El último gobierno hitleriano
El último gobierno hitleriano
(artículo de Albert Camus)

La Comisión de Negocios Extranjeros de la Asamblea Consultativa Francesa acaba de pedir la ruptura de relaciones diplomáticas con Franco. Por otra parte, Francia e Inglaterra se proponen revisar el Estatuto Tanger, que el dictador español había modificado unilateralmente en plena guerra, según sus procedimientos. He aquí nuevamente planteada la cuestión española. Evidentemente habría resultado extraño que no se planteara ese problema. En esta hora en que los hombres libres del mundo celebran la derrota del fascismo, era necesario denunciar la paradoja que resulta de que la Península Ibérica entera esté sometida todavía al régimen fascista, en medio de un mundo que parece encontrarlo natural. Por lo tanto el problema es bien claro. Nadie puede ignorar que si Franco continua en el poder es por voluntad de los Aliados. Si los países vencedores suprimieran todas sus relaciones con la España franquista, el régimen falangista tendría sus días contados. No es ningún misterio para nadie que la economía de ese régimen depende de los Aliados. Si se prolonga su existencia es porque no se hace lo necesario para que sucumba. Y ahí está lo grave. Los Gobiernos Aliados, el francés entre ellos, se arriesgan a no ser comprendidos por los millones de hombres que han combatido por el principio mismo de la libertad. Se arriesgan a que se acredite la idea de que prefieren una dictadura, que está a merced de ellos, a una República que no sería de su gusto. En tal caso estarían en contradicción con los hombres que han pensado siempre que el fascismo debía ser destruido allí donde existiera, hasta su último reducto, comprendido el español. Al menos no se exponen a estar en contradicción con ellos mismos, ya que lo están claramente desde ahora.

No hay una sola línea de los discursos pronunciados durante el curso de esta guerra por los Jefes Aliados que no esté desmentido por la existencia misma del régimen franquista, ya que existe todavía ese rincón del mundo en que el espíritu mediocre y de crueldad triunfa; en que se fusila a pesar de las intervenciones francesas oficiales; en que se mantiene en prisión, desde hace muchos años, por crimen de esperanza a centenares de miles de combatientes.

No es preciso que recordemos de nuevo lo que esos combatientes representan para nosotros. Parece evidente que los diplomáticos a pesar de tantas hecatombes, no han variado nada de sus costumbres. En apariencia son sordos que no quieren oír. Pero si los gobiernos aceptan fácilmente esas contradicciones, los pueblos no pueden aceptarlas hoy. Han pagado un pesado tributo por sus principios para resignarse a acomodarlos a una política de compromiso. Los mismos que rechazaron Munich y a los alemanes rechazan a Franco. Si es evidente que una guerra total debía desembocar en una victoria total, hay que declarar que nuestra victoria no será completa en tanto que España continúe esclava. La paciencia puede tener sentido en los despachos, pero no puede tenerlo para los que sufren en las prisiones de España, ni para los que acaban de vivir la interminable impaciencia de la derrota y de la servidumbre. Los pueblos comienzan a estar fatigados de la diplomacia secreta y reclaman que desaparezca el último Gobierno hitleriano de Europa o que los Aliados digan clara y limpiamente las razones de su indulgencia.

Artículo de Albert Camus en el periódico «Combat», 7-8 de enero de 1945.


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