En distintas ocasiones hemos explicado que el PSOE siempre se sintió republicano, pero, antes que nada, socialista porque siempre tuvo, hasta en los momentos de colaboración en la Conjunción Republicano-Socialista y en los del inicio de la Segunda República, un evidente recelo hacia los republicanos españoles.
En sus inicios, el Partido Socialista fue intensamente obrerista, liderado por Pablo Iglesias, y en línea con las directrices de la Segunda Internacional contrarias a la colaboración con los republicanos más avanzados o progresistas, en lenguaje actual. El republicanismo era visto como un competidor electoral claro, y siempre se luchó para intentar demostrar a los trabajadores españoles que los partidos republicanos eran, antes que nada, representantes de la burguesía, aunque defendieran programas sociales. Los obreros solamente encontrarían su emancipación apoyando al partido obrero. Es más, en El Socialista hubo muchas noticas y artículos, especialmente en el siglo XIX, en los que se intentaba demostrar que la suerte de los trabajadores no era mejor en Repúblicas como la francesa o la norteamericana que en Monarquías como la británica. Era evidente que se defendía una República, pero social, como un régimen de superación de las clases, y no como un cambio de forma de Estado para que siguiera gobernando y dominando la burguesía.
Estas ideas no dejaron nunca de sentirse en el seno de la organización socialista, y en diciembre de 1931, cuando se aprobó la Constitución y se planteó la creación del primer gobierno constitucional, se volvió a insistir en las mismas, actualizándolas al momento histórico. Este es el marco en el que estudiamos un comentario editorial de El Socialista, de principios de ese mes, hace 90 años.
Los socialistas tenían que seguir contribuyendo al esfuerzo de consolidar un régimen de democracia efectiva, pero sin olvidar que la base de la democracia estaba en el proletariado. Por eso, había que aumentar la capacidad y la firmeza de la conciencia, es decir de la conciencia de clase.
Y eso había que hacerlo porque habría un porcentaje importante de la clase obrera que creía que con la República había alcanzado ya su emancipación, pero eso era un grave error porque “La República por sí misma no redime a nadie”. La redención de los pueblos dependía de ellos mismos, de su propio esfuerzo. La Historia demostraba que en las Repúblicas podía florecer la “tiranía reaccionaria” como en las Monarquías. No había que olvidar que los Estados eran gobernados por los hombres, pero dominados por sus intereses, es decir, se estaba haciendo una interpretación marxista, ya que esos intereses quedarían asimilados a las clases. Por eso el periódico hablaba de que el mundo estaba dominado por el capital financiero, ya fuera en Repúblicas, ya en Monarquías, igual en democracias burguesas que en dictaduras. El capitalismo, en conclusión, era el que dominaba, y España no era una excepción.
Los trabajadores ya se habrían convencido a esas alturas más de seis meses después de proclamada la República de su error o concepción, calificada de ingenua. El capitalismo no se resignaba a perder, y encontraría, y aquí vuelve a florecer la crítica a los republicanos, apoyo en estos. Por eso el proletariado debían formar un frente único para resistir las acometidas del capitalismo.
La proclamación de la República había supuesto, con un símil médico, la extirpación de un quiste que paralizaba al país, por la liquidación de la Monarquía y la aristocracia. En este sentido, se nos viene a la cabeza la interpretación de la historiografía sobre las persistencias en el tiempo del Antiguo Régimen hasta la época de la Gran Guerra, pudiéndose aplicar esta tesis al caso español con la llegada de la Segunda República. Pero, el periódico socialista recordaba que la burguesía quedaba en pie. La lucha de clases existía en la República como existía antes, es decir, la explotación del hombre por el hombre. Y esto se habría evidenciado en las Cortes. Casi todos los grupos parlamentarios afirmaban el deseo de hacer política social, pero pensando en amparar los privilegios de la burguesía frente a las aspiraciones de los trabajadores.
El trabajo seguía siendo considerado una mercancía, y en los momentos de depresión, como el que se vivía, una mercancía depreciada. Esta situación solamente se podía superar dando a la vida política y económica una organización que suprimiera los privilegios de clase que generaban la desigualdad social. Era en esto en lo que debía fijarse el proletariado, es decir, el artículo trabajaba para fomentar la ya citada conciencia de clase. No se trataba de restar energías a la defensa y consolidación de la República, pero pensando en emplearla como medio para producir una evolución de la conciencia pública hacia la realización del socialismo. Por eso, se insistía, “ningún trabajador debe olvidar esto”.
En conclusión, “es necesario ser republicanos, buenos republicanos; pero antes, y por encima de eso, socialistas.”
El artículo en el número 7121 de El Socialista.
Fuente → elobrero.es
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