Trudel de Vries (1914/2007), fue una de ellas. Nuestro país guarda un grato recuerdo de los brigadistas que vinieron a luchar contra el fascismo y dejaron huella por su arrojo, valentía, abnegación, solidaridad y capacidad de sacrificio.
Entre cuarenta y cincuenta y cinco mil puede cifrarse su número. Entre ellos se encontraban de seiscientas a setecientas mujeres que, en líneas generales, han sido injustamente relegadas al olvido.
No tuvieron la menor duda en jugarse la vida como enfermeras, médicas, traductoras, conductoras de ambulancias o en otros oficios clave, prestando arriesgados servicios. Los peligros que corrían eran evidentes, hasta tal punto es así, que aproximadamente un tercio de estas ‘voluntarias por la libertad’ perdieron su vida en nuestra Guerra Civil, que fue un ‘ensayo’, de lo que sucedería más tarde en la Segunda Guerra Mundial que ensangrentaría a Europa. La suya fue una lucha contra el totalitarismo nazi y a favor de la democracia. La República era la legalidad frente al golpe de estado apoyado por Mussolini y Hitler.
Cuanto antes es necesario reparar el olvido en que siguen sumidas estas mujeres. Las brigadistas estaban movidas por ideales generosos y un firme compromiso internacionalista. Comprendieron que luchar en cualquier lugar contra el fascismo, dado el cariz que iban tomando los acontecimientos, era hacerlo en todos los lugares. Su sacrificio no tuvo mucha proyección mas no por eso, fue menos importante.
Pocas veces se ha reparado en que probablemente, por vez primera en la historia, aquellas mujeres que luchaban por la libertad, también lo hacían por conquistar lo que se les había negado hasta la fecha. No estoy exagerando. Eran conscientes de que estaban dando un paso importante hacia la conquista de su libertad y hacia la igualdad de derechos. La mejor prueba de ello son los testimonios de algunas supervivientes y, sobre todo, los análisis que hicieron del sentido y proyección de esa lucha, que no era individual sino colectiva. De su ejemplo se beneficiaron cientos de miles de mujeres.
Pusieron en peligro sus vidas por unos ideales, mas también, para ser recordadas, conscientes de que habían roto determinados tabúes y realizado una apuesta decisiva que no tenía marcha atrás.
Las brigadistas intentaron romper el aislamiento y la reclusión, en que con barrotes invisibles, aprisionaban a la mujer tanto en la vida social como en la política. Esta actitud de vanguardia que tanto favoreció la expansión de las ideas feministas es justo que se les reconozca abiertamente, sin cicatería.
La coherencia de sus planteamientos las llevó a adoptar posturas exigentes. Llevaron a España en su corazón y mantuvieron siempre vivo un ideal emancipatorio y proyectivo.
Decimos esto, porque el fruto del árbol del loto se ha instalado entre nosotros. El desprecio con que se suele juzgar la Memoria Histórica, hace que no se tengan presentes hechos de una importancia incuestionable, ocurridos durante la Guerra Civil y que suponen una lucha por las libertades y un rechazo del totalitarismo.
Vivieron en contacto con la sangre, el dolor y el terror de los quirófanos. La violencia, las desilusiones y la brutalidad que toda guerra civil impone formaron parte de la vida cotidiana que les tocó vivir.
Las arriesgadas acciones que protagonizaron, no se limitaron a los auxilios médicos, a la atención a los heridos y a prestar apoyo logístico al frente. Fueron más allá. Sin advertirlo, sin ser plenamente conscientes de ello, estaban dando una profunda lección moral, la del compromiso por defender al legítimo Gobierno de la República y combatir al fascismo.
Tenían muy claro cuál sería su situación en caso de ser derrotadas. Muchas de ellas eran judías, procedentes de casi toda Europa, desde los Países Bajos a las Repúblicas Bálticas, desde Polonia y Hungría a Gran Bretaña, desde Austria a Italia y desde Estados Unidos y varios países de Latinoamérica. Algunas desempeñaron cargos de responsabilidad, por ejemplo, el de directora de hospital, otras, incluso llegaron a tener mando militar como es el caso de Mika Feldman, más conocida como ‘la capitana’.
He elegido a Trudel de Vries como un ejemplo cualificado entre tantas y tantas heroínas anónimas. Podría, sin embargo, haber escogido a otras muchas para ir del hilo al ovillo. De ascendencia judía, era hija de padre holandés y madre francesa. A los 27 años se convirtió en una brigadista activa, que prestó servicios como enfermera en los hospitales de Onteniente y Villanueva de la Jara.
Posteriormente, cuando los nazis ocuparon la mayor parte de Europa, fue privada de su nacionalidad, convertida en apátrida e internada en un campo de concentración, del que logró escapar. Sus experiencias fueron amargas y en ocasiones límites.
Es de destacar que continuó su lucha durante toda su longeva existencia. Es notable, por ejemplo, su participación en el Comité de Ayuda a España, donde realizó una eficaz labor de apoyo a los presos políticos de la dictadura franquista encarcelados y torturados. Un poco más adelante, regresaremos a ‘Trudy’, apelativo por el que se la conocía, para poner en valor algunas de sus principales características.
Hoy, cuando Europa atraviesa un momento de crisis y los totalitarismos y populismos fascistoides se hacer oír de nuevo, deberíamos admirar retrospectivamente las figuras rebeldes de quienes plantaron cara a los sublevados oponiendo su internacionalismo al nacionalismo excluyente, reaccionario y retardatario.
Desafiar las añejas y, con frecuencia, misóginas estructuras patriarcales fue un signo de modernidad, que se situaba más allá de las líneas establecidas y de las coacciones a que eran sometidas para que la mujer se adaptara a los rolles sociales imperantes.
Su defensa a partir de 1945 de los más vulnerables, dice mucho a favor de estas mujeres que escaparon, ‘por los pelos’, de los campos de exterminio pero que perdieron familia, patria y salud. No obstante, la mayor parte de ellas prosiguió su tenaz lucha mientras tuvieron fuerzas.
Una historiografía, predominantemente masculina y conservadora, cuando no tergiversadora, no ha hecho el menor hincapié en su entrega, sacrificio y eficacia, es más, las ha cubierto de una capa de silencio que ha impedido conocerlas a varias generaciones. Vaya pues mi admiración hacia estos corazones fuertes, actitudes hospitalarias y entrega generosa.
No debemos olvidar, tampoco, que la libertad para expresar nuestras opiniones y plasmarlas en actitudes cívicas es el resultado de una larga conquista. No se regaló nada y cada paso que se dio en la Europa de la posguerra, seguía el sendero de lo que se había sembrado antes y de lo que se ensayó durante la Guerra Civil. Supieron convertir el afán de justicia y la rebeldía en mejoras para la liberación de la mujer.
Las ‘voluntarias de la libertad’ fueron verdaderos heraldos de lo que se avecinaba y que se plasmó a partir de finales de los años cincuenta y mediados de los sesenta.
Hay que poner en valor su coraje y su capacidad para enfrentarse a tantos ‘miedos’ y a tantas presiones. Se vieron arrojadas a soportar bombardeos y a presenciar atrocidades. Se hicieron más fuertes contemplando la dignidad ante la muerte, tuvieron la oportunidad de ver y sentir ‘desde dentro’ lo que el futuro podía depararles.
Por eso, no podemos sumarnos a la irresponsable inercia que considera que la Memoria Histórica o Democrática, no es tan importante y, además, ha quedado atrás. Por el contrario, aprender del pasado nos hace más fuertes. Hay que compartir con respeto la alegría de tantos brigadistas, entre ellos algunas docenas de mujeres que sintieron reconocida su labor, cuando España recuperó un sistema democrático.
Trudel de Vries volvió en varias ocasiones a nuestro país. Según ella misma expresó en testimonios y cartas –y otras, en diarios y artículos- sentían una emoción profunda al visitar de nuevo los lugares donde habían luchado. En 1997 fue una de las brigadistas a quien se distinguió otorgándole la ciudadanía española. Esto la llenaba de orgullo. Sintieron, asimismo, reconocido su esfuerzo cuando el Gobierno Español en el Exilio las distinguía –como hizo con Margaret Powell- con la Orden de la Lealtad a la República Española.
Entre los logros de ‘Trudy’ merece ser recordado especialmente, su notable aportación a la creación del Comité de Solidaridad con los Represaliados Políticos Españoles, que se mantuvo activo y operativo hasta el final de la dictadura. Gracias a personas como ella, que mantuvo una actitud comprometida hasta su muerte a los noventa y tres años, logró salvar del olvido algunas acciones heroicas acaecidas durante la Guerra Civil.
Hoy, en este 2022, siguen haciendo mucha falta luchadoras y luchadores incansables que defiendan las libertades, los derechos, una vida digna para los inmigrantes y los más vulnerables y una infatigable actitud ecologista y sostenible para evitar que el Planeta se precipite hacia su destrucción. Por eso, es necesario recordar la entereza de las brigadistas, porque los retos que tiene hoy esta Unión Europea un tanto desestructurada y que está perdiendo o disminuyendo sus objetivos fundacionales, en cierto modo, son equiparables a los que tuvieron que afrontar. Aunque hayan cambiado las máscaras, el fondo de los problemas sigue siendo el mismo. Determinadas estructuras democráticas se están debilitando peligrosamente y las grietas del sistema son ostensibles.
Puede decirse, sin exageración alguna, que las brigadistas combatieron por una esperanza colectiva. Es de justicia, recalcar que su experiencia en nuestro país fue rupturista y marcó un hito en el sendero de liberación de la mujer.
No se limitaron a ser auxiliares, ni a tareas subsidiarias. Tuvieron gracias a su coraje, un protagonismo activo en diversos momentos cruciales. Es también, apreciable la tarea que muchas mujeres realizaron como fotógrafas y periodistas. Algo estaba cambiando, lo percibieron y supieron ‘vivirlo intensamente’.
En tiempos como estos de auge de los nacionalismos, dieron un ejemplo sereno, abnegado y apasionado de internacionalismo y compromiso ideológico. En una próxima entrega, dentro de unos meses, me gustaría dedicar una especial atención a las mujeres españolas que, de una forma u otra, trabajaron codo con codo, con las brigadistas. A este efecto serán de gran ayuda los testimonios de y sobre Matilde Lande o los diferentes puntos de vista aportados por la italiana Tina Modotti.
De hecho, las conocidas como ‘enfermeras de guerra’ jugaron un papel, en muchas ocasiones esencial y son imprescindibles para valorar la ingente labor en los hospitales militares. No sólo eso, sino también, las innovaciones médicas y quirúrgicas en las que participaron o su colaboración en la experimentación de nuevos métodos en unas ‘condiciones infernales’ tanto en medicina preventiva como en lo que podríamos denominar mejora de la sanidad pública y que alcanzaron niveles que superaban los existentes hasta entonces.
‘Trudy’ con su fortaleza de ánimo, sus convicciones y su lucha incansable por la justicia, nos ha legado un ejemplo de coherencia y dignidad: el de empatizar, defender y apoyar a los represaliados y perseguidos de cualquier país.
Los y las brigadistas supervivientes, pese a su avanzada edad, año tras año, procuraban volver a los escenarios donde había transcurrido su estancia en nuestro país. Un acontecimiento que quedó especialmente grabado en su memoria fue la Batalla del Jarama.
Ahora, que ya han desaparecido todos, debemos mostrar nuestra admiración y respeto a sus descendientes y recordar la heroica conducta de ellos –sin olvidarnos, en absoluto, de ellas- porque supieron marcar un nuevo rumbo a la presencia y protagonismo de la mujer en actividades que hasta entonces, les habían sido vetadas. Fueron precursoras de nuevos rolles laborales, sociales y políticos y ensayaron distintas fórmulas de participación en plano de igualdad con los varones.
Sirvan estas reflexiones como testimonio de admiración y respeto hacia las brigadistas cuya memoria ha de ser preservada porque, entre otras cosas, son un fragmento significativo de nuestra historia y de la lucha por conquistar las libertades que nos estaban siendo arrebatadas.
Fuente → elobrero.es
No hay comentarios
Publicar un comentario