El final de la guerra

El final de la guerra
José Luis Corral 
 
Pese a la entusiasta labor de no pocos revisionistas por blanquearlo, e incluso justificarlo, el franquismo fue un régimen criminal que asesinó, reprimió, persiguió, oprimió y privó de libertad y de derechos a millones de españoles.

Pero la guerra no acabó con la victoria militar de los traidores sublevados contra la II República, cuyos dirigentes cometieron numerosos errores, quizás el más grave fue menospreciar al monstruo que anidaba en parte del ejército, de la Iglesia y de los sectores más conservadores. Todavía se recuerda la famosa respuesta de Casares Quiroga, presidente del Gobierno en julio de 1936, cuando informado de que los militares se habían alzado en Melilla, contestó con tanta insensatez como chulería: «¿Que los militares se han levantado en Marruecos?, pues yo me voy a acostar»; o al menos así los recogen testimonios de la época.

La imagen del monstruo, el hombre frío, sin escrúpulos, asexuado y con menos sensibilidad que una almeja, se llamaba Francisco Franco, y había sido ascendido a general de brigada en 1926, con 33 años, siendo el más joven de Europa.

Aupado por la Dictadura de Primo de Rivera y por la propia República, que le otorgó comandancias militares y le encargó la represión de la revolución de Asturias en 1934, Franco acabaría haciéndose con el poder absoluto una vez acabada la guerra civil.

Durante la guerra y después de ella, la represión que Franco auspició, impulsó y perpetró fue terrible. Miles de personas fueron asesinadas y sus cuerpos arrojados a fosas comunes o enterrados en las cunetas de los caminos de una manera tan canallesca que avergüenza a cualquier ser humano que se precie de serlo.

Inalterable al dolor ajeno, carente de todo sentimiento y falto de empatía hasta la náusea, Franco concitó la adulación de miles de españoles que se negaron a reconocer sus crímenes y que aplaudieron y vitorearon su política de extermino hacia cualquiera que se negara a legitimar su dictadura y su maldad.

El «caudillo de España por la gracia de Dios» fue una mala persona, en cuyo corazón solo anidaron la perversión y el odio. Pronto se cumplirán 46 años de su muerte, pero cada semana siguen apareciendo, esta en Belchite, pruebas de sus execrables crímenes en las fosas que se descubren en la cunetas. Un país que ha permitido que durante estos años sigan los cadáveres de los asesinados enterrados en el olvido no es una nación decente. Aquella guerra que empezó hace ya más de 85 años no pasará su última página hasta que los asesinados no descansen en paz.


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