Dos figuras del primer republicanismo español: Wenceslao Ayguals de Izco y Roque Barcia
 
 
Dos figuras del primer republicanismo español: Wenceslao Ayguals de Izco y Roque Barcia

Rafael Serrano García

Universidad de Valladolid

Aprovechamos la oportunidad de la reciente publicación, con un breve lapso de distancia, de dos buenas biografías sobre sendos personajes importantes en la historia del republicanismo histórico español, de sus primeras etapas: el escritor, verdaderamente popular en su tiempo, Wenceslao Ayguals de Izco (1801-1873) y el político y polemista Roque Barcia (1821-1885), para tratar a grandes rasgos de los orígenes de este movimiento político que tuvo su plasmación más conocida en el siglo XIX en el Sexenio Democrático. Han sido escritas respectivamente por Xavier Andreu (España o la hija de un jornalero. Wenceslao Ayguals de Izco y el primer republicanismo, Madrid, Marcial Pons, 2021) y Ester García Moscardó (Roque Barcia Martí. Auge y caída de un nuevo mesías revolucionario, Granada, Comares, 2021), profesores ambos de la Universidad de Valencia y deudores por un lado de la renovación historiográfica sobre el siglo XIX que se viene acometiendo en dicha Universidad –así, por ejemplo, en el terreno biográfico- como del buen momento que viven los estudios sobre el republicanismo histórico.

Wenceslao Ayguals de Izco (imagen: Real Academia de la Historia)

Pues bien, a su historia contribuyeron no poco los personajes estudiados. El primero de ellos, Wenceslao Ayguals de Izco es recordado sobre todo como el cultivador de un género novelístico catalogado como «novela popular» que tuvo muchísimo éxito en las décadas de 1840-1850 en el que sobresale la obra María, la hija de un jornalero (1845-46), título de que se ha valido Andreu para rotular su propio texto, cambiando significativamente el nombre de María, la protagonista, por el de España. Para entonces, cuando Ayguals dio a la luz esta novela tenía tras de sí una carrera larga como comerciante, escritor y editor y había experimentado una evolución política que le había llevado desde un liberalismo templado en el Trienio (fue miembro entonces de la sociedad de los Anilleros), a un creciente radicalismo durante la I Guerra carlista cuando su localidad natal, Vinaròs, era acosada por las tropas del sanguinario Ramón Cabrera. Un radicalismo que le llevó a involucrarse directamente en la política, particularmente en una dimensión local, municipal, tan valorada por los republicanos y que canalizó asimismo a través de la Milicia Nacional (de la que Ayguals sería comandante, además de alcalde de Vinaròs). Pronto daría el paso, ya durante la Regencia de Espartero de romper amarras con el progresismo y sumarse a las filas del incipiente republicanismo que pudo manifestarse de forma desembozada, a través de la prensa y de algunos episodios de movilización popular. Para entonces Wenceslao se había radicado en Madrid e iniciado una prometedora carrera como periodista (con el sobrenombre de Guindilla, mote bien expresivo de su estilo punzante y festivo y de su reivindicación de la risa y la sátira como arma política) y como editor, medios a través de los cuales intervino muy activamente en la política nacional, una intervención que se declinó rápidamente en una faceta republicana y antiesparterista. Su antidinastismo, además, ya lo había puesto de manifiesto en su etapa vinarocense.

Ayguals, en efecto, fue una pieza importante dentro del grupo de periodistas y periódicos avanzados a través de los cuales vería la luz una formulación primera de la propuesta republicana para España, muy heterogénea, todo hay que decirlo, de la que él sería un buen exponente. Su ideario amalgamaría notas como el igualitarismo, el federalismo –entendido especialmente bajo una clave local, municipal-, el humanitarismo o la invocación a una fraternidad cosmopolita entre las naciones en la línea de Giuseppe Mazzini. Sus antecedentes políticos, por otro lado, le llevaban a idealizar al miliciano que para él concentraba todas las virtudes del pueblo español y a asociar el concepto de ciudadanía con el de milicia. Y con la masculinidad puesto que la nación republicana (lo mismo pasaba en el lado liberal) descansaba sobre una rígida diferenciación articulada en una clave de género: la defensa de la patria era asunto exclusivo de los varones.

El pueblo, diferenciado y opuesto a la oligarquía, como ya viera Pérez Ledesma ocupaba un lugar central en el discurso republicano. Un pueblo cuyas cualidades morales eran exaltadas, así como su laboriosidad. El pueblo era virtuoso y honrado por definición de donde se derivaba que todos los varones adultos deberían tener derecho a voto para participar políticamente en los asuntos de la comunidad. Virtud, pues, y ciudadanía venían estrechamente asociadas, siendo la primera la base de la participación política y la que justificaba que el pueblo fuese el depositario esencial de la soberanía nacional.

Se trataba, además, de un discurso marcadamente españolista por cuanto estos sectores demócratas y republicanos compartían una fe providencial en el pueblo español que en el caso de Ayguals cobró unos tonos apologéticos que le llevaron a militar contra ciertas visiones románticas de España (particularmente la difundida por A. Dumas) y contra los estereotipos a los que reducían lo español. Aunque sus novelas no dejarían de acusar el influjo de otra variante de la literatura romántica, de fuerte impronta social, popular, humanitaria en la línea de Eugenio Sue, al que Ayguals tradujo y editó.

Su ciclo novelístico, iniciado con María, la hija de un jornalero, pese a lo inverosímil de las tramas funcionó a modo de altavoz de los principios democráticos, como observa Andreu. Sería el caso de su novela, El palacio de los crímenes (1855-1856) en que atacó sin contemplaciones a María Cristina y su camarilla y donde proporciona al lector una síntesis de dichos principios a la vez que un canto, por boca de algunos de sus personajes, como Luis de Mendoza y Anselmo Godínez, a las virtudes de la democracia.

Ayguals falleció en enero de 1873, por lo que no pudo asistir a la proclamación de la forma de gobierno a favor de la cual había militado. Su estrella, no obstante, hacía tiempo que había declinado y la vía a través de la cual difundió su ideario, la novela de compromiso político democrático había perdido el favor de la crítica y de los lectores. Para entonces brillaba con fulgor otra figura ascendente del republicanismo, Roque Barcia, biografiado por Ester García Moscardó.

La vida de Barcia, de ascendencia andaluza y de una generación posterior a la de Ayguals, proporciona pocas pistas sobre sus primeros pasos como republicano ya que solo empieza a significarse como tal en el Bienio Progresista cuando era un hombre maduro (había nacido en 1821) que había probado fortuna también como escritor. Mas, decepcionado con Espartero, su viraje expreso hacia el republicanismo se percibe bien en su Catón político (1856) en el que defenderá la democracia como la única doctrina acorde con la naturaleza impresa por Dios en el hombre. Aparte de ese marcado cariz religioso que es un componente fundamental de su pensamiento político es de notar que en su folleto se presentaba a sí mismo con tonos visionarios, como una especie de apóstol encargado de la misión de educar al pueblo.

Desde entonces y hasta 1874 no paró de escribir, tanto en la prensa como dando a la imprenta numerosos folletos por medio de los cuales logró una influencia y una popularidad indudable en la audiencia democrática, quizás porque supo tocar la fibra emotiva, sentimental a la hora de exponer sus doctrinas. Único medio por otro lado –la escritura- con el que se mantuvo en contacto con el público ya que sus dotes como orador eran muy limitadas (en el Sexenio, pese a ser elegido varias veces diputado, prácticamente no intervino en la Asamblea y si lo hizo fue en términos muy poco satisfactorios y hasta extravagantes). Emotividad y apelación directa y central a la fibra religiosa de sus lectores sin la cual resulta imposible desentrañar tanto su pensamiento político como el eco que tuvo. Ello no debe sorprender ya que en las doctrinas democráticas de mediados de la centuria decimonónica tal como las formularon numerosos de sus líderes el componente religioso, cristiano, estuvo muy presente, como se había puesto de manifiesto ya en el 48 francés y sin olvidar la inmensa popularidad que las primeras decisiones de Pío IX reportaron a este pontífice y no solo en el ámbito católico.

Barcia, en efecto, llevó a cabo una conceptualización evangélica de la democracia, pero desde una lectura muy heterodoxa del cristianismo, compatible con un anticlericalismo beligerante y con una acentuada propensión a la disputa doctrinal, al exigir de la Iglesia una depuración del dogma y del culto (ello le valió varias excomuniones). Dentro de esa lógica religiosa la monarquía (e, incluso, el sistema representativo) formarían parte del sistema gentil, ajeno al cristianismo y opuesto a la verdad política que pregonaba y que supondría el cumplimiento de todos los derechos del ser humano, en todos los órdenes de la existencia, lo que expresivamente calificaba como el desestanco del hombre. Obviamente dicha verdad solo se cumpliría bajo una forma republicana que posibilitaría el que la humanidad saliera del infortunio del gentilismo.

Una república que debía ser federativa al ser ese el único sistema que se ajustaría a la armonía universal de la creación y el que cumpliría la legislación inexcusable de la naturaleza. Su constitución proclamaría todas las libertades, dando así lugar a la liberación completa del hombre, a una radical emancipación (con un cierto toque antiestatalista). En síntesis, Barcia pergeñó una visión del mundo demócrata radicalmente antimonárquica, evangélica y al propio tiempo secularizadora que hacía de la república federal la consecuencia natural del progreso.

Fue en el Sexenio Democrático cuando Barcia ascendió posiciones hasta situarse en la cúpula del Partido Republicano, y se convirtió en una figura popularísima acreditando una enorme capacidad de interpelar, de emocionar, de convertir a las masas al credo republicano tal y como él lo interpretaba. Para García Moscardó, su discurso trataba de hacer sentir las ideas, empleando el sentimiento, lo emocional –mucho más que la razón- como herramienta cognoscitiva, lo que permite comprender mejor el entusiasmo, la adhesión intuitiva que suscitaba entre las masas republicanas. Además, su capacidad por lo que respecta a compartir emociones redundaría en la consolidación de su imagen como evangelista del pueblo, como una suerte de Cristo redentor. Algunos testimonios periodísticos dan fe de la intensa adhesión emocional que sus escritos alimentaban entre sus lectores.

Ya avanzado el Sexenio y enfrentándose la monarquía de Amadeo I a crecientes dificultades que volvían muy difícil su consolidación, Barcia, que formaba parte del directorio del partido propondría como alternativa la organización republicana federal, a la que se llegaría por una vía juntista, no electoral. Debe hacerse notar, con todo, que cuando formuló esta propuesta, Barcia no propugnaba expresamente todavía el recurso a la vía insurreccional, como ya hacían los llamados intransigentes. De hecho, hasta la primavera de 1873 pareció aceptar la línea legalista defendida por Pi. Pero a raíz del golpe monárquico frustrado de 23 de abril, rompió con esa línea (en ello parece que entró también el despecho por no haber sido nombrado ministro o embajador), como se pudo advertir en el hecho de que a finales de junio de aquel año, Barcia asumiera la dirección del comité de salud pública nombrado por el Centro Republicano, en manos de los intransigentes- Así, se implicó en los preparativos de la revuelta cantonal y tras recalar en otros puntos de la geografía española reapareció en Cartagena en donde fue nombrado presidente del Gobierno provisional de la Federación española, corriendo la suerte del cantón hasta la capitulación de la ciudad, en enero de 1874.

Lo paradójico y lo que dio al traste con su carrera y con su prestigio en las filas del movimiento republicano es que, tras reaparecer sorpresivamente en Madrid publicó en la prensa varias cartas que contenían una especie de retractación, desmarcándose de lo ejecutado por las instituciones cantonales y no solo eso, sino que desaconsejaba cualquier intento de establecimiento de la república federal y aceptaba el régimen – la república ducal– encabezado por Serrano. Dada la significación de Barcia, el escándalo fue enorme y provocó su anulación definitiva como político.

Dos figuras, en suma, semiolvidadas, no especialmente valoradas, sobre todo en el caso de Barcia, pero cuya trayectoria vital enriquece nuestro conocimiento del republicanismo histórico en España poniendo de resalte la heterogeneidad de elementos con los que se fue construyendo la cultura política republicana, así como la diversidad de las vías por medio de las cuales se fueron recibiendo en España sus propuestas que no se referían solamente a una forma de gobierno antitética a la monarquía, sino que poseían una dimensión mucho más profunda en la que su componente moral, por poner un ejemplo, desempeñó un papel nada secundario o despreciable.

Xavier Andreu, España o la hija de un jornalero. Wenceslao Ayguals de Izco y el primer republicanismo. Madrid, Marcial Pons, 2021
Índice

Introducción. Razones de un olvido

  1. La forja de un liberal
    Entorno familiar y años de aprendizaje
    Poeta y crítico liberal (moderado)
    De la «torre de Sarrià» a la casa de Remisa
  1. Nacimiento de un radical: Vinaròs
    El comandante de la milicia nacional
    El alcalde constitucional de Vinaròs
    Un héroe progresista de camino hacia la república
  1. La España republicana de Guindilla
    Luces y libertad: el relato histórico nacional
    Una patria masculina y vigilante
    El sueño de una nación virtuosa
    Españolismo: el dogma de la soberanía nacional
  1. La «coalición de la prensa» y la crisis del primer republicanismo español
  1. El director de la Sociedad Literaria de Madrid
    Humor romántico en tiempos de moderantismo
    Biografiar y novelar la sociedad moderna
  1. El autor de María, la hija de un jornalero
    Ayguals de Izco, un novelista democrático
    El melodrama y la «comunidad emocional» del radicalismo democrático español
  1. Pueblo, género, nación: las narrativas sociales de Ayguals de Izco
    Del amor y el honor virtuosos: la unión nacional
    Morir por la patria: una masculinidad revolucionaria
    Los males sociales y el espectáculo de la filantropía
  1. Apología y crítica de una España moderna, castiza y europea
    Una apología de España
    España en Europa: decadencia y modernidad
    Una nación de familias honradas y trabajadoras
    La España del fandango: mito romántico y crítica al «buen tono»
  1. El escritor del pueblo
    El imitador de Sue: la disputa por la novela
    ¿Un escritor «popular»? Alcance y recepción de las novelas de Ayguals de Izco
  1. Una vieja gloria del republicanismo español

Conclusiones

Ester García Moscardó, Roque Barcia Martí (1821-1885). Auge y caída de un revolucionario. Granada, Comares, 2021
Índice
Parte 1 (1821-1854)

Capítulo 1. Las cicatrices familiares
I. Una familia de escribanos públicos
II. Un destino propio
III. Voz de los gobernados
IV. Las desgraciadas circunstancias del hijo de un patriota

Capítulo 2. El arduo camino de la gloria
I. Ilusiones y desengaños de un literato de provincias
II. Relato de un viaje a Italia
III. El Autor de los Viajes

Parte 2 (1854-1868)

Capítulo 3. Epifanía demócrata
I. La posibilidad republicana
II. ¿Qué haremos? Escenario para una conversión
III. El Dios y el diablo del partido progresista
IV. «Si la mentira es la enfermedad, la verdad es el remedio único»
V. Un cristianismo cristiano
VI. La verdad política
VII. Nuevas polémicas para un Cristo pequeño, enfermo y flaco

Capítulo 4. Los años terribles
I. Tiempos de desgracia: lo que las mujeres no comprenden
II. Excurso literario
III. Hombre de partido
IV. De Portugal a La Gloriosa

Parte III (1868-1874)

Capítulo 5. Dar acción a las ideas
I. ¿Buscáis un México y un noventa y tres?
II. Un profeta en las Cortes
III. El evangelista del pueblo
IV. Transigir es ralear
V. La Constituyente que nada constituyó.


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