Las vacaciones de finales de año suelen estar repletas de alegría. Llegan las Navidades, el “Gordo”, las uvas, las reuniones familiares, Noche vieja y, para el postre, Reyes. Esta vez han estado tintadas de intensa preocupación casi en todas partes. No es la primera vez. Ocurrió en la temporada anterior. En la presente la alegría por la vacunación masiva contra la Covid se ha visto matizada por la propagación de su última variante. En Bélgica, donde vivo, un gobierno ha tenido que dar marcha atrás ante la cólera ciudadana por haber cerrado los espacios de manifestaciones culturales, pero se ha impuesto la semana de cuatro días de teletrabajo y el uso de las mascarillas es ya algo habitual. En Francia, el presidente Macron ha descalificado duramente a quienes se obstinan en no vacunarse. Gran alboroto mediático y en la clase política, pero pocos han ofrecido otras soluciones alternativas.
Para servidor estas pasadas vacaciones han sido también el momento de llamar a rebato. Poco antes de que empezaran escribí dos artículos en InfoLibre sobre las falacias y mentiras con las que VOX presentó en septiembre de 2021 en el Congreso de los Diputados una moción contra la Ley de Memoria Democrática y pidió la devolución al Gobierno. Curiosamente, no la ha aireado, que yo sepa, en su página web. Quizá porque el Congreso no tardó en rechazarla con una clara mayoría. ¿O es que se avergüenza de ella? ¿O tiene temor a que la lea el gran público y, sobre todo, los expertos e historiadores? No especulé en mis artículos sobre qué fines perseguía con ello si luego no iba sacar alguna astilla propagandística de su acción. Porque pensar que tendría éxito era como sin jugar a la lotería de Navidad esperar ganar el primer premio.
Servidor suele seguir a VOX en sus arrebatos supuestamente de historia y por ello deseo empezar este nuevo año con una información que quizá interese a los amables lectores.
Con dos queridos colegas, expertos máximos en el tema, he pasado buena parte de 2021 tratando de revisar y de poner al día una indagación en las aguas, siempre turbias, del franquismo, en la guerra y en la postguerra. Para tales colegas y amigos ha sido la continuación de una bien esmaltada carrera de estudios sobre la represión franquista. Para quien esto escribe, una consecuencia natural tras haber publicado EL GRAN FALLO DE LA REPÚBLICA y ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL?
La gran tragedia española del siglo XX no fue una cuestión del azar ni el resultado de maquinaciones izquierdistas o, como se dijo en la época, comunistas. Alguien la quiso y alguien no supo evitarla en la primavera de 1936. Estas dos afirmaciones, apoyadas por una amplia base documental, tuvo consecuencias que han sido muy desvirtuadas.
Los tres compañeros de ordenador creemos, naturalmente, en la necesidad imperiosa de que todo relato histórico se base en la evidencia primaria relevante de época. Los tres nos hemos descornado en la pugna intelectual que suele reforzarse con el descubrimiento y la interpretación o explicación de los hechos que en tal evidencia se reflejan. Sabiendo, por supuesto, que interpretaciones hay muchas, que muchas son con frecuencia sesgadas y que políticos, periodistas y mercenarios de variado pelaje atienden más a las “necesidades” del presente que a la reconstrucción fundamentada de lo que hubo detrás de los procesos y decisiones que marcan el pasado.
En esta ocasión hemos trabajado con el corazón amargado por el peso de una evidencia documental que alumbra una época trágica. Hemos examinado lo que da de sí un documento no del todo desconocido, pero si incompleto hasta el momento. Ahora hemos explorado en su totalidad las setenta páginas de que consta, lo que dan de sí, su origen, su autor y su carrera salpicada de sangre inocente.
¿Y qué cabe descubrir? Algo bastante simple, pero en torno a lo cual no ha cesado la polémica. Simplemente porque a muchos políticos e “influencers” eso de poner patas arriba las miserias de los vencedores en la guerra civil no les encaja con la basurilla ideológica que siguen propugnando. No es nada nuevo. Lo hicieron durante cuarenta años de dictadura.
El hecho es que, indagando en lo que dan de sí esas setenta páginas, nos hemos concentrado en alumbrar las bases filosóficas, ideológicas, jurídicas y, en último término, político-operativas que, en buena medida, “justificaron” los asesinatos que inmediatamente lanzaron los sublevados en julio de 1936 y que continuaron durante toda la contienda. A lo largo de la cual tuvieron tiempo, dada la lentitud de Franco en conducir las operaciones militares, de ir ganando y acumulando experiencia.
Aquella “filosofía”, la perversión del derecho y las necesidades de amedrentar, acoquinar y, en último término, liquidar al adversario se aplicaron, en primer lugar, contra sus compañeros de uniforme; en segundo lugar, contra quienes “mal dirigidos” por doctrinas perniciosas (comunismo, socialismo, anarquismo, liberalismo y masonería, entre otros pecados nefandos) se habían enseñoreado de España para hacer de ella poco menos que un sucedáneo de república soviética.
No ignoramos, por supuesto, que sobre el tema se ha escrito mucho y bien. Sin embargo, un amplio sector de la sociedad española, manipulado, teledirigido y ofuscado, sigue creyendo en las numerosas patrañas que los conspiradores de 1936 propagaron desde antes de su sublevación y que “justificaron” pasar a miles de conciudadanos por los pelotones de ejecución y dejar a una parte sustancial de los mismos en las fosas del olvido. No es una casualidad que todavía hoy continúen machacando sus patrañas como la única “verdad” en redes, en periódicos muy connotados, en la prensa digital y en libros que dicen que se venden como rosquillas.
Con CASTIGAR ROJOS, tal es el título que hemos puesto a nuestro trabajo, intentamos descifrar una de las guías para inquisidores, versión siglo XX, que tanto influyó en los militares franquistas a la vez que bebió de ellos, de sus consejos de guerra y de su implacable persecución de los vencidos.
La guía no provino de la nada. Provino de toda una serie de teorías filosóficas, políticas y penales que se remitieron a la actividad, nada dulce, de la Santa Inquisición; que renegaron de la Reforma (no en vano la monarquía española fue uno de los brazos armados de la Ecclesia militans e incluso de la Ecclesia triumphans en las guerras de religión de los siglos XVI y XVII), de la Ilustración y de los combates contra los avances políticos, económicos y sociales de una gran parte del siglo XIX. Teorías que apelaban a los instintos grupales, narcisistas, excluyentes, de una buena porción de españoles. Eso sí, teorías que se actualizaron con las concepciones schmittianas del derecho penal nacionalsocialista y con la regresión que, en un sector de la autodenominada justicia militar, había provocado la práctica seguida en el bienio radical-cedista.
Aquella guía tuvo un autor de excepción, figura citada -aunque no demasiado estudiada- en numerosas monografías sobre la represión franquista en la guerra y en la posguerra. Llegó a ser general de División y pasó por toda una serie de puestos, algunos ya alumbrados, otros no, que hicieron de él un personaje esencial para comprender la inspiración a que se atuvo la represión franquista desde 1936.
Lo hemos caracterizado como “el último inquisidor de España”, en la esperanza de que su caso no vuelva a repetirse. Si bien, de juzgar por lo que suele leerse en ciertos medios, sus tesis no parece que hayan perdido demasiada validez para un sector, afortunadamente reducido, aunque en lamentable expansión, de la sociedad española de nuestros días.
Dado que en círculos próximos a dicho sector los mitos franquistas sobre la vesania “roja” siguen despertando interés, a pesar de los cuarenta años de infamia historiográfica “nacional” (lo atestiguan, entre otros, el éxito editorial del Avance de la Causa General y la obsesión con Paracuellos) nos embarga una esperanza: seguimos, en efecto, con impaciencia los esfuerzos para dar a la luz los equivalentes de esa guía “para inquisidores” que hubiera pergeñado algún jurista o militar republicanos. O mejor todavía, algún jurídico-militar. Por desgracia, en la única historia de este Cuerpo que conocemos no se dice nada al respecto. ¿Por qué será?
Ahora bien, que en 85 años nadie haya descubierto ningún nombre quizá no sea razón para que no se intente durante otros tantos en el futuro. Como la localización de EPRE es impredecible, a lo mejor incluso algún historiador filofranquista del que todavía no conocemos el nombre da con un documento parecido al que nos hemos decidido a examinar. Hasta el momento, todo lo sabido hace pensar que lo tendrá difícil. Pero no hay que desesperar. Siempre habrá autores anglosajones, o franceses, o alemanes, o incluso (¡oh, dicha!) españoles que intenten dar con él. ¿Para qué? Para coronar con el éxito la desesperada búsqueda del particular vellocino de oro que se colgarían los todavía defensores del 18 de Julio.
Mientras tanto, seguiremos esperando a conocer las hazañas intelectuales de su Jasón. Ya cuentan con algunos pre-argonautas.
Fuente → angelvinas.es
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