Siempre suele hacerse el chiste de que los dos grandes inventos españoles fueron la fregona y el Chupa Chups, tal vez, pero hubo otros, uno de ellos, especialmente macabro. El primer campo de concentración, tal y como hoy los conocemos, lo organizó el año 1895 en Cuba un general español, Valeriano Weyler, que concibió la idea de concentrar en un mismo lugar a los campesinos y evitar que se junieran o pudieran dar su apoyo a los miembros del Ejército Libertador, a los que los españoles llamaban 'mambises', durante la guerra de la independencia cubana o guerra del 95 que acabó en 1898 con el desastre español en la guerra hispano-estadounidense.
La proclama de Valeriano Weyler que ordenaba su creación decía: "Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal".
El general Valeriano Weyler. Foto: Wikipedia
Los confinados en aquellos campos vivían en condiciones higiénicas deplorables y prácticamente carecían de alimentos. Por otra parte, el encierro de los campesinos provocó una hambruna que mató a un tercio de la población de Cuba. En los campos de concentración de Weyler murieron entre 1895 y 1898, según el historiador y periodista Miguel Leal Cruz, entre 300.000 y 600.000, hombres, mujeres y niños.
La gestión del general Valeriano Weyler fue considerada como todo un acierto y muchas décadas después, en 2005, siendo alcalde de la capital de España Alberto Ruíz-Gallardón, el Ayuntamiento de Madrid colocó en la que fue su casa en el Paseo del Pintor Rosales, una placa en la que se lee: "Aquí estuvo la casa donde vivió y murió el capitán general Valeriano Weyler, modelo de lealtad constitucional (1838-1930)".
Estrategia del terror
El éxito de esta forma de represión fue tal que durante la segunda guerra de los boers, entre 1899 y 1902, los ingleses la pusieron en práctica en Sudáfrica como más tarde haría Hitler en la segunda Guerra Mundial o Stalin en la Unión Sovietica, si bien a estos dos dictadores se les adelantó otro que les sobrevivió durante décadas, Francisco Franco.
Fue el propio Franco quien dijo que en una guerra civil como la española era mucho mejor que una rápida victoria, la ocupación sistemática de todo el territorio para poder llevar a cabo la minuciosa y necesaria limpieza de sus adversarios. Ya el general Mola en los meses previos al golpe de estado que dio origen a la guerra dijo bien claro que "el objetivo es el exterminio total de los enemigos de España” y el oficial a cargo de la comunicación del dictador, Gonzalo de Aguilera, apuntó que era necesario “matar, matar y matar hasta exterminar a un tercio de la población masculina de España”.
"Los campos fueron parte de una compleja estrategia del terror dentro de un proyecto ideológico muy amplio para aniquilar la cultura política y moral de la España Republicana", sostiene por su parte el historiador e hispanista británico Paul Preston.
Como explica el periodista Carlos Hernández de Miguel en su libro Los campos de concentración de Franco, "aquellos campos fueron la primera pata de un sistema represivo, un holocausto ideológico, que convirtió a toda España en una inmensa cárcel repleta de fosas. En ellos, presos políticos y prisioneros de guerra fueron asesinados, murieron de hambre y enfermedades y padecieron todo tipo de torturas y humillaciones".
296 campos de concentración
En su libro, Hernández de Miguel documenta a la perfección 296 campos de concentración por donde donde pasaron, desde pocas horas después del golpe de estado hasta los años sesenta, entre 700.000 y un millón de españoles que estuvieron una media de cinco años padeciendo hambre, torturas, enfermedades y trabajos forzados en los batallones de esclavos.
Algunos de aquellos campos fueron permanentes y otros temporales y allí se hacinaron cientos de miles de militares leales a la República, excombatientes republicanos civiles, disidentes políticos, indigentes, homosexuales, gitanos...
Ninguno de aquellos presos fue acusado formalmente ni mucho menos juzgado y, aunque es imposible conocer su número exacto, de las investigaciones de Carlos Hernández se desprende que entre 6.000 y 7.000 fueron directamente asesinados.
"El 30% de los campos eran lo que imaginamos estéticamente como tales, es decir, terrenos al aire libre con barracones rodeados de alambradas. El 70% restante se habilitaron en plazas de toros, conventos, fábricas o campos deportivos, hoy muchos reutilizados", explica Hernández de Miguel.
Si bien hubo campos de concentración franquistas repartidos por toda la geografía española, la región que más tuvo fue Andalucía. El primer campo se abrió en Zeluán, dentro del antiguo Protectorado de Marruecos al día siguiente del golpe de estado, el 19 de julio de 1936, y el último, la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía en la isla de Fuerteventura, que estuvo dirigido por un sacerdote castrense de Vitoria, se clausuró el 21 de julio de 1966.
La selección
En aquellos campos de concentración del dictador se llevaba a cabo un trabajo de "selección". Como se explica en Los campos de concentración de Franco, se investigaban los informes que sobre los prisioneros habían elaborado alcaldes franquistas, religiosos y los miembros de la Guardia Civil y la Falange de su localidad.
Teniendo en cuenta todo esto, se les distribuía en tres grupos. Uno era el de los "forajidos irrecuperables" a los que se enviaba directamente a la cárcel o ante el pelotón de fusilamiento. Otro era el de los "hermanos forzados" que, según aquellos informes eran partidarios del golpe militar y sus principios fascistas pero habían sido obligados a luchar junto a los republicanos en el bando leal al orden constitucional. Y el tercer grupo lo formaban los "desafectos" y "bellacos engañados" que si bien eran afectos a la República podían, según las autoridades, ser "recuperables" para la "España de Franco".
Este último grupo, el de los "desafectos" solían abandonar los campos de concentración para pasar a desarrollar trabajos forzados. Cavando trincheras o depósitos para el material durante el conflicto armado y, después de la guerra, construyendo infraestructuras, reconstruyendo pueblos y ciudades o, como sucedía en Canarias, levantando explotaciones plataneras.
En cualquier caso, ellos, como el resto de reos, tuvieron que soportar, hasta donde pudieron, además de la tuberculosis, el tifus o los piojos, torturas físicas y también psíquicas porque, ha documentado Carlos Hernández, debían, quisieran o no, asistir a misa y cantar cada mañana el Cara al Sol, himno de la Falange.
En realidad “solo hubo un campo"
Menos de un año después de iniciarse la Guerra Civil, el 5 de julio del año 1937, nacía la Inspección General de los Campos de Concentración de Prisioneros que dirigía el coronel golpista Luis Martín Pinillos. El objetivo de esta institución era centralizar la organización de todos los campos pero esto no fue tarea fácil porque había generales en algunas zonas del país que se arrogaban el derecho a dirigir los campos de los territorios bajo su mando como sucedió con el general Queipo de Llano en Andalucía hasta 1938 y lo mismo pasó en Baleares, Canarias o el Protectorado de Marruecos que conservaron su dominio en la gestión de los campos hasta principios de 1939.
Como era de esperar, en aquellos centros de reclusión torturas y malos tratos eran el pan nuestro de cada día y se vivía en condiciones miserables en las que la constante era el hacinamiento y las enfermedades.
Falangistas y familiares de víctimas de guerra del bando rebelde, a los que se franqueaba la entrada a los campos, eran los encargados de repartir golpes y palizas entre los reclusos, aunque también lo hacían los llamados cabos de vara, penados elegidos por el jefe del campo que, subordinados a mandos inferiores, mandaban una escuadra de presidiarios mientras realizaban trabajos forzados.
Los presos eran obligados a formar tres veces al día para cantar el Cara al sol y rendir honores con el saludo fascista del brazo en alto a la bandera rojigualda y tenían dos horas diarias de adoctrinamiento franquista donde recibían charlas sobre los “Errores del marxismo”, “Los fines del judaísmo”, ”La masonería y el marxismo” o “El concepto de la España imperial”.
Constantes humillaciones, represalias, maltratos y las condiciones infrahumanas que padecían los reos son el motivo por el que los historiadores calculan que el 10 % de los presos que estuvieron encerrados en los campos de concentración murieron durante su estancia en ellos sin que sus nombres aparezcan en ningún registro.
Esta fue la realidad de los 296 campos de concentración que formaron el gulag de Franco, aunque, como señala Carlos Hernández de Miguel, lo cierto es que “solo hubo un campo y se llamaba España. La nación entera, a medida que fue siendo conquistado su territorio por las tropas rebeldes, se fue convirtiendo en un gigantesco recinto concentracionario”.
Fuente → 65ymas.com
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