El día que Durruti y Los Solidarios llenaron la hucha obrera en un banco de Xixón

Se cumplen 85 años de la muerte del anarcosindicalista leonés, que en 1923 participó uno de los atracos más audaces de todos los tiempos

El día que Durruti y Los Solidarios llenaron la hucha obrera en un banco de Xixón / Paco Álvarez

Era el primer día del mes de setiembre de 1923 y pasaban unos pocos minutos de las nueve de la mañana cuando un coche Jeffery Special Model con matrícula asturiana (O-434) aparcó en la céntrica calle Instituto, en Xixón. Esa fecha y esa hora, ese vehículo y ese lugar son, probablemente, las únicas certezas que compartimos y en las que coincidimos los periodistas de entonces y los historiadores y escritores de ahora que hemos abordado lo sucedido en torno al atraco a la sucursal gijonesa del Banco de España, uno de los más audaces y asombrosos.

Las distintas versiones se ven condicionadas por la información y la desinformación, la realidad y la leyenda. Es muy difícil determinar el número y la identidad de los participantes, el botín que lograron y el destino que le dieron al dinero. Lo que queda fuera de toda duda es que aquel robo o desposesión del capital del banco (cada quien que lo etiquete como considere) hay que atribuírselo a las pistolas obreras del grupo de acción anarquista Los Solidarios, y que uno de los cerebros y ejecutores del mismo fue José Buenaventura Durruti Dumange, de cuya muerte, en el frente de Madrid, se cumplen hoy 85 años.

Si damos crédito a la versión más creíble, en el atraco de Xixón participaron media docena de jóvenes anarquistas, veinteañeros todos ellos y procedentes de Barcelona, que en aquellos años era el centro neurálgico del anarcosindicalismo ibérico: Gregorio Suberviola (navarro, albañil de oficio), Rafael Torres Escartín (aragonés, pastelero y panadero), Eusebi Brau (catalán, herrero), Miguel García Vivancos (murciano, estibador y harinero), Aurelio Fernández (ovetense, mecánico, el único asturiano del que se tiene constancia de que perteneciera a Los Solidarios) y Buenaventura Durruti (leonés, mecánico).

La crónica del diario liberal madrileño El Imparcial dio cuenta en sus páginas de que el botín que lograron fue de unas 573.000 pesetas de la época, si bien otras fuentes elevan esa cifra hasta las 650.000 pesetas, una cantidad astrónómica para la época. Y es que aquel día había en el banco dinero fresco destinado al pago de nóminas de una empresa bien conocida en Asturies ya por entonces: la Sociedad Metalúrgica Duro Felguera. Los Solidarios estaban al corriente de esa circunstancia y todo indica que para programar el golpe contaron con la colaboración, en tareas de información y logística, del anarquismo asturiano. Ahí es donde aflora el nombre de José María Martínez Sánchez, secretario de la Confederación Regional de la CNT, que vivía en Xixón y que había trabajado en Llangréu para Duro Felguera, empresa en la que seguía teniendo contactos. En una entrevista publicada hace cinco años en la revista Atlántica XXII, la nonagenaria Armonía Martínez, hija de este cenetista, señalaba que nunca tuvo conocimiento de la posible vinculación de su padre con aquel atraco, pero sí de la amistad de Martínez con Durruti y con Francisco Ascaso, del que se sabe que no participó en el atraco de Xixón porque estaba encarcelado en la prisión zaragozana de Predicadores. Ambos, Durruti y Ascaso, durmieron en alguna ocasión en casa de Armonía y su familia, en la gijonesa calle Aguado, aseguró ella al autor de este reportaje en aquella entrevista.

A la izquierda, la antigua sucursal del Banco de España en Xixón.
La calle del Instituto en la actualidad.

Aquel asalto al banco dejó una víctima mortal: el director de la sucursal, Luis Azcárate, natural de la parroquia ovetense de Trubia, que recibió un balazo cuando al parecer estaba forcejeando con uno de los asaltantes. El parte médico emitido en la Casa de Socorro de Xixón daba cuenta de “una herida de arma de fuego, con entrada por el carrillo izquierdo, a la altura casi de la oreja, y salida por la parte posterior del cuello, causando fuerte hemorragia”. Murió tres días más tarde y, aunque nunca se llegó a determinar quién había apretado el gatillo ni en qué circunstancias, algunas fuentes periodísticas y policiales señalaron directamente a Durruti. La leyenda del anarquista leonés crecía al mismo tiempo que lo hacía el proceso de criminalización de su figura.

La bala que le costó la vida la vida a Luis Azcárate no fue la única que sonó aquella mañana en la que Los Solidarios se presentaron en el banco para llenar la hucha obrera. Al salir a la calle, los anarquistas se toparon con un guardia urbano que venía haciendo la ronda por la calle. Tras unos instantes de confusión, de indecisión, unos y otro echaron mano a las armas y cruzaron varios disparos que no dejaron más daños que los cristales del escaparate de la cercana oficina de una compañía naviera. Los empleados del banco telefonearon de inmediato al cuartel de la Guardia Civil de Los Campos y cuatro unidades motorizadas de la Benemérita y de la policía salieron en cuatro direcciones distintas (Uviéu, Avilés, Villaviciosa y Siero), pero no hallaron ni rastro de aquel Jeffery Special Model de color gris oscuro que había abandonado la ciudad escopetado.

El automóvil que utilizaron para el robo solía prestar servicio de coche de alquiler en viajes programados; su chófer, Florentino Acebal, apareció horas después del atraco en un apeadero de ferrocarril de Llanera, en perfecto estado de salud. Declaró que dos hombres se dirigieron a él en Uviéu haciéndose pasar por turistas procedentes de Castilla que querían hacer una excursión por la costa central de Asturies. Cuando iba con ellos por la carretera de Xixón, esgrimieron una pistola y lo obligaron a desviar el auto hacia una arboleda, donde esperaban cuatro individuos más. Lo dejaron allí, atado a un árbol, y después de vaciar el banco regresaron para liberarlo y para darle, al parecer, una compensación de cien pesetas por las molestias.

Desde ese lugar, según contaba Abel Paz, autor de la biografía Durruti en la Revolución española (la obra documental más detallada sobre la vida del anarquista leonés, traducida a catorce idiomas), dos de Los Solidarios partieron campo a través con el botín para tratar de llegar lo antes posible a Euskadi, donde habían apalabrado con un industrial armero de Éibar la compra de un cargamento de rifles de repetición y munición. El golpe de Estado militar que aquel mismo mes encabezaría el general Miguel Primo de Rivera con la anuencia del rey Alfonso XIII era ya poco menos que un secreto a voces y los grupos anarquistas de acción estaban pertrechándose para responder con las armas.

Los otros participantes en ese atraco, en esa desposesión del capital bancario, decidieron ocultarse unos días en Asturies, hasta que las cosas se calmaran, y dos de ellos acabaron librando un tiroteo tras ser descubiertos por la Guardia Civil. En ese enfrentamiento Eusebi Brau murió de un disparo y Torres Escartín fue apresado, logró escapar pero más tarde volvieron a detenerlo. El tiroteo tuvo lugar en Cualloto, según la versión que dio el diario gijonés El Comercio en setiembre de 1923, aunque el escritor asturmexicano Paco Ignacio Taibo II asegura en su libro Que sean fuego las estrellas, (Crítica, 2016) que se produjo tras saltar ambos de un tren entre Uviéu y Llanes.

Durruti y su compañera, la anarquista francesa Émilienne Morin.

¿En qué emplearon Los Solidarios el botín del banco? Posiblemente también en eso se entrecruzan la realidad y la leyenda. Una parte fue destinada a la mencionada compra de armas, aunque el golpe de Estado precipitó los acontecimientos y no pudieron recibir el cargamento hasta la caída del régimen protofascista de Primo de Rivera. Otra parte fue empleada seguramente para financiar operaciones de fuga de anarcosindicalistas encarcelados. Abel Paz afirma que apartaron un dinero para costear en un mercado de Barcelona un puesto de venta de fruta y verduras para la madre de su compañero fallecido, Eusebi Brau. Asimismo, se cuenta que destinaron una partida económica a financiar la Librería Anarquista de París –donde años más tarde se conocerían Durruti y la que fue su compañera en los últimos diez años de vida del leonés, la anarquista francesa Émilienne Morin– y el semanario anarcocomunista Le Libertaire. Las versiones más románticas señalan que con cargo al botín del banco también se subvencionó alguna escuela racionalista para niñas y niños de familias obreras.

La dictadura monárquico-militar negociada entre Primo de Rivera y la monarquía borbónica institucionalizó y agudizó la represión contra el movimiento anarcosindicalista; una represión que en los años anteriores había contado con la mano de obra de los pistoleros de los Sindicatos Libres, asesinos a sueldo al servicio de una parte de la patronal que masacraron a un sinfín de obreros, sindicalistas y abogados que defendían a anarcosindicalistas en procesos judiciales.

Los Solidarios, un grupo de acción y de autodefensa proletaria del que formaron parte de forma itinerante e intermitente al menos una veintena de obreros y obreras del ala más combativa de la CNT (el sindicato hegemónico en aquellos años), nació para dar respuesta a aquel pistolerismo. Como los definió años después uno de los integrantes del grupo, el catalán Juan García Oliver, Los Solidarios fueron «los mejores terroristas al servicio de la clase obrera, los que mejor podían devolver golpe por golpe el terrorismo contra el proletariado». Curiosamente, García Olivar, que no tenía reparos en autoproclamarse terrorista, llegó a ser ministro de Justicia de la República a finales de 1936, dentro del Gobierno de unidad constituido para hacer frente al fascismo tras el golpe de Estado fascista.

El final de Los Solidarios

El atraco al banco en Xixón y, tres meses antes, el asesinato a tiros en Zaragoza del influyente cardenal arzobispo Juan Soldevila, al que se relacionaba con los ultraderechistas Sindicatos Libres, fueron las dos acciones más sonadas de Los Solidarios, que pusieron fin a su actividad como grupo en los primeros años de la República. Sus miembros asumieron, en aquellos años trágicos y violentos, la vía de la lucha armada con todas sus consecuencias, y el precio que pagaron por ello fue alto. Al acabar la guerra civil solo sobrevivían dos de aquellos seis hombres que supuestamente llevaron a cabo el atraco al Banco de España en Xixón: Miguel García Vivancos, que murió en Córdoba a los 76 años de edad tras regresar del exilió en Francia, y Aurelio Fernández, fallecido en el exilio mexicano a los 77 años. Brau, como queda dicho, había perdido la vida en el enfrentamiento con la Guardia Civil en Asturies, y Suberviola corrió la misma suerte en los primeros meses de la dictadura de Primo de Rivera, durante un tiroteo con fuerzas policiales en Barcelona. Escartín, que acabó enloqueciendo por las torturas a las que fue sometido tras su detención, vivió los años de la República encerrado en el psiquiátrico de la localidad tarraconense de Reus, del que lo sacaron las tropas franquistas en 1939 para fusilarlo a pesar de su enfermedad mental, a pesar también de que no había participado en ninguna acción durante esos años. El franquismo, en este caso y en decenas de miles de casos más, actuó conforme a sus sacrosantos principios de no dejar enemigos detrás y de imponer la paz solo a través de los cementerios.

La tumba de Francesc Ferrer, Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti, en Montjuïc.

En cuanto a Durruti, murió en circunstancias nunca aclaradas, de eso hace hoy 85 años. Tras el atraco de Xixón, el exilio lo llevó a Francia, Bélgica y América Latina (México, Cuba, Argentina, Uruguay y Chile), donde protagonizó, con Ascaso y nos últimos meses también con Gregorio Jover, otros asaltos, otras recaudaciones para la lucha obrera, a bancos y a grandes empresas. Volvió a España tras la proclamación de la República, el Gobierno de Manuel Azaña lo deportó a Canarias y tras el golpe de Estado fascista de 1936 se convirtió en una figura icónica en la defensa de Barcelona y Cataluña, donde la CNT y la FAI fueron determinantes para cortarle el paso a los fascistas y a los miles de militares que intentaron salir de los cuarteles y que en muchos casos no fueron capaces de pisar la calle siquiera, porque las milicianas y milicianos estaban esperándolos con todo lo que tenían a mano: escopetas de caza, armas artesanales que habían ido construyendo o reconstruyendo pieza a pieza, adoquines levantados de las calles… También aquel cargamento de rifles de repetición que Los Solidarios financieron con el botín de una rápida visita al Banco de España en Xixón.

Francisco Ascaso murió en esa defensa de Barcelona, en las primeras horas de la guerra, durante el asalto al cuartel de Atarazanas, uno de los enclaves de los fascistas. Días después, Durruti partió desde Barcelona hacia Aragón al frente de una columna miliciana que llevaba su nombre. Esa y otras columnas anarquistas nunca lograron el objetivo último que había verbalizado Durruti en una intervención ante la milicia condefedaral: “Conquistaremos Zaragoza, libertaremos a los trabajadores de Pamplona, y nos daremos la mano con nuestros compañeros mineros de Asturias y venceremos, dando a nuestro país un nuevo mundo”.

Carta con la que la CNT y la FAI pidió el traslado a Madrid de la Columna Durruti.

En el otoño de 1936 Madrid resistía con todas sus fuerzas frente al avance de las tropas fascistas. Pidieron el apoyo de la Columna Durruti, que se trasladó allí y fue diezmada al poco tiempo de entrar en combate. Durruti murió en la madrugada del 20 de noviembre, horas después de recibir, en el frente de Ciudad Universitaria, un disparo en el pecho al bajarse de su coche para hablar con unos milicianos confederales.

Aunque la versión oficial dio cuenta de que lo había matado un disparo procedente de posiciones franquistas, nunca se supo quién firmaba aquella bala. Las hipótesis son varias y muy diversas: muerte por un disparo accidental, una bala perdida, asesinato… En cualquier caso, ninguna de esas teorías, desmentida o afirmada, le quitaría brillo a la épica de ese anarquista de vida novelesca (autores como Pedro de Paz, Jorge Díaz o un servidor hemos tenido la osadía de novelarla, con mayor o menor acierto) que durante años burló a la justicia de media docena de estados europeos y americanos, sobrevivió a la prisión y al exilio, protagonizó algunos de los mítines más apasionados y apasionantes del movimiento obrero de aquellos años, atracó bancos para redistribuir la riqueza y contribuyó a llevar a la práctica, con aquella y con otras columnas desplegadas en Aragón, un proceso sin precedentes de colectivización de tierras y medios de producción. Hicieron , convirtiendo en real por unos meses aquella promesa del «mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones», en palabras del propio Durruti recogidas en una entrevista por el periodista canadiense Pierre Van Passen, del Toronto Star.


Fuente → nortes.me

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