«Bajo el sol, a plena luz, aquellos campesinos ametrallados eran historia. Su sangre se mezclaba con la tierra, que tampoco sabe de exclusivismos ni de leyes. Su silencio era historia de la tierra esclava que quiere ser libre»
El 8 de enero de 1933 era la fecha marcada por el Comité de Defensa Regional de Cataluña de la CNT, a propuesta de Juan García Oliver, de lanzar una acción insurrecional, que impidiera la consolidación de la república burguesa, a pesar de que no contaban con el respaldo del Comité Nacional de la central anarcosindicalista. El seguimiento fue desigual, y se limitó a Cataluña, Aragón y Valencia, donde hubo enfrentamientos con las fuerzas del orden público, en las que murieron una decena de militantes y un par de guardias.
Cuando la insurreción ya había sido sofocada en prácticamente en todo el país, en una pequeña localidad gaditana, Casas Viejas, todavía seguían adelante con su revolución libertaria, por lo que el gobierno de Azaña decidió enviar un contingente de guardias de asalto para sofocarla, el día 10 de enero. Los insurrectos habían cortados las líneas telefónicas y cavado fosas a la entrada del pueblo para dificultar la entrada de los vehículos de las fuerzas del orden, y habían rodeado el cuartel de la guardia civil, donde en un intercambio de disparos hirieron de gravedad a dos de los cuatro guardias que allí se encontraban, y que murieron posteriormente.
Declararon el comunismo libertario y alzaron la bandera roja y negra en el edificio sindical. A día siguiente desfilaron por el pueblo con la enseña anarquista, al frente de la comitiva iban Maria Silva, La Libertaria, su amiga, Manuela Lago y Gallinito. Casas Viejas estaba en manos de los militantes anarquistas, que ignoraban la suerte que en otros lugares había corrido la insurrección. La alegría apenas le duró unas horas.
El 11 de enero por la tarde una docena de guardia civiles tomaron el pueblo, provocando la huida al campo de los milicianos, también llegó un refuerzo de otra docena de guardias de asalto, al mando del teniente Gregorio Fernández Artal, se practicaron varias detenciones. Los detenidos son obligados mediante tortura a señalar a los líderes de la insurrección en Casas Viejas, y así es señalada a dos hijos, Perico y Paco, y al yerno de Francisco Cruz Gutiérrez, “Seisdedos”, un carbonero de 72 años simpatizante de la CNT, que se había refugiado con su familia en su casa, una choza de barro y piedra. En la humilde vivienda también estaba Jerónimo Silva, que había participado junto a los hermanos Cruz en el asalto al cuartel de la guardia civil, María Silva, “La Libertaria” y su amiga Manuela Lago, la nuera del Seisdedos, Pepa Franco, y sus dos hijos, Francisco y Manolo.
El primer intento de asaltar la choza por parte de las fuerzas de orden público tuvo el resultado de la muerte del guardia de asalto Martín Díaz y que otro guardia fuese herido. El teniente Fernández Artal, forzó a uno de los detenidos, Manuel Quijada, a entrar en la casa de Seisdedos, para advertirles que la insurrección había fracasado, y que era mejor rendirse, pero los campesinos ignoraron la oferta. El asalto se pospuso hasta la madrugada, en la espera de refuerzos. Esa misma noche llegó al pueblo un fuerte contingente de guardias de asalto, unos noventa efectivos, dirigido por el capitán Manuel Rojas Feijespan, que había recibido ordenes del Director General de Seguridad, Arturo Menéndez, para acabar con los insurrectos, sin dudar en abrir fuego “sin piedad contra los que disparaban contra las tropas.”
Sin esperar a que amaneciera, el capitán Rojas ordenó el asalto, con rifles y ametralladoras, y pese a que Seisdedos y su hijo Perico murieron bajo el intensa descarga, los supervivientes no estaban dispuestos a rendirse. María, “La Libertaria”, en medio del intercambio de disparos, y el nieto de Seisdedos, Manolo, saltaron por la ventana trasera, y consiguieron escapar milagrosamente gracias a la suerte de que un burro les hizo de parapeto. Rojas ordenó, entonces, incendiar la choza para obligarlos a salir, Manuela Lago y Francisco García fueron acribillados cuando lo intentaron, mientras que el resto murió calcinado en la choza.
Pero el capitán Rojas, que habría de se habría de significar en 1936 al frente de las milicias falangistas en Granada, con detenciones arbitrarias y fusilamientos masivos, fue más allá y ordenó a sus hombres la detención de los militantes que habían participado en la insurrección, y detuvieron a doce personas, aunque solo una de ellas, Fernando Lago, padre de la mujer que habían acribillado en la choza de Seisdedos, había participado en ella. Los condujeron al lugar donde todavía ardían los rescoldos de la masacre y los ejecutaron allí mismo. Tres personas más fueron asesinadas, Antonio Barberán, Rafael Mateos y Joaquina Fernández, esta última murió tras una brutal paliza. En total fueron veintiséis los vecinos de Casas Viejas asesinados por orden del gobierno de Azaña.
El mismo presidente del gobierno tuvo que comparecer ante el Congreso, ante el terremoto político que supuso la masacre de Casas Viejas, y declaró: “No se encontrará un atisbo de responsabilidad en el gobierno. En Casas Viejas no ha ocurrido, que sepamos, sino lo que tenía que ocurrir. Se produce un alzamiento en Casas Viejas, con el emblema que han llevado al cerebro de la clase trabajadora española de los pueblos sin instrucción y sin trabajo, con el emblema del comunismo libertario, y se levantan unas docenas de hombres enarbolando esa bandera del comunismo libertario, y se hacen fuertes, y agreden a la Guardia Civil, y causan víctimas a la Guardia Civil. ¿Qué iba a hacer el Gobierno?”.
El escritor Ramón J. Sender, fue enviado una semana después de la masacre a Casas Viejas, por el La Libertad, crónica que será publicada por entregas en el periódico y que luego sería recogida en el libro “Viaje a la aldea del crimen”, en 1935, que recogería testimonios y haría un exhaustivo reportaje con pasajes tan estremecedores como este: “Los cuerpos de los fusilados estaban en montón, sobre las cenizas. El que murió sentado en un poyo había quedado fuera de la cerca. Para los guardias y los terratenientes, esos cuerpos hacían, abandonados allá arriba, algo tan simple y lógico como esperar al forense. Pero no había más que ver sus cabezas rotas, sus miradas vacías, sus puños crispados, sus manos aún juntas por la cuerda ensangrentada de las muñecas, para ver que su silencio era historia viva. Antes de que saliera el sol, entre dos luces, podía aquello no tener sino los chatos perfiles del crimen. Bajo el sol, a plena luz, aquellos campesinos ametrallados eran historia. Su sangre se mezclaba con la tierra, que tampoco sabe de exclusivismos ni de leyes. Su silencio era historia de la tierra esclava que quiere ser libre.”
El suceso de Casas Viejas fue una de las páginas más negras de la joven república, que al año siguiente habría de bañarse en sangre sofocando la Revolución de Octubre, en la que comenzarían a destacar los militares africanistas, con Francisco Franco a la cabeza. El general Cabanelas, director de la guardia civil durante la masacre de Casas Viejas, también tuvo un papel destacado en el golpe de estado militar de 1936, y presidió la Junta de Defensa Nacional, hasta que fue relevado por el mismo Franco. El capitán Rojas fue condenado, en 1934, a 21 años de cárcel por 14 homicidios, pero fue liberado por los sublevados en 1936, y continuó su siniestra carrera de crímenes.
Además del excepcional reportaje realizado por Ramón J. Sender (el libro está reeditado por Libros del Asteroide) , y tras décadas de silencio, de esa “longa noite de pedra” que decía Celso Emilio Ferreiro, que silencio tantos episodios como el de Casas Viejas, que se repetirían durante el franquismo, fueron varios los materiales que aparecieron sobre la masacre, desde la película de 1983, “Casas Viejas”, dirigida por José Luis López Del Río, hasta el exhaustivo trabajo “The Anarchists of Casas Viejas” del antropólogo estadounidense Jerome Richard Mintz, o el ensayo “Los sucesos de Casas Viejas: Crónica de una derrota”, del profesor Salustiano Gutiérrez Baena.
A estos documentos hay que sumarle otro material imprescindible, la película “Casas Viejas 1933”, estrenada en 2019, en la que recoge testimonios de historiadores, su director José Luis Hernández Arango hablaba así en una entrevista sobre la importancia de este suceso: “Muchos historiadores dicen que Casas Viejas no se enmarca en la memoria histórica, ya que sucedió antes de la Guerra Civil. En mi opinión es un error, ya que Casas Viejas fue un antecedente de la Guerra Civil y un lugar donde se ensayaron cosas que luego se pusieron en práctica durante la confrontación: los juicios sumarísimos, la destrucción de pueblos, la manipulación de los medios de comunicación… En mi humilde opinión Casas Viejas debería ser uno de los sucesos más importantes de la Memoria Histórica, sobre todo si tenemos en cuenta que los cuerpos de sus víctimas nunca fueron debidamente sepultados y que una de sus heroínas, María la Libertaria, fue asesinada en agosto de 1936 y su cuerpo jamás fue encontrado. El problema por el que Casas Viejas no se integra en la memoria histórica es porque ‘el malo’ de la película fue el gobierno de Azaña y eso incomoda -de nuevo la incomodidad- al partido que supuestamente abandera la revisión histórica, el PSOE.”
Fuente → nuevarevolucion.es
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