Vientre de luz  (bebés robados)
“Rapto”, pintura de José Luis López «Kubi», exposición proyecto “Encontrarte”, arte en pro de conseguir despertar conciencias y visibilizar las Desapariciones Forzadas Infantiles

«La estrategia de las monjas para robar bebés era absolutamente simple. Empezaban a dar vueltas por el hospital de maternidad viendo a las mujeres embarazadas. Les preguntaban si eran solteras, observaban a las que venían solas o con poca familia alrededor y, si lo veían a bien, las sedaban tras el parto y les decían que sus bebés habían nacido muertos».

Vientre de luz
Francisco González Tejera
 

Antonio Barroso, presidente de la Asociación Nacional de Afectados por Adopciones Irregulares (Anadir)

Ana Rosa Rodríguez Mesa, se negó desde los primeros meses de embarazo a firmar la entrega en adopción de su bebé a la beneficencia, la vida que latía en su interior la llenaba de amor, aunque fuera después de aquella bestialidad que hicieron con ella, cuando tras el asesinato de su padre los hombres de azul la violaran en la segunda planta del centro de tortura del Gabinete Literario.

Cuando aquello terminó, respiraba agitada, rota por dentro, exhausta, humillada, golpeada, vejada, semi inconsciente del brutal abuso, la muchacha sabía que dentro tenía una semilla de vida, que no podía odiar el fruto de un proceso natural, aunque repudiara profundamente aquellos demonios de Falange, los borrachos armados que se llevaron lo que más quería en el mundo, para desaparecerlo en cualquier grieta volcánica, pensó más de una vez que si hubiera tenido una pistola hubiera cometido una masacre, pero la criatura que crecía en sus entrañas era un ser inocente, que no tenía culpa de las consecuencias de aquel escarnio.

En el convento del Cister en Teror no le quitaban ojo por si intentaba escapar, las monjas sabían que era menor de edad, que con sus recién cumplidos quince años no tendría adónde ir, aún menos con aquella barriga en crecimiento que le limitaba tanto la movilidad.

Sor Patricia Sintes, la madre superiora, le hablaba de la conveniencia de una adopción por una familia pudiente, le llegó a decir hasta la procedencia de las candidatas: Tenerife, Madrid, Valencia, Sevilla, que a ella le darían una parte del dinero por la supuesta venta, que no le faltaría de nada si se decidía a tomar los hábitos, que el mejor lugar para una pobre desgraciada como ella sería la opción monacal de clausura rigurosa y vida contemplativa, bajo la protección de la Santísima Virgen del Pino.

Pero la pobre Anita se negó hasta el final, deseaba que no naciera nunca, que viviera dentro de su cuerpo, para que no se lo quitaran. Desde siempre supo que sería niño, no se sabe cómo pero lo intuía, notaba su energía masculina flotando en el cálido líquido amniótico, lo percibía feliz, calentito, sintiendo su amor maternal en aquel refugio imaginario de su vientre.

Tanto fue la fijación y resistencia de la muchacha a la inminente pérdida que el día del parto el niño no salía, dos comadronas vecinas de Valleseco y El Zumacal, estuvieron con ella casi siete horas forzándola, obligándola a parir, hasta que el pequeño angelito salió de su frágil cuerpo, solo lo vio por unos segundos tras cortarle el cordón umbilical y colocarlo sobre su pecho, apenas medio minuto, antes de que Sor María de los Remedios, lo envolviera en una mantita para llevárselo.


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