El periodista Miquel Ramos comenzó a recortar noticias sobre los movimientos fascistas con apenas 14 años, coincidiendo con el asesinato del activista antifascista Guillem Agulló en Montanejos (Castelló). Desde entonces hasta hoy se ha convertido en referente ineludible sobre los movimientos de extrema derecha, así como sobre la lucha colectiva (diversa y sin trampa) contra estos.
Hace pocos meses publicó el informe De los neocón a los neonazis: La derecha radical en el Estado español, volumen que coordinó para la Fundación Rosa Luxemburg, y ahora presenta Antifascistas: Así se combatió a la extrema derecha española desde los años 90 en la editorial Capitán Swing. Con prólogo de Pastora Filigrana, Antifascistas es una voluminosa enciclopedia de capítulos breves y contundentes que recoge, en palabras del propio Ramos, “un conjunto de aportaciones personales, un relato subjetivo de quienes han vivido unos hechos concretos en un momento y un lugar determinados y hoy se deciden a contarlos”. En definitiva, “un relato coral que aporta diferentes experiencias, puntos de vista y, sobre todo, reflexiones sobre un movimiento diverso y todavía hoy activo”.
Ramos, conocido por su periodismo de investigación y militante desde la fundación del histórico L’Avanç hasta Diagonal, La Marea y El Salto, entre otros medios, recoge en su libro el desarrollo que ha seguido el fascismo en España desde la muerte de Franco hasta nuestros días, así como las formas que ha adquirido la resistencia antifascista en aquellos años violentos de la extrema derecha y las diferentes historias de la gente que componía esa resistencia a lo largo y ancho del Estado.
En el relato minucioso que compone Ramos se retrata de manera diáfana cómo el fascismo, además de presentarse desde los 80 por medio de formas tan diferentes como las organizaciones CEDADE o Bases Autónomas (BB.AA), siguió y sigue impregnando las estructuras de un Estado que nunca rompió con el franquismo, algo especialmente significativo en el caso de la policía y el ejército, pero que también se manifiesta habitualmente, por ejemplo, en el caso del poder judicial.
El legado de la lucha antifascista que recoge el libro representa también una memoria cargada de esperanza frente a los retos a los que nos enfrentamos en el presente
Se trata de una constante que llega hasta nuestros días y que adquiere múltiples expresiones, como ejemplifican los privilegios y la impunidad recibida por Rodolfo Martín Villa o Billy El Niño, o la permisibilidad con que la justicia y la clase política y mediática conviven con las persistentes celebraciones de exaltación fascista (incluso si en ellas un grupo de policías amenaza con el exterminio a la mitad de la población de este país), mientras se persigue o señala a aquellos que les enfrentan desde el antifascismo (como muestra, entre muchos otros, el caso del joven vallecano Alfon).
La pormenorizada radiografía de Ramos atraviesa de manera ágil episodios tan significativos como el surgimiento y transformación de diferentes grupos fascistas, sus vínculos y relaciones con las diferentes expresiones de la guerra sucia contra ETA, que acabaría desembocando en la creación de los GAL bajo el amparo del gobierno de Felipe González, o la relevancia que tuvo la aparición del fenómeno skinhead en el Estado, tanto para los movimientos fascistas como para los antifascistas (en este caso, a través de los SHARP o los redskin).
Se cumplen cuatro décadas del año en el que la extrema derecha asesinó
más en España desde la llegada de la democracia. El asesinato de Yolanda
González condensa las incógnitas en torno a la connivencia entre los
ultras, la guerra sucia contra ETA y sus enlaces y superiores en los
Cuerpos de Seguridad del Estado.
Pero además, el legado de la lucha antifascista que recoge el libro representa también una memoria cargada de esperanza frente a los retos a los que nos enfrentamos en el presente. Así, por ejemplo, se describe cómo, a partir de los incidentes del 20N de 1988 en Tirso de Molina, en Madrid, donde diferentes grupos se organizaron para vigilar y repeler la agresión que recibían anualmente en esa fecha en el Rastro, se creó el Colectivo Autónomo Antifascista, origen de la Coordinadora Antifascista de Madrid (CAM). En este se integraron CNT, Solidaridad Obrera, CGT y miembros de las Juventudes Comunistas con una finalidad de autodefensa colectiva frente a las agresiones fascistas que pudieran repetirse cada 20N. Y con esa misma finalidad, alrededor de otros grupos de autodefensa se congregarían diferentes sensibilidades antifascistas en el resto del Estado, como ejemplifica también el caso de la Plataforma Antifascista de Zaragoza (PAZ).
La música aparecería como parte inseparable de la resistencia, como seña de identidad y de combate, ya fuera por medio del hip hop, del punk o del ska
Alrededor de la autodefensa, el antifascismo encontró expresiones también en los grupos LGTBI, como se expone con el caso del Front d’Alliberament Gaia de Catalunya (FAGC), que en su preparación para personarse como acusación popular por el asesinato de la travesti Sonia Rescalvo a manos de un grupo neonazi en Barcelona, entraron en contacto con el movimiento okupa, colectivos antimilitaristas y otros grupos junto a los que acabarían organizando el Carnaval Antifeixista con el que se recaudaron fondos para el juicio.
El caso de Guillem Agulló también pone de manifiesto el acercamiento que, ante las listas negras descubiertas en manos de los neonazis de Acción Radical en València, se produjo entre las diferentes sensibilidades antifascistas, desde anarquistas de la CNT hasta IU, grupos LGTBI e independentistas catalanes, vascos y gallegos. Otras sinergias de autodefensa profundamente inspiradoras se dieron entre los Color Power (primero en Fuenlabrada y luego en otras regiones de Madrid) y los SHARP y redskin, una unidad que dio la fuerza suficiente para pasar a la ofensiva contra los neonazis, hasta que estos retrocedieron.
Como recordaba sobre esta experiencia la asesora legal Ana Bibang en la presentación del libro en Madrid, el pasado 7 de abril, en aquella época “se puso el cuerpo pero de manera material”, y fue así como “a la ultraderecha se la echó de la calle”. Bibang señalaba la importancia del papel que jugó el hip hop en aquel contexto, y efectivamente, como reflejan las páginas de Antifascistas, en cada una de estas escenas la música aparecería como parte inseparable de la resistencia, como seña de identidad y de combate, ya fuera por medio del hip hop, del punk o del ska.
Normalización de idearios fascistas
En su libro, Ramos muestra cómo, con el paso de los años, y en gran medida gracias al arrinconamiento de la violencia fascista a manos de las diferentes expresiones antifascistas, la ultraderecha ha ido transformando sus tácticas con el objetivo de normalizar su discurso y su presencia dentro de los parámetros que ofrecen las democracias liberales occidentales (como exponen los casos de Francia, Italia, Austria, Gran Bretaña o Estados Unidos, por mencionar solo algunos ejemplos). Por supuesto, el caso de España no ha sido una excepción.
La sucesión de experiencias ultraderechistas como las de Democracia Nacional (DN), Movimiento Social Republicano (MSR), Plataforma España 2000 o Plataforma Per Catalunya (PxC), sirvieron de preámbulo para anticipar la encrucijada en que hoy nos encontramos, con la culminación institucional que encarna Vox. Y a esta culminación le ha acompañado una alarmante normalización mediática del racismo, la xenofobia, la misoginia, la transfobia y toda forma de segregación que los proyectos supremacistas del fascismo representan. Por ello, como ha señalado Ramos a este respecto en una entrevista reciente, esta mutación táctica exige del antifascismo una reconsideración de sus métodos, una respuesta inteligente y adaptada a la coyuntura:
“El antifascismo se organizó a principios de los 90 para proteger la vida y la integridad de unas personas que estaban siendo atacadas. Cuando la extrema derecha se institucionaliza y se viste de demócrata, se requieren de otras estrategias para pararla. (…)
Cuando la extrema derecha trata de dar una cara amable y solidaria, ahí se requiere de un trabajo no tanto de confrontación, sino de contrapeso a nivel social y cultural. Aquí, los movimientos sociales toman partido tratando de vacunar en los barrios o formar frentes amplios que sirvan de freno a discursos racistas o a determinadas campañas de la extrema derecha. Porque el antifascismo es parte de la historia de los movimientos sociales. Y es aquí donde se empiezan a tejer nuevas alianzas que van más allá de la protesta en la calle y que incluye también disputar el relato sobre la precariedad, sobre la inseguridad… que son temas donde la extrema derecha se siente cómoda”.
Pero esta lucha es una lucha desigual, como pone de manifiesto el papel que juegan los medios hegemónicos (controlados por los intereses del capital global y entregados a las disputas cortesanas del poder político y económico) en la naturalización actual del discurso fascista, mientras aquellos otros medios comprometidos con las luchas populares del antifascismo reciben los ataques de la ultraderecha, como sucedió en noviembre de 2021 cuando El Salto, La Marea, Arainfo y Kaos En La Red sufrieron un ataque sin precedentes contra sus servidores. Esta desigualdad ilustra de forma ejemplar sobre la historia que subyace a la relación del Estado español con el fascismo, y que impregna también la relación que los medios de este país mantienen con este.
Y la memoria
En la presentación de Antifascistas en Madrid, la periodista Olga Rodríguez recordaba el esfuerzo colectivo del que había participado por abrir la fosa en la que yacía su bisabuelo, fusilado por los golpistas en 1936 en Villadangos del Páramo, en León.
Rodríguez relataba los titánicos esfuerzos y sacrificios por los que debían pasar las familias en este país para poder recuperar la memoria de sus familiares masacrados y desaparecidos en el genocidio de Franco, así como el pánico que aún hoy silencia pueblos enteros del Estado español. En las exhumaciones, decía, “cuando se rompe la tierra, y este país necesita que se rompa la tierra, se rompe el silencio y se rompe el miedo”. Y recordaba entonces cómo la escritora Almudena Grandes había subrayado que este país, en donde se ha asimilado la reconciliación a la impunidad, “es la única democracia de Europa que no se funda sobre su propia tradición democrática y que no reivindica su propia tradición antifascista”, como si la democracia sencillamente se fundara “en el aire”.
El Discurso sobre el colonialismo del escritor martiniqués Aimé Césaire retrató con una claridad meridiana cómo el fascismo podía entenderse como el colonialismo regresando a casa. Sin embargo, al observar la continuidad entre la historia del fascismo reciente en España y la dictadura impuesta por el golpe de Estado liderado por militares africanistas, así como en su connivencia con el poder y los medios que le mantienen vivo hoy, el libro de Ramos nos interpela a preguntarnos si en realidad este fascismo nuestro de cada día alguna vez se había ido de aquí.
Fuente → elsaltodiario.com
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