La memoria de la deportación republicana vuelve a Mauthausen
Interrumpido dos años por la Covid, el Amical de Mauthausen ha vuelto a organizar el viaje a los campos nazis, 77 años después de la liberación y 60 desde su fundación. Aunque no quedan supervivientes republicanos, sus hijas, sobrinos o bisnietos siguen manteniendo viva sus historias de vida, lucha y resistencia
La memoria de la deportación republicana vuelve a Mauthausen
Gemma Garcia
 

"Las primeras noticias de su muerte nos llegaron a través de unos compañeros que estaban en Francia y, poco después, recibimos el certificado de defunción de la Cruz Roja Internacional". Pepita Borràs procura sintetizar la deportación en los campos nazis de su padre. Toma la palabra desde la estación de tren de Mauthausen, con un clavel rojo entre las manos. Tenía sólo 10 años cuando se enteró de que su padre había fallecido el 13 de noviembre de 1941 en Gusen, 30 años cuando leyó las cartas que había enviado desde el exilio y ahora ya tiene 84 cuando, por primera vez, pisa la tierra donde su padre sufrió, intentó resistir y murió; es la primera vez que viaja a los campos nazis.

Josep Borràs Benages, nacido en Ginestar (La Ribera de Ebro) es uno de los 10.000 republicanos de todo el Estado que, después de exiliarse en Francia, fueron enviados a los campos de concentración y exterminio del III Reich. Cerca de 2.000 eran catalanes, según la base de datos del Memorial Democrático de la Generalitat de Catalunya . Más de la mitad de deportados y deportadas (5.600), –en su mayoría, en el campo de Mauthausen-Gusen, pero también de Sachsenhausen, Dachau, Bergen-Belsen, Ravensbrück, Buchenwald-Dora, Treblinka, Auschwitz y Neuengamme– nunca volvieron.

Fotografías de deportados |Gemma Garcia 
 

Después de dos años de suspensión por la pandemia, este año Amical de Mauthausen y otros campos ha podido volver a organizar el viaje de memoria y homenaje a la deportación republicana, del 13 al 16 de mayo. Ideológicamente, aquellos hombres y mujeres, a quienes los nazis llamaron “rot Spaniers” (rojos españoles), eran varios. Catalanistas, comunistas, socialistas y anarquistas llenaron los barracones de diferentes campos y sufrieron el trabajo forzado, la experimentación médica, la tortura, la enfermedad y, a menudo, la muerte en cámaras de gas, por agotamiento o por gasolina en el corazón.

Ya no quedan supervivientes republicanos, pero hijas, como Pepita Borràs; sobrinos, como Josep San Martín; bisnietas como Cruz Ullod o bisnietos como Guillem Boada siguen tejiendo la memoria de la deportación. Los familiares han formado parte de la delegación de Amical que ha vuelto a Austria, a la que también se han sumado alumnos de institutos de Manresa y del País Valenciano. Este año, a la vez que se conmemora el 77 aniversario de la liberación, también se celebran los sesenta años de la fundación del Amical, que trabajó en clandestinidad hasta 1978, y la inauguración del primer monumento a la deportación republicana. En pleno franquismo, y gracias a la solidaridad de los deportados franceses, se erigió en un espacio cedido por el Estado francés y sufragado por suscripción popular. Además, desde el Ayuntamiento de Santa Pau (la Garrotxa) han colocado una placa en el crematorio de Gusen en homenaje al santapauense Lluís Masó Subiràs, quien falleció el 6 de diciembre de 1941.

Pepita Borràs, hija del deportado Josep Borràs Benages |Gemma Garcia 
 

Pepita Borràs recuerda a su padre desde la estación de tren porque es desde donde, como miles de otros, emprendió la marcha hacia el campo de Mauthausen, una fortaleza en lo alto de una colina donde grupos neonazis todavía se acercan a hacer pintadas. Una vez traspasaban los muros de hormigón gris, comenzaba el ritual de “dehumanización”, explica Àlex Rigol de l'Amical: desinfección e inspección, cabeza rapada, vestido de rayas y matrícula.

El bisabuelo de Guillermo Boada, Joaquín Aragonés, se convirtió en el número 4476. Sindicalista de la CNT y concejal del Ayuntamiento de Rubí, fue deportado con su hermano pequeño. Uno sobrevivió y el otro murió en Gusen, un subcampo de Mauthausen –a cuatro kilómetros–, donde las SS enviaban a las personas enfermas y débiles que habían dejado de ser “rentables”. Fue bautizado como "el cementerio de los españoles" por las duras condiciones de trabajo y las enfermedades asociadas al hambre y al agotamiento. El bisnieto de Aragonès explica que el oficio marcó el destino de los dos hermanos: “Mi bisabuelo tuvo la suerte de ser paleta y, por tanto, ser útil porque el campo se estaba construyendo”. El hermano de su bisabuelo, Enric Aragonès, campesino y obrero textil, fue destinado a la cantera, donde los deportados, rodeados por un ruido atronador, debían subir 186 escalones –algunos de hasta medio metro de altura– cargando pesadas rocas en la espalda, las llamadas "escaleras de la muerte". El granito extraído se utilizaba para pavimentar las calles de Viena. En Gusen también murió Rafael Catot Sallas de Monistrol de Calders y, desde las escaleras de la muerte, Albert Carrillo -familiar lejano- ha leído un texto de homenaje escrito por el alcalde.

Además de la temida cantera de Mauthausen, el trabajo esclavo para la construcción de galerías subterráneas en el campo anexo de Ebensee también disparó la mortalidad y, por eso, las SS llegaron a levantar un crematorio. Los nazis hicieron construir a los deportados aquellos túneles bajo tierra para instalar un complejo industrial militar y sortear así los bombardeos de los aliados. El descenso de la temperatura al acceder y la humedad son un termómetro para intuir ambas condiciones de trabajo durante el invierno austriaco, bajo una dieta de agua, café, pan y patatas. La historiadora, familiar de deportado y miembro del Amical, Rosa Toran, subraya que cuando se acercaba el fin de la guerra, los deportados se resistieron a los planes de las SS de volar los túneles con ellos dentro. En el Memorial de Ebensee, Cruz Ullod homenajea a su tío abuelo, Miguel Pardina, combatiente republicano de la Columna Durruti. Nacido en Pallaruelo de Monegros (Huesca), Pardina terminó en el Stalag XI-A, un campo de prisioneros alemán, donde murió en septiembre de 1941.

Josep San Martín, homenajeando a su tío deportado, Manolo San Martín, en las “escaleras de la muerte” de la cantera de Mauthausen |Gemma Garcia 
 

Túneles en el campo de Ebensee |Gemma Garcia


Resistencia clandestina

En la dura batalla por la supervivencia, los luchadores antifascistas articularon la resistencia de distintas formas desde el interior de los campos. Una de las acciones clave para acusar a los nazis en los procesos de Nuremberg y Dachau fue la sustracción de miles de negativos fotográficos de las SS. El sobrino de Manolo San Martín, José San Martín, explica que su tío formó parte de la red clandestina que lo hizo posible.

Miembro de las Juventudes Socialistas Unificadas, San Martín acabó formando parte del llamado Kommando Poschacher, un grupo de jóvenes seleccionado por las SS para sustituir a operarios austríacos –que se habían ido al frente– en la explotación de una cantera del ' empresario Anton Poschacher, fuera del recinto del campo de concentración. Conocidos por el resto de internos del Estado como “los pochacas”, consiguieron esconder los negativos fotográficos que Francisco Boix, Antonio García y José Cereceda duplicaban a escondidas desde el laboratorio de Mauthausen.

Acto de homenaje al castillo de Hartheim |Gemma Garcia 
 

Para ello, la ciudadana austríaca Anna Pointner fue esencial. Vivía en una granja, a medio camino, entre Mauthausen y la cantera de Poschacher, y estableció una gran complicidad con los jóvenes deportados, hasta el punto de que éstos le confiaron los negativos. Las instantáneas de la barbarie nazi permanecieron resguardadas entre los agujeros de un muro de piedra, que todavía existe. Josep Sant Martín recuerda que su tío conservó el cariño y la relación con Pointner a quien llamaba “la mamá”.

Casas con jardín pisan la memoria

La persistencia de la Amical para conservar viva la memoria contrasta con la escasa conservación de los campos por parte del gobierno austríaco. En medio del entorno idílico del lago Traunsee, del campo de Ebensée no se conserva prácticamente más que una explanada con los monumentos. Donde estaban los barracones, hay viviendas residenciales con jardín.

Chalet que ocupa lo que fue el acceso al campo de concentración de Gusen | Albert Planas 
 

En situación similar se encuentra Gusen, donde los terrenos fueron privatizados en los años cincuenta y se construyeron casas. Lo que fue la entrada principal al campo –llamada Jorhaus– es ahora un chalé enorme con jardín y donde había barracones ahora se cultivan champiñones. Es gracias a un italiano, hermano de deportado, que compró un área de 1.750 metros cuadrados en torno a los crematorios, que en 1965 pudo erigirse un monumento. Desde Amical añaden que ahora el gobierno federal de Austria ha iniciado un proceso de compra de algunos terrenos. En Mauthausen fue la URSS quien, de 1947, al traspasar el antiguo campo a la República de Austria, puso una condición: que se conservara como memorial.

Cuando se cruzan los muros de Mauthausen, recubiertos con una alambrada, se abre la gran Appleplatz, la plaza principal del campo, donde cada día las SS hacían el recuento. A ambos lados, se alinean los barracones y en medio se levanta un monumento con cientos de flores en homenaje al último deportado fallecido antes de la liberación. Aquel cinco de mayo de 1945, Manuel San Martín, del Komando Poschacher, fue uno de los jóvenes que derribó el águila nazi de arriba la portada. A pesar de la capitulación del Tercer Reich, ni él ni ninguno de los deportados republicanos, considerados apátridas, pudieron convertirse en del todo libres, no pudieron volver a casa. Desde entonces, cada mes de mayo, tienen lugar los actos internacionales para renovar el compromiso del juramento que invocaron a los deportados supervivientes: Nunca Más.


Fuente →  directa.cat

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