¡Que fue la CIA, coño!
 
48 aniversario del asesinato de Carrero Blanco.
 
¡Que fue la CIA, coño!
Amadeo Martinez Ingles

(El título ha sido autorizado por el presidente del PP, señor Casado)

De siempre y de todos es conocido que la verdad tarde o temprano sale a la luz y 48 años son ya muchos años para que el pueblo español, adormecido e intoxicado durante décadas por los Gobiernos de turno y sus terminales mediáticos siga, ni uno solo más, inmerso en la mentira y la ignorancia política, social e histórica en relación con el dramático acontecimiento vivido por este país el 20 de diciembre de 1973. Los españoles deben saber, debemos saber, de una vez y por todas, la verdad, la absoluta verdad, la (si me lo permite el lector) la puñetera verdad, la realidad de lo que ocurrió a las 09,27 horas de aquél nefasto día de diciembre de 1973 en la calle Claudio Coello de Madrid, con el almirante Carrero Blanco como desgraciado protagonista. ¿Por qué lo mataron? ¿Quién lo hizo? ¿De qué manera? ¿Por qué fue todo tan fácil? ¿Por qué en el entorno del lamentable suceso nadie se enteró de nada? ¿Por qué no se detuvo inmediatamente a los ejecutores? ¿Por qué pudieron salir de España de rositas, no se les juzgó y, encima, se les indultó?

No es de recibo, no puede serlo casi cincuenta años después, que todavía sigamos en este país con la infantil, perogrullesca, ridícula, increíble teoría (admitida y promocionada, eso sí, por un Estado español cobarde y temeroso de las iras que pudiera suscitar en el verdadero responsable del magnicidio sacar a colación los verdaderos ejecutores) de que fueron unos descamisados e indocumentados terroristas del norte de España, capaces, eso sí, de matar por la espalda a indefensos ciudadanos, a servidores del orden y a miembros de las Fuerzas Armadas pero sin material adecuado y ninguna preparación técnica quienes, en un alarde de tecnología y sofisticación operativa, pudieron descabezar de un solo tajo nada menos que al Gobierno de España.

La organización terrorista ETA, en 1973, no disponía ni de la capacidad técnica, ni de la logística, ni de la infraestructura local en Madrid, ni del poder de enmascaramiento necesario, ni de los apoyos ideológicos y operativos básicos, ni de… prácticamente nada de nada a excepción de unas cuantas pistolas de segunda mano, algo de material explosivo de manufactura casera y escaso rendimiento aunque, desde luego, andaba sobrada de ideología y fanatismo, para poder ejecutar con éxito un atentado de la categoría, complejidad y dificultades de todo tipo como el que tuvo lugar a las 09,27 horas del 20 de diciembre de ese fatídico año en la persona del presidente del Gobierno español, almirante D. Luis carrero Blanco.

Los verdaderos responsables de ese magnicidio (digámoslo alto y claro), los sabuesos, los agentes especiales de la CIA (Agencia Central de Inteligencia), los zapadores especialistas en guerra de minas y en operaciones subterráneas de asalto que con toda seguridad actuaron procedentes de Unidades del Ejército USA, o sea, los Estados Unidos de América en su conjunto dirigidos por el abominable secretario de Estado (¡Premio nobel de la Paz, que escarnio!), Henry Kissinger, sí que tenían (y tuvieron) todos esos poderes, y muchos más, para poder llevarlo a cabo con total éxito, seguridad y confidencialidad en aras de conseguir sus objetivos, esencialmente políticos.

Y es que la CIA norteamericana, que mantenía un apoyo secreto y riguroso al Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) en Portugal (que devendría después en la denominada “revolución de los claveles” y que estaría a punto estuvo de introducir a ese país en la órbita comunista) decidió ampliar su aventura en la península ibérica entrando en acción para asegurarse un cambio sin traumas en la jefatura del Estado español tras la previsible muerte de Franco. El almirante Carrero Blanco, presidente del Gobierno de España y una piedra descomunal en el camino a la “democracia a fortiori” liberal diseñado por USA para España y Portugal, sería juzgado y condenado a muerte en aras de los oscuros designios geopolíticos del todopoderoso Kissinger, un político sin escrúpulos que desde su siniestro despacho de la Secretaría de Estado yanqui acabaría convirtiéndose, por méritos propios e incuestionables, en el muñidor infatigable de todos los procesos revolucionarios de la extrema derecha castrense en el ancho mundo, desde Pinochet en Chile a Videla en Argentina, pasando por todos los operativos transnacionales de la Organización fascistoide Cóndor en toda América Latina. En consecuencia, el presidente Carrero será asesinado el 20 de diciembre de 1973 mediante un sofisticado acto terrorista que conmociona al país y que de inmediato se atribuye la organización etarra…

Pero no, amigo lector/a, español de buena fe intoxicado durante décadas por el montaje político antihistórico hispano/yanqui, después de muchos años de investigación, de estudio exhaustivo bajo el punto de vista técnico de todas las informaciones existentes sobre este luctuoso hecho histórico y de acuerdo a ultra secretos informes de los servicios de Inteligencia españoles y extranjeros, este historiador militar está en condiciones de aseverar que fue la CIA (Agencia Central de Inteligencia de USA), bajo las órdenes directas y sumamente confidenciales del secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, la que planificó, organizó, pagó y ejecutó, desde la propia Embajada yanqui en Madrid, el asesinato del presidente del Gobierno español.

ETA se limitó en este vidrioso asunto a pactar y colaborar con los espías estadounidenses sacando sustanciosos beneficios desde el punto de vista político, social, internacional y pecuniario. ¡Casi nada! Asombrar al mundo con una preparación técnica indiscutible y una operatividad asesina (pero operatividad, al fin y al cabo) a la altura de los mejores servicios secretos y Ejércitos del mundo. Y nada cabría que reprocharle al respecto a estos desalmados, y muchos menos escandalizarse de su actuación, dado que según su perversa teoría política hacia la independencia del País Vasco estaban en guerra con el Estado español y ya se sabe: en las guerras, y sobre todo en una como la suya, el fin justifica los medios… Y todo lo que haga falta.

(Extracto de la Introducción del libro de reciente publicación “Fue la CIA, estúpidos” del historiador que suscribe).


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