“Entender la memoria como continuo campo de batalla”

“Entender la memoria como continuo campo de batalla”

Entrevistamos a Nicolás Prividera a propósito del estreno de su película Adiós a la memoria.

Luego de un recorrido por distintos festivales el próximo jueves 4 de noviembre se estrena en cines Adiós a la memoria de Nicolás Prividera. En su tercer película, luego de M (2007) y Tierra de los padres (2012), se retoma una reflexión sobre los diversos caminos de la memoria y las ineludibles conexiones entre la dimensión personal, histórica y política.

La sinopsis presenta la película en unas breves líneas que dan cuenta de sus temas: “Un padre que ha perdido la memoria, mientras en su país se impone un gobierno que propone el olvido. Un hijo que bucea en las películas familiares que filmó su padre, buscando los rastros de su propia memoria. Y entre ambos, el recuerdo imposible de la madre desaparecida”.

A través de un trabajo de ensayo audiovisual, se propone una indagación sobre las imágenes –o la ausencia de ellas– y sus tiempos históricos. El archivo familiar se combina con un registro actual de celular, textos, ideas, canciones, cuadernos de notas y otros objetos, junto a una voz en tercera persona que comparte sus reflexiones.

Conversamos con Nicolás Prividera sobre algunos aspectos que recorren su trabajo.

Adiós a la memoria trabaja sobre las relaciones entre la memoria y el olvido desde un plano personal, familiar, y simultáneamente histórico, social y político. ¿Cómo se fue gestando esta relación? ¿Cómo influye esto en la forma de tu obra?

Esa relación se fue gestando, precisa mente, en eso que podríamos llamar mi “obra”, y que consta (además de un par de cortos que también se relacionan lateralmente con lo mismo) de tres largometrajes que fueron desprendiéndose de algún modo unos de otros. Todos son de algún modo bifurcaciones a partir de elementos que ya estaban presentes en M (2007): el cementerio de la Recoleta en Tierra de los padres (2012) y los archivos familiares en este Adiós a la memoria que es tal vez un cierre, o un nuevo comienzo. Cada una de esas películas aborda el tema de la memoria desde distintas perspectivas (la memoria política, la memoria histórica, la memoria social). Tal vez el tema común sea que no hay memoria puramente “personal”, sino que toda memoria es compartida.

El material de archivo familiar es indagado a través de una voz que reflexiona y lo transforma en documento de una época, en un momento se dice “las imágenes siempre portan una sombra que se revela con el tiempo”. ¿Cómo fue trabajar con un material tan personal y cuándo decidiste que sea parte de una película?

Fue un largo proceso, pero desde el primer momento pensé en usar ese material, de hecho no pensaba utilizar otra cosa. Quería que fuera algo al estilo de Moreira Salles en No intenso agora (2017) o Cuatreros de Carri (2016), dos películas que tenía en mente aunque para discutir con ellas. Pero en algún momento me di cuenta que eso no me alcanzaba, y tenía que incorporar otros materiales para poder hacer lo que esas películas no hacían: dejar claro el presente desde el que hablan. Porque el cine con material de archivo muchas veces encubre sus operaciones en una apelación a la mera nostalgia por un pasado ido, y yo siempre quiero hablar del presente, aunque parta de estos materiales que te arrastran contra la corriente, como diría Fitzgerald, “incesantemente hacia el pasado”.

La película combina elementos del archivo familiar, textos, reflexiones, filmaciones tuyas a tu padre y postales del presente, ¿Cuánto de ésto fue parte del guión y cómo fue el trabajo de montaje?

Como decía, fue un largo proceso y eso incluye cada etapa. Primero fue revisar todos esos materiales y tomar notas dispersas, a las que me costó encontrar un orden pese a que a partir de la enfermedad de mi padre entendí que la memoria (o su pérdida) debía ser el eje. No terminaba de encontrar la estructura de la película, hasta que apareció una doble instancia de distanciamiento: el cambio de persona (de primera a tercera) y la apertura de la película a otras voces y otros ámbitos. Podría decir que la revelación fue en la tumba de Blanquí en Pere Lachaise, recordando que le decían “el encerrado”. A la vuelta de ese viaje pude por fin reescribir el guión, a lo largo de todo un verano. Luego el montaje tomó seis meses más, porque no siempre estaba claro de antemano como armar cada escena o cómo articularlas entre sí, y esto era esencial. Porque quería hacer una película sobre la disolución de la memoria que, sin dejar de parecerse a su tema y necesitar por tanto una forma moderna, abierta, pudiera ser también una narración clásica.

En una reflexión sobre el presente se plantea que la función de los medios es “relegar la memoria histórica, sostener un flujo continuo de imágenes para quebrar la resistencia”. ¿Qué lugar tiene el cine en esta realidad?

El cine debería ser precisamente lo contrario: el último modo que nos queda para poder pensar las imágenes, devolviéndoles su densidad histórica, contra la banalización de la TV o las redes sociales. Si en el futuro sigue existiendo eso que llamamos cine, el más valioso será el que nos permita esa distancia, en un mundo que tiene la “inmersión” total (en el realismo capitalista, diría Fisher) como utopía.

En la película se incluyen textos de Blanqui y Gramsci, dos revolucionarios que escribieron desde el encierro reflexiones y se rescata su vigencia. El “odio a los indiferentes” escrito hace 100 años en la cárcel italiana resuena en postales del presente con personas durmiendo en las calles y movilizaciones de la derecha. Si “la memoria es un campo de batalla”, ¿cuál es la importancia de re-memorar la historia de las ideas revolucionarias y de izquierda?

La importancia sería hacer una distinción entre recuerdo y rememoración, porque una memoria “de izquierda” ni debería ser nostálgica ni marmórea, sino entender la memoria (incluso desde la “melancolía de izquierda”) como continuo campo de batalla. Sobre todo en un presente en que parecemos estar perdiéndola. Por eso es tan importante rescatar a esos pensadores que escribieron desde el encierro y la derrota. Es necesario repensar el “odio a los indiferentes” precisamente desde las movilizaciones de la derecha: se trata de una indiferencia hacia el destino de los otros, no evidentemente hacia la participación política. La derecha también construye memoria, no solo la disputa.

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Adios a la memoria se estrena el jueves 4 de noviembre en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Buenos Aires), y a partir del jueves 11 se podrá ver también en el Malba durante todo noviembre.


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