De pequeño vivía al lado del cementerio de mi pueblo. También jugábamos a fútbol en el calvario, que era el trayecto que hacían los coches fúnebres desde la iglesia al camposanto. Nunca le di mayor importancia, formaba parte del paisaje de mi día a día, pero cuando llegaba el 1 de noviembre siempre era distinto. Se llenaba el barrio (que no solía tener tráfico) de muchos coches venidos de diversos lugares. De ellos bajaba gente trajeada cargada con ramos de flores. Ese día nos cambiaba la rutina. Era festivo, veíamos caras nuevas y coches bonitos que sólo existían en la televisión. Pero no entendíamos nada del significado de esa tradición. El cementerio nos servía para jugar, no para añorar a personas. Todavía la muerte no había entrado de lleno entre nuestras preocupaciones.
Con el tiempo comprendes ese ritual. Ves a tu madre y a tus tías hacer ese mismo camino. Con esa mirada con la que se extraña a una madre, a un hijo o, por qué no, a una vecina. Entendí que va más allá de lo religioso, que tiene que ver con la nostalgia, con el recuerdo, con la memoria, con las ganas de no olvidar nuestro pasado ni de dónde venimos. También hay quien lo hace por religión, otras personas por tradición, otras por cumplir con ese ser que no debe ser tan querido y, por desgracia, hay quien no puede hacerlo o lo hace sin la certeza de depositar las flores en el lugar adecuado. Pero con más memoria y dolor que la mayoría.
Hoy es otro 1 de noviembre en el que miles de personas llevarán flores a fosas comunes. En el lugar de entierro que eligieron sus verdugos, los mismos que reciben ramos en sus mausoleos o tumbas exageradamente ornamentadas. Otras personas las llevarán a cunetas, en mitad de alguna carretera, donde ni el tiempo ni los coches se detienen porque el olvido es selectivo.
Otro año más que pasa y sigue la vergüenza de que existan familiares que no puedan enterrar a sus víctimas en el lugar que ellos quieran. En el que siguen miles de fosas comunes en un país que dice ser democrático, pero donde hay partidos en el parlamento que no quieren exhumarlas porque forma parte de su legado y se niegan a condenarlo. Dicen que no quieren remover el pasado, pero sí que se alimentan del voto nostálgico de aquellos que se llaman vencedores, pero que moralmente son los derrotados. Humanamente mediocres.
Porque desde el 36 no solo han muerto más de 100.000 personas entre la guerra y la represión franquista. También murieron los logros conseguidos por la II República. Murieron los avances democráticos en derechos e igualdad; murieron las misiones pedagógicas que se negaban a aceptar una España vaciada y aislada de la cultura; también los poetas y las escritoras de reconocimiento internacional que aquí, no solo condenaron al exilio o a la fosa, sino que se empeñaron en borrar su nombre y su obra. Murió un pueblo que no solo estaba hambriento de pan, de paz y de libertad, estaba hambriento de cultura y de educación. Murió la parte más digna de este país de gobernantes sin ánimo de reparación.
Por ese motivo, duele cada 1 de noviembre en el que se siguen llevando flores a lugares sin nombre escrito o sin fotografía. Duele ver los monumentos y homenajes a los verdugos. Duele ver a sus herederos gobernando en comunidades y ayuntamientos sin renegar de esa parte oscura de nuestra reciente historia. Duele ver cómo el partido del Gobierno se cuelga medallas sobre memoria democrática, pero no es capaz de restaurar la honra de un pueblo herido.
Las flores que hoy se depositen en cunetas y fosas sirven para honrar a quienes dieron su vida por la libertad y la igualdad, pero también para que sigamos teniendo memoria sobre por qué luchaban. Para que no olvidemos de dónde venimos, del dolor y la represión sufrida durante muchas décadas por aquellos que se negaron al pensamiento único. Para que no permitamos que vuelvan al poder quienes apretaron el gatillo.
Hoy se depositarán flores para recordar a esos seres queridos que vivieron menos de lo que merecían. Pero también se depositarán para que en el futuro no volvamos a llorar a nuestros muertos en montones de tierra indignos.
Fuente → blogs.publico.es
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