¿Una reina centennial para salvar la monarquía?

El as en la manga de la Casa Real
 
¿Una reina centennial para salvar la monarquía?
María Teresa Pérez

Dicen los expertos en salud mental que no es recomendable pensar demasiado en futuribles pero he tenido una sospecha rondándome la cabeza durante todo el parón navideño. Hace unas semanas Pablo Iglesias escribía sobre la estrategia de los monárquicos para salvar a la monarquía: matar a Juan Carlos –en sentido figurado, evidentemente–. Pero, ¿y si la operación va más allá? ¿Y si la estrategia para hacer un lavado de cara a una institución ensuciada por las impunes corruptelas del emérito no pasa solo por reprochar esos comportamientos y diferenciar a Felipe VI de su padre? ¿Qué pasaría si los esfuerzos para mantener limpio e intachable al actual rey no fueran suficientes ante el descrédito de la institución y la tensión constituyente que se respira en España?

Me explico. Ahora que sabemos que los Reyes Magos no le han regalado al rey emérito la compañía de sus hijas y que probablemente no hará ningún movimiento mientras siga abierta la investigación de la Fiscalía española, conviene repasar la información reciente. Acabamos 2021 con la noticia del posible regreso del emérito a España imponiendo condiciones de sueldo y residencia, con una investigación suiza que puso algo de luz sobre las operaciones irregulares del rey, con un traficante de armas en busca y captura por delito fiscal que es vecino y amigo de Juan Carlos en Abu Dabi, con una petición fallida para que Bárbara Rey declarase en el Senado e, incluso, con unas revelaciones morbosas sobre hormonas para reducir la testosterona del exmonarca por considerar su alta libido un problema de Estado. Con lo que no acabamos el año es con una comisión de investigación parlamentaria seria, claro.

Pareciera que es el propio rey quien se esfuerza en que la erosión de la institución se agrave. Según la Encuesta sobre la Monarquía realizada por la Plataforma de Medios Independientes, más del 43% de encuestados defiende la necesidad de celebrar un referéndum sobre la forma de Estado frente al 36% que lo rechaza. De celebrarse, ganaría la opción republicana.

Ante este panorama, incluso los monárquicos que se autodenominaban “juancarlistas” no han tardado nada en renegar de su monarca y se afanan en defender a Felipe VI como un rey diferente a su padre, honesto, preparado y ejemplo de pulcritud.

Parece que al actual monarca le está costando mucho permanecer limpio, querido y ser percibido como útil por la mayoría social

Sin embargo, a la luz de los datos y tras algunos discursos de Felipe que no cumplían con su función arbitral sino más bien con una posición partidista, parece que al actual monarca le está costando mucho permanecer limpio, querido y ser percibido como útil por la mayoría social aunque reciba mucho apoyo del poder profundo del Estado y de sus brazos mediáticos conservadores.

A algún ingenioso y acelerado asesor de la Casa Real le podría parecer buena idea dar un giro de timón a la institución monárquica. Últimamente se le ha dado ya protagonismo en solitario a la heredera al trono, fue una pieza central de la escenografía y el discurso de su padre en Navidad y en unos pocos años, cuando acabe la carrera universitaria, nadie podrá dudar de que la infanta ha recibido una buena (y cara) educación fuera de nuestras fronteras. Además, si reinara antes de cumplir los 30 sería una reina joven y mujer. ¿Y si la estrategia para salvar la monarquía pasa por un movimiento claramente dirigido a adaptarse a la vanguardia feminista y a unos tiempos modernos? ¿Y si no basta con separar a Felipe de su padre? ¿Hay alguien preparando una operación para que la infanta Leonor llegue a reinar más pronto que tarde?

Podría parecer que rejuvenecer y feminizar la monarquía resulta imprescindible para adaptarse al nuevo mundo y serviría también para lavar su imagen, recuperar neutralidad y dejar de ser un símbolo de la ultraderecha y los sectores más rancios para volver a ser la monarquía de todos y todas. Al fin y al cabo, los jóvenes –y últimamente las jóvenes– siempre han cambiado las cosas.

Yo nací en 1993, soy millenial y quizás mi visión está sesgada por un entorno muy politizado, así que opté por preguntarle estas fiestas a mis primos centennials de entre 13 y 21 años que comparten generación con la infanta.

El problema no es quién ocupe la corona, ni su edad ni su género. El problema es la propia monarquía española

Os adelanto la conclusión: comparten generación, pero poco más. Ellos no conocen otra cosa que no sea la crisis, desde la de 2008-2012 que les marcó la niñez y la adolescencia hasta la de la covid-19 que les está marcando la juventud. Sufren incertidumbre por el futuro y ansiedad pero, a pesar de eso, se esfuerzan en los estudios porque será la única manera de encontrar un trabajo, los que tengan suerte. Mientras, Leonor tiene a su disposición numerosas joyas valoradas en miles de euros, estudia Bachiller por 76.500 euros al año y probablemente herederá un trono. No es culpa suya, no la han dejado ser niña y vivir todo lo que eso conlleva. Ahora bien, esa empatía no quita que otros chavales de su generación que han nacido en otra cuna no puedan entender por qué ella tiene que ser su soberana durante 40 o 50 años. ¿De qué les sirve? ¿En qué va a cambiar su vida tenerla como reina?

Los monárquicos más optimistas y las jaurías de cazadores juveniles que toman ‘cañas por España’ pensarán que, a pesar de las dificultades, esta operación podría funcionar, lo que me lleva a lanzar una advertencia a los republicanos. Ojo con creernos el cambiazo, con creer que sería una renovación y una modernización suficiente. No podemos comprar gato por liebre. No renunciemos a todas las reformas de Estado que hacen falta por dejarnos deslumbrar con maquillajes, jamás renunciemos al horizonte republicano.

Si somos inteligentes, exigiremos al menos elegir. El consejero real que recomiende poner a Leonor como reina de España sin legitimarla mediante un referéndum estará quemando su figura para siempre y postergando la renovación creíble de una manchada institución anacrónica que cada vez tiene menos apoyo. En lo que respecta a la Jefatura del Estado, la forma importa mucho: la monarquía es pasado y la república, futuro. De eso va todo esto.

El problema no es quién ocupe la corona, ni su edad ni su género. El problema es la propia monarquía española. Una institución que fue diseñada con muchas zonas opacas, escasamente parlamentarizada, que se ha posicionado de parte de unos cuando debería representar a todos y que sobrevive con respiración asistida por no querer hacer autocrítica ni someterse a la elección de sus ciudadanos, es decir, a la democracia.


Fuente → ctxt.es 

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