El historiador Paul Preston (Liverpool, 1946) acaba de publicar su último libro, Arquitectos del terror. Franco y los artífices del odio (Debate). Bien conocido del público lector español, su abundante obra se ha centrado principalmente en el periodo de la II República, en la Guerra Civil, el régimen franquista y la Transición a la democracia. Desde sus primeros libros, España en crisis (1978) y el procedente de su tesis doctoral, La destrucción de la democracia en España (1978), fruto de sus años de trabajo en los archivos españoles y de sus vivencias en el país que convirtió desde entonces en objeto de estudio, Preston no ha cesado en su interés por estudiar con mirada personal directa las profundas y difíciles transformaciones políticas y sociales de España a lo largo de todo el siglo XX, del relativo aislamiento internacional a la plena integración en la Europa democrática.
Preston combina en su ya extensa obra el artículo breve y el ensayo con las monografías y estudios de largo alcance, así como también las biografías, un arte cultivado en la historiografía británica que en el caso de Preston ha producido obras memorables –y discutidas, por qué no decirlo– como las de Francisco Franco, el rey Juan Carlos I, las de nueve figuras políticas incluidas en el volumen Las tres Españas del 36 (1998) o la dedicada a Santiago Carrillo, entre las más destacadas.
En su nueva obra, Arquitectos del terror, el hispanista presenta una simbiosis de sus diferentes recursos historiográficos. Por un lado, vuelve a los antecedentes de la Guerra Civil. Lo hace, por otro lado, a través de las biografías de unos personajes que, cada uno a su manera, con mayor o menor impacto público, tuvieron un papel destacado dentro del bando sublevado, tanto en los preparativos como en el curso de la Guerra Civil. En el caso de los más longevos, el biógrafo prolonga su estudio a los últimos avatares vitales de sus personajes, no siempre gloriosos, a los años de la dictadura franquista, incluso, en algún caso, hasta la etapa democrática.
Los principales personajes son el policía Mauricio Carlavilla, el sacerdote Juan (Joan) Tusquets, el poeta José María Pemán, el mensajero Gonzalo de Aguilera, el asesino del Norte general Emilio Mola y el psicópata del Sur, general Gonzalo Queipo de Llano. En torno a ellos pululan otras figuras que alientan y sostienen las actividades de estos actores principales: Ramón Serrano Súñer, el marino Luis Carrero Blanco, el escritor Ernesto Giménez Caballero o el psiquiatra Antonio Vallejo-Nájera. Sobrevolando a todos ellos está el general Francisco Franco, quien, en última instancia, maneja los hilos del drama para terminar apropiándose del producto final, el control total del poder hasta el resto de sus días.
Los personajes profesan una fe ciega en la idea de la supuesta conspiración mundial promovida por el judaísmo internacional –han leído y creen incondicionalmente lo que propaga el libelo Los protocolos de los sabios de Sion– y apoyan con vehemencia las campañas contra la conjura judeo-masónica cuyo propósito sería propagar hasta infectar sociedades como la española con los venenos del marxismo, el socialismo o el comunismo bolchevique. Preston afirma que este tipo de informaciones serían lo que hoy denominamos fake news, muy arraigadas y extendidas en los sectores conservadores católicos de aquel sociedad española, porque, si me atiende a la realidad de los datos, el número de judíos y el de masones en España no pasaría de unos pocos miles de personas.
Arquitectos…, nos dice Paul Preston en conversación por Skype, viene a ser una “secuela”, una “ampliación” de su monumental El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después (2011), en cuyas más de 800 páginas analizó el sufrimiento y la muerte de centenares de miles de españoles en la guerra, en los frentes y las retaguardias, y la represión y la venganza de la postguerra.
Empecemos hablando del carácter tan extremo de los protagonistas de su libro.
Se me critica mucho por ser lo que la derecha llama un historiador militante. Lo mismo que a mi colega Ángel Viñas. Evidentemente, en mi visión de la Guerra Civil, yo soy prorrepublicano y antifranquista, en eso no hay secreto, pero intento ser lo más honesto y objetivo, es decir, sin tratar por igual al asesino y a su víctima o al violador y a la violada. En el libro anterior hice un esfuerzo por ver lo bueno y lo malo de ambos bandos. Después de muchos años de investigación, traté las atrocidades en ambos bandos, pero intenté mostrar las diferencias cualitativas y cuantitativas. Así que, cuando empecé este libro quise seguir con el mismo criterio, es decir, estudiar personajes de izquierda y derecha. Hay un problema inmenso. Si, por ejemplo, tomamos a Mola o a Queipo, ¿dónde se puede encontrar generales de corte similar en el bando republicano? Es decir, militares cuya ambición principal fuera aniquilar, matar… No hubo generales en el bando republicano que fueran asesinos, como es el caso de Mola y Queipo. Y tampoco hay personajes de la influencia de un Juan Tusquets o de un Mauricio Carlavilla, gente que vendía miles y miles de libros. O de un Pemán. Eso no quiere decir que no hubiera en el lado republicano asesinos, por supuesto, pero resultaría imposible escribir más de dos o tres páginas sobre ellos.
No hubo generales en el bando republicano cuya ambición principal fuese aniquilar, como Mola y Queipo
Son hombres que, primero, teorizan la muerte y luego la aplican implacablemente o aplauden su aplicación.
Sí, es una cosa que espero haber aclarado, no sé si con el suficiente énfasis. El hecho es que la mayoría de los personajes principales y de los otros, Franco, su círculo y sus compinches, lo que tienen en común es su experiencia en África. Ni Tusquets ni Pemán estuvieron en África, pero todos los demás sí. Yo creo que eso les brutalizó. Y quizás en términos éticos o morales, eso es lo que hizo posible que hicieran las cosas que hicieron y lo que escribieron.
¿Hay algún otro rasgo que unifique a todos estos personajes?
Quizás con la excepción de Mola, que no tuvo oportunidad por su muerte prematura, y Carlavilla, que se enorgullecía de su pasado hasta el momento de su muerte, todos los demás tienen en común que son descaradamente mentirosos con su pasado. Tusquets, por ejemplo, que fue un furioso anticatalanista, antisemita y antimasón hasta el final de la Guerra Civil, a partir de los años 40 mintió sistemáticamente sobre su pasado diciendo que siempre había sido catalanista, que nunca había sido antisemita, que había condenado lo que vio en el campo de concentración de Dachau, aunque, de hecho, cuando lo visitó, le pareció una idea espléndida. Pemán, aparte de su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera, durante la República fue uno de los propagandistas más importantes de la extrema derecha de Acción Española. Supo de la preparación del golpe militar y, durante la guerra, hizo todo lo que pudo para alentar las masacres y las atrocidades. Eso es alucinante. Pero a partir de no sé qué año, quizás el cuarenta y tres o el cuarenta y cinco, empieza ya a reconstruir su propia vida con el resultado de que al final es conocido por muchos como un monárquico, o sea, la cara aceptable del franquismo, el monárquico benévolo, gracioso y todo eso.
Para desmentir eso están los documentos que usted presenta.
Se me ha acusado de ser un obseso de la nota a pie de página, pero es que siempre he pensado que, como mucho de lo que digo puede ser provocativo, quiero que el lector siempre, sea quien sea, de extrema izquierda o extrema derecha, pueda ver de dónde he sacado mis opiniones. O sea, si no está de acuerdo, pues eso es asunto suyo. Pero que nadie pueda decir que yo invento.
Se me ha acusado de ser un obseso de la nota a pie de página, pero,
como mucho de lo que digo puede ser provocativo, quiero que el lector
siempre pueda ver de dónde he sacado mis opiniones
Insinúa en su libro que la conspiración judeo-masónica podría ser en cierto modo un camuflaje, una cortina de humo, tras la que ocultar los verdaderos intereses de clase de la derecha en su movilización contra la República, ¿es así?
Por supuesto que sí. Estoy convencido de que la derecha provoca la Guerra Civil porque quiso acabar con las reformas de la República, o sea las reformas sociales, redistribución de tierras, derechos del obrero, derechos de la mujer, todo eso. Pero todo ese fake news, digamos, el del contubernio, es absolutamente absurdo. La idea de que entre el campesinado del sur que estaba siendo masacrado en los primeros meses de la guerra había judíos o masones es un absurdo absoluto. Para mí sigue siendo hasta cierto punto un misterio. Como escribo en las primeras líneas –y puede ser el meollo del libro– en el treinta y siete se publica el libro de un tal Jorge Villarín, Guerra contra el judaísmo bolchevique, pero en sus 300 páginas no menciona ni bolchevismo, ni judíos, ni masones, ni nada del contubernio. Me sigue pareciendo un misterio: que con estas ideas se justificara algo tan tremendo como un golpe militar, las masacres, la represión y la muerte de docenas de miles de personas de los que muy pocos eran judíos o masones.
A eso habría que añadir, creo yo, que el noventa y nueve por ciento de la derecha eran católicos. Entonces, la idea era tocar la tecla del antisemitismo, el odio al judío responsable de la muerte de Jesucristo. Para hacer aceptable la idea de que sí se podía hacer la guerra. Yo no sé si alguien tendría problemas de conciencia con las reformas sociales de la República. Seguro que pocos. Pero el saber que el odio a los judíos era una cuestión moral, aprobada por la Iglesia, por el Vaticano, gozaría de cierta justificación moral o ética. O emocional, quizás esta palabra es mejor.
La formación intelectual de todos sus personajes, sobre todo los militares, parece escasa y muy sesgada.
No, no sé si estoy de acuerdo del todo. Sus lecturas sí habrían sido bastante limitadas. Los militares tenían los defectos o limitaciones de haber estudiado en las academias militares. Pero, como muestro en el libro, a partir del 27 ya recibían el Boletín aquel de Ginebra (Bulletin Internationale contre la Troisième International). Primo de Rivera les regaló las suscripciones a Franco, a Mola y a Queipo. Yo creo que eso les influyó bastante, esas lecturas tenían bastante impacto. Se puede ver en las memorias de Mola, muy voluminosas. Se decía que Mola era el gran intelectual de los militares rebeldes. Es curioso, porque escribió libros, y uno puede estar totalmente en contra de ellos ideológicamente, pero están bien escritos y argumentados. Extraña que ese mismo general, durante la campaña del Norte, se empeñara en bombardear y destruir toda la industria vasca, a lo que se opuso terminantemente el coronel Von Richthofen (al mando de las fuerzas aéreas alemanas en España).
¿Aquel conjunto de acusaciones contra la izquierda puede constituir lo que ya desde entonces se empezó a llamar la Anti-España?
En cierto sentido. Una de las cosas que he intentado ver es quién fue el primero en hablar de ese concepto de la Anti España, yo creo que fue Pemán, no lo digo tajantemente, pero investigando he visto que es el que lo dice con más frecuencia y desde el principio. Creo que en todo eso es importante lo de los Protocolos de los Sabios de Sion, porque esa patraña, ese invento de que los judíos quieren controlar el mundo o controlan el mundo, se cae por su propio peso. O sea, una entidad, por no decir una organización, que dice pretender controlar el mundo, uno se pregunta por qué coño su cuartel general o su consejo general tiene que reunirse a media noche en un cementerio de Praga. Porque lo lógico sería que teniendo tan grandes medios se reunieran en rascacielos, en grandes sedes, en fin… Sabemos que todo es un invento, que fue un éxito originalmente en toda Europa. Pero ya a partir del año 1920 se revela como una ficción y empieza a caer en popularidad. Sigue teniendo cierta popularidad en Francia, gracias a la edición que menciono muchas veces en el libro, pero lo de España es alucinante. Hoy en día todavía se puede comprar los Protocolos de los Sabios de Sion. A lo largo del siglo XX a mí me consta que hubo treinta y cinco ediciones, igual hubo más.
Hasta Pemán puso en verso la obra, como dice usted.
Claro, es que no sé si usted ha leído el poema de La bestia y el ángel. Tiene que pensar en el martirio que fue para mí traducirlo todo para la versión inglesa de mi libro. En fin, entre las muchas dificultades de traducción, no sé cuál fue peor, si Pemán o Giménez Caballero, porque las locuras de este son una cosa difícil de imaginar. En alguna ocasión yo quedé a cenar con él. Le conocí personalmente en una tertulia en los años 70 y estaba absolutamente enloquecido.
Esta violencia ¿tiene que ver también, como se dice en el título, con la pretensión de aterrorizar a la sociedad? ¿Sería una violencia preventiva?
Claro. Eso tiene dos dimensiones, quizá más. En primer lugar, está una idea que no investigo mucho en este libro, pero sí lo hice en El Holocausto español. En la mentalidad del cuerpo de oficiales se daba la idea de que el proletariado del sur era casi idéntico a los marroquíes, el pueblo africano colonizado. Y hay que pensar también que, al comienzo de la Guerra Civil, los rebeldes, o sea, los militares rebeldes, que serían varios miles, tenían en contra millones, la inmensa mayoría de la población del sur de España. Como dice Mola en sus instrucciones, desde el primer momento está hablando de la necesidad del terror, la necesidad de violencia, incluso él mismo explica la razón, el motivo es paralizar al enemigo, porque como el enemigo es mucho más numeroso, hay que paralizarlo de alguna forma. Y eso explica la violencia. La violencia sexual también es muy importante. Y esto no tiene equivalente en el bando republicano, todo lo que supone de humillación, de terror. En todos estos temas la respuesta está en las instrucciones de Mola.
Pero hay otra violencia sin guerra, desde Galicia y Castilla hasta Madrid. Esta es una violencia terrorífica también, no condenada por la autoridad, más bien alentada.
La violencia en Logroño y en Navarra, donde apenas hubo oposición al golpe militar. Como usted dice, en Galicia y en muchísimos pueblos y provincias de Castilla, hay una violencia terrorífica. Absolutamente. Bueno, es gratuita en términos de la oposición real, pero también sirve al objetivo de aterrorizar, humillar, parar y paralizar al enemigo.
Durante los preparativos de la sublevación da la impresión de que Franco está como en segundo plano, no se le ve tan implicado como a otros. Y, sin embargo, parece que todo le favorece o todo lo utiliza, con astucia, buscando su provecho para convertirse en el jefe máximo.
Bueno, él es el jefe de la empresa, él es el número uno. O sea, Hitler no mató a nadie personalmente. Franco sí mató a gente durante la guerra de Marruecos. Pero para eso tiene a otros. Los generalísimos no tienen que coger el fusil. Son otros los que lo hacen, pero no hay ninguna duda de que Franco alienta y apoya y en ningún momento hace nada en contra, aunque es consciente de las matanzas que están ocurriendo. Y yo creo que no hay ninguna duda de que las aprobaba.
Franco se sirve de muchos colaboradores o colegas de los que tiempo después prescinde con métodos más o menos expeditivos...
Ya sabemos lo que sucedía, los ministros se enteraban de su cese cuando llegaba el motorista. Franco en eso actuaba absolutamente sin escrúpulos. Hay poca lealtad personal, quizás con Carrero Blanco, pero incluso con Serrano Súñer, con todo lo que había hecho por él, le echó sin más, sin remordimientos.
¿Hizo eliminar a Mola?
Eso es un problema. Lo que intento hacer en el libro es poner encima de la mesa las cosas que se han insinuado o se han dicho, las sospechas. Pero a estas alturas es absolutamente imposible decir si aquello fue un asesinato o un accidente. Hay detalles circunstanciales como la rapidez con que Franco confisca los papeles de Mola después de su muerte. Eso a mí me parece muy interesante, pero no prueba nada.
También anula a Queipo fríamente.
Eso es alucinante. La rapidez en llamarle a Burgos para una consulta, y mientras está en viaje de Sevilla a Burgos, Franco le cambia toda la estructura de poder en Sevilla. Está muy claro que se odiaban mutuamente desde hacía mucho tiempo. Franco debía encontrar a Queipo absolutamente intolerable. Porque, claro, eso de que Queipo no dejara de decir que había ganado la Guerra Civil él solo… Y no era de fiar para los demás rebeldes, porque hasta la primavera del 36 había sido un niño mimado de la República. Era el favorito de Alcalá Zamora y realmente si no hubiera caído Alcalá Zamora, es posible que Queipo de Llano hubiera estado con la República. Era un tipo absolutamente volátil.
Hay un montón de razones por las que Franco ganó la guerra. Pero entre estas no figura la de que fuera un gran estratega
Tengo una curiosidad, ¿insinúa que Mola era un mal estratega?
No me considero historiador militar. Pero, por ejemplo, en el tema de la conquista de Madrid los fallos se reparten entre Franco y Mola. Mola dependía de Franco para los suministros y Franco ni quiso conquistar Madrid ni quiso que Mola conquistara Madrid, porque lo que quería era alargar la guerra. Y eso lo hizo muy inteligentemente, pero a costa de hacer lo que a un estratega inteligente le habrían parecido imbecilidades. Y luego, en la guerra en el Norte, si se leen con detenimiento los intercambios entre Mola y los alemanes, que sí sabían lo que hacían, estos consideraban que Mola era un estratega muy defectuoso. Yo he traducido los comentarios de Von Richthofen. Claro, es que en todos los casos, en Franco, Mola o Queipo, su experiencia se limitaba a la guerra de África, una guerra de guerrillas; la guerra convencional, de grandes frentes y grandes ejércitos, no era lo suyo. Hay muchísimas razones por las que Franco ganó la Guerra Civil, la ayuda de Hitler, Mussolini, la de Gran Bretaña, oculta pero muy importante, las divisiones en la República... Hay un montón de razones por las que Franco ganó la guerra. Pero entre estas no figura la de que fuera un gran estratega.
De todos los personajes que estudia, Gonzalo de Aguilera es el menos conocido.
El caso de Aguilera es un caso aparte, es la excepción. No perteneció al círculo de los próximos a Franco, pero es muy importante. Aguilera no era famoso, ni antes de la guerra ni durante la guerra, hasta que después de la guerra llenó varios números de la revista El Caso, por el asesinato de sus hijos y el intento de matar a su mujer. Como otros militares, Aguilera fue brutalizado por su experiencia en la guerra de África, donde no llegó más que al grado de capitán. Escribió dos libros, El átomo y Cartas a mi sobrino. Fueron impresos por el propio autor. Si llegaron a tener más de diez lectores me extrañaría. Aguilera, un aristócrata y terrateniente salmantino, es un hombre de acción, le he llamado el mensajero. Primero, es el que da la imagen de todos los demás a la prensa internacional. Eso, de entrada, es muy importante, porque había pocos capaces de hablar cuatro idiomas, español, inglés, francés y alemán. Sería difícil encontrar un caso más llamativo que Aguilera. No soy psiquiatra, pero su historia puede ser una muestra de las posibles consecuencias de la brutalización e internalización de la violencia. Lo incluí en el libro, además, porque, frente a otros candidatos, se da la circunstancia maravillosa de poder contar con la correspondencia con su amante, con su mujer y con su madre, lo que nos da una visión de su personalidad íntima.
Soy muy consciente de que Franco todavía goza de buena prensa aquí, en Inglaterra, y en los Estados Unidos
Ante el peligro de auge de la extrema derecha en España y de una cierta recuperación pública del franquismo, ¿qué influencia pueden tener libros como el suyo?
Hombre, no sé. Yo soy un guiri inocente, vivo lejos de España y no sigo el día a día como lo podría hacer un español radicado ahí. Veo una oleada de informaciones a favor de Franco, reivindicando lo bueno, o lo supuestamente bueno. Esto, en fin, no es agradable, pero yo no sé hasta qué punto pesa. Que no va a haber otra guerra civil es claro, estando España en la Unión Europea. En cuanto a la pregunta de si creo que mis libros, este libro o cualquiera de los otros, pueda tener una función social, lo dudo, porque, yo no sé quién lee mis libros, pero es un número relativamente limitado de personas. Tengo lectores fieles, pero no son números suficientes para influir en la sociedad. Mire, le voy a decir por qué escribo. ¿Qué es lo que hago con cada libro? Lo primero es educarme a mí mismo, ¡en serio! Hay cosas que provocan mi curiosidad y quiero enterarme de eso. Y luego, al enterarme, quiero compartir lo que he aprendido, me encanta hacerlo. Luego sí, a veces, hay un elemento de denuncia. Por ejemplo, en el caso de El Holocausto español, y casi con todos mis libros. Soy muy consciente de que Franco todavía goza de buena prensa aquí, en Inglaterra, y en los Estados Unidos, por supuesto. Y por eso, si deseara que mis libros tuviesen algún impacto, quisiera que fuese el de mostrar que Franco fue tan repugnante como Hitler. Pero no sé si lo he logrado.
Una última cuestión. Sabrá que en la discusión de la nueva Ley de Memoria Democrática se ha propuesto por parte del Partido Socialista y de UP introducir una enmienda que afecta a la Ley de Amnistía del 77, ¿qué opinión tiene?
Que llega demasiado tarde, porque la amnistía en su día, el 15 de octubre de 1977, en mi opinión fue absolutamente necesaria. Los que critican la Transición se olvidan de lo difícil que fue ese proceso, de hasta qué punto las fuerzas franquistas todavía estaban cerca de las Fuerzas Armadas o la Guardia Civil, los grises, los falangistas con licencia de armas. Y todo eso sucedía después de 38 años de lavado de cerebro, con una prensa franquista, la prensa del movimiento. ¿Qué hacer? Una parte fundamental de la Transición fue el esfuerzo por neutralizar a todas esas fuerzas franquistas para que fuera posible un avance hacia la democracia. Por tanto, yo creo que la amnistía de octubre del 77 fue importante. Ahora no sé, cambiar el Código Penal para ciertos delitos… Yo no soy jurista. Puede que la enmienda tenga algún impacto. Pero claro, ya no hay asesinos vivos. Por eso digo que ya es tarde.
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Paul Preston, Arquitectos del terror. Franco y los artífices del odio, Barcelona, Debate, 2021, 521 pp.
Fuente → ctxt.es
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