El patrimonio de Felipe VI ya lo quisiera para sí cualquier españolito del precariado

Declarando sus cuentas, el jefe del Estado pretende transmitir una imagen de regeneración democrática en la Casa Real

El patrimonio de Felipe VI ya lo quisiera para sí cualquier españolito del precariado / José Antequera
 

El rey Felipe VI ha dado a conocer su patrimonio, una medida con la que pretende transmitir una imagen de regeneración, modernidad y transparencia. Es la primera vez que un miembro de la Casa Real pone sus dineros encima de la mesa, bajo el flexo, para someterlos a la fiscalización de todos los españoles. Sin duda estamos ante una medida digna de aplauso, aunque llega tarde. Hace más de 25 años que Su Majestad acumula una fortuna importante en cuentas corrientes y obras de arte, de modo que en esto también va tarde la democracia española.

En cuanto al volumen declarado por el rey, la cuantía habla por sí misma. Más de 2,5 millones de euros de vellón, un pellizco que no está nada mal. Desde 1998, el monarca declara un patrimonio acumulado de 2,2 millones de euros correspondientes a depósitos bancarios y fondos de inversión más 305.000 euros en obras de arte, antigüedades y joyas de carácter personal. ¿Es mucho, poco, lo apropiado para el rango institucional que ostenta como jefe del Estado? Pues depende, a los clasistas de la alta sociedad les parecerá el sueldo de un loser o sin techo; los republicanos, por su parte, dejarían al monarca con la renta básica vital y va que chuta. Muchísimo para cualquier españolito del maldito precariado que ni viviendo diez vidas con su sueldo actual lograría acumular semejante parné. Un caudal más que discreto si se compara con la riqueza que acreditan monarcas de otros países de nuestro entorno europeo. Incluso una mierdecilla de patrimonio si ponemos la dote de Felipe VI al lado de la que poseen magnates como Jeff Bezos, Elon Musk (que acaba de comprar Twitter como quien compra un paquete de pipas) o la de su padre, el rey emérito. En su día, la revista Forbes cifró en 2.000 millones de dólares el montante acumulado desde 1975 por el gran patriarca de la Transición. Así que el par de kilillos que asume Felipe en comparación con el inmenso imperio juancarlista, donde nunca se pone el sol ni la fiesta, se antoja una calderilla. Todo es relativo.

En cualquier caso, uno cree que está bien que el rey someta sus cuentas a la luz y los taquígrafos, esas cuentas de la jefatura del Estado que han sido causa de tantas zozobras, terremotos y convulsiones en el pasado reciente de España. Como diría el alcalde Almeida, quien no ha hecho nada malo no teme nada, y si lo que pretende Felipe es dar la imagen de una Casa Real limpia, aseada y respetuosa con Hacienda, que somos todos, va por el buen camino. Es lo normal en un país democrático. Un rey no solo debe ser honrado, además tiene que parecerlo. Y juega a su favor que no declare cuentas en el extranjero, sociedades offshore, empresas instrumentales, testaferros, paraísos fiscales u otras movidas propias de la saga El Padrino. El maquillaje tributario, la ingeniería fiscal, nunca trae nada bueno. Es más, todos esos malabarismos financieros los carga el diablo. Que se lo pregunten si no a su padre, el rey emérito, que ha terminado por buscarse la ruina con tanto negocio en Suiza, en el Lejano Oriente, en el Caribe y hasta en Liechtenstein, un lugar donde solo hay vacas y mafiosos. Juan Carlos quiso conquistar tanto mundo que ha terminado por perderse como un mochilero o callejero viajero, y en vez de pasar a la historia como el rey más importante del panteón del Escorial va a quedar como un comisionista de éxito o poco más. Y todo por andar con hombres de paja, prestamistas, intermediarios, consultores y aventureras del amor a la caza del rico madurito. El fracaso de un rey siempre llega cuando se obsesiona con lo mundano y se olvida de pasar con dignidad a la posteridad.

Queremos pensar que Felipe VI ha aprendido la mala lección paterna y ha empezado a dar los primeros pasos para regenerar la maltrecha institución monárquica. Ya dijo Talleyrand que una monarquía debe ser gobernada por demócratas, no por monárquicos por aquello del contrapoder. Sabemos que a los españoles no nos van a dejar decidir entre república o monarquía (aquí seguimos después de 40 años, tutelados, atados y bien atados como cuando Franco) pero al menos que estemos seguros de que no nos engaña un patriarca bananero que se lo lleva muerto.

La transparencia que propone Felipe VI nos parece bien, aunque no servirá de mucho porque los españoles ya han perdido la fe en todo, en la política, en sus dirigentes, en Pedro Sánchez (un odiado Macron a la española) y en la propia democracia liberal. Después de tantos años de corrupción y mentiras los ciudadanos han caído en la agria desafección, al igual que nuestros vecinos franceses indignados y rabiosos contra el sistema, gente envuelta en un extraño proceso de nazificación que sería capaz de votar a Hitler si pudieran resucitarlo. El pueblo está harto de un modelo injusto en el que siempre prosperan los mismos, de modo que ha decidido reventar la democracia desde dentro. Lo que en castellano antiguo se conoce como cagarse en el convento. Curiosamente, aquí siempre llegamos a casi todo después que Francia (a la Ilustración, a la libertad y hasta al cine de autor subtitulado), pero esta vez, y sin que sirva de precedente, vamos a la par con los gabachos, a la vanguardia o avant garde, y ya tenemos nuestro lepencito particular moviendo el cotarro en las instituciones, o sea Santi Abascal. España es ese país que suele copiar lo malo de la moda extranjera, rechazando lo bueno. Será el complejo histórico ancestral.

La democracia decadente, para sortear el riesgo del nuevo fascismo emergente, necesita líderes que prediquen con el ejemplo, no reyes que sueltan el mismo discurso de Nochebuena todos los años para luego despendolarse con rubias peligrosas o irse al exilio con las alforjas llenas. Así que por ahí va bien Don Felipe. Solo un par de objeciones, Majestad, aunque solo sea porque en Diario16 somos algo republicanotes. Decir que Letizia queda exenta de declarar su patrimonio porque “el jefe del Estado es el rey” queda un tanto rancio, machistoide, y reduce a la reina a la categoría de mujer de su casa sin atribuciones ni responsabilidades, como en los tiempos en que las esposas necesitaban la firma del marido para buscar un trabajo. Y también se antoja un error comunicar la decisión de declarar el patrimonio solo a los partidos amigos, dejando fuera a los disidentes (BNG, CUP, Esquerra, Junts y Bildu), porque “no defienden la Constitución”. La obligación de un rey pasa por tender puentes en su reino, no dinamitarlos. No es elegante ni propio de grandes monarcas gobernar solo para palmeros y aduladores. La institución debe estar por encima de fobias personales que no hacen sino generar más indepes. Allá usted, señor.


Fuente → diario16.com

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