«(…) Domingo/Es como si no me quedaran penas/Como si fuera siempre primavera/Como si la sed humana no supiese de fronteras/Oh! domingo…»
Silvio Rodríguez Domínguez (Domingo rojo)
Domingo Santana Armas (Domingo Valencia), el último superviviente republicano, que pasó por un consejo de guerra franquista. Fue el represaliado más joven de Canarias, con 15 años fue condenado por resistirse a la Rebelión Militar Fascista, el 18 de julio de 1936.
El gran Valencia era de mi familia aunque no tuviéramos parentesco biológico, éramos familia por luchar juntos como dijo “El Che”, lo recuerdo de muy niño cuando escuchaba su peculiar silbido a la puerta de casa en Tamaraceite, mi abuelo Juan Tejera le contestaba desde el interior, era su insurgente juego clandestino, despistar al fascismo, mientras mi abuela Frasquita preparaba aterrada el café, la vigilancia constante sobre aquellos hombres y mujeres que resistieron una dictadura brutal, que vieron desaparecer o fusilar a miles de compañeros, a mi otro abuelo Francisco González, al que Domingo le dio el último abrazo cuando se lo llevaban al paredón de La Isleta.
Yo jugueteaba en el suelo entre sus piernas, sus alpargatas, con menos de cinco años atento a sus palabras, allí sentados en la cueva volcánica, escuchaba sus charlas en baja voz, casi susurros, las hojas de papel que todavía olían a tinta de multicopista, los dos héroes del pueblo jugándose la vida, entre el miedo de mi madre y mi abuela que callaban, pero sabían que era imposible parar aquella mágica conspiración.
A Domingo solo lo homenajearon sus camaradas comunistas poniéndole su nombre a una Agrupación del municipio de Ingenio en Gran Canaria, ni una institución pública le rindió el tributo merecido, ni siquiera las gobernadas en los últimos años por la genuflexa “izquierda” cortesana, su gente cercana le teníamos hasta una calle concedida en su propio barrio, pero la echaron abajo con falacias sobre su integridad siempre inquebrantable. No podían permitir que un comunista de verdad obtuviera su homenaje merecido.
Meses antes de morir con casi cien años pidió que sus cenizas fueran arrojadas a la Sima de Jinámar:
-Quiero estar con mis camaradas ya que nadie los saca de ese agujero del horror- me dijo aquella tarde de noviembre en su vivienda familiar.
Un revolucionario de esa talla no tiene cabida en los fastos de quienes agachan la cabeza para seguir ganando sueldazos, era demasiado grande para caber en un triste rótulo, su ejemplo inmortal superaba la codicia desmedida de quienes se aferran al poder al precio que sea, vendiendo a los mártires por una buena dosis de mangoneo junto a los herederos de los genocidas:
-Te veo y veo a tu abuelo Pancho, vaya hombre valiente- me decía con sus ojos pícaros agarrando mi mano.
Le regalé todos mis libros, supe siempre que era mi mejor lector, el más crítico, porque leía con el alma, ávido de reconocer cada mirada, cada dolor, cada consigna, cada huella de amor secreto.
Fuente → viajandoentrelatormenta.com
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