Rapadas, silencio amordazado
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«Después de raparme me quitaron las bragas y se la pusieron en sus cabezas, me iban dando tortazos de un lado a otro como si yo fuera una pelota, cachetadas fuerte en mi rostro lleno de sangre, parecía una muñeca rota en manos de aquellos asesinos, llegó un momento que no sabía si soñaba o si estaba despierta, después el aceite de ricino metida en mi garganta con aquel embudo, el mal olor, la revoltura de mi barriga, la diarrea que me caía por las piernas mientras nos llevaban por las calles del pueblo».

Rapadas, silencio amordazado
Francisco González Tejera

María Ramírez Martel, vecina del municipio de San Lorenzo en 1936

Mi tía-abuela Rosa García fue una mujer rapada, la detuvieron el mismo día del golpe fascista, el sábado 18 de julio del 36 en Tamaraceite, iba con con varias compañeras más vestidas de rojo, con una bandera de la UHP, gritaban unidas en manifestación vivas a la República, a la democracia, a la clase trabajadora, no esperaban aquella furia desmedida, aquel odio de los falangistas que la emprendieron a palos y a golpes con ellas, la sangre corrió carretera general abajo, sangre de mujeres rebeldes, alzadas contra el comienzo del infierno.

Luego en el Cuartelillo del antiguo Ayuntamiento la tortura, el corte de pelo, el aceite de ricino para que se cagaran encima mientras las llevaban por el pueblo desfilando delante de sus familiares, de sus hijos, de sus hermanas, de sus madres, de sus vecinas, teniendo que contestar a las preguntas de la gente de porque estaban así, respondiendo a la fuerza que por putas y por rojas.

Ella sufrió ese escarnio, no estuvo muchos meses presa, la soltaron, hasta que la noche de Navidad del mismo año tuvo lugar la tragedia, el asesinato de su sobrino Braulio en su presencia, delante de su hermana, de los chiquillos que vieron como aquel falangista de la Brigada del Amanecer sacaba al bebé de la cuna colgada del techo, lo zarandeaba tan solo porque no paraba de llorar durante el registro, lanzándolo contra la pared y destrozándole su cabecita.

Rosa, no aguantó la horrible escena, se lanzó contra el falange para sacarle los ojos, lo tuvo por un momento acobardado en el suelo y ella encima como una fiera, hasta que la redujeron a patadas y culatazos, echándola de la casa.

Jamás le perdonaron su rebelión, no agachar la cabeza, por eso a los pocos días la esperaron en el Camino Viejo de San Lorenzo de madrugada, cuando se dirigía a su trabajo de aparcera, allí la violaron en manada, todavía no tenía el pelo crecido, tampoco su esperanza, destrozándole para siempre a sus veinte años toda su vida.

Aún me sorprendo cuando se oculta premeditadamente su historia, como se sigue cuestionando el asesinato del niño, los abusos a Rosa y a otras mujeres del pueblo, como si todavía el fascismo estuviera presente incluso en ciertos sectores de lo que llaman «izquierda», se sigue hablando en baja voz, se sigue negando, encubriendo crímenes horribles, poniendo trabas al esclarecimiento, como si fuera pecado asumir la verdad, respetar la memoria familiar, el dolor de las víctimas de ese genocidio.

Rosa, sigue viva de alguna manera, está presente en cada voz que se alza por unos derechos inalienables, ella como cientos de miles de mujeres que sufrieron el horror del fascismo nos dejaron su ejemplo, jamás podré olvidar las conversaciones que mantuvimos en mi infancia, como pudo mantener tanto amor en su pecho a pesar de lo que sufrió, ni siquiera supo odiar, decidió quedarse sola, no tener jamás pareja, ser guardiana de esa historia secreta, de todo ese silencio amordazado.


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