La ultraderecha y el 'Aserejé'

La ultraderecha y el 'Aserejé'
Miquel Ramos

Mientras cientos de personas que huyen de la guerra y de la miseria sobreviven como pueden a temperaturas bajo cero y sin comida en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, los líderes de la ultraderecha europea se ponían finos en el palacio Lazienki de Varsovia. Allí estaban los capos de las extremas derechas europeas arropados por los primeros ministros de Polonia y Hungría, Mateusz Morawiecki y Viktor Orbán, y nuestros ultras de Vox, que se ofrecieron para acoger la próxima cumbre en nuestro país después de Navidad. Representantes del partido de Marine Le Pen, Rassemblement National, de los austríacos del FPÖ, el Vlaams Belang flamenco, EKRE de Estonia, los finlandeses, lituanos y rumanos, junto con otros como la Lega italiana y Alternativa por Alemania (AfD) podrían formar un nuevo grupo propio en el Parlamento Europeo en breve, algo de lo que ya se hablaba desde hacía tiempo tras empezar a despegarse el Fidesz húngaro del PP europeo. El viernes en Varsovia ya asomaron la patita y dejaron claro que van a por todas.

Aunque este fin de semana no se produjo este anuncio, el plan está en marcha, y, de materializarse, el nuevo grupo de la extrema derecha pasarían a ser la tercera fuerza en el Europarlamento. Pero más allá de los sillones que ocupen, su objetivo compartido es agitar todavía más el tablero y la propia UE, como vienen haciendo los maestros de ceremonias de la gala, Orbán y Morawiecki desde hace tiempo contra lo poco que le queda a la Unión de progresista. Pero la capacidad de la extrema derecha para influir en la política tiene en algunos países es más importante en el terreno mediático y cultural que en los escaños que ocupen. Y esta alianza, que viene de lejos, al menos entre algunos de sus miembros, promete dar batalla contra el ‘consenso progre’ que llevan años tratando de derribar para conquistar el sentido común y hacerlo cada vez más reaccionario.

De momento, nuestra extrema derecha piensa que es mejor no tener responsabilidades directas en las políticas que se apliquen. Así, nadie puede echarte nada en cara cuando algo falle. Mucho más cómodo es estar entre bastidores y sacar de vez en cuando la cabeza para advertir que gobiernan gracias a ellos, y usarlos como lubricante para su penetración en la guerra cultural. Que el PP se parezca cada vez más a ellos acabará, como ha pasado siempre cuando la derecha copia a la extrema derecha, por beneficiar al original antes que a la copia.

La regresión en materia de derechos y libertades y el cerco a cada vez más colectivos como el LGTBI o las mujeres se palpa ya en el seno de la Unión Europea, con Polonia y Hungría a la cabeza, pero no solo. Si no, miremos un poco a Madrid y como Ayuso ha asumido la demanda de Vox de modificar las leyes de género y LGTBI. La verdad es que desde hace años la lepenización de los espíritus es una realidad en toda Europa. No solo eso, sino que las políticas económicas europeas, y en materia de fronteras, hacen las delicias de los ultras. Solo así se entiende que la UE haya cerrado filas con el gobierno polaco y su criminal política fronteriza, por no mencionar cómo ha mirado hacia otro lado con las devoluciones en caliente, menores incluidos, en las fronteras españolas, la situación en el paso de Calais y el mismo mediterráneo. Vergüenzas propias de una política de racismo institucional de quienes aún así se siguen atreviendo a dar lecciones al resto del mundo en materia de derechos humanos.

Lecciones que llevan años dando a Venezuela, por ejemplo, tema estrella de la derecha española cada vez que hay que tapar algo o atacar a la izquierda. Pero nunca con nuestros queridos aliados, a quienes cuando les preguntamos por los derechos humanos, nos contestan que los llevan ahí colgados. A los sauditas, por ejemplo, a quienes les ponemos la alfombra roja cada vez que vienen a Marbella de vacaciones y son recibidos hasta por nuestros reyes. Lo mismo con Qatar, donde en breve se celebrará el mundial de futbol a pesar de que sus mandamases ya han advertido a los homosexuales que, si vienen, mariconadas, las justas. O a la golpista boliviana Jeanine Álvarez, candidata al Premio Sájarov votada tanto por el PSOE como por Vox contra la activista saharaui Sultana Khaya, para no enfadar al dictador de Marruecos.

Y por supuesto Colombia, el faro latinoamericano en materia de derechos humanos, con los miles de falsos positivos y líderes sociales ejecutados por los paramilitares, o los manifestantes asesinados, torturados y desaparecidos estos últimos meses durante las protestas. El propio Felipe VI premió a la ‘democracia colombiana’ hace unos días entregando a su presidente, Iván Duque, el Premio Mundial de la Paz y la Libertad otorgado por la Asociación Mundial de Juristas.

La extrema derecha sabe que cuenta con un terreno bien fértil abonado por las derechas y las socialdemocracias europeas. No solo en políticas internacionales, sino de puertas para adentro, desmantelando en Estado del Bienestar, pauperizando a la clase trabajadora y manteniendo intactos los privilegios de las élites. Y, por supuesto, sin tocar ni los CIE, ni las concertinas, ni un pelo al Ejército ni a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, aunque algunos pidan fusilar a 26 millones de personas.

Abascal volvió a España, pero dos días después, otras compatriotas recogerían el testigo y volverían a Polonia a rematar la faena. Las Ketchup han sido contratadas para actuar en apoyo a las tropas que mantienen a raya a las personas refugiadas atrapadas en la frontera. No es broma. Es una muestra macabra de la banalidad del mal que permanece en Europa. La ultraderecha no tiene nada que temer. Cuando llegue, la cena estará servida, las velas encendidas y el Aserejé sonando de fondo.


Fuente → blogs.publico.es

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