¿Por qué hace falta un plebiscito en la monarquía?
 ¿Por qué hace falta un plebiscito en la monarquía?
Albert Portillo 
 

Este próximo sábado tendrá lugar la consulta convocada por la plataforma “consulta popular estatal: Monarquía o República”. Una consulta que en principio estaba prevista para el 9 de mayo de 2020. Si bien la pandemia forzó su aplazamiento también es cierto que las caceroladas republicanas animaron bastante a menudo el confinamiento. Y, de hecho, en los dos últimos años todos los ángulos oscuros de la monarquía no han hecho más que incrementarse exponencialmente.

El autoritarismo, el centralismo, el militarismo, el fraude fiscal… todo un conjunto de taras representativas no de una forma de Estado sino del régimen por el que gobiernan las élites, o mejor dicho, las oligarquías. La monarquía hoy representa de la manera más descarada una forma de hacer negocios totalmente mafiosa que justamente por este método, y por el poder que tiene en el Estado, le garantiza una posición de primus inter padres entre el conjunto de la oligarquía.

El bloqueo parlamentario sistemático a toda comisión de investigación de los fraudes de la casa real impide, por ahora, una solución parlamentaria de la crisis de Monarquía. O en cualquier caso una solución proveniente del Congreso. Motivo por el que, mientras no cambie la correlación de fuerzas, sólo desde otras instituciones se podrá poner en callejón sin salida la monarquía.

Otra vía, extraparlamentaria, es justamente la consulta convocada este sábado. Una herramienta que nos permite señalar un camino de agitación para someter a la monarquía a un plebiscito. Más allá de las referencias evidentes que se pueden hacer, con la consulta independentista de Arenys de Munt, el hecho en sí puede ayudar a hacer algunas reflexiones en torno a la crisis de la monarquía y del rol que deberían jugar las fuerzas de izquierdas soberanistas e independentistas catalanas.

Primero porque es imposible obviar las sacudidas que nos llegan de América Latina. Chile, Perú, y posiblemente en breve México, nos muestran una estrategia con efectos tácticos tangibles. Los procesos constituyentes de Chile y Perú son una muestra muy concreta de una manera de darle la vuelta a una determinada correlación de fuerzas al desarmar a las oligarquías respectivas de sus constituciones y de sus Estados.

Hacer fuego nuevo con una constitución jurídica es una forma de modificar la constitución real de fuerzas porque la única manera de conseguir una nueva constitución jurídica es venciendo aunque sea parcialmente la constitución real que impera en un país. El derribo de las constituciones de Pinochet y Fujimori ciertamente tiene detrás profundas conmociones sociales que explican el estrecho vínculo entre el programa oficial de las izquierdas en el poder con el programa real desencadenado por las movilizaciones sociales.

Siempre se podrá aducir que el Estado español no es ni Chile ni Perú, una verdad evidente por sí misma, al igual que por el sistema sanitario que tenemos también es evidente que el Estado español no es ni Canadá y menos Cuba. Pero más allá de constatar realidades evidentes, y utilizarlas para amonestar a la parroquia, quizás de la singularidad de cada proceso social y político podemos aprender algo para aplicar en nuestras condiciones concretas.

Francia parecería justamente un ejemplo europeo en ese sentido. Pues, aunque no se hayan producido movilizaciones de la misma categoría que en Chile, México o Perú, la izquierda ha jugado a la ofensiva proponiendo un programa constituyente capaz de soldar las protestas de las Chalecas Amarillas, contra el neoliberalismo climático de Macron, con la reivindicación de una Francia libre, de la bota militar de la OTAN y del yugo de una Unión Europea enemiga fines del keynesianismo más miedoso salvo si se trata de financiar el complejo industrial-militar.

El programa de Mélenchon en favor de una Sexta República socialmente justa, ecologista, feminista, y plenamente independiente de los poderes económicos y militares imperialistas, ha hecho más por la unidad de la izquierda francesa en un frente popular transformador que todos los debates sobre la unidad de la izquierda o la transversalidad.

A este respecto, es importante también repensar el papel acelerador que pueden jugar las izquierdas independentistas en un proceso de cambio que a la vez facilite la propia emancipación nacional. Tanto en el caso catalán, como vasco, como gallego, como andaluz, existe un trasfondo histórico de este rol estratégico capaz de generar una dinámica virtuosa recíproca.

Si en el caso vasco podemos encontrar las raíces en ANV, el otro nacionalismo (Txalaparta, 2005) en cuanto a los años 20 y 30 del siglo pasado, en Cataluña las encontramos en el entramado de corrientes que Macià y Companys representan; Estat Català, la Unión de Rabassaires, la Opinión, la Unión Socialista de Cataluña, parte de la CNT y del BOC, que conjugaban un (pan)catalanismo a la vez totalmente iberista; que participaba del Pacto de San Sebastián y proclamaba sin tapujos la República Catalana.

Desgraciadamente, este histórico legado estratégico no siempre ha sido aprovechado en toda su potencialidad. Quizás el caso más llamativo lo constituye el momento de las Marchas de la Dignidad de 2014: en uno de los ciclos más álgidos de la movilización contra los recortes, las izquierdas sindicales, SAT, IAC, CGT, entre otros, sacaron dos millones de personas en Madrid con un programa a favor de la autodeterminación, de los procesos constituyentes y de un republicanismo social y político. Seguramente, nunca ha habido en Madrid tantas tricolores, esteladas, ikurriñes, banderas gallegas y andaluzas, como en aquel 22 de marzo de 2014, basta con ver las fotografías. De hecho, incluso se sopesó una huelga general plurinacional que podría haber coincidido con las protestas que en ese momento existían en el Sur de Europa contra la Troika (BCE, FMI y Comisión Europea). Seguro que si una situación parecida se volviera a repetir, ahora la izquierda aberzale y la izquierda sindical vasca no desaprovecharían una ocasión como ésta.

La consulta de este sábado quizás puede convertirse en una oportunidad parecida no sólo por lo que pase sino por lo que pueda espolear. Una posibilidad que es una necesidad imperiosa para las periferias pues hace falta un movimiento civil republicano amplio, y propiamente español, que respete el derecho de autodeterminación de todos los pueblos y territorios a la vez que hace frente en sus propios términos a las extremas derechas madrileñas que controlan la principal base de poder de la monarquía, Madrid.

Parafraseando a Argala, guía estratégico de la izquierda aberzale, podríamos decir que nosotros no renunciamos a intentar determinar cómo debe configurarse el proceso constituyente español para que los cambios a los que aspiramos topen con un conjunto de escalas geopolíticas que también hay que transformar. Sobre todo siendo un país tan pequeño como el nuestro en el Sur de Europa, un faro west en el que no se aceptan disidencias de ningún tipo, como experimentó en carne propia Grecia en 2015.

Por tanto, o hacemos un razonamiento geopolítico de izquierdas como el que fue capaz de hacer Venezuela en 1998 para romper su aislamiento continental o nos veremos abocados de nuevo a una situación griega, o islandesa, que ya se pudo atisbar el 2017 cuando las civilizadas potencias democráticas occidentales apoyaron sin miramientos la actuación represiva del Estado español. Pues, como bien saben los kurdos, la UE no tiene ningún problema en apoyar las peores actuaciones si las comete un aliado militar, y socio estratégico comercial, aunque en el caso turco hablamos de bombardeos a civiles con proyectiles incendiarios de fósforo blanco.

Justamente por eso tiene un renovado interés el planteamiento de Heinz Dieterich, entonces asesor de Chávez y del socialismo del siglo XXI, cuando abordaba la necesidad de formar un Bloque Regional de Poder capaz de hacer frente a toda una serie de problemas comunes no demasiado diferentes a los que experimentamos los países del Sur de Europa:

“el bloque regional de poder es la precondición de cualquier avance económico latinoamericano, porque la renegociación de la deuda externa, del proteccionismo del G-7, del desarrollo de tecnologías punteras y ciencias de la excelencia latinoamericanas sólo se pueden realizar desde de una base de poder regional”

En nuestro caso es un motivo más por el que no puede valer de ninguna de las maneras un republicanismo, o un confederalismo, especulativo que cita a Maquiavelo o alguno de los teólogos del republicanismo de derechas anglosajón (de la llamada Escuela de Cambridge) pero que en cambio renuncia a analizar la economía política de una Monarquía con estrechos vínculos con el capital financiero más especulativo, la industria militar (que tan generosamente abastece al ejército turco) y la extrema derecha.

Porque el problema de la monarquía española no tiene que ver con la forma del poder ejecutivo sino con que la cabecera del poder ejecutivo esté ocupada por uno de los sectores más mafiosos de la oligarquía española; la familia real. Y para limpiar este parásito tan profundamente incrustado en el Estado no hay otra manera que no sea el cambio de régimen.

Maurín fue capaz de resumir el quid de la cuestión al explicar llanamente por qué Alfonso XIII, uno de los hombres más ricos de la península ibérica, y de Europa, fue tan detestado por trabajadores, jornaleros, tenderos e intelectuales de toda tipo:

“La monarquía no es el rey, sino todo lo que encarna. La fuerza de la Corona, su vivacidad, a pesar de todos los contratiempos, radica en su valor representativo. La Monarquía es una Sociedad Anónima de la que los principales accionistas son la Iglesia, el Militarismo, las oligarquías financieras, el Banco de España, la Aristocracia, los grandes latifundistas y los elevados dignatarios de la máquina del Estado. En esta Sociedad Anónima, el monarca lleva a cabo sus funciones de presidente. La Sociedad Anónima monárquica sabe que la deposición del presidente puede deberse a una grave crisis interior. Por eso la defensa del rey es la propia defensa. De ahí la firmeza de la Corona. (…). Es la Monarquía en totalidad lo que hace falta abatir.”

Pere Ortega y Tica Font denunciaron no hace mucho cómo la Sociedad Anónima refundada en Juan Carlos I obtenía sus beneficios básicamente de dos fuentes: las comisiones cobradas por la adjudicación de hidrocarburos y la venta de armas españolas. Un negocio muy lucrativo que según estimaciones de la prensa internacional podría suponer una fortuna de 1.790 millones. Lo más seguro es que esta estimación sea más bien la punta del iceberg.

Lo que hace más necesario una afirmación republicana movilizada también en Madrid o como dijo Miguel Urbán : “No podemos tener miedo al interrogante que se pueda abrir. El principal miedo que debemos tener en el movimiento republicano es el miedo al “no se puede”, no al “sí que se puede”.”

Esta apertura debe basarse en un republicanismo social que ataque a la monarquía por lo que es, un despótico fondo buitre que utiliza el Estado para sus negocios armamentísticos, y que le oponga un programa fiscal y social. Es decir que "debe ser radical en muchos de sus planteamientos de fondo", como concluía Gerardo Pisarello al final de Dejar de ser súbditos.

En Cataluña, 40.000 familias han perdido la vivienda por impagos hipotecarios y los y las catalanas destinamos de media el 54% del sueldo bruto a pagar el alquiler según el estudio Relación de salarios y viviendas de alquiler . La anulación de aspectos primordiales de la ley de alquileres por parte del Tribunal Constitucional no es sino la defensa consumada de una constitución material que revela por sí misma mejor que otra cosa el valor de la Constitución del 78. Una razón de peso para considerar que si la regulación de alquileres no cabe en este ordenamiento jurídico entonces lo que hace falta es una nueva constitución, y, una depuración democrática de la judicatura.

De hecho, vamos faltos de radicalidad a pesar de vivir en un régimen más degradado, y miserable, que la monarquía presidencial fundada por el golpe de Estado de De Gaulle. “Ya está bien en vivir engañándonos pensando que tenemos una democracia muy avanzada. Estamos a tiempo de ponerle remedio: podemos acabar con la monarquía.”

Esta violenta toma de conciencia que nos lanzaba Jordi Serrano es, de hecho, equiparable al diagnóstico continental de Rafael Poch sobre Europa: no somos un “continente” tan progresista, democrático, como creemos, más bien al contrario, como ha hecho notar recientemente Lula. Si algo ha mostrado la invasión de Ucrania es que la Unión Europea es tan belicista y autoritaria como los enemigos que le enjuagan desde Washington.

Y la monarquía española es su mejor ejemplo; punta de lanza de una política exterior basada en la alianza con todas las dictaduras posibles, desde Marruecos hasta Arabia Saudí, la monarquía no tiene ningún problema en hacer valer en política interior “los hombres del rey” o sea extrema derecha y la policía secreta contra la oposición democrática.

Ya va siendo hora de hacer uso del don de la oportunidad para aprovechar todas y cada una de las ocasiones para derribar la monarquía y su guardia de corps; los especuladores rentistas, el complejo industrial-militar y la judicatura corrupta. Amrémonos pues de la radicalidad jacobina de nuestros vecinos franceses o bien seamos plenamente nosotros mismos “y probamos al mundo que todavía somos los hombres que no hemos dejado extenderse a los monarcas en la tierra de la monarquía”, como haría un republicano ibérico como Pi y Margall.

Notas

Veas la biografía política que le dedicó Mertxe Aizpurua a Argala. Pensamiento en acción. Vida y escritos , Baigorri Argitaletxea, 2018.

El estallido del 15M fue precedido de la crisis del sistema bancario de Islandia. La crisis fue tan fuerte que se generó un proceso constituyente dirigido por las izquierdas ecologistas y antineoliberales. La Unión Europea intervino directamente en la soberanía de este pequeño país para hacer descarrilar de todas formas posibles una Constitución que cuestionaba todos los sacramentos de los tratados neoliberales europeos.

Dan Sabbagh, “Investigation into alleged use of white phosphorus in Syria”, The Guardian , publicada el 18 d’octubre de 2019, disponible aquí: theguardian.com

 Heinz Dieterich, El socialismo del siglo XXI , Berlín, Gegenstandpunkt, 2006, p. 71. Recuperat a: rebelion.org/docs/

Joaquín Maurín, Los hombres de la Dictadura , Barcelona, ​​Editorial Anagrama, 1977 [1930], p. 231.

Tica Font y Pere Ortega, “Las exportaciones armas y la fortuna de Juan Carlos I”, Centro Delàs de Estudios por la paz , publicado el 2 de febrero de 2021. Disponible aquí: centredelas.org

Veure David Fernàndez, “Retrospectivas de un hundimiento, de bribones, comisiones y borbones“ a Jaime Pastor i Miguel Urbán (ed.) ¡Abajo el rey! Repúblicas , Barcelona, Sylona/Viento Sur, 2020, p. 31.

Gerardo Pisarello, Dejar de ser súbditos. El fin de la restauración borbónica, Madrid, Akal, p. 257.

Aquí la denuncia de Carme Trilla, presidenta de la Fundación Habitats; “La vivienda perdida y reencontrada: una historia para no dormir”, Ara , núm. 4.141, 8 de mayo de 2022, pág. 7.

Jordi Serrano, Carta a un republicano español, Manresa, Ediciones Bellaterra, 2021, p. 382.

Rafael Poch, La invasión de Ucrania, CTXT, 2022.


Fuente →  debatespeldema.org

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