La larga sombra de los espías nazis en España

Nuevas investigaciones documentan una red secreta de más de 2.000 agentes que operaron en 38 ciudades del país durante la II Guerra Mundial

La larga sombra de los espías nazis en España
Mar Padilla

El destino es un accidente geográfico. La situación estratégica de España —entre el Mediterráneo y el Atlántico, junto al norte de África y con una relación de siglos con Latinoamérica— formó parte del rompecabezas de la II Guerra Mundial. Tras el sangriento triunfo de las tropas rebeldes de Franco contra la República, en parte gracias a la ayuda alemana, el Gobierno franquista apoyó al III Reich. Ahora, libros como Blowing up Iberia: British, German and Italian Sabotage in Spain and Portugal during the Second World War (La voladura de Iberia: sabotaje británico, alemán e italiano en España y Portugal durante la Segunda Guerra Mundial), de Bernard O’Connor, e investigaciones de historiadores como Javier Rodríguez o Mercedes Peñalba-Sotorrío refuerzan la idea de que estos lazos fueron más profundos de lo que dejó entrever el dictador español.

En esa relación fue fundamental la denominada KO Spanien, la red de espías nazis que operó en España, una trama secreta que contó con más de doscientas personas en plantilla y casi dos mil agentes y colaboradores distribuidos por todo el país. Muchos de ellos fueron enviados del III Reich o miembros de la colonia germana en España, pero en esta red participaron también españoles, fueran germanófilos o buscavidas atraídos por el dinero alemán en la misérrima posguerra española. Su misión: recabar información sobre los aliados.

El cerebro de esta red fue el almirante Wilhelm Canaris, jefe del Abwehr (Servicio de Inteligencia Militar de las Fuerzas Armadas alemanas), quien en 1939 organizó una serie de “puestos avanzados” —kriegsorganisation, organización de guerra en alemán— en los países considerados neutrales: Suecia, Suiza, Turquía, Portugal y España. “De todas ellas, la Kriegsorganisation Spanien, la KO Spanien, fue la de mayor peso”, explica Javier Rodríguez, historiador de la Universidad de León y autor de Los servicios secretos alemanes en el norte de España durante la II Guerra Mundial, una investigación desarrollada a partir de documentos de los servicios secretos británicos durante la guerra y de los interrogatorios llevados a cabo una vez finalizada esta, en el denominado periodo de desnazificación.

El cuartel general de esta trama era la Embajada del Gobierno del III Reich en Madrid, donde trabajaban 500 personas en 1941. Más allá de la capital, los tentáculos de la KO Spanien, en forma de 38 consulados, llegaron a todos los rincones del país: Barcelona, Palma de Mallorca, Valencia, Alicante, Cartagena, Sevilla, Cádiz, Málaga, Almería, Huelva, La Coruña, Vigo, Bilbao, San Sebastián, Logroño, Gijón, Santander y 20 ciudades más. La penetración era tal que en junio de 1940 el embajador británico sir Samuel Hoare escribió: “Jamás he visto un control tan completo de los medios de comunicación, prensa, propaganda, como el que tienen los alemanes aquí”.

Documento de los servicios secretos sobre la colaboración entre España y Alemania (foto: National Archives/UK)
 
Lazar, arquitecto de la propaganda

En 1942 trabajaban 400 personas para el agregado de prensa alemán, un aséptico nombre para la labor de Josef Hans Lazar, el arquitecto de la propaganda nazi en España durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial. De hecho, una de las tapaderas más buscadas en la red de espías de la KO Spanien fue la de periodista acreditado, un papel que permitía movilidad total sin levantar sospecha alguna. A base de sobornos, Lazar consiguió que se publicaran folletos como ¿Por qué lucha Alemania? Cómo se ha empujado a Hitler a la guerra, del poeta falangista Federico de Urrutia, firmado bajo el seudónimo de José Joaquín Estrada. “Lazar estableció contactos muy buenos con La Falange, con altos oficiales del Gobierno de Franco y con directores de periódicos, lo que allanó el camino de los alemanes a la hora de implementar todo tipo de actividades en España”, explica Mercedes Peñalba-Sotorrío, profesora de la Universidad Metropolitana de Manchester.

Con el apoyo a Hitler y a su red de espías, el dictador Franco ―que creyó jugar a caballo ganador― quería pagar la deuda de 220 millones de dólares por la ayuda recibida durante la Guerra Civil y obtener información de la Gestapo sobre las actividades de los “rojos” en tierras españolas y francesas. Su condición al despliegue alemán fue la discreción, pero para los aliados la colaboración hispano-germánica fue patente. Antes y después del 4 de septiembre de 1939, cuando el dictador Franco declaró su “más absoluta neutralidad” en la guerra europea, barcos y submarinos alemanes llegaban a Muro o Ferrol para ser reparados y abastecidos.

Mapa original de la red elaborada a partir del interrogatorio realizado por los aliados al espía alemán Friedrich Wilhelm Simmross, destinado en Cádiz y Sevilla durante la Segunda Guerra Mundial. Fue interrogado entre el 25 de enero y el 16 de abril de 1946 (foto: National Archives UK)
 

Espionaje por tierra, mar y aire

La KO Spanien llegó a contar con un presupuesto de cien millones de pesetas mensuales y se profesionalizó hasta el punto de instaurarse la Zentralbüro, la oficina central administrativa de la KO Spanien, ubicada en Madrid. Esta oficina ―con delegaciones en Barcelona, Sevilla y Tetuán― llevaba los libros de contabilidad y pagaba las nóminas de los agentes de la organización.

Esta red secreta tenía ocho secciones: tierra (Ab-I-Heer), aviación (Ab-I-Luftwaffe) ―con subsecciones de información, contraespionaje, comunicaciones, sabotaje y ‘subversión de minorías’―, naval (Ab-I-Marine), comunicaciones (Ab-I-i-W/T), economía (Ab-I-W), industria aeronáutica y tecnología de aviación (Ab-I-I/T/Lw), falsificación de documentos y tintas secretas (Ab-I-G) y fotografía (Ab-I-F).

La labor de espionaje en la costa y en el mar fue probablemente la más importante para la KO Spanien, porque para el Gobierno alemán era fundamental recabar información sobre la fuerza naval británica”, explica Rodríguez. Los archivos británicos detallan, por ejemplo, que la Ab-I-Marine contó con 300 agentes españoles ―tripulantes de la marina mercante, empleados portuarios, etc.―, que espiaban ruta, destino, cargamento y posición de buques británicos, que los espías nazis instalaron en el estrecho de Gibraltar 17 estaciones de observación de tráfico marítimo y que la estación metereológica de Vigo era en realidad una tapadera alemana para desarrollar este tipo de actividades.

Pero los agentes de la KO Spanien no trabajaban solo en el terreno propagandístico o militar. También tuvieron una presencia de peso en el ámbito industrial a través de Sofindus (Sociedad Financiera Industrial), un conglomerado de empresas ―muchas de ellas de suministro de materias primas de relevancia militar― y tapadera de operaciones de inteligencia. En 1942 el capital alemán controlaba 130 empresas en España, sobre todo las relacionadas con la construcción naval, el transporte, la química y la minería, según Carlos Collado Seidel, doctor en Historia por la Universidad de Múnich, experto en las turbias relaciones hispano-germánicas de aquellos años junto con otros historiadores como Manuel Ros Agudo o Ángel Viñas.

Helmut Suendermann, a la izquierda, subjefe de Prensa del Reich alemán, pronuncia unas palabras de agradecimiento durante una recepción en su honor en la Asociación de la Prensa de Madrid.
 

Operación ‘Carne picada’

La íntima colaboración en labores de inteligencia entre españoles y alemanes fue un quebradero de cabeza para los aliados, que en no pocas ocasiones protestaron ante Franco aunque, a su vez, también tenían agentes en España. Con el avance de la guerra fueron aumentando su presencia, y fue en las costas de Huelva donde llevaron a cabo una acción que cambió el curso de la guerra. La bautizaron Operación Mincemeat (carne picada) y ocurrió en mayo de 1943. La maniobra de distracción consistió en arrojar un cadáver de un oficial inglés simulando un accidente de aviación en la playa de Punta Umbría. El muerto ―en realidad, un vagabundo galés rescatado de la morgue y disfrazado de oficial― llevaba encadenado a su muñeca un maletín con documentos oficiales, entre ellos una carta del jefe del Estado Mayor Imperial al general Alexander en la que se detallaba que el próximo desembarco angloamericano sería en Grecia, pero que tratarían de hacer creer a los alemanes que iba a ser en Sicilia. El objetivo era confundir a los nazis para que reforzaran la península helénica y descuidaran Sicilia, el verdadero destino de las tropas aliadas. El engaño funcionó a la perfección: la Guardia Civil de Huelva entregó el cadáver con el maletín al comandante de Marina, que a su vez lo pasó a un oficial del Alto Estado Mayor expresamente llegado desde Madrid. Este oficial fotografió el contenido de los documentos que portaba el cadáver y lo entregó al jefe de la KO Spanien, que se apresuró a informar a Berlín. El resultado final es conocido: Hitler mandó 18 divisiones para reforzar Grecia y el desembarco aliado en Sicilia fue un éxito.

Uno de los documentos falsos utilizados por el espionaje británico en la «Operación Carne picada» (foto: Wikimedia Commons)
 

Esvásticas fuera

A partir de 1943 Hitler dejó de ser el amo de Europa y el dictador español empezó a tomar distancias. El final de la guerra obligó al Gobierno de Franco a apresurarse a simular su desafección hacia el III Reich: el 7 de mayo de 1945 ―el mismo día de la firma de la capitulación alemana― el ministro de Asuntos Exteriores, José Félix de Lequerica, comunicó a la Embajada germana en Madrid la decisión de que “no existiendo gobierno alguno cuya representación le incumba ostentar en los momentos actuales, quedan terminadas las relaciones que con la hasta ahora Embajada alemana se venían sosteniendo”. Lequerica dio un plazo hasta las 13 horas del día siguiente para desalojar los edificios que los alemanes tenían en Madrid y retirar todos los símbolos nazis.

Cuando la guerra terminó, la investigación de los aliados llevó a entregar al Gobierno español largas listas con los nombres de agentes alemanes desplegados en territorio español para su interrogatorio en Alemania. Algunos fueron entregados, pero muchos otros no. Poco tiempo después los aliados priorizaron otras labores y muchos colaboradores y simpatizantes nazis pudieron quedarse a vivir al calor de la larga y oscura dictadura franquista. En julio de 1945, Oliver Harvey, subsecretario de Estado británico, constató: “Por fortuna, España no es una amenaza para la paz o la integridad de sus vecinos. Únicamente es un peligro y una desgracia para sí misma”.


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