¿Dónde están las estatuas de Franco y quién las esconde?

La arquitecta Julia Schulz-Dornburg ha investigado dónde se ocultan nueve estatuas ecuestres del dictador

¿Dónde están las estatuas de Franco y quién las esconde? / Sílvia Marimon Molas
 
A Franco le encantaba hacerse esculturas galopando a caballo, avanzando impetuosamente y con las manos sujetando las riendas. Era un símbolo de poder y de virilidad y él estaba obsesionado con contrarrestar su poca estatura y su voz aflautada. Mientras fue dictador, inundó el país con su iconografía y, en muchos lugares, todavía se pueden comprar pequeñas estatuas suyas o figurillas de plomo. Ahora bien, ¿qué destino han tenido las grandes esculturas ecuestres que hasta hace poco más de diez años ocupaban el espacio público de muchas ciudades españolas? Pues la mayoría viven en la clandestinidad y son inaccesibles. Lo ha comprobado la arquitecta Julia Schulz-Dornburg, que en 2016 empezó un particular viaje por la geografía española en busca de nueve obras destinadas a glorificar la imagen del dictador español.

En el libro ¿Dónde está Franco? Cuaderno de un viaje (Tres Hermanas) narra la investigación y retrata tan solo cuatro de las actuales residencias de las estatuas eqüestres: el Centro de Colecciones del Museo de Historia de Barcelona en la Zona franca, una tienda de campaña en un campus universitario abandonado cerca de Zaragoza, los almacenes de los servicios municipales de transporte de Santander y la base militar de Bétera, en el Camp de Túria. Al resto de lugares le han denegado el acceso.

Todo empezó en el Born

El peculiar viaje de Schulz-Dornburg empezó en el Born. En octubre del 2016, el consistorio barcelonés decidió exhibir ante el Centre de Cultura i Memòria del Born una escultura ecuestre de Franco, que Josep Maria Porcioles encargó en 1962 a Josep Viladomat. Era parte de la exposición Franco. Victoria. República. Impunidad y espacio urbano, y el objetivo era debatir la impunidad del franquismo, pero algunos decidieron convertir la estatua en una diana colectiva. Schulz-Dornburg, que era la arquitecta de la exposición, vive junto al Born y siguió muy de cerca todo lo que pasó desde el momento de la inauguración.

La escultura de Franco en la calle solo duró cuatro días: recibió huevos y tomates, la vistieron con banderas LGTBIQ y esteladas, la decoraron con una hoz y un martillo, y le colocaron encima una cabeza de cerdo, una muñeca hinchable y una puerta de un balcón. Finalmente, una noche la tiraron del pedestal. Poco después se la llevó un grupo de operarios. Su último viaje hasta la Zona franca fue en un camión de basura. La decisión de llevarlo con el camión de los desechos fue "sorprendente", según la arquitecta. "¿Por qué no utilizaron el camión oficial que esperaba in situ?", se pregunta.

"No podía dejarlo así", dice Schulz-Dornburg. A la arquitecta la sorprendió que toda la ira fuera contra la estatua decapitada (la cabeza se la habían robado la noche del 7 de agosto del 2013 mientras estaba en el almacén municipal de parques y jardines de Vía Favència): "Nadie tocó la estatua de la Victoria que simboliza la caída de Barcelona en 1939 –explica–. Es cómo si la estatua continuara teniendo poder; exhibirlo supongo que fue como poner el dedo en la llaga de todas las cosas no resueltas". El historiador Manel Risques fue el comisario de la exposición. El hecho de que Franco fuera objeto de tantos actos vandálicos es también una consecuencia, según Risques, "de una política de memoria poco combativa y tolerante hacia el franquismo". Risques cree que el Franco vandalizado tendría que mostrarse. "Podria abrir nuevos debates y pondría a prueba nuestra capacidad de tolerancia", asegura.

Franco decapitado no se ha restaurado: está en la Zona franca, con una puerta de madera de color verde manzana encajada bajo el brazo, manchado de pintura blanca y roja, y sin poderse sostener de pie. "Todas las capas de pintura explican una historia y está actualizada, creo que podría exponerse y contextualizarse", asegura la autora de la investigación. Para las otras esculturas no ha pasado el tiempo. Cuando Schulz-Dornburg empezó a indagar dónde vivían su retiro, constató que España tiene todavía muchos problemas con la memoria: "Es incómoda para todo el mundo, en la mayoría de lugares no me contestaron con un no rotundo, se excusaban diciendo que en realidad no eran los propietarios o que era imposible verla –explica la autora–. Ni los funcionarios ni los que están más arriba quieren tomar decisiones", añade. Cuando preguntaba, la estatua o estaba transferida o prestada o cedida a otra organización. En el libro detalla todas las respuestas que recibió, un largo tira y afloja que en la mayoría de lugares acaba con el típico: "Ya le llamaremos".

Es el caso, por ejemplo, de la estatua que se conserva en la Academia Militar de Toledo. Es la más veterana de todas, la construyeron el 1942, y antes de pasar a la clandestinidad había estado en la Escola Ramiro de Maeztu. En enero del 2018, Schulz-Dornburg hizo una primera petición al director del Museo del Ejército. Después la dirigieron al director de la Academia de Infantería de Toledo, que le pidió ser más específica sobre los motivos por los cuales quería ver la estatua. Hizo varias peticiones y, en marzo de 2019, todavía esperaba una llamada del subteniente Boira.

El patrón casi siempre es el mismo cuando se retira una estatua franquista: se quita por la noche y una vez en el camión se tapa con una lona. La de Madrid inició su viaje una noche de marzo del 2005 hacia un destino desconocido. En este caso, la autora de la investigación ni siquiera ha podido averiguar dónde se oculta. Cuando preguntó cuál era su residencia actual para fotografiarla, el ministerio de Fomento le respondió: "No se considera posible acceder a su solicitud".

Ferrol, el único lugar donde se lo homenajeó cuando lo retiraron 2010

En Ferrol, donde nació Franco, tampoco dejaron que Schulz-Dornburg fotografiara la estatua. "Fue el único lugar donde, cuando la retiraron, le rindieron homenaje –explica–. Fue como una procesión, con un millar de personas acompañándolo, y lo llevaron hasta el patio del Museo de la Construcción Naval". Lo trasladaron en una especie de jaula construida especialmente para poder asegurar el transporte sin que sufriera daños. No fue una operación fácil, porque es la más descomunal de todas: tiene más de seis metros de altura. Con estas dimensiones, fue imposible hacerla entrar en el almacén. Por eso, primero la taparon con una lona y después la colocaron dentro de una caja metálica y la dejaron en la dársena. Tampoco pudo fotografiar la estatua ecuestre melillense que, cuando ella hizo la investigación, en 2018, estaba en el patio de la fundación de la empresa eléctrica Gaselec. El ARA ha intentado saber si continúa allí, pero nadie dice nada: ni el ministerio de Defensa ni la fundación, que siempre responde que la persona encargada está haciendo encargos. En Segovia, Franco disfruta de un retiro real: la Casa de la Góndola del Palacio Real de la Granja de San Ildefonso. Aquí también le denegaron el acceso a Schulz-Dornburg.

Valencia dijo que sí

La arquitecta no tuvo ningún problema para acceder al Franco de Valencia. La estatua ecuestre valenciana fue la primera en ser retirada del espacio público, en 1983. Después de algunas polémicas sobre quién se la quedaba –no la quería ni el Ayuntamiento valenciano ni el Museo del Ejército– la trasladaron a la Base Militar de Bétera, donde la guardaron envuelta en una mortalla y dentro de una caja metálica. "El hecho de sacarlo de allá para poderlo fotografiar generó expectación entre los militares, fue como un gran teatro", dice la autora. En Zaragoza, Schulz-Dornburg se presentó directamente en el campus abandonado de la Universidad Laboral, inaugurada en 1967 y cerrada en 1997 por aluminosis. "Allí está en una especie de tienda de campaña, en una estructura metálica cubierta de una lona verde", asegura la autora, que averiguó que estaba allí gracias a la web de una organización franquista.

La primera intención de Schulz-Dornburg era hacer un fotorreportaje de las nueve estatuas, pero tantas negativas de las instituciones convirtieron su proyecto en otra cosa: "Pronto el proyecto fracasó porque no conseguía los permisos y, a medida que crecía la pila de correos y negativas, pensé que podía utilizar todo el material para reflexionar sobre la difícil gestión de la custodia de las estatuas de Franco y todo lo que está irresuelto en temas de memoria".  Llegir en Català


Fuente → es.ara.cat

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