El retorno del Rey campechano

El retorno del Rey campechano
Álvaro Millán


Si algo ha dejado claro el emérito Juan Carlos en su reciente visita es que los tiempos del «lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir» ya han pasado a la historia. Ahora estamos en una nueva etapa que se caracteriza por el «¿explicaciones de qué? Ja, ja, ja», que viene a ser algo parecido a «hago lo que me da la gana y si no os gusta os aguantáis». Un cambio de estilo —de la campechanía a la arrogancia— que, si bien a algunos parece haberles cogido desprevenidos, la verdad es que, si se piensa con algo de detenimiento, tiene toda la lógica del mundo.

En primer lugar, a estas alturas, ¿qué explicaciones podía dar? Y, en definitiva, ¿para qué se iba a molestar en darlas? Estamos hablando de un sujeto amortizado, que ya ha cumplido su misión en la historia y al que no le queda más que desaparecer de la escena con mayor o menor gloria. ¿Para que molestarse en intentar mejorar su imagen? Es mucho más lógico que se deje llevar por la cólera. Al fin y al cabo, siendo todo un rey, está refugiado en un desierto, no tiene más remedio que aguantar la mofa y el escarnio del populacho, tiene que llegar e irse de su propio reino con disimulo y casi por la puerta de servicio, y no puede ni hacerse una foto con su hijo ni llamar a Corina, porque ya no le coge el teléfono. El «¿explicaciones de qué? Ja, ja, ja» es el único gesto de «dignidad» que puede permitirse para seguir sintiéndose «un rey».

Los monárquicos de toda la vida se habrán sentido orgullosos de ver cómo un rey «de verdad» —es decir, sin limitaciones constitucionales— se pone en su sitio y pone a sus súbditos en su lugar. Los monárquicos vergonzantes —los que antaño decían que no eran monárquicos sino «juancarlistas»—, dicen sentirse decepcionados, pero saben perfectamente que las explicaciones hubieran sido mucho peor que el desplante. Y la gente, en general, está muy, pero que muy cabreada… Ya veremos en qué desemboca la ira acumulada. Nunca se sabe…

Lo que debemos preguntarnos ahora es cuándo darán explicaciones los responsable de las fechorías del emérito durante todos estos años. Porque es evidente que no actuó solo ni a escondidas. Lo sabían los gobernantes que lo permitieron, los medios de comunicación que lo ocultaron, los fiscales que no lo acusaron, los jueces que no lo sentaron en el banquillo, los empresarios que participaron en sus trapicheos a cambio de buenos beneficios, la Agencia Tributaria que lo ayudó a «regularizar» sus fraudes no prescritos al fisco; es decir, todos aquellos que han detentado el poder en este país a lo largo de este casi medio siglo, podemos llamarles casta, oligarquía o como se quiera, en definitiva, son el bloque de poder que lleva rigiendo los destinos de este país desde hace siglos, la banda de chorizos que se ha comido todo el pan disponible.

Pero, en lugar de explicaciones, lo que preparan ya es un relato en el que Juan Carlos aparezca solo como un lamentable accidente en nuestra limpia historia democrática, ya superado por su hijo Felipe, que no ha heredado ninguno de los vicios del padre, y que reinará desde la virtud y la justicia. Y ya más adelante, cuando se calmen los ánimos y se olviden las fechorías, volveremos a oír hablar del «rey que nos trajo la democracia», que «nos salvó del 23-F» y de todas esas leyendas que han adornado el casi medio siglo de historia pasada, y con las que intentarán construir otro medio siglo más de infamia… si la ira acumulada no lo remedia…


Fuente → revistapolemica.org

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