1 de mayo de 1937: Controladores y controlados

 Artículo de una de las fundadoras de la agrupación Mujeres Libres, aparecido en su revista en abril de 1937, en vísperas de las jornadas de mayo de Barcelona. El artículo expone el retroceso de la revolución iniciada en julio de 1936 y cómo podría recuperarse su impulso.
 
1 de mayo de 1937: Controladores y controlados
Lucía Sánchez Saornil

Podríamos escribir la historia de nuestro movimiento desde julio hasta el presente sobre la base de estos dos galicismos de moda.

Aunque sintamos que se nos escapa de las manos a cada minuto, no podemos renunciar a la revolución. El pueblo la ganó en las sangrientas jornadas de julio, y todas las consignas confusas destinadas a distraer la atención de los trabajadores no harán que la olviden, como tampoco podemos, como sector femenino de la lucha, olvidar los objetivos fundamentales de la guerra. Porque todos sabemos que renunciar a la revolución significa aceptar la continuación ilimitada del principio de esclavitud como base de la sociedad. Como trabajadoras y como mujeres, estamos convencidas de que sólo la revolución puede traernos la liberación moral y económica anhelada durante tantos siglos.

Es precisamente por esta convicción por la que damos la voz de alarma ante el giro que están tomando los acontecimientos. A nadie se le habría ocurrido en julio dudar de que los trabajadores habían iniciado su revolución. La propiedad, la producción, toda la vida del país estaba en sus manos. El gobierno, que durante la revuelta había perdido sus verdaderos órganos de expresión y poder -las fuerzas armadas- estaba a merced de los trabajadores y sólo se mantenía por y a través de ellos. Con el aparato estatal demolido, el gobierno sobrevivió por la gracia del pueblo que lo utilizó para crear un nexo temporal de convergencia y unidad de los sectores populares agredidos por el fascismo. El gobierno dejó de ser la representación de un Estado inexistente cuyas prerrogativas de organizar la vida nacional habían pasado por completo a manos de los trabajadores. En pocas palabras, el pueblo controló en un día todas las acciones del gobierno, desplazándolo del poder y dejándolo en su lugar como una representación meramente nominal y esquelética.

Este fue el primer error revolucionario. Al mantener el gobierno, se respetó su vieja estructura burguesa y a su alrededor todo el peso del aparato burocrático que había sostenido hasta entonces. Los obreros no se dieron cuenta de que habían dejado en pie al más feroz enemigo de la revolución.

El trabajo revolucionario comenzó. Los comités, en los que el pueblo expresaba y perfeccionaba sus organizaciones administrativas, crecieron y se multiplicaron. No fue un trabajo rápido, sino lento y duro. Fue necesario avanzar y retroceder, coser y descoser, antes de encontrar la expresión exacta de las aspiraciones populares. Y fue en contra de este proceso que los impacientes, presionados por los burócratas que veían el reflujo de sus privilegios y su hegemonía administrativa, iniciaron una guerra de baja intensidad contra los Comités Populares.

Inmediatamente la revolución comenzó a estancarse. La necesidad de ganar la guerra fue manipulada por ciertos sectores contra el movimiento social, reclamando el máximo poder para el gobierno. Día a día las prerrogativas de los comités pasaron a las viejas y fracasadas burocracias. La organización de la vivienda, los transportes y el abastecimiento de alimentos fueron arrebatados de las manos de los Comités Populares con el pretexto de que no aportaban soluciones eficaces y así, de ser controlado, el gobierno pasó a ser poco a poco el controlador. En la medida en que pudo arrebatar el poder a los trabajadores, pasó de ser un mero órgano de representación antifascista a un órgano de poder. La creación de privilegios económicos facilitó la rápida construcción de una fuerza armada a su servicio, y con la resurrección del nuevo Estado comenzó el estrangulamiento de la revolución.

Sin embargo, no todo está perdido si los sindicatos saben actuar con decisión; si no permiten que se finalice el saqueo y defienden su derecho a la gestión de la economía, aún podríamos salvarnos.

Y a los que dicen que la guerra está por encima de todo, les responderemos: A la guerra todo, menos la libertad. ¡Viva la revolución!

Publicado por primera vez en Mujeres Libres, 8, 10º mes de la revolución (abril), 1937. libcom.org


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