Franquismo sociológico

Franquismo sociológico
Rafael Álvarez Gil

Se cumplen dos años de la sesión de investidura de Pedro Sánchez y la conformación del Gobierno de coalición de izquierdas, el primero desde la Segunda República. Y no solo ha resistido sino que continuará haciéndolo, con permiso mediante del resultado final de la reforma laboral. Lo que asombra es el nivel de zancadillas que ha tenido que sortear por unas derechas mesetarias enrabiadas que adquirió su auge en plena pandemia cuando en Madrid se puso de moda salir a la calle en el barrio de Salamanca. Por cada prórroga del estado de alarma se olfateaba una especie de latente y soterrada aspiración golpista como si tuviéramos en el 36. Es lo que tiene cuando Vox hace suya la querencia pontificada a favor del rey y los ejércitos. En España todavía hay franquismo sociológico y su predominio va por territorios, pues tanto en Catalunya como en Euskadi es minoría palmaria.

Los primeros años de José Luis Rodríguez Zapatero en La Moncloa fueron por el estilo, aunque no tanto. La jerarquía de la Iglesia católica y un PP que no había digerido la derrota electoral inesperada en 2004 se lanzó en tromba contra el presidente leonés (aunque nacido en Valladolid). Aquellas marchas fueron el precedente de las concentraciones últimas en la plaza de Colón de Madrid. Y todo ello acompañado con muchas banderas rojigualdas. Patriotismo forzado que, en realidad, esconde la intención de derrocar al Gobierno de turno, por supuesto, siempre de izquierdas. Y ahora, con perspectiva, constatado el debilitamiento del bipartidismo dinástico, se comprende mejor que las estancias en el poder del PSOE eran tomadas como un mal menor por parte de los poderes fácticos. Pero el poder en mayúsculas era para las derechas, sintiéndose propietarias. Y cuanto más cortas fueran las etapas socialistas en La Moncloa, mejor que mejor a juicio de estos.

En cierta medida, la inestabilidad que escolta a la crisis del sistema del 78 recuerda no solo a las grandes encrucijadas que se afrontaron en la Transición sino también el aroma ‘guerracivilista’ que se respira amén de las bases de Vox. Ya es habitual encontrarte en la cola del supermercado o aguardando en la peluquería comentarios de algún cliente hacia la cajera o el barbero (que quedan estos perplejos) a cuenta de que pronto Santiago Abascal vendrá a salvar España… Lo más llamativo, encima, es que lo sueltan muchachos que apenas traspasan los veinte años y se enzarzan con una furia propia de los ‘camisas viejas’.

Arengas patrioteras con tufo ultraderechista que, de algún modo, permiten desde el presente interiorizar el pacto desigual del 78 con unas izquierdas que tenían miedo, auténtico miedo, a los militares y a una posible masare como la ocurrida en Chile en 1973 a cuenta del golpe de Estado de Augusto Pinochet contra Salvador Allende y la democracia. Ese fundado temor hizo, en última instancia, que el PCE de Santiago Carrillo renunciara a la insignia republicana y comulgara con la democracia borbónica. La Transición fue, en puridad, la habilitación de la Segunda Restauración, hoy en decadencia. El modelo funcionó durante décadas pero ya no ofrece la estabilidad y los réditos de antaño. Se agotó.


Fuente → teldeactualidad.com

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