La equidistancia política en memoria histórica es la política de la demagogia
La equidistancia política en memoria histórica es la política de la demagogia / Isabel Ginés y Carlos Gonga

¿Qué democracia es esa en la que no se condenan abiertamente los crímenes de la represión franquista y en la que se permite que la ciudadanía actual siga vilipendiando a sus víctimas?

La equidistancia política respecto a la memoria histórica y más concretamente a la represión franquista, el no tomar partido entre víctimas y verdugos, es una medida nada ética pero que resulta favorable a quienes pretenden mantener el poder que tienen en España sin suscitar discrepancias. Viene a ser algo así como estirar la cuerda del silencio que une 1939 con el año actual no importa en qué año leas esto. Condenar política y públicamente el fascismo de manera atemporal y a quienes lo abrazan es una muestra de coraje democrático que no representa a todas aquellas personas que gobiernan hoy en democracia.

Ser equidistante en la memoria histórica es igualar a las víctimas y a sus verdugos; es poner a quienes defendieron tanto el gobierno democrático de la Segunda República como la libertad en la misma balanza que quienes propiciaron una dictadura fascista y represora de los derechos sociales, laborales y de la libertad colectiva. El franquismo arremetió contra la libertad de expresión y la libertad de prensa, siendo detenidas o fusiladas miles de personas que manifestaran o publicaran información o ideas contrarias a los principios fascistas del régimen. Una vez terminada la guerra, el bando golpista que la provocó y la ganó se encargó de dar así rienda suelta a lo que se conoce como represión franquista: detenciones, encarcelamientos, torturas, abusos, violaciones, robos, ejecuciones, purgas, señalamientos sociales, exilios e involución; todo ello, en supuestos tiempos de paz.

Equiparar moralmente a las víctimas —mortales o no— de la violenta represión de aquella vida en España con quienes apoyaban la dictadura que la provocó es sinónimo de desconsideración. Existe la manida frase de que todos hicieron mucho daño” pero es una frase incompleta: habría que añadirle, delante o detrás, en la guerra. En la guerra todos hicieron atrocidades, y con todosnos referimos a quienes la provocaron y a quienes se defendieron de los primeros: el bando sublevado, el que se sublevó o se enfrentó al poder establecido de la Segunda República mediante un golpe de Estado, denominado por los golpistas bando nacional”; y la gente demócrata, quienes, tras el fracaso parcial del golpe de Estado de julio de 1936, decidieron defender la legalidad republicana durante la Guerra Civil, el gobierno legítimo de la Segunda República o la libertad de la sociedad.

Dejamos atrás la guerra y pasamos a la represión franquista. En la represión franquista no todos hicieron mucho daño” ni todos hicieron barbaridades. No todas ni todos cometieron actos atroces: únicamente los golpistas lo hicieron, dirigidos por el genocida Francisco Franco. Las personas que fueron víctimas de su represión sistemática y deliberada tenían sensación de pérdida, de confusión y el dolor constante se infiltró en su personalidad, a la vez que el miedo. Su sentido de pertenencia a este país estaba siendo lapidado, únicamente querían que España no cayera en manos de una dictadura fascista que coartaría todas sus libertades. La libertad de la que disfrutaban antes de la Guerra Civil (también conocida como la Guerra de España), en la Segunda República, se iba disipando a pasos agigantados: ya no iba a regresar.

Madrid, 1936: todas y todos hemos escuchado alguna vez “¡No pasarán!. Resulta complicado olvidar aquel extenso cartel que atravesaba de lado a lado la calle madrileña de Toledo en noviembre de 1936, en el que se leía con letras de gran tamaño el lema “¡No pasarán!y debajo, con letra más pequeña, El fascismo quiere conquistar Madrid. Madrid será la tumba del fascismo. Se acercaba el final de la Guerra Civil, Madrid quiso ser la tumba del fascismo pero el fascismo pasó, la dictadura franquista se implantó e hizo muchísimo daño.

No obstante, actualmente en España hay muchas personas nostálgicas del franquismo. Generalmente se trata de personas de pronunciada ignorancia, fácilmente demostrable en un debate, que basan su tiempo en exhibir su defensa de los principios de patria y tradición, dejando de lado valores como la empatía o la tolerancia, y en manifestar su pleitesía a algún que otro sucedáneo actual del dictador.

Muchos nostálgicos, dado su grado de intransigencia, serían en aquellos tiempos quienes que eran premiados con una farmacia o un estanco por delatar a vecinas y vecinos de su pueblo que tuviesen pensamientos contrarios al régimen franquista, algunos de los cuales acabarían siendo asesinados. Muchos otros serían quienes jaleaban tras las mujeres que eran rapadas y paseadas por las calles, siendo obligadas a ingerir previamente aceite de ricino para que se hicieran sus necesidades encima, o quienes animaban a que les violaran o les mataran. Y muchos de ellos, por muy convencidos que estén de que defienden el régimen franquista y de que el régimen los defendería a ellos, acabarían siendo también fusilados ante un paredón como la gente a la que critican.

No puede haber equidistancia, es absurdo decir que hay que contar la historia de los dos bandoscuando se habla de la represión franquista o que en esa época eran todos iguales. En la guerra sí que se hicieron barbaridades por ambas partes, una guerra de hermanos contra hermanos es lo más cruel que hay y causa un dolor irreparable. Es lo más ilógico, especialmente cuando esta guerra se inició a causa de que un energúmeno exaltado decidiera alzarse en armas contra su Gobierno legítimo, elegido democráticamente mediante unas elecciones.

El franquismo pasó por las calles de los defensores de la libertad y de la democracia, ganó la guerra y desencadenó una no menos cruenta represión: experimentos humanos con presas rojas, crear campos de concentración donde hacinar personas, dejar tirados a miles de españoles en campos nazis, asesinar a otros miles en tapias y paredones, ocultar sus cuerpos a sus familias arrojándolos a fosas comunes o pozos, robar niñas y niños o bebés a sus madres para darlos en adopción a familias franquistas, violar a mujeres por ser familiares de detenidos o de asesinados, abusar de ellas como condición para que la comida que les llevaban a sus familiares presos les llegara, pasear a mujeres por las calles mientras ellas se cagaban y se meaban encima, purgar o asesinar a maestras y maestros, arrebatar tierras y propiedades, obligar a miles de personas al exilio para no perder su vida… Perdimos una generación, no es un hecho que España deba olvidar, como tampoco lo es el hecho de que España perdió a muchas y a muchos intelectuales que podrían haber hecho mucho bien a este país, luchadores todos ellos por la libertad. Perdimos una generación de gente necesaria y muy comprometida.

Ser equidistante en estos temas implica comparar a las víctimas con sus verdugos y esto genera confusión, es una confrontación inconcebible. Cuando esta equidistancia se expresa por parte de la ciudadanía denota ignorancia y falta de empatía; cuando proviene, además, de una persona con un cargo de responsabilidad política denota a su vez, teniendo en cuenta los valores democráticos por definición, ineptitud política. ¿Qué democracia es esa en la que no se condenan abiertamente los crímenes de la represión franquista y en la que se permite que la ciudadanía actual siga vilipendiando a sus víctimas? Una democracia es mucho más que un sistema de gobierno elegido por el pueblo en unas elecciones generales, implica gobernar en base a una serie de valores democráticos y la equidistancia en una masacre a personas desarmadas, siendo muchas de ellas civiles, no obedece a estos valores.

En la guerra fratricida de hermanos contra hermanosque se vivió en España podemos generalizar diciendo que todos hicieron barbaridades. Siempre está quien salta diciendo que su familiar no mató a nadie ni hizo nada malo, esto es porque no entiende la frase. Insistimos en que con todosno nos referimos a todas y cada una de las personas que participaron de una forma u otra en ella sino a golpistas sublevados y a demócratas republicanos: cometieron atrocidades durante la guerra, ese es desgraciadamente el pan de cada día en una guerra, lo podemos comprobar en cualquiera de las guerras actuales. Pero hay un factor esencial a tener en cuenta en la Guerra Civil española: los golpistas sublevados defendían el golpismo y el fascismo, mientras que los demócratas republicanos defendían la democracia y la libertad, que incluyen valores como la cultura o la igualdad. Hay que ser plenamente conscientes de esto para dilucidar si deben o no equipararse cuando terminó la guerra.

Toda aquella persona que pretenda encontrar una equidistancia en un documental sobre la represión franquista, en un reportaje, en un libro, en una ilustración o en unas jornadas de memoria histórica tiene una predisposición errónea y un error de base: está abrazando un discurso donde se equipara a todas las víctimas, tanto las que pertenecen a quienes provocaron el golpe de Estado y se aprovecharon de él, provocando decenas de miles de muertes y desapariciones, como las que proceden de las familias que defendían derechos sociales, laborales y la libertad del pueblo español. Estas últimas no solo defendían la libertad individual sino también la libertad colectiva, el derecho de todas las personas de este país a vivir en paz y con igualdad.

Se abre el telón: aparecen franquistas asesinos y gente condenada a muerte por sus ideas, violadores y mujeres violadas, carceleros y presas o presos, ladronas de niñas y niños, familias a quienes se los arrebataron, familias que les adoptaron ilegalmente, represores y exiliados o exiliadas, cogidos todos y todas de la mano, con sus bocas selladas pero bailando en torno a un ficticio monumento a la Transición. Se cierra el telón, volvemos a la realidad. No, no es un chiste; broma, ninguna. Esta paranoia es la película que se montan en su cabeza las personas equidistantes, incapaces de volver la vista para aprender, de valorar el contexto de cada caso, de cada víctima, imaginando una idílica situación de concordia, acuerdo y armonía. La búsqueda de la verdad, la que fue acallada durante décadas por el franquismo, pasa por dar voz a quienes padecieron y antes de ello debemos tener claro que no vivieron lo mismo quienes fueron acallados y señalados, perseguidos o exiliados que quienes contaban con el beneplácito de la dictadura para vivir con normalidad su día a día.

Es muy peligroso el discurso de que hay que igualar a todas las víctimas, de que todas las víctimas eran iguales. Si bien es cierto que la muerte de cualquier persona supone un dolor colosal para su familia y sus personas más allegadas, tenemos la responsabilidad moral como sociedad de no equiparar a todas las víctimas porque no todas ellas padecen o pierden su vida en las mismas condiciones. La población española considerada de ideas republicanas por el franquismo fue humillada, vapuleada y masacrada en masa ya terminada la guerra. No pasó por esto toda la población española, no eran iguales todas las víctimas ni tenemos motivos para considerarlas así ahora.

Que todas las familias sientan dolor no significa que todas las víctimas eran iguales, que una familia republicana sintiera miedo de contar su dolor en la dictadura y que una familia franquista no contara su pasado a sus descendientes no significa que todas las víctimas merecen reparación”. Dicho de forma descontextualizada puede resultar que se está dando más valor a unas víctimas que a otras pero lo único cierto es que lo que se está haciendo es equiparándolas: no se les iguala porque no comparten las mismas circunstancias. Esto no se trata de quién es mejor o quién es peor sino de quiénes sufrieron la represión franquista y quiénes empuñaron las armas o apoyaron a quienes las empuñaban, de quiénes obtuvieron rédito personal y político durante décadas de dictadura y quiénes se vieron abocados a la pobreza, a la explotación infantil, a las torturas, a la muerte o al exilio. La memoria histórica no es una cuestión de enfrentamiento, quien quiera verla así es por puro desconocimiento: la memoria histórica busca la verdad, busca dignificar a personas y busca reparación para quienes no la tuvieron. Todo lo demás son desvaríos y un despropósito.

Hablemos claro: la equidistancia en la represión franquista es un auténtico disparate. Si la extrapolamos a un contexto tan radical como Alemania y Polonia a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría comparar a las SS nazis con judíos, homosexuales o gitanos, que fueron todos ellos gaseados y quemados en los hornos crematorios de los campos de concentración nazis. Nadie sensato entrevistaría a un judío que perdió a toda su familia en una cámara de gas y luego le diría: Oye, voy a entrevistar a este de las SS porque todos hicieron mucho daño y sois todos iguales. Es muy peligroso este discurso de la equidistancia, es una diatriba en la que se censura el derecho de una parte de la población a recibir reparación frente a otra que ya la recibió, una excusa que denota un desconocimiento profundo sobre la historia, en este caso sobre la historia de España.

La libertad política y la libertad de educación formaban parte de la Segunda República. La dictadura franquista las golpeó mortalmente: ilegalizó partidos políticos que se oponían radicalmente a su visión he aquí la intransigencia del fascismo cuando este toma el podery purgó al personal docente de todo el territorio nacional, incapacitando o incluso asesinando a maestros y a maestras por impartir cultura y educación el pensamiento crítico es el mayor problema de una dictadura que somete a la sociedad.

Es una persona muy ignorante quien afirma que se busca enfrentamientocon la recuperación de la memoria histórica, que cuando se sacan a la luz las historias de quienes sufrieron la represión franquista o los símbolos que representaban a sus víctimas se busca frentismo; es decir, por definición, enfrentarse al sistema establecido” de ‘ver, oír, callaren la Transición española. Por si no fue suficiente el haber sufrido las consecuencias de una cruenta guerra de tres interminables años que nadie más que unos rebeldes y asesinos golpistas provocaron, los años posteriores, mientras una parte de la población española fue beneficiaria de la dictadura franquista y sus desmanes, otra parte fue víctima de su desatada violencia. Miles de fosas comunes siguen llenas de gente a la que se debe dignificar póstumamente y a cuya memoria no hace mérito una equidistancia. Unas personas se quedaban con las tierras, con las casas, con los bienes de otras. Las catalogadas como enemigas de la dictadura perdieron todo esto injustamente e incluso más: su propia vida. Hay gente que perdió todo en esa dictadura, no se le puede equiparar con quien ganó todo.

Mucha gente habla de concordia, una pretensión que esconde el volver a abandonar a las víctimas. Para estas personas esta supuesta concordia conlleva la intención implícita de que no se hable de lo que ocurrió en nuestro pasado contemporáneo, que se escondan las vergüenzas de los represores con el pretexto de avanzar hacia un futuro de interés común. Esto mismo provoca que se siga silenciando a las familias represaliadas y que se siga acallando su verdad. Debemos tener en cuenta que se conoce el paradero de miles de fosas comunes de esa época en España pero que también existen otros cientos de fosas clandestinas, en paradero desconocido, por lo que no se va a poder recuperar los restos de las miles de personas que yacen en ellas. Algunas fosas incluso fueron abiertas años después de ser excavadas y los restos que contenían fueron trasladados a lugares no documentados, por lo que en algunos casos las familias de las personas asesinadas logran, tras un esfuerzo considerable y numerosas trabas burocráticas, que sean excavadas pero se encuentran con cavidades vacías. Esto se traduce en un doble e inesperado sufrimiento.

Quienes yacen o yacían en fosas comunes fueron juzgados en su día, en su inmensa mayoría, por un tribunal militar siendo civiles y sin derecho a una defensa fehaciente pese a disponer de ella en muchos casos, incluso de testigos a su favor: estaban condenadas a muerte antes de sentarse en el banquillo de los acusados. Se llevaban a cabo juicios sumarísimos y se les condenaba a trabajos forzados o a la pena capital mediante acusaciones no probadas, veredictos que a día de hoy siguen estando vigentes y continuan manchando el honor y la dignidad de decenas de miles de familias en todo nuestro país. ¿Imagináis que asesinaran a vuestra abuela o a vuestro bisabuelo sin previo aviso, sin más acusación que haber pertenecido a un sindicato o haber estado afiliados a un partido político, haber participado en una manifestación en favor de los derechos humanos o laborales como cualquiera a las que vamos hoy en día, por conocer a una persona concreta o por un chivatazo no probado, y que 40 años después del fin de esa dictadura asesina ese o esa familiar siga siendo considerado criminal a ojos de la ley? Es una locura sin sentido pero es la pura realidad. Y no estamos hablando de poca gente ni de casos muy puntuales.

Esa supuesta concordiade la que las personas equidistantes hablan viene a ser la misma concordia entrecomillada que buscó la Transición española, el paso de la dictadura a la democracia actual: que las víctimas se callaran la boca por el bien de un futuro común, que ningún franquista fuese juzgado por sus brutales crímenes para dar paso a una sociedad represaliada que conviviera con sus torturadores y sus asesinos. La concordiade la equidistancia política busca callarles de nuevo la boca a estas personas, decirles que moderen su tono y sus palabras al expresarse, que se abstengan de exhibir públicamente símbolos históricos como banderas constitucionales. Busca que lo que hemos avanzado en materia de memoria histórica y democrática se vuelva a estancar, que se silencie a estas víctimas en la medida posible, que no se les dé bulo y que se abandonen las escasas políticas que ha habido, que ayudan principalmente a las personas que sufrieron la violencia de primera mano o a sus familiares pero que también suponen un pilar de conocimiento para el avance de nuestra sociedad.

Eso es su concordia, un callaros la boca y dejad estos temasen toda regla seguido de la irresponsable culpabilización a la víctima de no queréis mirar hacia el futuro para que España avance, preferís seguir anclados en el pasado. España no va a avanzar con 150.000 personas asesinadas yaciendo en fosas comunes por suerte, cada vez menosy con cada vez más personas intransigentes que cargan contra quienes solo quieren que la sociedad sepa lo que pasó o enterrar dignamente a sus seres queridos. ¿Qué es la patria sin el respeto a los derechos humanos de conciudadanas y conciudadanos sino un voluminoso trapo de colores y un himno hueco? ¿Qué es la concordia sin el respeto al derecho de toda víctima de la represión franquista de contar su verdad sin miedo sino un engaño equidistante que disfraza de armonía el miedo a posicionarse? España no puede avanzar si no se soluciona este tema, lo estamos viendo día tras día.

No existe la concordia en España. A nosotros mismos nos han dicho recientemente que con el diseño del cartel de un documental instamos al frentismoy que fomentamos un espíritu guerracivilista, como si plasmando símbolos históricos pretendiéramos generar un enfrentamiento entre la sociedad. Nos acusan de dos paridas que ni siquiera han tratado de reflexionar, pues habrían comprobado que no tienen argumentación fehaciente ni congruente posible. La equidistancia no es bien recibida por quienes sufrieron la represión franquista, por quienes nos dedicamos a conciencia a la recuperación de la memoria histórica ni por quienes son capaces de sentir empatía y solidaridad hacia los primeros.

No puede existir la concordia cuando seguimos teniendo fosas llenas; muchas de ellas, clandestinas y que quizá nunca conoceremos; ni cuando tenemos constancia de decenas de miles de condenas con hechos falseados que todavía no se han anulado. Demasiadas problemáticas persisten en este país en torno a la memoria histórica la recuperación e identificación de restos humanos de personas asesinadas por sus ideales, la recuperación del relato de las familias que fueron víctimas de la represión franquista, de archivos que albergan documentos de valor incalculable, la búsqueda de niñas o bebés robados, la derogación de los juicios sumarísimos de tribunales militares franquistas, entre otros múltiples aspectospara plantearse siquiera la concordia, demasiado a sus anchas campa de nuevo el fascismo en España hoy en día para atreverse a sugerir cordialidad o fraternidad. Hablar de concordia y reclamar equidistancia en torno a la represión franquista es hacer demagogia.

Nosotros siempre buscamos que las familias de personas represaliadas humilladas, torturadas o asesinadas, silenciadas durante años o incluso décadas, tengan por fin voz; que puedan contar lo que sufrieron y lo que les pasó. Y todas ellas lo han hecho siempre sin ánimo de notoriedad, con el mero objetivo de que sirva a quien se interese por conocer la parte acallada de la historia para que la sociedad sea capaz de prever situaciones similares en un futuro y de cambiar de rumbo antes de permitir que alguien cometa errores que ya se cometieron. Nadie en su sano juicio busca un enfrentamiento a día de hoy porque gracias a la memoria histórica aprendemos de los errores del pasado. La equidistancia hace ver enfrentamientos donde no los hay porque quien la practica aún no se ha enfrentado al desafío democrático de la condena del fascismo.

Una familia que fue represaliada tiene derecho a contar su historia, tiene derecho a decir que uno de sus miembros fue asesinado porque su ideología no casaba con esa España golpista del genocida Francisco Franco y nosotros tenemos la responsabilidad social de darle voz. Las familias de gente represaliada fueron silenciadas, ya es hora de que rompan ese silencio. No se busca enfrentamiento: se busca crear conocimiento, se busca dignificación y se busca reparación. Ninguna persona que se dedique a recuperar la memoria histórica de la represión franquista busca crear ni crea conflicto: busca la verdad, ya sea de la mano de un archivo o de un relato personal. No es justo que se pretenda seguir silenciando a quienes han sufrido tanto. Se busca que la persona a la que intentaron silenciar cuente lo que pasó a su familia, que estas familias sean reparadas.

Hay que contar lo que ocurrió y hay que hacerlo con la máxima veracidad. Nunca hay que dar pie al revisionismo tratar de cambiar la historiani llevar a cabo un revanchismo —buscar venganza—, las familias de personas represaliadas lo tienen muy claro. Hay que recuperar la verdad, ciñéndose a los hechos y darle voz: esto es lo que se busca.

Dejémonos de concordia, de enfrentamientos, de buscar excusas o de demagogia y busquemos la verdad, que nos la merecemos.


Fuente →  nuevarevolucion.es

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