La Iglesia y su papel político en España (1937)
Este texto de Rudolph Rocker apareció en L’Espagne nouvelle – nouvelle série – n°2 del 26 de abril de 1937.

Rudolf Rocker: «La Iglesia y su papel político en España» (1937)

Es necesario conocer el papel de la Iglesia en la historia de España para entender la actualidad. En España, la Iglesia nunca ha sido una institución religiosa pura y dura, sino un formidable poder económico y político que, durante siglos, ha impuesto su dominio en toda la vida social del país. Es una larga y sangrienta historia en la que la Iglesia se ha manifestado continuamente como el enemigo mortal de todo progreso humano y el centro de todas las reacciones.

El fin de una civilización

Durante las interminables guerras contra los moros, que duraron casi ochocientos años, la Iglesia fue la fuerza determinante y el principal instrumento del absolutismo español. Durante siglos, España había sido la nación más avanzada de Europa, cuna de la ciencia, el arte, la industria y la agricultura. Pero como los moros, herederos de la civilización griega y oriental, fueron expulsados del país por los barones feudales de Navarra y Castilla la Vieja, cayó bajo el yugo de la Iglesia y la Monarquía «Cristianísima», y esta gran civilización fue destruida a hierro y fuego. Los derechos y libertades de los pueblos y ciudades españolas, respetados por los califas, fueron abolidos por los reyes y obispos, después de que miles y miles de hombres fueran degollados en su resistencia contra esta nueva y espantosa servidumbre. La tierra se convirtió en un desierto, las maravillosas industrias se hundieron en la decadencia. La vida espiritual fue sofocada. Durante el reinado del siniestro déspota Felipe II, España había perdido casi la mitad de su población.

Los crímenes y beneficios de la Inquisición

Fueron la Iglesia y los representantes del despotismo real quienes inventaron el terrible tribunal de la Inquisición, principal instrumento de opresión y exterminio de los pueblos ibéricos. Según una estimación muy moderada, debida al abate de Montgaillard y que abarca sólo tres siglos (de 1481 a 1781), el número de personas quemadas vivas en España fue de 330.000. Los bienes de las víctimas fueron inmediatamente confiscados por el Estado, que reforzó su despotismo y su alianza con la Iglesia católica.

Durante todos estos años de esclavitud y degradación, la Iglesia se ocupó celosamente de aislar al país de cualquier influencia cultural externa. En la lista de libros prohibidos publicada por la Inquisición en 1790, encontramos los nombres de más de 7.600 escritores, incluyendo las obras clásicas de Horacio, Ovidio, Cicerón, Plutarco, Dante, Petrarca, Boccaccio y muchos otros. Al mismo tiempo, España estaba en manos de un ejército de 134.000 sacerdotes, 46.000 monjes y 32.000 monjas. El patrimonio inmobiliario de la Iglesia, el total de ingresos anuales de esta institución era de 500 millones de reales. Además, la Iglesia poseía edificios, ganado, rebaños, etc., valorados en 82 millones. Junto con todas las demás fuentes de explotación de la Iglesia, el total de ingresos anuales de esta institución era de 1.600 millones de reales. Pero el pueblo vivía para 72 cabezas de habitantes (sic).

La Iglesia contra la Constitución

La Revolución Francesa introdujo en la península las primeras ideas del liberalismo, que pronto se apoderaron de las mentes. Desde entonces, la lucha contra la Iglesia y la Monarquía no ha cesado. En 1812 se proclamó la Constitución de Cádiz. Abolió la Inquisición y paralizó el poder de la Iglesia. No se debió a la coacción de las autoridades francesas, sino, por el contrario, al despertar popular provocado por la invasión y al espíritu de independencia desarrollado durante la lucha.

Tras la derrota de Napoleón, en España, Fernando VII recuperó la posesión de Madrid. Reconoció la Constitución del pueblo y juró solemnemente gobernar de acuerdo con la voluntad nacional y las nuevas leyes del país. Durante unos meses, España experimentó las alegrías de la libertad política, tras siglos de despotismo clerical.

Pero Fernand, a quien Luis Felipe (que sabía más) llamaba el más perfecto canalla que el mundo había visto, conspiró con la Iglesia para el derrocamiento de la Constitución, que estigmatizó como una invención del diablo y un crimen contra el derecho divino de la Monarquía y de la Iglesia.

Un nuevo período de reacción descendió sobre España. Se abolió la Constitución, se restableció la Inquisición y 50.000 «herejes» fueron enterrados vivos en las cárceles y cámaras de tortura del espantoso tribunal.

Riego, el Libertador

En 1820, Rafael del Riego se levantó contra la sangrienta tiranía de Fernando VII y marchó sobre Madrid con sus soldados. Las provincias de Cataluña y Galicia siguieron su ejemplo, y todos los elementos liberales aclamaron a Riego como el libertador del país. Fernando VII, al darse cuenta del peligro, cambió inmediatamente su política y se declaró constitucionalista, culpando de todo a sus consejeros. Se restablece la Constitución de Cádiz, se vuelve a abolir la Inquisición y se expulsa a los jesuitas del país. Las prisiones se abrieron y liberaron a todas las víctimas inocentes de la persecución política. Fernando VII pronunció su famoso discurso en las Cortes maldiciendo a los enemigos de la Constitución y asegurando a los diputados que no tenía otro deseo que ser el primer servidor de su querido pueblo.

Este fue el comienzo de una nueva era de vida en el país. Las Cortes promulgaron «leyes de educación» y se construyeron escuelas por toda España. Pero mientras los liberales estaban absortos en su labor constructiva para la regeneración del país, Fernando VII y la Iglesia apelaron a la «Santa Alianza» para que les ayudara desde el exterior contra sus enemigos del Partido Liberal.

El regreso de las «cadenas»

En 1823, dos obispos y 127 prelados fundaron la infame sociedad secreta que se conoce en la historia española como «El Ángel Exterminador». Esta monstruosa cofradía sobornó a un verdadero ejército de asesinos, con el objetivo de eliminar a todas las figuras prominentes del liberalismo español. Entre 1823 y 1825, más de 4.000 personas fueron asesinadas por los agentes de esta banda de asesinos clericales.

Ese mismo año, el duque de Angulema, con 60.000 soldados franceses, entra en España para ayudar a Fernando VII a acabar con los constitucionalistas españoles. Tras el aplastamiento de éste, con la ayuda de este ejército extranjero, España volvió a caer en la esclavitud durante muchos años.

Ningún país del mundo ha conocido un periodo de reacción tan horrible. Los liberales fueron asesinados en masa. Más de 50.000 de ellos desaparecieron en las cárceles de la Inquisición. Riego, el libertador del país, fue ejecutado ignominiosamente. Fue cosido en un saco y llevado a la horca en un burro, mientras la turba, a instancias de los sacerdotes, insultaba sus ideales y su fe al grito de ¡Vivan las cadenas! (¡Vivan las cadenas!). Todas las escuelas fundadas por los liberales fueron destruidas, y la Inquisición ordenó la quema de todos los libros excepto los que llevaban la marca de la Compañía de Jesús. Hasta 1826 continuó el «auto-da-fé», cuya última víctima en Valencia fue el maestro Ripoli. Fue ahorcado y su cadáver quemado en la plaza del mercado por expresar su desacuerdo con los dogmas de la Iglesia.

La Iglesia y la Escuela Popular

En manos de la Iglesia, la educación popular española se redujo al recitado del catecismo.

Cualquier intento de combatir la ignorancia mediante una verdadera educación era denunciado por la Iglesia como un crimen contra las leyes de Dios. En 1851, Antonio Cervera fundó una escuela en Madrid con el objetivo de ofrecer a los trabajadores de esa ciudad la oportunidad de adquirir una educación elemental. Tuvo un éxito inmediato y pronto sus clases nocturnas contaron con la asistencia de quinientos alumnos ávidos y diligentes. Pero el noble intento de Cervera despertó la susceptibilidad clerical. Una delegación de liberales españoles intentó en vano obtener del ministro Bravo Murillo la gracia de la escuela. Murillo contestó con esta cínica frase: No necesitamos en España trabajadores que sepan leer y escribir. Lo que necesitamos son bestias de carga.

No hace falta añadir que la escuela de Cervera fue suprimida, y muchas otras con ella. Desde la destrucción de las escuelas liberales en 1824, hasta la infame ejecución de Francisco Ferrer, fundador de la Escuela Moderna de Barcelona, la Escuela se mantuvo continuamente fiel a la misma política de oscurantismo al cien por cien, con el objetivo de impedir cualquier desarrollo del laicismo y del anticlericalismo.

Por qué arden las iglesias en España

En las innumerables luchas del pueblo español contra sus opresores, desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, la Iglesia ha hecho constantemente causa común con los enemigos de la nación, al igual que hoy se ha alineado con los verdugos e invasores fascistas.

Es una mentira deliberada afirmar que la reciente quema de iglesias y monasterios es producto de las doctrinas importadas del marxismo y el bolchevismo, como quieren hacernos creer los decerebrados fascistas. El hecho es que la mayoría del movimiento obrero moderno en España nunca ha sido influenciado por las ideas marxistas, y mucho menos por las de Lenin y Stalin. Las iglesias se han quemado en España, siempre que el pueblo se ha levantado, mucho antes del nacimiento de Marx, y de la penetración en España de las ideas fundamentales del socialismo. Todo movimiento progresista ha encontrado en la Iglesia su más terrible y mortal enemigo.

A ningún revolucionario español, desde los pioneros del liberalismo y la democracia de antaño, hasta los obreros anarquistas de la CNT y la FAI de hoy, se le ha ocurrido atacar a las personas por sus creencias religiosas. En la clásica tierra de la Inquisición, la de Torquemada, Escobar y Loyola, donde la más mínima herejía en materia de dogma era castigada con la tortura y la muerte, aprendieron lo suficiente que las ideas religiosas no podían ser alteradas por la coacción o la violencia. Pero, aun reconociendo la libertad personal de opinión de los individuos, se vieron desde el primer día en la necesidad de luchar contra la Iglesia, que siempre ha sido, y sigue siendo, la fortaleza política de la reacción, y el enemigo acérrimo de toda forma de progreso social.

Traducido por Jorge Joya


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