bien dice, se recuerda más a los hombres que a las mujeres que sufrieron represión y fueron hechos presos. Ahora que se habla tanto de feminismo, ¿es su libro una reivindicación del papel que esas figuras femeninas tuvieron?
Claro, la sororidad, la apuesta por poner la vida en el centro, la necesidad de generar un entorno protegido, la resiliencia… Las mujeres garantizaron la resistencia desde distintos niveles. Por una parte, porque no fueron simples colaboradoras involuntarias de la lucha por la democracia y los derechos, sino que fueron también sus protagonistas. Su imagen aparece difuminada y en grises en el imaginario colectivo, que ensalza la figura heroica de los hombres y deja a las mujeres en un papel secundario. Pero, además, las mujeres fueron las garantes de la vida comunitaria, generaron el magma que permitió que durante los casi 40 años de dictadura la resistencia pudiera ejercerse. Estuvieron garantizando las condiciones básicas que aseguraron la supervivencia, y ello tiene un enorme valor político, no solo humano. Ejercieron la vida como militancia.
Por los muchos intentos que se han hecho para reparar a las víctimas del franquismo, no sé si cree que la sociedad tiene una deuda con muchas de ellas. ¿Qué es lo que propone?
Además de lo básico, es decir, reconocimiento, lo que se traduce en la triada de verdad, justicia y reparación, es importante que se aprueben de una vez las nuevas medidas legislativas al respecto. Y que se contribuya activamente a conocer en todos los niveles educativos lo que fue la dictadura y su resistencia. Igual que conocemos lejanos iconos ligados a la conquista de América o a supuestas proezas militares, es necesario que conozcamos y nos impregnemos del valor de las acciones de la gente común y corriente, la gente que así, en sus pobres condiciones, intentó que los derechos básicos, los derechos humanos, no se conculcaran tal como ocurrió. En ese sentido, no es solo necesario no olvidar, sino entender que sin memoria no hay identidad, y sin identidad es muy complejo entender y emprender nuestra propia vida. España es una gran tumba colectiva con más de 130.000 personas desaparecidas, y no podemos vivir sobre una gran fosa común. Corremos el peligro de hundirnos en ella.
Hablando de la recuperación de la memoria histórica, ¿cree que pasa por un buen momento, teniendo en cuenta que la intención de PP y Vox en Castilla y León de aprobar una Ley de Concordia en lugar de una ley relacionada con este tema?
Yo creo que lo importante es que pongamos en marcha los mecanismos legales, y también los educativos, los culturales, etc., que sigan reivindicando la verdad de la historia y la necesidad de la memoria. A diferencia de las fuerzas neofranquistas que pretender «tunear» la historia y esconderla, yo creo que la gente de los espacios memorialistas tenemos la obligación de proponer una hoja de ruta alternativa, de acuerdo a los parámetros de la propia ONU, desde actitudes no revanchistas ni de venganza. Como decía, hacer de la memoria no un ejercicio nostálgico ni de confrontación irracional, sino de ideas y de alternativas de porvenir. Sin memoria no hay identidad.
¿Cree, como se habla desde diferentes ámbitos, que el ascenso de la extrema derecha está sirviendo para blanquear al franquismo?
Sin duda. En ello, por cierto, tal como ya he expresado con anterioridad, tienen una gran responsabilidad las instituciones educativas y culturales. Es necesario que tanto la administración central como las autonómicas y municipales dediquen recursos a la memoria. Y es especialmente importante que lo hagan los medios. Lamentablemente, los medios han olvidado la memoria, la evitan, la esconden, cuando serían los mejores transmisores de la misma.
‘Memoria del frío’ es su primera novela. Pero, ¿por qué decidió contar la historia ficcionada en lugar de escribir un ensayo histórico?
En primer lugar, porque no contaba con las suficientes herramientas intelectuales ni los recursos para acometer un ensayo histórico que pudiéramos llamar así. Pero, sobre todo, porque después de un año sumergido en archivos, cartas, fotos, entrevistas, etc., me di cuenta que lo que pretendía contar era otra cosa. Estaba no tanto en los hechos, que en cualquier caso aparecen en la novela, como en ese conjunto de pareceres, emociones, impresiones que esas mujeres, mi madre y sus amigas y compañeras de vida, me habían trasmitido desde niño. Algo para lo que la ficción narrativa me parecía más adecuada, que permitía además hablar no tanto de «la verdad de la historia» como de la memoria vivida, de la postmemoria. De todo aquello que no viví, pero que siento que viví contado en mí. Y también con la ilusión de que el esfuerzo narrativo permitiera un acercamiento más humano y más cercano.
¿Le ha servido este libro a usted para cerrar heridas o, por lo menos, para sanarlas?
Bueno, llegué sanado a su escritura; creo que, si no, me hubiera sido imposible escribir. Lo importante de las heridas no es solo cerrarlas y llenarse de cicatrices, sino tratar de entender y luego permitirse reconstruir y poner en ello ilusión y afecto. Empatizar con las personas que estuvieron ahí y con los propios sentimientos. No sucumbir. Saber que caminas con lo que eres, y que tratas de seguir la estela inevitable de que la vida sea un espacio más placentero. Para todas.
Fuente → hojadelata.net
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