Del republicanismo y el valencianismo político a La batalla de Valencia

Del republicanismo y el valencianismo político a La batalla de Valencia / Enric Llopis

Aspiraba a la recuperación de la autonomía política e integraba las reivindicaciones de carácter lingüístico y cultural (a partir de la Renaixença, en la segunda mitad del siglo XIX). 

“El valencianismo político –como el resto de los fenómenos nacionalistas gemelos sobrevenidos en la Península Ibérica- tiene como punto de partida el siglo XIX y, de hecho, el mundo de la Restauración” (1874-1923), escribió el fallecido historiador Alfons Cucó en El valencianisme polític 1874-1939 (Afers, 1999).

El profesor de Historia Contemporánea en la Universitat de València, Ferran Archilés, añade complejidad en el análisis, en la sesión sobre El fil del valencianisme impartida en el Curs d’Història Política de les esquerres valencianes, organizado por La Fénix. Universitat Popular en colaboración con La Directa. Así, el historiador castellonense niega la sinonimia entre “valencianismo político” y “republicanismo”; por otra parte, agrega, “no todo el valencianismo político fue de izquierdas”.

Popular y de masas, el movimiento republicano que en la ciudad de Valencia lideró el político y escritor Vicente Blasco Ibáñez –diputado desde 1898-, no se identificó con el valencianismo político.

“El grueso del republicanismo blasquista se caracterizó por defender un proyecto profundamente nacionalista español, donde el reconocimiento de la lengua propia fue siempre problemático y el autogobierno se vio con suspicacias”, sostiene Ferran Archilés, autor de Parlar en nom del poble: cultura, política, discurs i mobilització social al republicanisme de Castelló de la Plana (1891-1909). Archilés extiende esta tesis al líder del republicanismo en Castellón, Fernando Gasset Lacasaña, concejal, alcalde y también diputado nacional durante más de una década.

El 14 de abril de 1931 se proclamó la II República, lo que implicó novedades; por ejemplo, en septiembre de 1932 el Parlamento español aprobó el Estatuto de Autonomía de Cataluña. El valencianismo político tuvo su espacio, en forma de alcaldes, concejales, diputados y participación en coaliciones electorales; aunque, matiza Ferran Archilés, “su fuerza social y electoral fue escasa antes y después de 1931”. Además en el País Valenciano, el Anteproyecto de Estatuto de Autonomía –de julio de 1931- no culminó durante la II República.

Constituyeron dos hitos del periodo la fundación, en julio de 1934, del partido Esquerra Valenciana (EV), en la que destacaron antiguos blasquistas como Vicente Marco Miranda. Y, en diciembre de 1935, el Partit Valencianista d’Esquerra (PVE), también de ideario republicano y centro-izquierda, liderado por Maximilià Thous y Francesc Bosch i Morata. “Heredaron y actualizaron tanto el programa federal como el del valencianismo histórico”, subraya el investigador en el curso de La Fènix.

Las dos organizaciones políticas participaron y respaldaron –en las elecciones de febrero de 1936- las candidaturas del Frente Popular, que logró la victoria en el País Valenciano (el republicanismo blasquista ya se había derechizado y perdido buena parte de su fuerza electoral).

Tras el triunfo del Frente Popular, la iniciativa del Estatuto de Autonomía fue retomada, aunque se vio truncada por la guerra de 1936 y sobre todo la dictadura. Después llegó el exilio de valencianistas –a Francia o México- y el mantenimiento –durante la España franquista- de algunos focos de resistencia cultural.

Ferran Archilés es especialista en la obra de Joan Fuster, quien escribió en 1962 un ensayo de gran repercusión, Nosaltres els valencians. Con los textos de Fuster, explica el docente en La Directa, “apareció un nuevo valencianismo que acabaría por influir decididamente en los años de la transición a la democracia; era un nacionalismo valencianista antifranquista y de izquierdas; pero era un movimiento socialmente minoritario”.

El acuerdo entre los dos grandes partidos de la Transición –UCD y el PSOE- forjó el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana de 1982; permitió, explica el profesor de Historia Contemporánea, “un cierto grado de autogobierno y cooficialidad de la lengua, las dos demandas históricas del valencianismo; en los 40 años siguientes (el Estatuto) ha reforzado el marco regional y el regionalismo valenciano, y no ha hecho avanzar demasiado en la construcción nacional valenciana”.

En el curso de La Fènix. Unversitat Popular y el periódico La Directa tomó parte, asimismo, el sociólogo y profesor de la Universitat de València, Vicent Flor, con una conferencia sobre La Batalla de València. Valencianisme i antivalencianisme. La iniciativa de formación y debate La Fènix consta de ocho sesiones -presenciales y gratuitas- que se celebran entre octubre y marzo; se trata, entre otros objetivos, de narrar una Historia “en la que los sujetos no sean los amos opulentos que con cierto despotismo académico han ocupado las páginas de los libros convencionales”.

Vicent Flor es autor del libro Noves glòries a Espanya. Anticatalanisme i identitat valenciana (Afers, 2011). “No se trató sólo de un conflicto simbólico”, afirma; la Batalla de Valencia y la irrupción del “blaverismo” (por el blau o color azul en la bandera regional) se produjeron en un contexto de crisis, en la segunda mitad de los años 70 del siglo XX. El sociólogo caracteriza el “blaverismo”, a grandes rasgos, como un nuevo movimiento de masas, populista y antivalencianista, regionalista, catalanófobo, conservador y españolista.

Los cambios sustanciales que apuntaban a la “modernización” de la sociedad valenciana, en los años 60 y 70 del siglo pasado, podían apreciarse en un peso significativamente mayor de la actividad industrial y los servicios (en detrimento de la economía agraria); un notable crecimiento demográfico (favorecido por la recepción de personas migrantes) y de los procesos de urbanización; a ello se sumaban otros factores, como la universalización del acceso a la educación.

“En el País Valenciano la definición de cualquier propuesta de identidad valenciana necesariamente estaba redefinida en relación con España, como estado y como nación, pero también específicamente con Cataluña, referente de modernidad y adelantada en la lucha contra el franquismo”, explica Vicent Flor.

Uno de los puntos de inflexión se situó en las elecciones generales del 15 de junio de 1977: en el conjunto del estado venció la UCD (34% de los votos), sin embargo en el País Valenciano ganó la izquierda (13 diputados del PSOE; 12 de UCD; dos del PCE y uno de Alianza Popular).

Según el también coordinador del libro Nació i identitats: pensar el País Valencià, “las elites valencianas, temerosas de perder la hegemonía de la que disponían al menos desde 1939, se activaron y contribuyeron a la difusión del ‘blaverismo’, que hizo del anticatalanismo la principal razón de ser, y lo revistió de autoctonismo, es decir, se hizo pasar por valencianista”; de este modo el ‘blaverismo’, agrega Vicent Flor, “reaccionó frontalmente contra la definición más o menos valencianista e izquierdista de las fuerzas antifranquistas” (identificó las propuestas valencianistas como dependientes de Cataluña).

Con la aprobación del Estatuto de Autonomía de 1982, “buena parte del paquete simbólico que proponía el ‘blaverismo’ se convirtió en oficial y, por tanto, acabó por ser asumido, naturalizado (…)”, subraya el sociólogo en el texto de La Directa; y el PSPV-PSOE, con Joan Lerma en la presidencia de la Generalitat (1982-1995), se ubicó en una supuesta “centralidad” entre “blaveros” y “fusterianos”, lo que además le permitió engarzar con la “modernidad nacional española”.

En la derecha, a partir de 1978 UCD se abonó al anticatalanismo, al igual que Alianza Popular (AP), partido liderado por Fraga Iribarne e integrado –en su formulación inicial- por varios exministros de la dictadura; fundado en 1982 por políticos como Vicente González Lizondo, Unión Valenciana (UV) reivindicó los postulados “blaveros” respecto a la bandera, el himno regional y la lengua (el “secesionismo” lingüístico).

Este legado fue recogido por el PP, que en 1991 accedió a la alcaldía de Valencia (Rita Barberá) con el respaldo de Unión Valenciana. Y a partir de 1995, también con el apoyo de UV, a la presidencia de la Generalitat (Eduardo Zaplana). Mientras, concluye Vicent Flor, “desde 1978 hasta entrado el siglo XXI la izquierda y el valencianismo se situaron a la defensiva (…); los partidos de izquierda continuaron asumiendo simbólicamente un cierto fusterianismo, pero lo hicieron de manera timorata”.


Fuente → rebelion.org

banner distribuidora