Republicanos españoles en los campos de concentración nazis

Republicanos españoles en los campos de concentración nazis
Carmen Martínez Brugera

El primer campo de concentración nazi inaugurado en 1933 fue Dachau, en territorio alemán, y alemanes fueron los primeros prisioneros: diputados de izquierda, dirigentes socialistas, comunistas y liberales, así como profesores e intelectuales; les siguieron homosexuales, gitanos, testigos de jehová y todos aquellos que cuestionaban el nuevo orden hitleriano. Eliminados los partidos de izquierda y los sindicatos, el régimen nazi inició un programa de rearme y se preparó para una política expansionista y el comienzo de una guerra mundial.

A medida que el III Reich se expandía hacia el este iba creando nuevos campos de concentración y subcampos que dependían de ellos, que en realidad eran auténticos complejos industriales, cuyos propietarios eran grandes empresas alemanas y norteamericanas (Ford, General Motors, Coca Cola, Opel, Siemens…), que obtuvieron enormes beneficios con la explotación de esta mano de obra esclava. Jacques R. Pauwels, en su libro "Grandes Negocios con Hitler". Edit. El Garaje, de reciente publicación en español, así lo demuestra.

La llegada de los primeros españoles al campo de concentración de Mauthausen tuvo lugar en agosto de 1940. El derrumbe del frente francés y la firma del armisticio el 22 de junio de 1940 les dejó en manos del invasor nazi. El ministro de Asuntos Exteriores de Franco, Ramón Serrano Suñer, conocido como el "Cuñadísimo" respondió al requerimiento que le habían hecho las autoridades nazis, sobre el destino de los republicanos que se encontraban en Francia, alegando que no eran españoles y que el régimen franquista se desentendía de ellos. Por esa razón los nazis los clasificaron como apátridas y los identificaron con el triángulo azul.

  

Antes de la ocupación de Francia por parte de la Wehrmacht las autoridades francesas habían presionado a los republicanos para que regresaran a España con la falsa promesa de que no les pasaría nada gracias a "la magnanimidad del Caudillo", promesa que, como es bien sabido, no se cumplió. A los hombres que no aceptaron regresar les ofrecieron dos alternativas: ingresar en la Legión Extranjera Francesa o hacerlo en la Compañía de Trabajadores Extranjeros (CTE), que prestaría servicios auxiliares dentro del ejército francés, siendo esta última la opción mayoritariamente elegida por los republicanos.

Dos años después comenzará una nueva cadena de deportaciones de españoles, que habían sido detenidos por sus actividades en la Resistencia, a diferentes campos nazis repartidos por Europa oriental, junto con otros refugiados polacos, checoslovacos, austriacos, alemanes y ciudadanos franceses.

Hace ahora tres años que el Gobierno de Coalición español acordó instaurar el 5 de mayo como "Día de homenaje a los españoles deportados y fallecidos en Mauthausen y en otros campos y a todas las víctimas del nazismo de España" para honrar sus memorias. Con este acuerdo, el Gobierno se suma a la decisión de la ONU del año 2005 de recordar el Holocausto y además en su declaración institucional distingue, muy acertadamente, entre los españoles deportados y entre todas las víctimas del nazismo de España. Y en este último grupo hay que incluir a las víctimas de los bombardeos de la Legión Cóndor y también a aquellos detenidos que fueron torturados por la policía franquista siguiendo las instrucciones de las SS presentes en los interrogatorios.

La prensa recogió esta noticia simplificando la declaración del Gobierno con el titular "El Gobierno establece el 5 de mayo como el Día de Homenaje a las víctimas españolas del nazismo". Pero esta simplificación no ha gustado mucho a los familiares ni a las asociaciones memorialistas porque los españoles no fueron solo víctimas sino luchadores antifascistas, primero en España y después en Europa, persiguiendo un sueño que solo se cumplió a medias, porque la liberación de Europa del nazismo se paró en la frontera francesa.

Los partisanos, maquis, combatientes, guerrilleros, resistentes o simplemente luchadores llegaron a los campos de concentración enfermos, exhaustos, hambrientos, sucios, malolientes después de un viajes de tres o cuatro días en trenes de ganado y de haber soportado días interminables en las comisarías de la Gestapo y meses en las cárceles francesas: apaleados, torturados y en el caso de las mujeres, muchas de ellas, violadas.

Lisa London cuenta en su libro autobiográfico, "La Memoria de la Resistencia", cómo las presas, entre las que se encontraba, cuando fueron a coger el tren que las llevaría al campo de concentración, recorrieron el andén andando y, en medio de un silencio glacial y de la indiferencia de los pasajeros que allí se encontraban, se sintieron perdidas y abandonadas. Pero al arrancar el tren, en un vagón alguien comenzó a cantar la Marsellesa y a esa voz se fueron sumando más y más voces con distintos acentos, hasta que todo el tren terminó cantándola a pleno pulmón y en ese momento todas las detenidas de diferentes nacionalidades sintieron que no estaban solas, que formaban una familia, recordaron por qué estaban ahí y por qué su lucha había valido la pena. Y al paso de las estaciones camino de Ravensbrück gritaban: ¡SOMOS MUJERES DE LA RESISTENCIA!

Recordar el Holocausto es recordarlas a ellas, a las cuatrocientas españolas, y a ellos, a los cerca de diez mil españoles que dejaron su vida o su salud en los campos nazis, que no perdieron la esperanza y siguieron organizados, protegiéndose, ayudándose y dando palabras de aliento cuando alguno no podía superar la fatiga de vivir. Mantuvieron una organización clandestina en todos los campos, con responsables políticos que se coordinaban con otros colectivos de otras nacionalidades para pasarse información del desarrollo de la guerra, ralentizar la producción e incluso realizar arriesgados sabotajes que inutilizaban la producción de armas. Y ante el cadalso, el último grito del prisionero español era ¡Viva la República!, no hacía falta decir española, en esa torre de Babel todos sabían dónde estaba su corazón.

Se ha necesitado mucho tiempo para llegar a esta declaración institucional del Gobierno, aunque antes, en pequeñas localidades, "los ayuntamientos del cambio" celebraran homenajes a los vecinos que estuvieron presos en campos de concentración nazi. Y entre estos pueblos se encuentra Robledo de Chavela, un municipio de la sierra oeste madrileña que no llega a los cinco mil habitantes pero que desde hace siete años conmemora, con el Gobierno municipal a la cabeza, la memoria de Santiago Ventosinos Conde, un deportado en Mauthausen que sobrevivió al infierno.

  

No ha sido fácil reconstruir la historia de Santiago Ventosinos y las circunstancias de su vida, desde que, el 17 de octubre de 1936, abandonó su pueblo a la entrada del ejército golpista mandado por el entonces Teniente Coronel Rafael Santa Pau. Y aquí quiero detenerme un momento en la valiosa contribución que las asociaciones memorialistas y contra la impunidad del franquismo en colaboración con los historiadores prestan a la sociedad, para una mayor difusión de sus investigaciones y testimonios a través de conferencias, encuentros presenciales o en sus páginas Webs.

A punto de cumplir los 18 años, Santiago huyó con su familia a El Escorial republicano. No volveremos a tener noticias de él hasta que fue detenido el 22 de junio de 1940, en los Vosgos, cerca de la frontera alemana, posiblemente defendiendo la línea Maginot, formando parte de la 24 Compañía de Trabajadores Extranjeros (CTE), dentro del ejército francés. De allí fue trasladado a otro campo de prisioneros de guerra en la ciudad alemana de Münster donde fue tratado relativamente bien, conforme a los acuerdos de la Convención de Ginebra.

Su nombre vuelve a aparecer el 22 de julio de 1941 en el listado de un convoy con dirección a Mauthausen, formado por 61 deportados, de los cuales mueren 46. A Mauthausen llega de noche, en medio de gritos y golpes de la SS, con el terror añadido, de ser atacados por los perros adiestrados para ese fin. Pasaría por todo el proceso de selección, clasificación, rapado, desinfección, etc. A partir de ese momento dejó de tener un nombre para ser solo el número 3.515. El 20 de octubre de 1941, fue trasladado de nuevo al subcampo de Gusen, uno de los más duros, donde, mal alimentado y mal vestido, trabajaría en jornadas extenuantes que comenzaban a las 4,30 de la mañana, en la fabricación de armas, con productos tóxicos y sin ninguna protección, que le dejarán secuelas de por vida. Allí permaneció prisionero hasta la liberación del campo el 5 de mayo de 1945.

Con veintisiete años acababa la primera parte de una pesadilla que había comenzado a la edad de dieciocho. La segunda parte tiene que ver con la repatriación de los deportados a sus países de origen, porque los españoles no tenían patria a la que volver y permanecieron en Mauthausen hasta que el Gobierno galo, a instancias del Partido Comunista Francés, los acogiera como franceses de pleno derecho.

Santiago Ventosinos no regresó a Robledo de Chavela, el pueblo al que según sus familiares tanto añoró, hasta unos años después de la muerte del Dictador Francisco Franco. Pero como les ocurrió a tantos exiliados, el pueblo de su infancia no era el que él encontró al volver.


Fuente → blogs.publico.es

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